Por Mónica Cazón |
Bordeando la historia con migas de pan
Deja una huella, un libro. Varios puntos suspensivos, una coma, una cadena de cuentos. Carga el morral con pan y suelta las miguitas para ir trazando el camino. Así, paso a paso, se llega a buen puerto, al lugar que nos lleva a conocer parte de la historia. Se ha dicho muchas veces que a la historia la escriben “los que pueden”. Con el deseo de romper este pensamiento, me gustaría considerar aquí, que a la historia la escribimos entre todos. Específicamente los que se toman el trabajo de hacerlo, desde una intencionalidad de aporte a la reflexión. Los que trabajan día a día por ese objetivo, el que eligieron, en este caso el aporte para la lij. La historia de un hombre o de una nación, la visión del mundo es un legado que procede de nuestros ancestros. La presencia de la lij en Tucumán se remonta a mucho antes de las horas de la Conquista, aunque es allí donde comienza a hacerse visible. Sentimos curiosidad y nos preguntarnos, ¿los chicos y adolescentes sabían leer, asistían a la escuela en caso que las hubiere? ¿qué leían los niños tucumanos en aquellos tiempos? No desconocemos que la génesis de la literatura infantil a través de todos los tiempos y de todas las geografías proviene de la voz del pueblo, expresión inicial y profunda de la cultura popular que anida en la lírica como en la narrativa.
Notables
Tenemos que comprender que, en el contexto colonial, Iglesia, Estado y Sociedad, fueron tres aspectos de la realidad muy difíciles de diferenciar. En la práctica no se encuentra una clara delimitación entre estas esferas. Una persona, sea cual fuere su condición económica y social, formaba parte del conjunto de la sociedad en tanto era bautizado. El catolicismo era la identidad religiosa de la sociedad. Estos tres niveles se confundían y entremezclaban. La comunidad de sentimientos y de valores era significativa y sirvió de base para la construcción de una nueva identidad, luego de las revoluciones de independencia. En San Miguel de Tucumán la presencia de la Iglesia fue muy importante, tanto del clero regular como del secular, los sacerdotes seculares fueron ganando cada vez más espacios. Los sacerdotes tenían acceso a la información y la circulación de ideas. (Furlong, 1962).
Los clérigos ejercían una acción “docente” si se quiere, a través de los sermones, la confesión, la predicación, y las demás tareas relacionadas con el ministerio pastoral, por lo que no sería de extrañarnos que, el jesuita Diego León de Villafañe (1741), tío del Obispo Molina, haya dedicado a niños y adolescentes un catecismo rico en historias, versos, versículos y enseñanzas reñidas a las costumbres de la época.
En Tucumán, quien se ocupó desde la lírica de recoger el legado cultural en nuestra región fue Juan Alfonso Carrizo (1895-1957) posteriormente editados como Cantares Tradicionales, que conforman páginas insoslayables a la hora de definir qué es un niño. Los Cantares Tradicionales documentan la autolegitimidad de la infancia en las canciones de cuna, juegos del lenguaje, rimas de regocijo por los fenómenos naturales, remedos, parodias, destrabalenguas y villancicos. Los Cantares Tradicionales posibilitan reencontrarnos con nuestra infancia desde el Arroz con leche, En coche va una niña, Bajó un ángel del cielo, Ahí viene la vaca por el callejón. Cabe destacar que las familias tucumanas, encargaban al Obispo Molino la redacción de composiciones infantiles, para que luego las interpretaran los chicos frente a los pesebres de la época. Era de rigor que, en los días de Navidad, los niños desfilaran por las casas de familia, para admirar las novedades que se registraban cada año en el arreglo del pesebre, y rendirle a cada uno el homenaje de los versos cantados del doctor Molina. Muchas de las producciones navideñas del obispo tenían franco sabor tucumano: hablaban del niño “echadito en el pesebre”, en un “catrecito”, y diminutivos similares típicos de nuestra habla, (Honoria Zelaya de Nader, 200 años de historia de la LIJ en Tucumán).
