Por Cecilia Rocabado |
La literatura a veces también dice el horror y lo amargo, abraza los miedos, denuncia la injusticia, y casi siempre nos atraviesa y sacude. La ficción entonces no es ficción, y la crudeza reverbera y de a poco se apodera de tu mundo, y regresas a ser Juan, Mariel, Manuel, Tina…
Decime Julieta llego a mí, como parte de un trabajo de cátedra[1] y habitándome desde una primera lectura, me devolvió inicialmente al frio, a la impotencia y a la realidad.
La obra, recibió el 1° Premio en la categoría Novela del Certamen Literario Provincial 2019[2], y fue escrita por Santiago Jorge. Dividida en 4 capítulos, relata parte de la historia de Julieta, una joven trans en la provincia de Jujuy.
La historia se abre con una escena de violencia manifiesta, Sergio en San Pedro de Jujuy, es atacado por su padre, que lo golpea ante la presencia de una madre abatida de antemano. Identifico a Sergio en la voz de una madre y voy develando mis propios prejuicios y encontrando a Julieta cada vez más ella a lo largo del texto. Una narradora en primera persona reacciona: “Mi principal defecto, la cruz que colgaba entre mis piernas, a veces oficiaba de virtud. Para ser clara, era una mujer con dos pelotas de verdad. Me puse de pie y lo enfrenté a viva voz”[3].
A partir de ese momento, la narración raspa, inquieta, estremece, conmueve con más vehemencia. Las voces narrativas se alternan en lo sucesivo, escuchamos a Julieta o a alguien que nos cuenta lo que ocurre con ella. Ingresamos en espacios turbios, reconocemos situaciones que elegimos no mirar; espectáculo y participes necesarios.
En un hogar que no lo es, acompañamos a la Julieta “intramuros” de 16 años, lectora y aprendiz de teatro, expulsada de un Sistema Educativo al que solo le importan los números, con la burócrata de turno que amenaza y que no entendió nada de lo que significa estar en una escuela y ser docente. Sabemos de su huida a San Salvador de Jujuy, luego de un crimen aterradoramente espeluznante (si alguna calificación le cabe), de una madre que no cree lo que oye manar de la voz de su hija, de una decisión que parece demasiado frecuente.
En la ciudad, la soledad y los recuerdos, el silencio y la indiferencia. La observación minuciosa de los gestos femeninos, la posibilidad de ser ella misma. La pobreza acechando, y la vida en los márgenes. El encuentro en “El Congo” con la tierna y solidaria Mabel, su madrina, su amiga. La vida de las chicas trans agolpadas en lo minúsculo de los espacios. Los nuevos miedos, los nuevos modos de vestir, de crisálida a mariposa…
También el primer trabajo, el calor de la amistad de Lucas, los ahorros y los sueños del futuro. La irrupción del supuesto amor, como hechizo que ciega a la inocencia y la destruye. La vida que se vislumbra agradable, hermosa y que muestra sus miserias más bajas en un abrir y cerrar de ojos. A partir de allí, la caída, el vivir para sobrevivir, la calle con sus personas grises, que solo saben de odio y rabia, “carne de cañón”, “Cacho”, “puta de mierda”. Las instituciones que no te cuidan, sino que laceran tu humanidad, no sos nada, solo el blanco de su violencia y su impunidad; el desprecio de los que se creen superiores por haber nacido en una impostada cuna de oro y el laberinto oscuro donde no ves una salida más que seguir respirando, por ser quien sos, para ser quien sos.
Es en ese mundo lóbrego donde Julieta se dice Julieta, existe, declama, exige que la nombren. Invoca el sagrado derecho de ser llamada, se enlaza en la urdimbre de los corazones ávidos de amar como quieran, ¡cómo quieren! En el cierre, un final que no concluye, un tiempo circular que nos devuelve al principio, la certidumbre del constante abandono.
Decía que el libro contaba una parte de la historia de Julieta, porque la imagino, la siento viva, expulsada hasta de la tinta; errante en su invariable orfandad. La imagino pero además la veo cada día, en los rostros diversos de algunas historias que difunden los medios de comunicación: desaparición, violencia, abuso, asesinato, la ferocidad, la ira y el ensañamiento hacia lo que no se quiere ver, mejor dicho a lo que se ve pero no se considera siquiera humano o normal. Como si deviniéramos en deidades juzgadoras de lo que está bien con licencia para matar y aterrorizar.
Entonces pienso en las
historias invisibilizadas y deseo volver a estar atrapada en las páginas de la
novela, leer como a Julieta ya no le importan las habladurías del mundo, esperar
lo mejor y no salir de esa ilusión. Pero entiendo que no hay burbuja que te
salve o te proteja de ser quien sos, porque en realidad no hay nada que salvar
o proteger. Nos disfrazan el amor con las Julietas de los amores eternos, donde
un caballero viene a completar tu existencia, a darle sentido a tu vida. Y
entendemos en el camino que no hay nada más lindo que amarte a vos, que ser
quien elegís ser, que amar a quien queres amar. Decime Julieta es por lo tanto
también una novela de amor (y de su ausencias), de esos colores incipientes de
las infancias y las juventudes que claman por abrazos, de esa amiga que te
espera con un mate y te reinicia, de ese desconocido que te defiende y te
tiende una mano, de vos siendo vos en este mar de gente.
[1] Cátedra Literatura del NOA. FHyCS-UNJu. El libro forma parte de un corpus literario propuesto por la Doctora Alejandra Nallim, para el estudio de la Literatura Lgtbqi+, Literatura travesti y Literatura lésbica en nuestras provincias.
[2] Organizado por la Secretaría de Cultura de Jujuy
[3] Los entrecomillados de aquí en más son citas textuales pertenecientes a la novela Decime Julieta

Nació en Jujuy, en octubre de 1981 y vivió 18 años en San Miguel de Tucumán, donde estudió y trabajó en distintas instituciones. Profesora y Licenciada en Letras (UNT), retornó a su provincia natal en enero de 2019. Actualmente, es docente de Nivel Superior y realiza trabajos de investigación en la FHyCS de la UNJu. Además, promueve y distribuye libros de La Papa y Edunt en Jujuy.