Por Gonzalo Roncedo |
La paciencia es reina donde la tolerancia es trampa y la intolerancia, regla
La Beldad
Lugares no menos comunes para el denotador de sibaritas entre dos que siempre andan de etcétera en la imaginación de Adrián Suar
Pienso en mi hermano avispa, poeta que comulga conceptismos, don Euloquio Rojo. Un ejemplo de estilo sin buscar estilo. Una vez, en plena cofradía de avisperos, la misa exigía un ejercicio creativo para recular o mejor reinventar la novela pedorra de Adrián Suar que pasaban en ese momento a las ocho de la noche por canal diez. El desafío lo realizó Euloquio. Quedó este texto:
No voy a escribir que te alimentaste de plantas carnívoras (Nepenthes Alatas) para intoxicarme. Por la cercanía de las impresiones dejé, pareciera, que me engulleran las bases de tu presencia para con actos de habla llegar al punto de tus superestructuras, de forma tal que cuando con premura extendiera mis estalagmitas de repente atravesaras todas mis cosmovisiones con la materialidad de una caléndula. Podríamos seguir así, transformada de Fourier tras eliminación de Gauss-Jordan, jacobino tras jacobino, girondiro con vino Termidor, cualquier referencia de la cultura pop con chistes que nadie entiende porque nadie aprobó el séptimo grado de historia en las pruebas PISA, es decir Marie Curie tras tabla periódica, Girondo tras Huidobro, hasta que de las materialidades sociales y los idealismos matemáticos no quedara ni la bisectriz, con la poesía menos cuidada de notas marginales entre las clases de cuarto y quinto año de bachiller. Qué importarán todas esas cosas si al fin de cuentas todo dará a la pared, pero a la pared de nosotros, y sobre todo de vos, una vez le crezca a las epidermis aquella consumación hipotenusa del pecho.
No importa que este texto sea de mi autoría; Euloquio me ayudó a jugar “ese humor” cínico, existencial, cargado de referencias para matar la primera capa de humor, cosa que nadie llegue al Homero Simpson así nomás, como se dice, porque no es el objetivo del texto: tampoco es su objetivo un esnobismo elitista, sino cargar con todo lo que ese cinismo corroe. El autor también contribuyó a las mitologías del Dios Errante Ulcaj’er, quien a través de la tierra de los sueños ha delineado un país sudamericano que se nombró a partir de un poema cuyo nombre es una de sus variaciones en una contranovela que aquí no viene al caso, pero me sirve de ejemplo de influencia mutua. Euloquio me ayudó a jugar variantes de la ficción con paradojas eleáticas sin caer en el idealismo alemán. Retomo la idea de la planta carnívora (nepenthes) para introducir la obra de Euloquio.
Para empezar, en Euloquio no importan tanto la cantidad de palabras como el gesto wildeano, estético diríamos hoy, de la consciencia que siente un momento y desdibuja una ciudad con trazos conmovibles del inconmovible mundanal ruido, errando cual Rimbaud en otro siglo. Deja cosas como el epígrafe, pero también cosas más profundas. Retomo de un texto suyo, “Carta para Elyecer 28 de diciembre de 2026” una esquela seudo distópica, entre la ciencia ficción y el expresionismo euloquiano, donde como si fuera un Whitman va deconstruyendo lugares de la literatura latinoamericana, especialmente argentina, mientras cuenta una epístola a forma de elegía, lo siguiente:
El cerco es más grande mientras más nos aproximamos al estallido mayor.
Acaso todo el texto sea un ejercicio de ciencia ficción ramosigniano sin otro objetivo que esconder esa frase con sus mayores implicancias. Cosas como
Ni adentro ni afuera.
Posflújica del almamundi.
Mansalva. Retratos
mustios, neurotípicos.
Juegan entre aporías, epigramas de Marcial, poesía formal y también esa colación de imágenes que ocurrió después del modernismo americano, que ahora el cine monta mejor.
Beldad, santificadum sea tu nombre. Venga a nus tu reinum
Aturdimiento entre / penachos. Descarga incesante de / flores / Temerle a la vida / suculenta sin jardinería?
Su último libro, “La Beldad”, en realidad es parte de su vida. No puede leerse cada libro como un episodio único sino como todo un ejercicio continuo de llamado de atención, desafío, incluso vulgarización de aquellos inexpugnables latinismos que la cultura sigue afrontando ad infitinum (santificadum sea tu nombre. Venga a nus tu reinum).
