Por Ana Teitelbaum |
Tengo una deriva personal con una que no es piedra, que es danza y que llamé” Piedra pequeña”. Tengo una deriva con una cosa roja que no es piedra que era herida pero con el tiempo y abreviando la llamé piedra.

Ésta piedra que no es piedra, que era herida, que es cosa roja, tiene estratos que son milimétricos, con características muy distintas:
Estrato 1: plano muy suave, de pelito corto y de un color rojo muy brillante,
Estrato 2 estrato: permanece la mayor parte tapada por el último estrato y guarda cosas adentro y tiene pegados granos rojos esparcidos y su extremo visible está lleno de miles de piedritas de colores, fosforescentes, y de tamaños muy diversos,
Estrato 3: capa vítrea, de textura irregular, con pliegues, estrías marcadas en diagonal con, pedacitos cortados de papel metalizado de color fucsia, violeta; distribuidas azarosamente en toda su extensión, (hoy puedo ver en estratos, antes eran frente y lo demás no importa).

Ésta piedra que no es piedra ni herida y que di vuelta en el 2020 para llevarla a mi jardín, veinte años atrás, duraba sólo una noche.
Pegada a mi, específicamente entre la clavícula y el pecho izquierdo, era visible en su estrato rojo aterciopelado. Pero no era visible desde el principio. ¿Principio de qué? De eso que pasaba cuando duraba sólo una noche y más específicamente 5 minutos.
Cuando duraba, iba pegada a mí por el último estrato, el vítreo, el pegocho y estriado. Y de alguna manera yo también iba pegada a ésta cosa o por lo menos todo lo que nos habíamos inventado, todo lo que hacía era porque ella estaba ahí en ese preciso lugar.

Me inventé con la cosa varias cosas, pasó de palabra “herida” inmaterial a materializarse en esta cosa atravesando varias imágenes que la fueron empujando entre lo embrollado, junto, mezclado y amontonado. Me refiero a eso que en danza y otras lenguas nos gusta llamar proceso creativo.Éste embrollo que comparto hace suelo en un exquisito contexto de ebullición provocado para provocarnos y lanzarnos a la producción coreográfica por primera vez, aquí en Tucumán. Éramos una banda mezclada, heterogénea, de bailarines y no bailarines: Pablo, Martín y Luciana Guiot, Rolando Gonzales Medina, Sergio Aguilar, Horacio Silva, Ana Moyano, Sarita Mrad, Pablo Hernandez, Julieta Ganum, Marcos Acevedo, Marcela González Cortés y yo, quienes guiados por los saberes profundos, amplios y generosos de Oscar Quiroga, Rodolfo Pacheco, Jorge Farall, Jorge Figueroa y Beatriz Lábatte, “dimos cuerpo” a nuestras propias derivas escénicas (ver nota al pie).
Es justamente en este suelo exquisito que pruebo trabajar mi suelo con algo que tenía muy a mano: un pañuelo de tela, de nariz, de “hombre”. Cuadradito suficiente, provocador de temporalidades, esfuerzos, repliegues e impulsos particulares; podía prolongar un impulso y hacer más espacio deslizándome y poner en riesgo eso de permanecer con el pañuelito como único lugar posible.
Pero en el embrollo en el que andaba, el pañuelito aún no contaba, porque yo tenía una “idea muy clara” por dónde ir y cómo coreografiar para contar una historia: un dúo de dos mujeres que tomaba casi de forma literal la historia de una canción en ladino (español antiguo- “una ramika /matika de ruda”. Canción de boda, Bulgaria, Bosnia y Turquía).
Ija mia mi Kerida
No t’eches ala perdisiyon,
Mas vale un mal marido,
Ke jior de nuevo amor.

