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ISSN 2684-0626

 

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Una apelación al cuerpo, a los sentidos y a la razón

Sobre Las Ciénagas, de Daniel Posse

Liliana Massara |

Y comencé a comprender también que el dolor, los desengaños, y la melancolía no existen para molestarnos, para sumirnos en un abismo de desasosiego e inutilidad, sino para poner aprueba nuestro temple y madurar nuestro ser.

Hermann Hesse

Mientras la vida transcurre para todo hombre entre llanuras y mesetas existenciales, el  poeta comienza por adentrarse a su espíritu interior, tal vez, después de mucho andar mediante sensaciones de su cuerpo y de su mente, para expresar a través de la poesía su presencia, también su estar en el  mundo con una ventaja, su llegada al lenguaje para batallar con el dolor con los que nos atraviesan los pesares de la vida; por medio de la palabra el poeta refracta lo que duele, mediante una metáfora sublime, excelsa o bien, apelando a otros registros que se encuentran dentro de su campo perceptivo, según los modos estéticos con los que se identifique, pero recurriendo a un grado de sensorialidad que le permita profundizar aquello que permanece dentro de sí.

El poema abre una ventana, entre tantas otras, para dar la primera llegada a partir de su poesía; se desanuda lo cerrado, mediante un recorrido por el lenguaje, la infinitud de caminos y sentidos configuran las mil puertas que puede ir intentando abrir el poema hasta hacerse, dice Alicia Genovese.[1]

Las ciénagas, (2024)[2] de Daniel Posse es un poemario organizado en tres partes: 1- “Entre el amor y otros territorios circundantes”, 2-“Misceláneas que conjuran y atraviesan”, 3- “Barro y oro, eso también nos atraviesa”.

El prólogo es el anticipo para el lector que en su recorrido entre las palabras abrirá  algunas de “esas puertas” como las llama Genovese a las posibles entradas a la poesía desde su subjetividad, centrándose en determinadas reflexiones que le provoquen sensaciones de diferente índole.  A través de su lectura se materializará cierta identificación o no con la voz del poeta, con sus modos de condensar historias lejanas, otras cercanas, individuales y colectivas; el amor, los afectos, la memoria.

La voz poética desde la palabra se permite entonces sacar afuera, a través de la aparición del lenguaje materializado  en lo sensible/sensorial, entre la pasión y la calma, entre la turbación, la conmoción, la emoción o el estremecimiento, lo que la experiencia con lo real, o según su relación con el orden de las cosas le acontece.

En la primera parte, “El inicio” es un fuego; “Los instantes”, erosión de cuerpo y piel, causa/efecto de la primera invención de uno mismo; cuando el primer beso, el cuerpo como catador de sensibilidades más que de sentimientos, responde a la premura del hallazgo; luego las consecuencias abandono /abjuración de conductas amorosas que equivocadas o no pasan por el cedazo del ‘yo’ sintetizadas mediante el enclave de “estadillo”/”desgarro”, mas luego de caer, intentar levantarse, entre las huellas del tiempo y la actitud que se decida frente a lo vivido.

El yo poético  se abre a un estado de conciencia para transmitir esa conexión con el mundo que habita consigo y con el otro. Esta primera parte evidencia a la escritura como soporte del lenguaje del cuerpo, en un vaivén de pasión, placer, deleite y luego calma: Mi idioma es la piel, / mis nudillos, mis falanges./ Para hablar de vos/ la razón se vuelve carne. (33)

El cuerpo no es solo un oleaje de pasiones, sino que trata a un sujeto en sus contradicciones, ante diferentes hechos de proyección existencial poniendo en la escena poética el paso del tiempo, el cansancio que llega, los lugares o / no lugares, donde el cuerpo del sujeto se enviste de fuerza interna y cierto espíritu de compromiso.