Tucumano por adopción, el autor respira un espíritu compatible al de Tom Wolfe con sus mejores osadías:
No venimos de los Monos, venimos del cerro, y el cerro del agua por ambicionar la lluvia tardía del cielo.
Tom Wolfe llegó a la misma conclusión de las profesoras de Lingüística de la facultad de Filosofía y Letras (pero sin leer al parecer las escuelas lingüísticas europeas) de que el lenguaje no viene de un órgano nativo del cuerpo sino de una tradición cultural y social de comunicarnos, esto asimismo ridiculizando a Noah Chomsky con su escuela innatista y al darwinismo. Euloquio no niega el proceso de selección natural pero lo vuelve una solución presocrática natural. Baste decir que Rojo estudia filosofía, y que mucha originalidad de su pensamiento se debe, quizá, a justamente el verdadero espíritu de la filosofía, el cual más allá de una historia de la filosofía o una filosofía de la historia, era el de plantear dudas, poner notas al margen, dudar, ahondar más. Ejercicio avispero del sentido.
La risa y el llanto no son la continuación de los riachuelos del cerro? Nos enseñaron el ciclo de agua incompleto!
Los elementos pueden ser cotidianos, pero su metáfora está siempre detrás del iceberg.
Mota la aguja no teje. Deshilachada, la frazada no abriga.
El motivo de las cosas, su ontología, su ser, su esencia, parecerían los motivos últimos de los textos, pero no: es decir, están ahí, como en cualquier poesía que valga la pena detrás de la cotidianidad, pero apuntan más también a salir de foco.
Ríote lo que no entiendo.
El libro sostiene la mirada de David Viñas sobre la literatura: la estética debe mirarse desde teoría política, pero luego esta frase se lija con una cita popular de Fito Páez. El humor está ahí, alguien podrá leerlo mejor. Las imágenes, como la compartida anteriormente, también son obra de Euloquio, por lo que el texto, pese a su análisis, posee un ritual más estético del que quisiéramos. Aunque su amiga, Paula Catalán, sostiene que el traspaso de lo estético a lo místico se produce cuando se concreta una práctica efectiva de aquello que “nos paralizó el pensamiento”, en este caso las imágenes de Euloquio también son acción: expresión, llamado al asombro.
El libro arranca como un descubrimiento iniciático de la beldad, desde los pies a la nuca. Pero luego de la epifanía surge que
La beldad, en cambio, sigue oculta, deseosa, suspendida en el aire, campana y jeroglifo,
hambre de péndulo, equinoccio sin sustracciones. La beldad escribe su cifra en el medio: el
insólito capricho de los dragones del cuerpo se hace oír. Auscultamos el fino temblor de una
conducta indócil, hay un mareo leve, se alucina la médula, la paciencia se desencaja, se
resquebraja, se filtra.
Allí, en la punta herbórea de la intimidad, yace la regla misteriosa de la plenitud. Llevamos
siglos queriendo descifrarla. Unos prohibieron el acto, otros lo vandalizaron. Imagina los
ejércitos taimados de un bando y de otro, segmentados y perfectamente ordenados, jurándose
unos a otros la perpetuidad ficticia, con exóticas excusas: beneméritos y escoltas, coronados y
concursantes, castas de generación en generación realizando la misma reverencia.
Se ha despreciado la vida polimorfa, sus acrobacias en celo, su intrepidez y su fascinación, su
farragosa e impetuosa impredecibilidad, su infinita elocuencia y elegancia. La vida temida
instó a lineas de demarcación que lentamente se convirtieron en terrores congénitos. La
beldad es un caleidoscopio que arrasa con toda presunción. Y por ello, lo que quedaba de vida,
aún en su deficiencia, fue la última de las esperanzas.
¡Y así se explica cómo inventaron diversas Guerras contra el Paraíso!
(…)
Y entonces envaina el golpe:
No salves al pudor… no asesines al pudor…
Esfera de néctar en su centro de masa, polinomio sin engarce, fruto de mediodía en cenital
maduro, sándalo en el agua, potaje del hastío que se bebe a sí mismo. ¿A dónde va el pudor?
Dirán, indefectiblemente, que su vid añeja en trago amargo igual se sirve al sediento. Ahí
comienza la expedición, donde nace la disconformidad minuciosa, casi chispa. Entonces, no
se entorpece su paso meridiano en desmedro de un sueño volátil. El árbol de la ciencia del
bien y del mal muere del último hachazo.