En esa idea clara, les atribuía movimientos opuestos a las mujeres en cuestión: la hija amante tendría movimientos amplios y horizontales y el piso sería su mayor e irresistible atracción, en cambio la madre no tocaría el piso y su espacio sería muy limitado y vertical, y al final develaría una herida. Forzando todo para dar cuenta de esta clara idea con los movimientos probaba con la hermosísima Anita Moyano los movimientos que ya estaban tan cerrados en mi cabeza. Pero lo forzado se hizo notar muy rápido y abandoné la claridad para sumergirme completamente en el meollo en el que ya andaba, y andar.
Ideas claras 1998-1999
En este pasaje, de la claridad al meollo, arrastro cosas que “caen” en el medio de mis pies sobre el pañuelo y la propuesta espacial se ve colmada con este piso horizontal y apasionado que arrastré, en el que fui encontrándome e inventándome consignas, pautas e imágenes que provocaban movimientos, materialidades, direcciones y sentidos.
“No tocar el piso con ninguna partecita de mi cuerpo”, “no dejar huellas”. Del “deslizar”, acción que vectorizaba las propuestas de la tela-material, al borrar como acción contagio, eco y proliferación de la anterior, al “borrar mis propias huellas”. Provocar los bordes de esas pautas, extremarlas, ponerme en problema con las consignas, poner las pautas en riesgo, eso hacía todo el tiempo.
El pañuelo de naríz se fue volviendo seco, duro y los mismos movimientos fueron empujando su materialidad hasta abrir la necesidad de ir a un pedazo de tela blanca más elástica, blanda, suave y generosa, pero también muchísimo más impredecible y desordenada. A esa elasticidad y desorden los seguí en sus direcciones, esfuerzos, alturas, equilibrios porque el espacio que me ofrecía la tela no era nunca el mismo. Entonces tenía que saber y ver y dibujé las formas de la tela, con qué impulso se enrolla mucho y con qué movimientos la puedo estirar, cómo sorprenderla antes de que se escape, y poniéndome a la altura del material fueron surgiendo los movimientos, la tela me decía qué hacer, cómo, con qué tensión, y se guardó para siempre la atribución caprichosa de enrollarse, torcerse y volverse un hilito de espacio cuando ella se seguía a sí misma o a alguna dirección que yo no podía anticipar.
No sólo la tela como material, también las músicas: provocadoras de velocidades y ritmos, respiraciones, pausas, quiebre; músicas todas, cualquiera, la que ya esté en uso y tenga más a mano.
En el pasaje al embrollo “se vino”, se ligó el claro final: develar una herida. Y esa idea clara se fue ablandando al fuego de una metáfora, al fuego del deseo de disolverse. Y es en este momento precioso del embrollo que no tengo orden para decir lo que tengo que decir, qué vino primero ni qué después o todo junto, pero la herida se instaura como partecita del cuerpo y se materializa para poder disolverse.
Tengo la tela blanca y la herida que creo, era roja y o antes o durante o cuando sea, y aparece el juego con las imágenes religiosas de las estampitas, el sagrado corazón: las muñecas quebradas enmarcando el pecho y la herida, la apertura del pecho hacia adelante y la mirada hacia arriba. Jugar a arquitecturar momentos para habitar en un hacer y deshacer, en un roce temporal entre el advenimiento del gesto y la imágen, entre los gestos y el roce con el color celeste del papelito de las imágenes, el roce con el olor de los papelitos.
Fricción de materialidades, ideas, metáforas, deseos, pies, consignas, riesgos, velocidades, imágenes, ocultar la herida, mostrar la herida y disolver la herida, los tres momentos de la deriva escénica.
Ocultar primero con luz dirigida sólo a los pies, luego ocultar con escorzos, escapes al frente, diagonales, torsiones, con velocidades, estar siempre al borde de la exposición, brazos, pliegues, mientras borro todo el tiempo mis huellas y no toco por nada del mundo el piso concretamente.

Mostrar la herida, el rojo brilloso, abriendo el pecho, estirando sin ver la telita, arrastrándola con el dedo gordo del pié hacia adelante, extremando la extensión en varias direcciones, ocultar y mostrar la cara con la telita, tráfico de imágenes, grandes desplazamientos provocados por la insistencia roja de ser vista desde lejos.
Disolver la herida
Tomar la herida y arrugarla y apretarla en mi puño
hacer el gesto de disolver con mi mano derecha adelante y bien arriba,
y dejar caer desde arriba, de adentro de sus capas, las piedritas brillantes de miles de colores, papelitos metalizados cortados muy chiquititos y ferrite rojo que cae al piso, delante de mis pies, como una mancha
avanzo y saco por primera vez uno y otro pié de la tela, piso la “herida” disuelta en papelitos, brillantina y ferrite
y me alejo caminando, dejando por primera vez huellas en el piso, el escenario.

