Por Martín Aguierrez | El mundo aún no alcanza su total y cerrada dureza de piedra. Todavía sobrevive algo que se contrae y se distiende debajo de algunas superficies y fluye un cierto frescor de aguas remotas y se escuchan tejidos agonizando entre la yerba dura de las montañas. Pero en este borde vacilante ya ninguna forma tiene voz para gritar. “Bosque de piedras”. José Watanabe La ruda vegetación del
Martín Aguierrez

Una casa a cuestas para la Palabra tensa
Por Martín Aguierrez | La primera vez que escuché la voz de Ángel sobrevolando un poema fue en mayo de 2018. Me topé con ese canto, nuevo para mí, afiebrado. Imposible no asociarlo a un verso de Del amor y la tierra (1967) que dice: “cierta palabra emocionada pulsando el instrumento bajo el pecho”, hermosa imagen que construye el poeta ante la experiencia de “un tendal de muertos en otra
Tema libre: Oxido
Por Martín Aguierrez | Universal delicia,no esperabasmi canto,porque eres sorday ciegay enterrada. Pablo Neruda, Oda a la papa Siempre me gustó el remolino que forma la cáscara a medida que el cuchillo le quita el abrigo a las cosas. Una trenza larga que requiere la maestría de la mano para que el remolino continúe y rebote en el piso. Las papas se acumulan en el cajón del patio. Mi abuela

En un jardín de otoño de Ángel Leiva o los almácigos arden la memoria
Por Martín Aguierrez | El poema se deshace en las manos. Crepitar de las palabras que nombran la ceniza y como un chispazo duele la memoria, la soledad, la nostalgia. La poesía de Ángel Leiva se construye justo ahí, en el pozo que dejan las palabras gastadas, incineradas por la experiencia de un Exilio escrito con mayúscula. La ceniza siempre es huella de un fuego que palpita continuamente en el

«Comer en familia» de Daniel Ocaranza o los trapecistas juegan a la muerte
Por Martín Aguierrez | ¿Cómo aproximarnos al abismo y no sentir su hueco atravesándonos? ¿Cómo asirlo con las palabras cuando ellas también son una forma del vértigo? Al momento de releer los doce relatos que integran Comer en familia estas dos preguntas punzaron amenazantes frente a las páginas del libro. Efectivamente, la escritura de Daniel pone al lector en una zona de inestabilidad en la que el gesto recurrente y