Por Pablo Donzelli |
Para mí “papilla” es el equivalente a “manzana rallada en un plato rojo de plástico”. Si mi memoria no me falla, las puntas que desarmaban la manzana se disponían en el centro del plato y en los márgenes quedaban el puré, que rápidamente tomaba el color marrón, y un escaso jugo por el que se me hacía agua la boca. Derrotado, veía cómo la cucharita se introducía en esa papilla y salía llena de la jugosa manzana que siempre iba a parar a las fauces de mi hermano menor. Si tenía suerte, apenas ligaba dos o tres avioncitos con lo que se había cocinado ese día. Manzana rallada, nunca.
Cuando daban Robotech, por alguna razón creí que ya era grande para ver dibujos animados y me los perdía todos los días merodeando por los alrededores del televisor blanco y negro de 14 pulgadas mientras mis hermanos los disfrutaban con un vaso de licuado.
Así me pasó por muchos años con la papilla de manzana: aunque tuviera a mano un rallador, platos y manzanas (muchas manzanas), alguien o algo me había dicho que ya era grande para comer papilla y esa sentencia funcionó como un mandato incuestionable. Durante mucho tiempo comí dulce de cayote sin nueces. Descubrí que si se lo sacaba en un punto determinado del fuego lento era lo más parecido que podía encontrar a la manzana rallada. Al menos en el color.
“El tiempo es veloz” dice David Lebon. Y “el mundo da muchas vueltas” me había dicho el dueño de un bowling, el día en que nadie me dio propina cuando trabajaba acomodando los palos, a los ocho años, en un hotel de Chapadmalal. Pues bien, resulta que ayer tres hechos se combinaron para darles la razón a estos dos maestros.
A saber. 1) Tengo una hija de un año y un mes que tiene que comer las cuatro comidas y en el desayuno o en la merienda le toca una manzana. 2) Ayer, un adulto preguntó en su muro de Facebook si a alguien más, aparte de él, le gustaba la manzana rallada. 3) Estoy realmente podrido del dulce de cayote.
Así que hoy, después de ponerle un justiciero “me interesa” al posteo del adulto, me dediqué a rallar dos manzanas en el plato rojo de plástico que le regalé a mi hija Indira para su cumpleaños. Y aquí estoy, sentado frente a ella que está en su sillita de comer. Tengo una cucharita chiquita para hacerle avioncito y una cuchara sopera para enseñarle con el ejemplo.
De niño me recuerdo armando incontables torres, como estructuras, que me acompañaron toda la vida. Esas mismas torres que, hoy, le armo a Indira y que ella, de un manotazo, las hace papilla en el suelo. Así, papilla, como la estructura que no me dejaba salir del closet del dulce de cayote.
1974, Santiago del Estero. Fundó y dirigió la revista Trompetas Completas (2004- 2015). Publicó Hemisferio Izquierdo (1999), Los Perfectores (2003), La Sonrisa que Pintó Leonardo (2007), Jugo (2015) y El Diario de Pablo (2018). Participó en el libro de cuentos 5 x 5 (2016).
No es casualidad Pablo esta cuestión que nos incumbe respecto de la la manzana, sea rallada o no. Ya en ‘La diosa blanca’ Robert Graves nos cuenta que la manzana es la fruta de los poetas.
Muchas gracias por tus palabras que respeto mucho, Mario.