Por Nicolás Jozami |
A veces, es como encontrar una perla en un mar de tinta. Por eso salimos disparados a buscar el mataburros, sacarlo del estante o poner DRAE en el Google. Una vez que encontramos el término o giro que amenazaba con descorrer el sentido del párrafo, quedamos anestesiados, como si el propio potencial del diccionario nos narcotizara de la manera más natural e incontrastable.
No voy a negar las virtudes de estos bodoques enciclopédicos o de bolsillo, de tapa blanda o con mapas a tres carillas. Uno adquiere léxico, suma sonidos y sinónimos a su bagaje lingüístico más o menos desarrollado. Ahora cabe decir algo más: el diccionario es la droga más efectiva del sentido unívoco. Lo cerca, lo delimita y de yapa tranquiliza al buscador que por momentos rellenó esos huecos en la página con cualquier otra cosa que no era precisamente lo que esa palabra quería decir.
Noé Jitrik dice que en una biblioteca conviven los sentidos, batallando pero enriqueciéndose mutuamente. Precisa y lacónica definición. Desbrozando, el ensayista infiere que, en la disputa del pensamiento y la creación, puede cruzarse Juan Moreira con Juvenilia; un amargo Martínez Estrada con el más eufórico John William Cooke; una novela de Briante con alguna de Guebel. Jitrik lo sabe también, como lo sabía -extrapolándolo-, Sarmiento: las ideas (o sistemas de ideas engarzadas) no se matan. Solamente pensemos en esa irregular, ambiciosa e indescriptible lucha de sentidos que pululan conviviendo y defendiendo sus tesis en las bibliotecas. Pensémoslo como un gran diccionario confuso, no para diletantes, sino para encendidos y acechantes guardianes de lo contradictorio y metamórfico.
El otro bodoque, esa invención inmensa que en nuestro idioma podemos datar a inicios del siglo XVII, no comulgaría ni cedería espacio a la contradicción, pues su objetivo es la plasmación de una concordia que deposite el poder del entendimiento, el saber y su acumulación, en alguien que no es el lector que descubre la palabra. Veamos: hallo una palabra, o dos, o cinco que no conozco y, al buscar en el diccionario su significado, la anestesia fluye en mi comprensión de la totalidad cercada de lo leído como si se aspirara una morfina invisible, que impide sobreponerme al dictamen de quien definió ese término, así.
Un experimento interesante con los diccionarios: buscar una palabra, como Ameno, por ejemplo; luego ubicar en su definición otra palabra, especialmente un sinónimo de aquella y ver a qué palabra direcciona su sinónimo o alguna que esté dentro de la definición de Ameno. De esa manera, un poco pedestre pero no por ello reveladora, cada definición de cada palabra, al ofrecer lo distinto, resulta que significa, o puede levemente significar con su sinonimia más o menos adyacente, cada una de todas las otras palabras encerradas en el diccionario.
Sigamos con el ejemplo. Una definición de la palabra Ameno, según el Diccionario de la Real Academia Española es: adj. Grato, placentero, deleitable. Buscamos Grato: gustoso, agradable. Vamos a Agradable: que produce complacencia o agrado. Complacencia: satisfacción, placer y contento que resulta de algo. Satisfacción: Confianza o seguridad del ánimo. Confianza:… y podemos seguir. De Ameno a Confianza hay una línea delgada pero línea al fin que las une (y no creo que los dos vocablos sean algo parecido). Entonces la pregunta que surge es ¿cómo; todas las palabras, de uno u otro modo, están emparentadas como equivalentes esquivos? ¿Quieren decir algo similar? La respuesta es compleja.
