Por Gabriel Gómez Saavedra |
Como salido de los «Cantos de inocencia» de William Blake, un niño señala exaltado a la luna y balbucea luz grande, traduciendo su estado emocional frente a la presencia del satélite ante una noche que parece invencible. Pero, a continuación, el frágil dedo de su señalamiento nos advierte que la superficie lunar está incrustada de golpes; evidenciados por cada uno de los cráteres que porta como marcas de guerra. Entonces, la liviana inocencia del dedo del niño se troca en inquietud e incomodidad frente a esta última advertencia.
Con esta imagen, intento acercar el núcleo comunicacional con el que se despliega hacia el lector “La gota”, el primer poemario de Candelaria Rojas Paz. Núcleo que aparece bajo la capa de un falso naif o de un presunto neorromanticismo, pero que a medida que los versos se desandan, va transformándose en un golpe contra una superficie dura; revelándosenos la cara desnuda del dolor o de lo celebratorio como una ofrenda inesperada. Y digo ofrenda porque la voz que dice en “La gota” nos deja en el oído la certeza de que cada imagen transmitida es una costra que antes se asentó en la autora, y que ésta amamantó como una sombra entrañable porque, a pesar de saber que le comía el aliento, se volvería poesía. Poesía que le rodearía el aire con el sacrificio de la asfixia, para entregárnosla. Rojas Paz escribe en el poema “Existencia”:
Todo este universo
está abriéndonos las alas del
encierro.
Dichosa la mosca
que vuela sobre las tumbas
y no distingue
entre una gota de rocío
y la lágrima de la sombra.
y en “Almuerzo en familia”:
Entablar el diálogo:
martillarle uno a uno
los clavos de cada letra,
estirarlo hasta que duela,
darle forma de rectángulo
sobre el marco de madera.
Tabla muda en mesa redonda.
Crucifixión del grito
para trasplantar
al tímpano muerto.
Mirada que gotea.
Una tele encendida.
Hablo de entrega porque, desde mi óptica, presiento en la obra de Rojas Paz la naturaleza del vuelo hacia la apropiación popular; por encima del bosque de dientecitos de cualquier gueto o esnobismo académico vernáculo. Como si en ella habitase la potencialidad de las coplas que los pueblos andinos tomaron del invasor español y volvieron propias del anonimato de su cultura de supervivencia. El canto es familiar, cercano —aún en lo terrible—.
A veces los poemas parecen un grito suave pero desesperado, como nacidos de la frustración de una Casandra que ofrece su verdad desde la habitación donde se recluía Emily Dickinson.
No por casualidad los seres que residen en “La gota” a veces se acompañan o mimetizan con perros. El efecto de familiaridad se hace más innegable, porque a cada olfato desentrañan soledades certeras y nombran racimos de espinas que sólo alcanzamos a ver después de que la sangre nos recorre el dedo:
“¡Claro está!...
Ni él ni ella saben
lamerse solos las heridas!”,
dijo Dios,
con una mínima sonrisa,
los ojos empapados
y la lengua ensangrentada.
Nadie sabe aún
si era de ellos o de él mismo
ese rojo inconfundible.
Sólo sé
que a veces lo escucho
aullando como un perro.
En el estilo, “La gota” insinúa el barroco, pero para engañarnos con una maleza que pronto nos hace salir al claro donde la poesía se paladea chiquita e infinita; sin soltar nunca la música para acompañar lo develado.
Camino dulce pero terrible; oscuro pero apropiable, esta obra de Candelaria que tira una piedrita al pecho, para que el agua nuestra se sacuda en círculos inacabados; alumbrándonos el fondo con la lámpara de la que ha habitado la herida para ayudarla a aullarle al sol.
*La gota de Candelaria Rojas Paz, Ediciones último reino, 2017.
Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
Excelente libro de una poeta inmensa nuestra que hunde sus metáforas en raíces corporizadas!
Admiro a Candelaria como poeta y amiga y gestora del curso de la poesía en las escuelas, una labor que viene llevando hace tiempo. Los chicos conocen poetas nuestros gracias a su labor. Excelente reseña Gabriel Gómez Saavedra