Somos beldad, sino no somos.
Como un desideratum entre un aguafuerte, un viaje poético y al mismo tiempo el manuscrito de Voynich, Euloquio ha intercalado sentidos: va desde la conformidad hasta el asombro, y luego de la emoción encontrada a la acción, todo en un lapso de lectura. Y esto es solamente las primeras páginas. Para nobleza expositiva, avanzaré más allá.
Consecuencia
Nos aproximamos a la fuente: la piedra de la locura, la odisea anabásica, los purgatorios y los parques in crescendo, la insinuación de la zona de exclusión lo denotan. La invocación de nuestra incertidumbre enraizada quizás sea más sensata que cualquier advenimiento atractivo o ceremonioso, nuestra vida narra la secuenciación entre lo desconocido y lo posible. Otros nos criticarán por creer que divulgamos raras acechanzas de una “religión imposible”.
Imagina el caminante del desierto, artífice de sus propios espejismos y sus propias lagunas encantadas rezando para sí: “ Que no nos falte el alimento, que no nos falte el refugio, pero sobre todo que no nos falte la BEATITUD, prodigio de nuestras alianzas.”
Por esa “religión imposible” habitó Alonso Quijano su aventura por el Canal de la Mancha, de la mano escuderil de su vecino el panzón. Por esa misma religión, a saber, Alejandra Pizarnik no invocó sino que bajó del caballo al inmortal Homero, acaso después de que Borges lo volviera un perro, pero antes de que Pizarnik fuera la poeta maldita citada al cansancio. Esa religión imposible, si no la poesía, es una rama de aquella.
A ti a mí, nos han propuesto una belleza agraviada, una hoguera insidiosa que acaudala su
frenesí y lo exprime con furor hasta resecar su última gota. Lo extraordinario, lo extravagante,
las osamentas, el desparramo, lo exultante, las multitudes…
…Esta es una invitación al fin del mundo, a la nueva cartografía de las promesas, a los
plumerillos geológicos y a la travesía, a los estratos desconocidos del fondo del océano, al
rugido de un león herbívoro, a un azul infatigable, al eclipse del rostro.
Si es comunidad será graciosa y ágil, y rodarán de mano en mano la leche y la miel, y los
pensamientos cristalinos como el agua traerán un germen de troceados cascabeles sin pedir
nada a cambio. Si es una trama de soledades será nicho de fuerza bien concertada, de silencio
bien tañido, de resina que cura, cual una nube rechoncha que augura lluvias o unos cerros que
abrazan con su ritmo benigno y descomunal, amansándonos.
Kepler lloró apasionado con aquella eclíptica por primera vez, un futuro para defender a su
madre, una fragilidad tintineante. Jaime Torres cerrando apenitas sus ojos (como ríen los
reyes del viento) hizo un ademán de despedida, nos dejó el Tantanakuy y el compás. La
beldad incide desde antaño, como asombro de la bóveda celeste, como escalofrío imparable y
picardía en la semblanza. Cada proporción ofrenda su fatuidad, cual manojo de discreciones
libres, deschabetadas.
¡Sonrosada la criatura! ¡La inocencia es un infierno! El tabú extravagante del sarcófago del
amor se abre lentamente, después de siglos de encierro. Esta antiquísima cerradura exige un
carácter inasible.
No tenemos licencia ni permiso con fecha de vencimiento. No somos turistas de lo sagrado.
Cada uno y cada cual sabe cuanto le ajusta su zapato.
De esta manera, la orquídea gime su letanía de fotosíntesis y naufragio.
Deconstruir la belleza… qué más quijotesco, por tanto poético. ¿Acaso no era bello en épocas de Homero que miles de hombres se machaquen a golpes con el ideal de la virtud? ¿Acaso por esa Antigüedad no había una lésbica Safo cantándole al amor de cuerpos? ¿Y qué diremos? ¿Que la lírica del amor es menos hermosa que la épica de la guerra? Toda concepción depende de su época, pero al mismo tiempo deja una huella borrosa llamada historia que nació reconstruyendo sueños míticos. Georg Lukacs se tomó el trabajo de materializar arqueología, separándola de historia y poesía, para que entendamos mejor esto, así que no hablaré por aquí con semejante vulgaridad de temas tan complicados. Lo importante es esto:
No tenemos licencia ni permiso con fecha de vencimiento. No somos turistas de lo sagrado.