Hubo un sketch -entre tantos- del humorista Diego Capussotto, en su programa aquél Todo por dos pesos, llamado HP, en el que jugaban con las maneras, los tonos y la evanescencia arenosa del sentido de las palabras “Hijo de Puta”, cuyos personajes las utilizaban constantemente para marcar -cada vez que las decían- un sentido renovado, en una situación única, específica y que, (he allí el logro), tenían la cualidad de no poder ser reemplazadas en cada situación de comunicación, por cualquier otras. Cada marca en la deíctica frase “hijo de puta” sirve de sendero a todo lo otro que se va diciendo en el sketch; sin esos énfasis necesarios en el tratamiento del mismo vocablo no se comprendería el resto de lo que dicen los personajes. Y con esto recordamos el legado de Saussure -y la gran complicación, complicidad para lingüistas, filósofos del lenguaje, semióticos- que fue hallar que la lengua es un sistema de diferencias, regulado y abroquelado en sus propias convenciones, entre las que influye la situación en que se habla, la pragmática. La letra H es muda pero en realidad todas lo son; la letra S es S porque justamente no es ninguna otra del abecedario, pero si solamente existiese la letra S, ¿qué significaría ese sonido que expele un vientito por entre los dientes?
Hay ejemplos de estas colecciones de palabras que han intentado diversas experiencias. Me quedo con uno: el Diccionario del diablo, del narrador norteamericano Ambrose Bierce. En ese catálogo, Bierce escoge cada palabra ordenada alfabéticamente y le asigna el significado que le interesa resaltar, rescatar, con un humor envidiable, políticamente incorrecto, pero por lo certeramente corrosivo. Escojo palabras desde el inicio al azar: “Amistad”: barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta; “Aburrido”: dícese del que habla cuando uno quiere que escuche. “Africano”: negro que vota por nuestro partido. “Aire”: sustancia nutritiva con que la Providencia engorda a los pobres. “Boda”, s: Ceremonia por la que dos personas se proponen convertirse en una, una se propone convertirse en nada, y nada se propone volverse soportable. Por último, “Celoso”: adj. indebidamente preocupado por conservar lo que sólo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo.
Los diccionarios son princesas de la quietud; aun así, desde los mismos diccionarios es desde donde se puede hacer brotar y florecer el lenguaje. Dejo una última precisión. Sin que nos demos cuenta, cada uno de nosotros lleva un mataburros oculto, carga con esas palabras que son tizones en el cielo cotidiano de los días. No es ninguna quimera el hecho de que todos recurrimos a los mismos diccionarios para informarnos, para entender, pero nos cuesta recurrir con nuestro diccionario humano al de los demás, para hacer el esfuerzo de comprender qué clase de sinonimia hermenéutica existe en el pesado volumen que el interlocutor carga como bendición del lenguaje, y que ofrece sus propias definiciones.

Nicolás Jozami (La Pampa, 1979). Escritor, docente, investigador. Ha publicado los títulos de cuentos: Galería de auxilios (no editorial, 2019); Hueso al cielo (Alción, 2018); La joroba del Edén (Cartografías, 2018); El brillo gemelo (Borde perdido, 2016) y La quimera (Ciprés, 2009). Poemas, cuentos y ensayos suyos han sido publicados en diversas antologías y revistas, en formato papel y en la web. Colabora con reseñas y notas para los diarios Hoy Día Córdoba (Córdoba), La Arena, (La Pampa), El Liberal, (Santiago del Estero) y en revistas digitales, como BIFE, Barbaria, El Ganso Negro, Viejo Mar. Entre otras, ha obtenido las siguientes distinciones: Mención especial del jurado en el “Primer concurso de Narrativas de la editorial de la UNC” (Córdoba, 2020), “Primer premio en el concurso literario ACIC” (Córdoba, 2016), primer premio en “Certamen de microrrelatos Siete Sellos” (La Pampa, 2017), finalista en el “Primer Premio «Diderot» categoría ensayo de Ápeiron Ediciones” (2017, España), primera mención en el “IX Concurso de cuentos Manuel Mujica Láinez” (2015, Buenos Aires). Ha dictado y dicta talleres de escritura de invención.