Por Ana García Guerrero |
“Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una salvación. Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.”
Clarice Lispector
Hace tiempo en un encuentro de escritores, Graciela Cabal decía que los lectores somos gente rara, lo decía relatando, sin leer, convencida y casi interpelando a un auditorio repleto de lectores.
Escribir, sabemos, casi siempre se desprende de la pasión por la lectura, es como la continuidad del proceso, aun cuando los lectores no nos consideráramos escritores, aun cuando escribiéramos y habilitáramos el título; ostentamos con más comodidad el de lectores.
Ambas prácticas, solitarias y casi rituales en las vidas de la gente rara. Me han gustado siempre las artes poéticas, esa zona donde escritoras y escritores, pelan obsesiones, miedos y condenas de “este maldito goce de cantar”. Lo cierto es que la escritura es búsqueda desesperada, palabras en fuga y un detrás de escena de mezcla extraña de heridas conjuradas letra a letra.
Luisa Futoranki da cuenta de la paciencia y la elección, de cómo lo mejor del poema se establece en las palabras que no están, que se pescan. En la decisión de devolver lo que no es. Me gusta subirme a la barca, y sentir el movimiento del agua, mirar hacia el fondo, hasta donde ya no es posible y esperar con paciencia de pescadores, casi bíblica, la llegada del pez.
El pescador conoce de aparejos, sedales, tanzas,
cañas, anzuelos y plomadas.
El pescador sabe devolver al agua
las palabras que no sirven.
No es fácil la espera ni la condición ni predecir lo que se pesca porque además no todo será como se espera. Amo Futoranski y su recorrido, la geografía que elige para andar poniendo letra. Lleva al lector a paseos fascinantes y al mismo tiempo duele. Cuanto ha dolido no está dicho, pero sí. En esa entrelinea que lastimó más de un anzuelo. Desarraigo, persecución y exilio. Desafío, enojo maldita escritura que interpela y no para de doler ni iluminar.
Soy de otra parte, otro cuerpo, otro golfo
Para que me entiendan
para que no me entiendan demasiado
por atajos y digresiones
escribo.
A mano limpia. A campo traviesa.
Vivo por circunloquios, espirales, pidiendo disculpas, permiso. Demasiado.
Tropiezo, desentono, me repito,
adiciono prótesis, me encorvo
heteróclita, minuciosa, descuidada
descartando a manotazos, boqueando
con notas a pie de página
inverificables.
Alejandra Pizarnik y todos sus infiernos musicales y silenciosos dejan el dolor al descubierto. Una exhibición que parece andar por el papel al ritmo de la piedra de la locura, pero aun así, la sospechamos muy construida, suponer esas palabras camino andado y tener la sensación de que todo lo que ocurrió estaba naciendo ahí, dicho y escrito. Gritos, susurros, gemidos, dijo de pulverizar los ojos, eso dijo y lo hizo.
También estaré avergonzada cuando muera. Seré una gran muerta inhibida. ¿Posibilidades de vivir? Sí. Hay una. Es una hoja en blanco, es despeñarme sobre el papel, es salir de mí misma y viajar en una hoja en blanco.
Irse a vivir adentro de las palabras sería un encierro liberador. Ríos de tintas sobre Alejandra y su escritura, lo cierto es que, desde cualquier lugar, duele, perturba, estremece. Recuerdo etapas de mi biblioteca con libros puestos del revés, de modo de no ver el lomo, ella siempre encabezaba el proceso, se pasaba largo tiempo hacia adentro. Los lectores somos gente rara.
Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. (…) Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.
Su poesía es pregunta infinita y búsqueda desesperada de la que fue, la que era y la que sería, explorando el silencio, la locura, el amor.
“Habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh, habla del silencio”.
El silencio supone el eje de una realidad que aturde, que hiere que busca una nota de donde sostenerse o donde definitivamente naufragar.
Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué ha de ser mí si nada rima con nada.
Virginia Woolf: «Una mujer necesita dinero y un cuarto propio para escribir”. Dispara sin medir el alcance, Su escritura y la forma encontrar esos «momentos de ser de la vida cotidiana.”
Desafiando el lenguaje y los límites del propio lenguaje, la línea finita que dice, construye aquello
que supone el dedicarse a escribir
Te lo juro, todo aquí es tan amargo, tan roto, tan desolador, todo fracturado, todo inerte. Los Huxley vienen a cenar y no consigo armarme de valor para atender a mis invitados. Qué gran vacío… lo que quiero decir es que estoy temblando como una hoja en un vendaval en algún pasillo o antesala, fuera de la vida, fuera de la habitación, todo porque he terminado un libro
¿Por qué las mujeres no escribían de forma ininterrumpida antes del siglo XVIII? ¿Por qué hay menos escritoras que escritores? “Bien poco se sabe de las mujeres”, dice y grita que a las mujeres se las podía golpear y casarlas sin preguntarles. El tiempo trae cambios en los que “la figura encorvada con manos huesudas y ojos soñolientos que, aunque muy a pesar de los poetas, es la imagen que representa la feminidad” sin embargo, se levanta de su pila de lavar y sale hacia la fábrica para comenzar un dificilísimo y largo viaje hacia la libertad.
