Por Elizabeth Rivadeneira |
Cuando era pequeña, mi abuela me contaba historias antes de dormir. Me acuerdo que esperaba ansiosa esos momentos en los que se entrelazaban mundos y tiempos de lo más diversos, los ojos se me iban agrandando de sorpresa y me brillaban con las luces chisporroteantes del brasero. La recuerdo con su delantal gastado y su pelo abrazado en un rodete blanco, calentando la pava gigante de agua en las leñas partiendo el pan humeante entre los nietos que la rodeábamos. Ella contaba, ponía especial cuidado en aclarar que esto o aquello le había sucedido a un primo de una tía de un pariente en cuarto grado de su madre, en Italia, por ejemplo, lo que generaba en mí una suerte de credulidad absoluta en ese relato que me invitaba a imaginar rostros y voces de todo tipo. Nuestra referencia era la guerra, esa guerra lejana que le empañaba los ojos a mi abuela y le entrecortaba la voz, esa que nos alcanzaba con coletazos de tristeza y de injusticia, nosotros preguntábamos siempre si la historia que venía había sucedido antes o después de la guerra. Así sabíamos si pintar de ocres los escenarios, imaginar manteles bordados y mujeres con mantillas.
Cuando fui creciendo me hice consumidora habitual de las historias de Dolina, nuevamente, me leían y era maravilloso poder transportarme hacia la antigua Grecia y escuchar hablar a Zeus con la voz y el sarcasmo del Negro.
Escuchar historias marcó mi vida, y me llevó luego a intentar contarlas. Una vez leí que si las personas, luego de escuchar un cuento se preguntan si eso ocurrió en realidad, entonces logramos conmoverlo.
Hay cuentos que nos hacen pensar, nos conectan de tal manera que llegamos a amar o detestar a los personajes, en esa maravillosa construcción donde se ponen en juego tantos factores, el producto y las resonancias es donde juega en primera el espacio de Librería Atrapasueños. Como lectora que lee y lectora que escucha siento que es un bálsamo en el caos cotidiano. Un lugar donde cada jueves se dan cita una veintena de personajes escapados de las cabezas de nuestros escritores tucumanos, en su mayoría, y nos hacen transitar las más variadas emociones. Cuentos de terror, poesías, cuentos de amor, historias de aquí, de allá, de más atrás. Historias breves, impactantes, crudas. Historias rebalsadas de ternura y nostalgia de infancias compartidas, espacios comunes de nuestra provincia desdibujados en el tiempo, encontrados en un mismo anhelo, en un mismo juego.
Cada jueves por la noche, en un recreo dispuesto entre el ruido de las alarmas y las luces de cientos de ventanas de San Miguel de Tucumán, me dispongo a beberme los cuentos en una escucha profunda y bella.
Se produce un intercambio genuino e inmediato: “¿Qué quieren escuchar? Dice el vocero, y un puñado de personas reunidas como en fogón saltan con voces de niñes hambrientos de ilusión, con el pacto ficcional perfectamente claro, y se sumergen en la historia que sigue. Ansiedad e inocencia se mezclan de manera casi perfecta. Y yo también me sumerjo, de a poco, como los sorbitos que le doy al mate que me acompaña y con la misma calidez. Me enamoro de las fugitivas de amores, me duermo pensando qué monstruos habrán quedado debajo de la cama, pienso en los ingenios de Tucumán, en el familiar, en los desencuentros, en la esperanza. Navego y naufrago en ese mar. Respirar espacios como esos nos construyen entramados en cientos de historias, nos resignifican, nos acompañan en la soledad de las noches de monoambiente. En tiempos de soledades compartidas, de amores distantes y camas tibias, en los tiempos de las terapias obligadas y necesarias, donde la razón para dormir y sonreír viene en blísters de a veinte pastillas, de desabastecimiento en supermercados y en ideas, surgen de rincones inusitados estos espacios necesarios, improbables, construidos de pedacitos de sueños que otros soñaron y hoy nos dejan una puerta abierta a la posibilidad.
Nos asustan sus fantasmas, nos dan tristeza sus despedidas, nos alegran sus encuentros… Todo puede suceder, desde algún lugar, en cualquier parte, donde se abra un libro.
Nací en 1982, desde muy chica tuve atracción por la lectura y por contar lo que sucedía a mi alrededor. Estudié tres años en el profesorado de Lengua y Literatura N 21, lo cual me abrió nuevas perspectivas de escritura. No concluí la carrera porque preferí la enseñanza con una mirada popular, sin embargo fue un gran aporte a mi vida. Soy orgullosamente madre, Psicologa Social, fotógrafa, escritora y estudiante de violoncello. Durante un tiempo trabajé como editora y correctora de textos, publiqué en 2014 un libro de cuentos cortos titulado «Reina Blanca». Participé en cooperativas de Arte y emprendimientos autogestivos relacionados con el Arte como terapia y formas de comunicación universal. Participé en radios comunitarias en la ciudad de Buenos Aires, como locutora, editora y fotógrafa. Realice talleres de Cine en la ciudad de Ituzaingó, pcia de Bs As. Actualmente vivo en Tucumán y participo activamente de espacios artísticos horizontales e independientes desde lo audiovisual.