El escenario del cuerpo y su erotización se visibilizan en las noches de luna, en su propio magnetismo dentro del sistema astrológico, en los crepúsculos más que en los amaneceres, ahondando en la sensibilidad de la piel, producto del trabajo poético con lo sensorial: acuño su piel con todos los dedos,/ con humedades albas y besos (42). El cuerpo como objeto del deseo, erotizado, cubierto de impurezas, de lujuria, (48-49) en la alquimia del sexo que intenta desafiar o “desalojar” el paso del tiempo. (51)

El amor se visibiliza también en lo corporal; remite a lo sexual con diferentes representaciones e imágenes: Sé del amor/ cuando la jungla de mi cama/ me otorga las espigas. (35). El sema “espigas” me retrotrae al culto de la abundancia y a la diosa Ceres. No leo restos del platonismo en esta 1ra parte, ante una vivencia del amor tan carnal. Tal vez en la fugacidad de un encuentro, en el del instante se percibe un intento de trascendencia celestial hasta que ingresa la etapa de la racionalidad; ¿acaso la hay? En la densidad  de las pasiones, hay un pantano vegetal que crece: madreselvas en la ciénaga del alma.

Una de las probabilidades de la representación de la conducta humana es la aparición de ese “infierno dantesco”, abarcador del territorio de la realidad, donde la poética del autor va armando juegos de oposiciones, claro/oscuros, cualidades de lo pantanoso humano, del sentido contra el sentido…el ovillado crepúsculo, se moja de lunas, se enrejó de montañas (39). La imagen conlleva un conjunto sémico que opera en los cuerpos cargados de misterio como la luna misma, que no es precisamente un astro bello y espiritual sino pecaminoso, (en noches de luna aparece el lobizón).

Observo una especie de trilogía sémica entre luna, ritos, laberintos como desembocaduras de prácticas humanas, “espejos” que indagan en la versión de los cuerpos que se miran y son mirados mediante perspectivas diferentes de la realidad, son cuerpos refractados de lo real. Un símbolo muy borgeano, el espejo,  que si bien representa la realidad es una apariencia de la misma porque no nos da una imagen idéntica sino invertida, una suerte de ver la vida del revés; verse en los espejos es ver al otro que está dentro, que está enmascarado y el espejo lo desviste porque es una manera de conectarse con el otro en esa condición posible del ser de poseer doble faz entre arrebatos y calma, del estar y ser, pero también del no estar y del no ser, viviendo: en la espiral del sueño / en la desolación de un café (43).

Por otro lado, el amor como apetencia carnal tiene gestos entre lo sagrado y lo profano: Imaginé su agonía/ para hallar en otoño/ su templo, revistiéndose con la presencia del azar del destino, y la ceguera de la razón de la que habla Rosseau. Si hay un azar y un destino, se quiebra el concepto de libre albedrío, ingresa como en una nebulosa. El sujeto establece un clivaje, una especie de disociacicón, o bien, la idea de fusión de ambos: libre albedrío cristiano y destino al modo de los románticos en ese suicidio inevitable de la lluvia que anuncia los desengaños, las miserias, los miedos del sujeto lírico en el último adiós. (47)

La segunda parte es muy variada y heterogénea, tal su nombre “misceláneas”.  El sujeto recorre los versos entre la invisivilización del ‘yo’ por momentos y por otros, con marcadas huellas del mismo. Hay una apertura geotemporal; un collage mítico/ cultural que se despliega desde el poema “Festival” entre lo pagano y lo sacro, con prácticas culturales que representan ritos, ofrendas, miradas desde fuera por el sujeto, por momentos como cuasi “retratos surrealistas”, rondando un trasfondo de plegarias en conjunción con objetos, tal vez, intuidos como falsedades humanas, más allá de representar identidades a partir de ritos y de creencias religiosas; una escena teatral de las fiestas populares de los pueblos y de sus tradiciones ancestrales, mostrando, por momentos, mecanismos cuasi bacanales. (59). Al respecto de estas “fiestas”, Bajtín  considera que es una forma dialógica de expresión de la vida del hombre, a través del cuerpo o con sus voces donde el pueblo puede expresar ciertas críticas sociales mediante gestos y palabras.

