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ISSN 2684-0626

 

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Dos aires de una puñalada

Sobre la poesía de Álvaro Cormenzana

Por Gabriel Gómez Saavedra |

La lechuza, cuando es noche,

sentadita en una rama,

con un ojo mira el mundo

y con el otro lo cambia.

Miguel Ángel Pérez

Hay una poesía en la que residen los dos aires de una puñalada, el de entrada y el de salida, y que dejan una herida que oscila entre lo elegíaco y lo satírico, pero sin ahorrar en precisión, ni en lucidez, para la belleza que ofrenda; porque en ella es evidente el resultado de una decantación que pareciera venir de varios años atrás. Esta poesía, la de Álvaro Cormenzana, se inscribe como una continuidad de la estela latina y española clásica, con la valía de imprimir a sus versos una vitalidad que supera, incluso, su propia contemporaneidad.

Ejecutor de una obra breve pero sólida, que comenzó a mostrarse en la década de 1970, Cormenzana fue un poeta que flotó inabordable por las seducciones de las corrientes estéticas de turno que rodearon su biografía, como si su faro estuviera dirigido a develar qué tiene todavía para dar y fluir la más alta tradición poética; reformulándola para cargarla de materialidad, de un tacto posible, donde su torre de marfil esté al alcance de todos: “Hacen falta / demasiados elefantes / para construir / una torre / en donde / quepamos / yo / y / mi lápiz”.

Volviendo a los dos aires de puñalada mencionados al principio, puede decirse que el primero experimenta sobre el vasto desierto de la ausencia, caminado desde la lírica con una pericia tal, que uno podría jurar que lo ve florecer; engendrando el rostro de la ausencia con una entidad que acompaña a la soledad y resignifica el vacío, y que dialoga con el yo poético sin que uno superponga al otro, en una armonía tan exquisita como abrumadora, porque sus existencias son interdependientes, como dos aves danzando sobre un precipicio con la amenaza del agotamiento fatal: “Mi cuerpo son historias / de alguien / que eligió mi nombre / para olvidarlas” o “Ausente de ti / me miras / conmigo”. Aquí, el olvido es presentado como un recurso ineficaz frente a lo ausente, como un esfuerzo absurdo: “vean a los sueños mostrar / que el olvido / es una hazaña / de la memoria”. Pero, si bien la ausencia abraza la voz poética de Cormenzana, vuelta abrigo alucinado, el autor edifica, como contrafiguras, al agua y a la música; símbolos que salvan de cualquier hundimiento orfeico. Por un lado, el agua es la hostia que rescata lo perdido y le da un nuevo cuerpo pero, a la vez, evidencia que no hay regreso posible: “Y desaparecí / cuando ella, / desnuda a  mi lado / preguntó si es verdad / que se pudre / el cadáver de un sueño”; por otro lado, la música, es la tabla de salvación más perfecta del alma, presentada por el poeta (Cormenzana fue violinista de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Tucumán); en ella se puede habitar sin que el tiempo tenga de dónde asirse para degradar: “Tocando el violín / en la fuente seca / de su infancia, / tuvo sed de mirarse / en el agua muerta / del espejo / y nunca pudo escapar / de su memoria”. La sed y el rescate son dos motivos que bailan en este aire de puñalada y remiten a aquellos “Cinco poemas de la sed” del jujeño Raúl Galán.

Pero hay un segundo tono en la poesía de Cormenzana que lo emparenta con la obra de otros dos poetas de la Provincia de Jujuy: a su contemporáneo, Ernesto Aguirre, con quien codirigió la revista “Gorrión”, y Ezequiel Villarroel, poeta de la nueva generación de la provincia norteña. Éste es su segundo aire de puñalada, donde hallamos la acidez del que mira el mundo por las grietas de lo solemne, resonando como ninfas en tensión risueña ante la luz esclarecedora de la ironía: “y el yo que atrapo / siempre deja escapar / a un sujeto / que / ni siquiera frente al espejo / es uno mismo” y que se permite calzar una voz, a veces, cercana al epigrama, otras, al asombro infantil: “Llega el otoño. / Caen / las viejas hojas / del sauce / y / se llena de peces / el aire”.

Una u otra de las puñaladas son el aire de una poesía sabia, forjada con la intensidad, mesura y decencia de un poeta que podría leerse como un clásico que caminó nuestras calles con las ropas de estos tiempos; que supo imantarnos cuando, en alguna noche afortunada, nos topábamos con él recitando de memoria sus poemas, escrutando el mundo con su ojo abierto y su adentro con el semicerrado, para quedar como caídos en un violín.

Álvaro Cormenzana falleció el 7 de octubre en San Miguel de Tucumán; en esa ocasión, Pablo Dumit me envió un poema que escribió, a modo de retrato metafísico, para despedirlo, y que traigo hasta aquí como cierre inmejorable para este texto:

póstumo de poeta con violín

                  a A.C.

/un violín ha muerto

y

el poeta se recuerda a sí mismo

saliendo de un espejo

cargando la muerte de un violín

sentándose en un bar del centro

a mirar pasar otros poetas

/no se les morirá un violín porque no tienen!

dice

y canta su canto aviar

/un poeta ha muerto

/ahora su violín vuela sobre el mundo

mirando pasar el tiempo y los violines

y canta

/no se les morirá un poeta porque no tienen…


Imágenes: Camilo Ramos Gatti

*

Álvaro Cormenzana (Buenos Aires, 1954 – San Miguel de Tucumán, 2018)

Vivió su niñez en Jujuy y desarrolló gran parte de su vida literaria y artística en San Miguel de Tucumán, con periodos en distintas localidades jujeñas. Su libro Los Poemas del Jigante recibió el Premio “Ricardo Jaimes Freyre” en el año 1977; el jurado, que estuvo compuesto por los poetas Raúl Gustavo Aguirre, Olga Orozco y Roberto Juarroz, recomendó al Ejecutivo Provincial su publicación, lo que fue rechazado por el gobierno militar de entonces.

Fue finalista con mención en el Concurso de Cuentos Revista Hispanoamérica de 1978, con un jurado conformado por Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos y Julio Cortázar. 
Publicó Algo por el estilo que, junto con Los Poemas del gigante, fueron reeditados con los auspicios del Ente de Cultura de Tucumán y del Ministerio de Cultura de Jujuy. Posee una novela inédita: El atril.

Fue violinista y formó parte de la Orquesta Sinfónica de la UNT.

*

Camilo Ramos Gatti (Tucumán, 1978)

Es diseñador gráfico, escritor y músico. Integró la antología Poesía Joven del Noroeste Argentino, compilada por Santiago Sylvester y publicada por el Fondo Nacional de las Artes, y la antología Reñidero publicada por Culiquitaca ediciones. Participa como invitado en diferentes eventos literarios, y trabaja como diseñador gráfico e ilustrador, para editoriales tanto locales como nacionales.

Actualmente es director artístico y SEO Manager en la revista “A y C”.

Una respuesta a “Dos aires de una puñalada”

  1. Gabriela dice:

    Me encantó,la reseña,la poesía,la música.

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