La empapada
Por Tito Lizarraga |
-Chango, esta empanada es un asco, tiene papa- me dice mi amigo Martín, en el centro del Mercado de Tilcara y me invade una vergüenza atroz, siento docenas de ojos rasgados apuntándonos a la nuca, asociando en silencio toda nuestra estirpe femenina a burdeles de poca monta. ¿Quién era este tipo que tenía sentado frente a mí? ¿En qué se había convertido mi amigo Martín en una milésima de frase? ¿De dónde había sacado el coraje para proferir tamaño improperio, en un sitio tan sagrado como un lugar de comidas? ¿Qué oscuros designios lo habían empujado a querer ser asesinado por quenas y zampoñas?
Las empanadas llevan PAPA, así nomás se los digo, con mayúsculas y sin titubeos. Algún desprevenido enarcará las cejas y dirá: “¡¿cómo?! ¡Las empanadas no llevan papas y la carne es cortada a cuchillo!”, agregaría un tucumano. Pues déjenme discrepar brevemente con su receta culinaria. ¡Es papa!, no estamos hablando de la atrocidad que significa ponerle pasas de uvas; tampoco de algún engendro gastronómico como el pastel de novia (ese menjunje de pollo, harina, merengue y cuanta cosa se pueda encontrar en la heladera debería ser desterrada de la mesa de cualquier persona de bien). Para mí, para nosotros los jujeños, las empanadas llevan papas y ají. Para el jujeño, la papa es lo que el camarón a Buba en Forest Gump. Con ese tubérculo mágico y hermoso nosotros elaboramos infinidades de comidas fritas, hervidas, asadas, al vapor, enteras, cortadas, redondeadas, mezcladas, aplastadas, peladas, con cáscara, como sea. La papa es hermosa en todas las variantes. Imagínense si la papa será importante para nosotros que a la famosa y nutritiva sopa de maní se le agrega una lluvia fina de papas fritas. Sí, papas fritas a la sopa y no es ninguna excentricidad de algún bar concheto de Buenos Aires, lo hace cualquier persona: doña Eustaquia, en una olla de barro, en el más recóndito pueblito de la Puna o la esposa del gobernador en una olla Essen, bueno esto último capaz que no.
Se dice, incluso, que en la década del ´50 el fabricante de juguetes estadounidense George Lerner caminaba por una feria de la Provincia de Jujuy cuando presenció el vuelco de un camión cargado de papas encima de unos obreros. Cuando se acercó para ver, apenas podía distinguir sus rostros entremezclados con las susodichas. Volvió a su hotel y creó el mundialmente conocido Señor Cara de Papa, popularizado después por las películas de Toy Story. Eso dicen, eso dicen. Como fuere, el secreto de la papa es el almidón y su inagotable fuente de energía a largo plazo. La papa es el regalo de los dioses así que si le queremos poner papas a la empanada le vamos a poner, qué tanto.
El breve y eterno silencio que le prosiguió a la afirmación de Martín se llenó de quietud.
-¡Eh!, pero con ají son una bomba, me tá curando la resaca- dice y entiendo que entendió todo.
-Ese es el secreto hermano-, digo mientras siento como todo recobra movimiento y los heraldos negros que nos sobrevolaban, se retiran en sus alpacas por los cielos, guardando sus quenas y zampoñas.
Es jujeño, pelilargo y bocón. Le gustan los tamales redondos, el asado con amigos y el abrazo familiero. Escribe para intentar cambiar algo, aunque sea su humor. Es autor de «El pupo de Elena» (Monoambiente Editorial, 2019) y de diversos relatos.
La verdad amigo,que yo me las morfo igual, pero solo con aji. De todos los lugares de la argentina en que comi empanadas, las mejores son las de Claudia, mi esposa. Y la peor que comi, fue en Colombia…por diooooo. Hermoso lo que escribiste, como siempre.
Genio!!!
El escenario y la circunstancia elegidos, son geniales.
Con papa, con pasas y con aceitunas, menos con zapallo y arvejas, las empanadas siempre se comen con aji. Saludos amigo.