Cada uno y cada cual sabe cuanto le ajusta su zapato.
Ritmo roto
Revertir todo se puede,
canjear el significado y el spin
de la configuración.
Lo desirreversible existe.
Si confiamos en la montaña,
la montaña se moverá,
si confiamos en el sol,
el sol saldrá.
Nos enjugan en la fila que marcha incesante y nos retorcemos en vórtices.
Ni aún vencidos los gallos rojos se despiden,
su cresta señera deja pasmados a algunos,
pero anuncian sus rasguños
en la tierra las enormes resistencias.
Quiera el omega ser alfa,
quiera el bálsamo ser hambre de piel,
quiera el timbre reforzar en la carrera
la infatigable memoria
del que resplandece tras la bruma y no está solo. Es un millón más uno.
Nada está acabado hasta que el samurái tire su espada.
No es prenda, mucho más que equilibrio para el que subsiste sobre la cuerda, quién sin caer
haya caído más hondo del sin-fondo sin haber cruzado siquiera.
¿ De qué van las señales de las nubes sin el tono de su extensa plebe,
qué nos demora en la nueva inserción sistémica ?
La estampa se destiñe, la borra del cielo hace de su tesón la hiel,
errática pero enamorada.
El agua comulga con el ser continuamente, nadie le sopla en la oreja,
ni la blasfemia del tordo ni la cantinela del cuervo transigen la doma.
Es que ni en el parpadeo de la leña el fuego se entrega,
la viruta que sigue hace de su desborde la nueva contraseña.
En el croquis la aproximación jamás es completa,
hay que continuar sin mojón,
persistencia de errante palestra.
Para qué sirvieron esas baldosas mojadas, si es terruño ajeno.
¿ En qué metejones nos enervamos frente al espejo del dueño,
sobre la espera incierta de lo invocado ?
Es que hemos desentrañado lo dibujado que quedó en fueros.
Ahora el pez no es pescado,
ahora el balón hace del punto tras punto
la trayectoria sorpresiva,
la improvisación regatea su bocado,
ahora el plumín transcribe la voz tácita,
declarada de un mapa mayor,
donde el trecho del humo hizo
señal de alarma.
Que ninguna fogata es macana
cuando el día se cuenta con cuentagotas,
que si la providencia es innata
no sirve de nada ser flor o ser planta,
que si hemos transcurrido de buena nata es porque somos de cuna y alcaparra
una sola simiente
que empuja, todos los días, la piedra rosada.
Y en tierras movedizos quizás resbalemos febriles, pero la hercúlea lavanda hace de su
germen un brote infinito aunque no haya sido prolijamente cortado
en el borde del phylum del codito.
Que sea y que muladhara,
que la serpiente se muestre desbordando entera, su mirada de nácar hará del prisma el
retruécano que provoca el temblor coloidal del contrapeso.
No pasa nada si, en el dosel de una espalda, la espina resuelta, anquilosada en su vértebra,
no agujea el hilo de sendero ostentoso, cual chakana.
Y a es la xilografía de una cumbre caldeada,
pineal compostura de un disparate intenso,
rehacer un mundo de a manos llenas,
tantas veces de la rueda del samsara despierta
el alma que acude a su fuente mullida
de responso y de respuestas.
Su escalador, de miembros exhaustos,
teje la vena, devenida en ave,
un nervio que traspasa la náusea,
cruzando en zumbido
la embelesada cadencia
de hundirse en el lecho de vértigo
para que haga reverdecer
esa fortaleza dormida,
pura y titana.
Entre otros desafíos interesantísimos, el libro termina con esta pregunta:
¿ Acaso la Beldad es efímera o pasajera, o quizás, una sutilísima inyección piezoeléctrica de
la libélula, que con su aleteo despierta a la especies extintas y a la vida en general ?
Dejo la pregunta en la mente de quien leyera, pero sustituyo la libélula por una nephente, que ahora está deglutiendo en su mente las imágenes y las ideas.
Ingeniero, Analista, Empleado Judicial, fana de Batman, hincha del chocolate. Las menos veces, autor.
Cada siglo genera redentores de nuestra especie. Dijo alguien. Digo ahora yo: agradezco a la fortuna de haber sobrevivido a un masacrante siglo XX para leerlo a Euloquio. Un redentor del arte poético en el alvorecer de XXI. Un continuador de un hilo sutil que viene encorpándose desde la noche del tiempo.