Todo este meollo intensivo, dancístico, surge como una poderosa ebullición que atraviesa lo arquitecturado para tirar cuerdas conectoras, para salir, conectar. La vibración que estremece esa arquitectura temporal que está constantemente produciéndose, expandió mi campo y se volvió suelo matriz al que siempre puedo volver.
Porque la escritura me dicta de izquierda a derecha y porque quiero conectar, dar y compartir, voy escribiendo de a poquito una quebrada aproximación de un proceso jugoso, hermoso que me mola y me gusta llamar embrollo. Escribir desde el meollo es abrir las temporalidades simultáneas, sentir el hormigueo de voces de diferentes timbres y velocidades que andan esparcidas por la yema de mis dedos, por mis ojos en los dibujos y mi memoria en el pecho donde suena el eco de la voz y la poesía que entramó el meollo para abrazarme fuertemente. No puedo dar a entender que hay algo primero y algo después, puedo encontrarme en un campo abierto, heterógeneo, múltiple que solo de a ratos organiza como puede la preciosura jugosa para compartir.
Me ayuda en este momento lo que dice Michel Bernard:
“el acto de bailar es un singular momento que no está determinado por su principio y fin, sino por su calidad como las estaciones (…) ¿por qué tenemos el deseo de juzgarlo de acuerdo y con la ayuda del modelo normativo de la temporalidad, como un proceso unilineal, extenso, progresivo y serial?(…) la temporalidad de la danza no es la definida por la transición y sucesivo proceso lineal sino más bien a través del juego de quiasmas (entrecruzamientos) sensoriales que son incesantemente entretejidos y destejidos por los cambios situacionales; cada momento ofrece y modela una corporeidad distinta (…) Nosotros tenemos que encontrar una modalidad de enunciación que nos permita traducir todas a la vez estas metamorfosis cinéticas, rupturas temporales, variaciones gravitacionales y fantasías autoafectivas”. (Univ.Paris 8 Saint-Denis-Musidance-Michel Bernard, “Sobre el uso del concepto de modernidad”)
En esto de decir y de embrollo todo se vuelve matríz generadora de meollos, y puedo volver a esa duración material para seguir haciendo prácticas y materialidades.
Era hermoso viajar con piedra pequeña, me sentía tan ligera. Éramos la telita, un frasco con ferrite, un frasco con brillantinas y papelitos metalizados, una tijera y me armaba dos heridas por si alguna no se pegaba muy bien a mi piel. Y listo. Una práctica a la altura del material pero ni la tela, ni la herida, ni la poesía éramos un despliegue infinito de todo lo que podíamos hacer. Todo lo contrario, en un estado intensivo, con mucha tarea andada, no teníamos nada para demostrar, no elegimos la voz más alta ni la más grande. Teníamos una duración de 5 minutos y queríamos atravesar para conectar. Sólo para una honda.
Piedra pequeña, ni piedra de una iglesia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una audiencia, piedra aventurera, como tú.
Amo las piedras, desde éste suelo tan dancístico puedo amar ese proceso de formación de las piedras, puedo ir a ver con la herida y su lado que se pegaba a mí, un mundo. Una materialidad jugosa, encantadora que me hace preguntas y me siento seducida, erotizada.
Amo las piedras, desde esta piedra pequeña puedo ver un cuerpo en mi jardín y ver cómo viene detrás, alterando la linealidad del tiempo y haciendo como la danza hace segregando su propia materia para que la evidencia no coagule en evidencia, viene demorada, un movimiento que viene de otro movimiento que arrastra piernas brazos tensión cámara detalle y seguimiento, un seguimiento tras otro, insistiendo, dándole agarre, textura y corrimiento a la duración.
Amo las piedras, como tú.



Todas las fotos son de mi autoría, a excepción de la que indico que pertenece a Marga Fuentes.
Nota: Taller de Formación y Experimentación en Composición Coreográfica, organizado por el grupo El Estudio, Setiembre de 1998 con producción final en Octubre de 1999, “Experiencias Coreográficas”.
Era un taller gratuito que contó con el apoyo y subsidio del INT.

Ana Teitelbaum nació en Tucumán en 1971. Desde el campo de la danza contemporánea desarrolla sus prácticas como bailarina, coreógrafa y docente, considerando al mismo como un espacio extenso de producción e investigación artística. Actualmente es becaria del Fondo Nacional de las Artes (2019), y obtuvo otras becas y distinciones como la selección para el Encuentro Sudamericano de danza contemporánea en Chile (2001) y la beca de la Fundación Antorchas (1998). Es arquitecta egresada de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT. Es docente de la Escuela de Bellas Artes de la UNT y co-gestiona el espacio de danza El Estudio junto a Beatriz Lábatte. Asiste a seminarios, talleres y workshops de artistas y maestros en Argentina y en el exterior, de danza, teatro y actualmente se encuentra cursando el posgrado en Prácticas artísticas Contemporáneas de la UNSAM. Actualmente forma parte del Colectivo de trabajadoras de las artes de Tucumán, La Lola Mora.