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ISSN 2684-0626

 

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Todos los premios el premio

Por Damián López |

La noticia y una pequeña contextualización

El Fondo Nacional de las Artes anunció los ganadores de su Concurso Literario 2021, concurso muy esperado por la “comunidad literaria” del país (las comillas no indican un uso irónico sino la fragilidad inherente a ese término). Dos hechos fundamentales evidencian este supuesto anhelo: el volumen de obras participantes (más de 4500, según se dice) y el revuelo que causó el Concurso Literario 2020 (primero de la gestión Enríquez) que circunscribió la participación a tres géneros específicos: Ciencia Ficción, Fantástico y Terror. Los argumentos esgrimidos por los detractores de ese formato fueron, principalmente, dos: que la marginalidad del terror como pulsión en la literatura no era tal (como lo indica buena parte de los catálogos de las editoriales transnacionales de los últimos años) y que la restricción temática quitaba a muchos escritores la posibilidad de acceder a uno de los pocos recursos monetarios significativos que se ofrecen regularmente en Argentina para la escritura literaria.

La edición 2021 del tradicional concurso sería, entonces, ese espacio recuperado de “libertad” temática en el que todos participarían como iguales y batallarían con la calidad de sus textos como única arma. Lo que no pasó desapercibido es que, en el cambio de formatos 2020/2021 también hubo un regreso a una forma de premiación “única” por categorías, contraria a la distribución regional diseñada para el 2020, que como la propia Enríquez reconoció, fue un “estímulo necesario” para la participación de autores de todo el territorio.

Con el anuncio de los ganadores, rápidamente se pudieron elaborar unas crudas estadísticas: de 15 premios entregados (3 por categoría) 12 fueron a parar a personas nacidas o residentes en CABA y la provincia de Buenos Aires (6 y 6, respectivamente) y 3 a las provincias de Neuquén, Chubut y Córdoba. En cuanto a las menciones, de 14 entregadas, 8 fueron para CABA, 2 para la provincia de Buenos Aires y 4 se repartieron entre Tucumán, Santa Fe y Córdoba (que recibió 2). En porcentajes, 80% de los premios y 72% de las menciones quedaron en CABA y Buenos Aires. En números, sobre un total de $2.150.000, $1.750.000 (el 81,4% de los fondos destinados a premios) quedaron en CABA y provincia de Buenos Aires.

Estos números, por supuesto, pueden desglosarse aún más, pero basta un primer abordaje para esta mirada.

Lo que esto no es (y por ende lo que sí es)

La omisión de los nombres de los ganadores es deliberada. También es deliberada (e inevitable, por otra parte) la omisión a toda forma de crítica literaria o juicio estético aplicado a las obras, que no han leído nadie más que los prejurados y los jurados, aunque el debate que me interesa plantear se vincule estrechamente con la idea de la “calidad” y de cómo esa idea se construye geográfica y políticamente.

Bajo ningún punto de vista estoy capacitado para decir que los ganadores están mal o bien premiados, que el concurso ha sido “justo” o “injusto”. Sabemos, sí, que los concursos no son un juicio de calidad, como si la calidad fuera un concepto estático y trascendente, sino un juicio de valor, atravesado por factores que incluyen la procedencia de los jurados, la línea estética y política de la institución organizadora, las tendencias estéticas perceptibles en la escritura y el mercado editorial, entre muchos otros. Desde ese punto de vista, todos los concursos son, a la vez, justos e injustos: transparentes en su lógica (sobre todo este, que anunció los jurados con el lanzamiento de la convocatoria) de anonimato y “restricción cero” (cualquier argentino nativo o extranjero con cierto tiempo de residencia puede participar) pero también sesgados en su construcción de la “calidad”, algo que ya muchos hemos aprendido a aceptar.

Juzgar entonces, un concurso, por ser fiel a su propia lógica es un ejercicio, a mi entender, estéril.

Lo que sí se vuelve necesario, tal vez, es interpelar la validez de la “lógica concurso” y, al mismo tiempo, volver la mirada sobre las estructuras sostienen a los concursos en general (y al del FNA en particular), lo que esas estructuras visibilizan, posibilitan, sostienen. El debate, entonces, no pasa por si tal o cual ganador “escribe bien”, sino por cuál es y debería ser el rol de las instituciones vinculadas al fomento de las actividades artísticas, especialmente las que se financian con fondos provenientes, de una manera u otra, del Estado nacional.

