Por Martín Aguierrez |
La primera vez que escuché la voz de Ángel sobrevolando un poema fue en mayo de 2018. Me topé con ese canto, nuevo para mí, afiebrado. Imposible no asociarlo a un verso de Del amor y la tierra (1967) que dice: “cierta palabra emocionada pulsando el instrumento bajo el pecho”, hermosa imagen que construye el poeta ante la experiencia de “un tendal de muertos en otra primavera negra del camino”. Entre la emoción y la muerte; la esperanza y el exterminio; el viaje desgarrado y la ilusión de un nuevo retorno; el cantor vuelve una y otra vez a poner el ojo en la tierra para cantar la Patria y el Destierro.
La Obra abierta incompleta publicada por el Ente Cultural de Tucumán en 2017 recoge cinco poemarios -en verso y prosa- previos a su exilio en 1973. También incluye un conjunto de textos poéticos inéditos escritos entre 2014 y 2016. Allí el lector encontrará Del amor y la tierra (1967), Los cuerpos gloriosos (1970), Pasajeros de la locura (1971), Las edades y la muerte (1973), Cenizas o señales (1973), Cantares I. Del fuego y las cenizas (inédito), Cantares II. Del fuego y las cenizas (inédito) y Canto al fin de los tiempos (inédito).
En la palabra poética de Leiva reconozco dos gestos que se entrecruzan frente a los ojos del curioso lector. Por un lado, lo melancólico ovillado a la lengua del Éxodo, la lengua de las partidas y las pérdidas; una lengua con la que el poeta intenta sostener la joroba del mundo, la red de dolor en la que gime una voz enferma, un jardín de otoño donde se refugia la memoria del fuego. Por otro lado, la palabra “amaneciendo”, en un gerundio que explicita la presencia de algo que crece y perfora esa oscuridad melancólica. Un algo que abre los versos del poema hacia la región de la Libertad. Lo interesante radica en que ese amanecer del Hombre retorna a la Tierra, escrita con mayúscula. Una Tierra a la que es necesario volver para aprehender las historias, las cenizas que se salvaron del fuego. La Tierra es el refugio ante los vaivenes constantes de un mundo sumido en la crueldad del consumo y la máquina apática. Dice el poeta:
Reclamo el sol que haga parir la noche de la piedad o del Auxilio. El aire que se va perdiendo de entre Nosotros como Algo ajeno al Mundo al que pertenecemos. Y, si acaso en tu Cabeza pueden hoy cantar todas las ranas y las bestias de la Vegetación, será porque en la calle de los amantes habremos Presenciado una vez más la caída de los dioses. Entonces, para que te Pongas a Vivir como se debe, es que he desconectado al Cuerpo de las máquinas, y lo que llueve ahora es Música de la Tierra viva (En “Porque no todo es cielo”).
Ángel nos recuerda que pertenecemos al Mundo, a la Naturaleza, a la Vegetación; y que incluso las ciudades, escenarios de las atrocidades del capitalismo feroz, tienen “Cuerpo de animal hermoso”. Volver a la Tierra, reconectarse con ella, es también una forma de que nuestra madre nos lea a solas una carta a la distancia mientras le robamos una costra de cariño a los árboles de la vida.
La palabra poética, entonces, se tensa (no es casual que uno de los apartados de Las edades y la muerte de 1973 sea “La palabra tensa”). La poesía tracciona entre Emily Dickinson y Walt Whitman: “el éxtasis se aprecia por la agonía”. Leiva canta porque quien toca su Libro, toca al Hombre sumergido en la tierra y el amor. “Porque yo amo la belleza hasta en lo áspero”, dice el poeta, y en esa afirmación se condensa la lógica de una obra abierta, incompleta que se escribe “con infinitas sumas de cosas aprendidas en los distintos sonidos emitidos por los refugiados. Y de las muchas Lenguas asimismo influidas por el tema de la Libertad”. Porque, insisto, en esa tensión que habita cada poema entre el dolor de la memoria y el misterio incesante de la belleza de la Tierra, la palabra adquiere movimiento y fluye para transitar desde el exterminio que abrió y abre la violencia (dictaduras, Mausoleos, Colectivos y Trenes del Horror, Holocaustos, Fusilados, Refugiados) hacia la posibilidad de un Hombre Nuevo que vuelva a lo más caro del Cuerpo que es “la Belleza cuando oímos que los amantes se Aman con la actitud de quienes gozan o disfrutaron desde antiguamente del Agua y las comidas en los desiertos”.
El poeta es simultáneamente Colón, Dante, Odiseo, un exiliado político de los años setenta o un refugiado del siglo XXI que se desplaza en pos de un deseo: hallar el itinerario de la otra Guanahani, el otro infierno, la otra Ítaca, la que traen los años. La lengua y el poemario se echan al hombro como un bolso de viaje rumbo a un Nuevo Mundo. Incompleta, abierta, los poemarios de Leiva exigen lectores que abran y cierren el círculo del amor, la tierra, el amor, la tierra…
*Imagen: Del amor y la tierra de Ángel Leiva, Ediciones del Ente Cultural de Tucumán, 2017.
Martín Aguierrez (San Salvador de Jujuy, 1987) es Licenciado de Letras por la Universidad Nacional de Tucumán y Becario Doctoral del CONICET. Forma parte del colectivo Chubascos, grupo creativo que coordina encuentros y talleres de lectura. Publicó Palimpsesto profano: la escritura de Washington Cucurto (IIELA-Facultad de Filosofía y Letras de la UNT) en el año 2016 y artículos académicos en revistas de especialidad tanto del país como del exterior. Asimismo, ha prologado libros de poesía y narrativa de autores tucumanos.
Es bueno que un referente de la literatura local ,tenga una publicación a través del ente cultural,como es el caso de Angel Leiva,y que su voz,escrita,no se ha callado y seguiremos oyendo de el quizás en las escuelas y en nuestro corazón..