Sabemos que, en una época de luchas, los notables no se dedicaban a “ternezas”, sin embargo, él lo hizo. Sus composiciones estaban embebidas de calor familiar. La predilección de Molina “era cantar al pesebre, y durante catorce años no cesó en su afán de producir nuevas loas y cantos para preparar coros de niñitas, casi todas sus sobrinas, para que fueran a cantar y declamar ante el Niño Dios”. Así informa José R. Fierro (La Gaceta, Páez de la Torre).
Según Carmen Bravo Visallante en Historia y antología de la Literatura infantil (1964) los niños argentinos leían lo mismo que los niños europeos, y especialmente que los niños españoles, lo que es natural, pues hasta 1816, fecha de la Independencia Nacional, todo lo que en Argentina se recibía, venía de España. En las familias acomodadas, se leía a los niños fábulas de Iriarte y de Samaniego, Fedro y Lafonteine, por ejemplo. Pero, sobre todo, los niños escuchaban los relatos tan difundidos de Las Mil y Una Noches. Las abuelas, las madres, las sirvientas, las nanas, eran las principales hacedoras de transferencia oral. Esto por supuesto es en cuanto se refiere a la literatura culta, del niño de ciudad. En las haciendas y las estancias, las voces de los gauchos y payadores ilustraban a los niños con los juglares, canciones y romances.
Las danzas y las canciones, pioneros en la Lij
Enfatizo el importante aporte de las danzas y las canciones (siglos XVIII/XIX). Danzas que en muchos casos contaban con la participación de chicos y jóvenes, recitando coplas, villancicos, versos. El vals, el minué, la contradanza, el escondido, el remedio, el tunante, la chacarera, el gato, el ecuador, historia de la mariquita, el carnavalito, la danza de las cintas, el papa pala, la condición, la sajuriana, la calandria, el bailecito, la zamba, el guachambes, la firmeza, la huella, el cuándo, el montonero, el cielito y el federal, eran algunas de ellas (Florencio Sal, Tucumán mediados del siglo XIX). Para comprender esto, debemos enfocarnos en la enseñanza integrada, porque estos niños y adolescentes eran protagonistas del aprendizaje. Una de las típicas danzas donde participaban era las danzas de trenzar. Trasmitida milagrosamente por vía oral, esta danza se bailaba en el noroeste argentino y en algunas ocasiones pudo llegar hasta el centro del país, aunque seguramente en la antigüedad fue conocida en casi todo el territorio nacional. En las provincias del noroeste, y especialmente en Tucumán, los niños iban por las calles los días de procesión, danzando y recitando, junto a los pesebres callejeros que se armaban desde Navidad hasta Reyes.
Puede observarse el entramado hasta llegar a comienzos del siglo XX, pero ese tema nos ocupará en la próxima entrega. Luego de esta huella, de estos puntos suspensivos, de las migas de pan.
*Imagen: CIDELIJ Tucumán en CABA. Con parte del equipo, dictando capacitaciones en Escuela de Pilar, junto a la Dra Massara,Dra Nasello, Prof. Ana Mopty y otras. noviembre 2017.
Mónica Cazón (Tucumán). Escritora, Lic. en Ciencias de la Educación y Especialista en Literatura Infantil/Juvenil. Se desempeña en la UNT en Educación No Formal. Docente en PLAT. Coordina la Asociación Literaria Lagmanovich. Fundó el CIDELIJ Tuc (Centro de Investigación, Estudio y Lectura de la Literatura infantil/juvenil -Ente Cultural-UNT- y el Laboratorio de lectura crítica e investigación “MicroLee”. Gestora cultural. Colabora en La Gaceta Literaria y otros. Lleva editos 12 libros de diferentes géneros.
Me parece muy interesante la manera en que la autora nos introduce en el tema, en forma amena y con buena documentación. Espero las próximas entregas.
Muchas gracias.
Interesada en la Lij y agradecida por el aporte brindado por Mónica Cazón, me gustaría recibir próximas entregas.
¡Gracias querida Lía!