Una lectura posible

Si corremos la mirada surgen nuevas preguntas: ¿Qué tan válido es, como política aislada, un concurso literario anual? ¿Qué rol juega el lugar geográfico de procedencia y de residencia en la participación de un concurso al que se ingresa desde el anonimato? ¿Cómo debe gestionar sus recursos una institución nacional pública cuya primera preocupación no es la rentabilidad, administrada desde el centro de concentración de capital económico, simbólico y político de un territorio? ¿Cómo nos paramos nosotros, cada uno de los agentes culturales preocupados por estas preguntas, frente a la situación actual y a los postulados de base que la sostienen?

Las preguntas son, por supuesto, muchas más, unas desgranadas de otras. Y las respuestas son complejas, aunque algo siempre se puede hacer en la brevedad de un texto.

¿Por qué (todavía) un concurso?

La concepción tradicional de la escritura, que la vinculaba con un ejercicio sentimental u ocioso y restringía el acceso al “éxito” a unas pocas “figuras geniales”, va cambiando por una mirada en la que el escritor es un trabajador atravesado por los mismos desafíos que cualquier otro trabajador involucrado en cualquier otra actividad productiva: la necesidad de incluir a la escritura (literaria especialmente) en el ámbito de las actividades remuneradas con todo lo que ello implica (seguridad previsional, acceso a servicios de salud, situación impositiva, etc.). Si bien esta concepción no es nueva (los Premios Nacionales son pensiones vitalicias a escritores, por ejemplo) sí lo son tal vez los avances en el terreno legal, como el debate por una ley del Libro, la Ley de Reconocimiento a la Actividad Literaria promulgada en CABA, los programas de residencias de escritores y becas de estímulo a la creación. Sobre esto hay mucho más que decir y recorrer, pero lo importante (al menos en este texto) es cómo viene a encajar una lógica de concurso en este “nuevo” paradigma: frente a la necesidad de acompañar procesos, construir una población lectora (que derive en una población escritora y editora) y democratizar los productos culturales con políticas de distribución que no sean económicamente limitantes y que estimulen la aventura del federalismo pleno, el concurso es la celebración del hecho consumado, la perpetuación de una concepción solitaria de la escritura, nacida de sí misma y sin ninguna influencia del contexto. Frente a la exigencia de políticas abarcativas, plurales y sostenibles en el tiempo, pareciera que premiar una singularidad (para peor, en la vastedad de un país como la Argentina) es una costumbre caduca. Sin mencionar que no se premia a la singularidad, sino a cómo esa singularidad responde a los criterios con los cuales ha sido evaluada (otra discusión aparte).

Esto no es una crítica específica al FNA, primero porque sostiene líneas de becas y préstamos además de los concursos (es decir, mantiene varios frentes abiertos), y segundo, porque es una sola institución que no tiene la completa responsabilidad de responder a necesidades transversales en las que deben involucrarse Educación, Cultura y Mercado, como mínimo.

Cabría entonces preguntarse si no sería una mejor opción apuntar a la construcción de políticas educativas y de lectura que dinamicen el mercado editorial (artesanal y alternativo, especialmente) de manera que cada vez más escritores puedan acceder a una lógica de remuneración sostenida junto con editores, diseñadores, correctores e imprenteros. También preguntarse cuáles son las características del oficio de la escritura, cuánto podemos incorporar de la lógica de otros oficios y cuánto es necesario diferenciar(nos) para llegar a reclamos concretos, reales, sostenibles y beneficiosos.

La bendita concentración

Los datos son lo que son: 6 de los ganadores del Concurso Literario 2021 del FNA viven en un territorio de 200km2, otros seis en la provincia de Buenos Aires, que bien podrían ser unos pocos kilómetros más que esos 200.

Estos resultados son un mero reflejo de una tradición histórica: Buenos Aires es un centro demográfico, político, económico, cultural, simbólico. También son en sí mismos una tradición: al menos en lo que se puede recordar desde la falta de estadísticas, el FNA ha premiado escritores de Buenos Aires y sus alrededores (Bahía Blanca y Rosario, especialmente) lo cual ha generado un “cuento del huevo y la gallina”: las provincias no se presentan porque no ganan y no ganan porque no se presentan.