La vida vista como un viaje de ida y vuelta,  o un viaje circular en el que el hombre repite acciones, o como una vuelta a los orígenes, a las identidades y herencias familiares, como parte de la casa que habitamos y que nos habita porque somos el resultado de un contexto, una historia social y familiar.

El poema “La noche” simboliza desbordes humanos que se visibilizan en la historia de debacles de la humanidad mediante abstracciones pictóricas como el Guernica de Picasso, entre otros, que suman representaciones sobre la belicosa existencia; poesía que desenmascara el horror de la historia del mundo con diferentes construcciones de imágenes; apela, por ejemplo, al paso de ballet “arabesque” para detectar las máscaras, la falacia humana de los poderosos, mientras otra parte de la humanidad, la no visible, se lamenta, mostrando los diferentes “ritmos” sociales. Un discurso politizado en estos versos que se comprometen con la historia del mundo, proclamando la memoria, no el olvido.

Estas misceláneas nos ofrecen un “paisaje literario” construido en las fronteras temáticas, con una poética que no dirime límites, sino que surgen de un modo filosófico del pensar, un sentir profundo y una emocionalidad que impactan en el lector. Magnitud extrema de lo humano, zonas pantanosas, barrosas por las que el sujeto, y no solo él, las atraviesa, intentando concientizar al otro que estos desvíos son fluctuantes, que se puede renacer y alcanzar una vida anhelada.

La tercera parte, “las ciénagas” remarca las huellas de un viaje al interior profundo, a la conciencia del hombre junto a las sombras del subconsciente que desata los nudos entre lo interno y lo externo.

El ‘yo’ poético traza destellos, busca maneras de claridad en el lenguaje, aunque, en ocasiones aparecen algunas abstracciones más encriptadas. El camino recorrido es una expedición a su interior; un viaje como exploración donde se capta el desarrollo de un pensamiento reflexivo, filosófico, crítico. Un viaje con interrogantes sobre el devenir del ser, del mundo, de la historia. Un viaje hacia el pasado y el horror del siglo XX, desbordando de apetencias y desencantos, ciclos de avance y de destrucción, de renacer y de retroceder en las repeticiones y los errores.

Perdura como un hilo poético el mapa de la corporeidad y del erotismo, de la desnudez del ser, con marcada tendencia sensorial; un conjunto de expectativas frente al vivir, el aplastamiento del sujeto a partir de lo estigmatizado, la decadencia, pero también el placer de lo cotidiano en la hora del café, y la hojarasca de la realidad que se transita. Una voz que irrumpe en identidades quebradas, reflexionando en su poesía sobre qué estructuras culturales se alinearán en el presente; ¿qué será de nuestras tradiciones?

¿A qué cismas estaremos expuestos? Un territorio habitado por un destino ineludible y una territorialidad colonizada, arrastrando el iris del karma. Estirpes, ancestros que nos habitan, herencias culturales devenidas sangre y familia; memorias familiares que forjan identidades.

Una poética que mezcla la reflexión con los modos de la filosofía, la antropología, la astrología, enlazada a elementos metafísicos, políticos, históricos, estéticos en su complejo viaje por la vida. Una poesía devenida reflexión, con un pensamiento de raíz profundamente gnoseológica que aporta conocimientos, que busca verdades; un lenguaje lírico, de versos libres  que apunta a crear imágenes de bello lirismo. Un viaje a partir de las experiencias vitales del poeta desenmascarando el desmesurado universo de sus ciénagas que también son las ciénagas de muchos otros; proyectando a través de este discurso poético, no solo como interpretación posible, una redención, ni una derrota, ni desencanto, sino salir de la ciénaga a la luz como aprendizaje y transformación ante la vida que continúa.


[1] Alicia Genovese, (2023) Abrir el mundo desde el ojo del poema, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, pg. 15

[2] Daniel Posse, (2024) Las Ciénagas, Buenos Aires, Editorial Autores de Argentina.

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