Pero estoy de acuerdo en que uno (nosotros, nuestra generación) debe renunciar a conseguir la gran belleza; la belleza que viene de la plenitud. Solo ahora que he escrito dudo de que sea verdad. ¿No estamos siempre esperándola? Y aunque siempre fracasamos, seguramente no lo hacemos tan completamente como lo haríamos si no estuviésemos desde el principio para intentarlo todo.
Hay que renunciar cuando el libro ya está terminado, no antes de empezarlo.
Woolf se queda sin palabras para describir la entrega a la libertad hasta poder encontrar una forma de nombrarla, recuerdo leerla y no concordar con el final de ella misma, de pensarla divertida, irónica, al filo del humor, me gusta así, alejarme de críticas, como se alejaba ella.
Tiene que haber una palabra exacta que es la que usaría un crítico, pero tengo demasiado sueño para buscarla. Así que debo simplemente dejar constancia del hecho de que es la magia la que me aleja de la comprensión. Uno de estos días espero empezar a comprenderlo más y más y entonces cortaré el libro en muchas cintas con mil navajas… Eso espero.
Inés Araóz se integra a la escritura de manera natural, digo, no cuestiona el poder de la palabra, aunque el peso de tenerla hace de ella una condición.
Bien podemos decir que somos un texto de palabras no pronunciadas
Cualquier asentimiento solo el deseo fundante de la primera piedra.
Se puede entrar descalzo a las hojas y andar por las líneas escuchando y saber qué es lenguaje para Aráoz, desde esa niña, que cada tanto está en las hojas. (Digo hoja, no página, los lectores somos gente rara, no necesitamos el principio de autoridad de un crítico. Digo hoja)
¡RÍIIIIIAA!
Se me enredaba el nombre entre las piernas, perfecto lazo para el revolcón Fue la primera vez que el nombre me volteaba. Desde entonces empecé a verlo. Mi nombre era siempre un lazo de peso cierto y muy deslizable. Luego vinieron las otras palabras, cubos, esferas, objetos bien reales y ponderables que caían pesadamente o flotaban alrededor toda vez que Alguien las pronunciaba ¡Con que esto era el lenguaje! Hablar de ello no tenía mayor importancia para nadie. Abrirse espacio a codo limpio y lanzar a viva voz, a los cuatro vientos duramente conquistados en unos 40 años, estos peñascos fenomenales: EL LENGUAJE ME ESTÁ MATANDO. ¡Vaya manera de acabar con el mundo!
El ritual de la escritura está presente en la forma increíble de asistir a cómo se han vuelto experiencia una incontable cantidad de situaciones, ella descorre los velos del andamiaje y eso, lejos de quitar la magia, involucra, somos la varita, el mago, la galera y el conejo, según elijamos desde donde mirar la zona iluminada o el contraluz. Y somos el asombro de ojos abiertos ante cada cotidianidad vuelta literatura.
-Te diré que desde hace muchos años, solamente escribo en cuadernos GLORIA de hojas lisas, sin renglones. Dos por año, marcado mes y año con felpa negra en un redondel. Quiero decir con ello que no es la página en blanco lo que cuesta llenar y si no quiero renglones es para aliviar a mis ojos de un impedimento más y aligerarles el paso por la entramada jungla de los días y la memoria y de todo lo celeste, lo más vivo, que se inscribe, una página que hay que ayudar a blanquear.
Adoro Araóz, le robo cosas para propias emociones, palabras que funcionaran si se nombra como ella, es por andar descalza entre las hojas y verla poner el cuerpo. Toda ella en cada hoja.
Era viento la palabra
Era intemperie
La palabra con que disgregué mi cuerpo
Y no se diga No es posible
He visto mi cuerpo de piedra
Disgregarse con la palabra
Es una escritora Tucumana. Estudió Historia y Letras en la Facultad de Filosofía y letras de la UNT. Ha ejercido la docencia en varios ámbitos de la provincia, es coordinadora del grupo Mandrágora y ha compilado varios libros producto de los talleres literarios que dirige. Su libro Zapatos editado por EDUNT, editorial de la UNT inaugura la colección «Mujeres Soberanas»