En este estado de cosas, hay dos cuestiones fundamentales e imbricadas una con la otra. Por un lado, se podría revisar qué tan directa es la relación causa/consecuencia entre la baja participación de las provincias y los pocos ganadores, preguntarse qué tan consistente ha sido  el trabajo territorial (con representantes no rentados que en los tiempos pre internet se dedicaban básicamente al asesoramiento en el llenado de formularios de una institución prácticamente desconocida) y si las falencias propias de la extensión geográfica se han subsanado en este presente de hipercomunicación. Por otro lado, no dejar de denunciar esa vieja costumbre de llamar “argentino” a lo estrictamente “porteño”, vigente todavía en planes de estudio de colegios y carreras de Letras, en investigaciones sobre el mercado editorial y su devenir, en los juicios estéticos que se hacen sobre la producción literaria de un territorio de identidades diversas y un acceso desigual a formación, lecturas, contactos, experiencias, equipamiento y materias primas. Y en relación a esto, seguir apostando a las redes internas, a los grandes impulsos de docentes, críticos, editores, escritores y lectores que desde las periferias acceden por pura prepotencia de trabajo a todos los recursos que muchos no saben que existen y que tantos otros tienen desde siempre a la vuelta de la esquina, empeñando su tiempo en internet y sus ahorros personales en Mercado Libre.

¿Basta entonces con decir que un concurso es abierto y anónimo para garantizar igualdad de condiciones para todos sus participantes? ¿Qué significa “igualdad de condiciones” en un contexto tan asimétrico?

Por supuesto que no se puede hablar de (y mucho menos comprobar) un plan deliberado para desestimar toda expresión literaria ajena a un círculo geográfico e ideológico cerrado. No se puede y no es mi intención. Tampoco quiero decir que federalizar recursos implique meramente distribuir dinero “equitativamente” entre todos bajo un criterio demográfico. Pienso más que nada en la necesidad de reflexionar cuán naturalizados están ciertos privilegios (y por qué no, ciertas “marginalidades”), hasta cuándo se puede sostener esta idea de que las conductas individuales pueden hacerle frente a la falta de políticas, de qué lo único que hace que un texto se convierta en ganador de un concurso o en parte del “canon” es su valor intrínseco, de que todos los escritores tienen “las mismas chances” porque llenan el mismo formulario y mandan sus obras al mismo correo. Y ver para dónde rumbeamos con todo eso.

Lo por hacer

Lamentablemente, mucho de lo dicho no puede ir mucho más allá de la especulación. Trazar políticas públicas requiere estadísticas, abordaje territorial, contacto con la gente, diálogo, paciencia. Dejarse de joder con los fundamentalismos y los resentimientos, generar redes, leerse, socializar lo aprendido y aprender a interactuar con las instituciones, que suelen moverse un poco más lento que lo que algunos creemos necesario y que tienen una responsabilidad mucho más grande que la de los artistas, que ya de por sí demasiado reparten su tiempo entre la formación, la creación, la gestión, la construcción de espacios y, con suerte, otros trabajos que les permiten sobrevivir dignamente.

Correrse del berrinche sin dejar de mirar el síntoma.

Buscar las respuestas más allá de los nombres propios.

Estar atentos a lo que verdaderamente importa, que casi nunca es lo primero que se ve.

Y laburar, como siempre lo hemos hecho, desde las periferias, entre nosotros, contrarrestando con nuestras prácticas las falencias que nos rodean (sin dejar de denunciarlas), animándonos a ser pares de los que nos miran desde arriba o hacia afuera, sin romantizar ese paraíso que siempre nos están vendiendo pero al que rara vez nos dejan entrar.

6 respuestas a “Todos los premios el premio”

  1. Norma Etcheverry dice:

    Muy, muy interesante análisis de un escenario al que ya nos hemos acostumbrado/resignado (y hasta comodamente instalado… justamente para no pensar en todas esas complejidades)…

  2. Mauricio Robles dice:

    Atinado, pertinente y certero. Gracias

  3. Muy buen análisis, profundo y abarcador. Hacía mucho que no leía una crítica a la política cultural exenta de banderas y (casi) sin nombres propios. Solo el necesario.

    Abrazo poético, desde Mendoza.

  4. Carolina dice:

    Gracias, Damián, por este artículo sensato, apropiado, lleno de marcas críticas (y exento de gestos de tribuna). Me hizo y hace pensar tanto

  5. María Rosa Montes dice:

    Muy buen análisis, un punto de vista necesario, abarcador, sobre todo haciendo referencias a las políticas culturales, la concentración donde el dios de todas las artes atiende mejor, sin por ello desmerecer la calidad de autores y jurados. Adonde quienes somos del interior rural, lejos de círculos y academias, no llegamos nunca.

  6. Gustavo Ponce L dice:

    Muy buen análisis, faltó mencionar que la ganadora de la categoría Cuento de este año es Sonia Budassi, quien al mismo tiempo es jurado en las Becas Creación del FNA y también una persona muy cercana a la directora de Letras del FNA, Mariana Enriquez. La actual gestión del FNA está manejando las cosas de manera poco ética y poco transparente.

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