Los restos inquietantes que la poesía no puede nombrar, los escombros del infinito y el ser deseante, las zonas oscuras de la belleza son algunos de los ejes de esta conversación con la poeta Agustina Villarejo, en razón de la publicación de su libro Tierras Raras, editado por el sello radicado en Tucumán, Aguacero Ediciones.
Por Pablo Toblli |
-Para comenzar, me gustaría preguntarte sobre tus modelos de poetas. Creo que existe en Tierras Raras una sensación de vértigo por una combinación de esa sintaxis extrañada como le llamás en uno de tus poemas y registros más orales, con la inclusión de frases comunes: “corto y hago formas cerceno lo infinito por un rato pongo / nombres reconquisto esto es mío merodeo por sinuosas periferias / pruebo el borde / hay un punto caramelo de las cosas”. Ya desde el arte de tapa hay una intención de brillo y opacidad. ¿Ese efecto lo buscás como dos lenguajes que se corresponden a dos percepciones, de esa “zona sucia” y “zona limpia” como escribís en tu poema Génesis?
Desde siempre he sentido atracción por las expresiones coloquiales, dichos populares, clichés de los buenos, lugares comunes. Puede ser que en Tierras Raras algo de eso se haya colado y genere ese efecto de mezcolanza donde, como sugerís, la zona sucia y la limpia se funden. Me gusta mucho que las palabras se extrañen entre sí al rozarse con otras que, a priori, no serían de su mismo universo semántico. Me interesa explorar cómo pueden convivir la jerga cotidiana con alguna palabra docta, extraña, rara. Mi modelo de poetas puede ser que algo tenga que ver con todo esto. Me gusta la poesía que nace de la observación atenta al paisaje (ya sea urbano, ya sea rural): Oliverio Girondo, Mary Oliver o Joaquín Gianuzzi. Mirones y merodeadores que mediante el detalle funden la conciencia poética -que a veces puede parecerse a una revelación- con la opacidad de lo real.
-Creo que una de las ideas gravitantes en tu libro es la homología deseo-infinito. Esa tensión parece resolverse por la búsqueda de una forma. En este sentido, el límite a lo caótico del deseo o lo infinito viene a ponerlo el lenguaje. ¿El deseo puede ser monstruoso como el infinito, lleno de escombros innombrables y sin cauce? ¿Coincidís con esta lectura? ¿Fue esta una de tus primeras movilizaciones en tu poesía?
Me gusta esta idea que traes de lenguaje como límite. No hay deseo sin borde y el infinito representa justamente ese desafío. Si tengo que pensar en una de las primeras movilizaciones de mi poesía es, de nuevo, la atención al mundo. Una curiosidad movilizada por el deseo de hacerla pregunta.
“Lo perturbador existe. Puede encontrarse a plena luz del día en la geometría/infinita. Figuras que deambulan por un salón lleno de espejos” son los versos de uno de los poemas de Tierras Raras que salen de una imagen, una fotografía que saqué yo de una hilera infinita de árboles. La captura de una foto que deviene en la captura del lenguaje para intentar prestar atención un poco más.
Creo que el deseo y el infinito pueden ser monstruosos ya que están hechos de la materia del vértigo. Coincido en esa lectura y en que la búsqueda de mi forma en este libro estuvo llevada por la posibilidad de explorar el borde, el límite, como un intento inocente y torpe de definir ese cauce, siempre transitorio.
-En un poema escribís “…el espacio que queda entre dos puntos, se mueve”. A partir de eso, ¿qué simboliza ese espacio entre las cosas en tu poesía y en tu cosmovisión más de tipo existencial? ¿Es la forma de ese espacio entre las cosas la que determina que las cosas del mundo se acerquen, se alejen y existan?
Definitivamente, que las cosas del mundo puedan acercarse o alejarse solo es posible por la habilitación de ese espacio. En muchos de mis poemas veo también cierta obsesión por dimensionar lo espacial en el sentido más geométrico-geográfico del asunto. Me inquieta la dimensión espacial, los modos que inventamos como humanos para habitarla, recorrerla, transformarla.
-Hay un verso que me llama la atención: “los enfermos intentan / buscan capturar para sí / algo de todo ese lenguaje extrañado […] Se resisten a ser / totalmente / nombrados”. Y en otro poema: “moléculas viajeras / un vagón cargado / de todo lo que no pudimos”. ¿Qué ocurre en tu escritura con aquellos restos que no pueden ser apresados por el lenguaje?
Creo que está relacionado con lo que conversábamos antes, sobre el residuo-deseo. Puede ser que mi escritura provoque en muchas personas un cierto desconcierto. Y eso me interesa. Me deja sí, en un lugar dislocado, pero no estoy sola. Ahora, al leerme, somos dos. Me parece interesante desconcertar, dislocar porque también eso es lo que vuelve posible la inquietud y la pregunta. El impulso por incomodar es algo que viene también de mi formación como antropóloga. La antropología en su afán entrometido ha buscado justamente con insistencia esa pregunta por lo otro, lo extraño. El hecho de que el lenguaje no pueda apresarlo todo y que algo en mi poesía sea incomprensible, considero que habilita en el otro el deseo de querer llenar la incógnita con la propia lectura.
-Una última pregunta para cerrar. Hay quienes son partidarios de que la belleza se aprecia en silencio, sin explicaciones. En el poema que cierra el libro decís que el sistema nervioso está obsesionado por la comunicación. ¿Crees que el encuentro de cualquier forma de belleza no puede ocurrir sin el ordenamiento del lenguaje? ¿Amamos más los relatos sobre las cosas que las cosas en sí?
¡Qué buena pregunta! Definitivamente creo que el encuentro con la belleza puede suceder por órdenes y marcos extralingüísticos. El lenguaje es esta trampa que inventamos y con la que muchas veces nos conformamos hasta que llega la hora de los sueños. Ahí, en el mundo onírico, tenemos la posibilidad de contactar la belleza echando mano a otros saberes. Lástima que después, al despertarnos, volvamos a obsesionarnos con armar relatos sobre lo que vivimos en esa dimensión. Los escribimos en diarios y los relatamos a nuestros amantes a la hora del desayuno, volvemos a intentar revivirlo otra vez. Creo que coexisten ambas -múltiples- formas de conectar con la belleza. Y se nutren al olvidarse mutuamente por un rato.
Agustina Villarejo (Buenos Aires, 1988). Es antropóloga y docente. Realizó una maestría en escritura creativa en la Universidad Tres de Febrero. Actualmente está terminando su tesis de doctorado en la Universidad de Buenos Aires en la que investiga temas de salud y enfermedad desde un enfoque etnográfico. Tierras Raras, su primer libro, mereció el I Premio Aguacero de Poesía Joven 2023.
Es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa Revista y redactor en Indie Hoy. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.