Por Gabriel Gómez Saavedra |
“Tus palabras se parecían a la palabra pan” reza, en blanda sentencia, un verso de Manuel J. Castilla. Y es que, si se busca un inabarcable y, a la vez, íntimo juego de espejos que nos refleje a nosotros —y a los nuestros— en la historia, indudablemente caeremos sobre los terrenos del lenguaje.
Heidegger, al abordar la obra de Hölderlin, deduce que la palabra llega a los hombres a través del diálogo, pero que, para que dicha intersubjetividad sea posible, previamente tiene que haber operado un anclaje sobre aquella, que la erija en la posibilidad de ser permanente para poder empezar a nombrar y, por ende, hacer circular la existencia de la historia. Esa tarea de impresión, estaría conferida a los poetas; según lo interpreta tomando los versos de Hölderlin que dicen “Los poetas echan los fundamentos de lo permanente”.
Quizá, andando una búsqueda similar a la de Heidegger, Amira Juri accede al atrevimiento de darle dimensiones cuasi tangibles al lenguaje; para que se vuelvan más visibles las claridades, heridas, cicatrices, temblores, contradicciones y, sobretodo, la eterna incapacidad del mismo para abordar con plenitud de esencia al objeto referido. El lenguaje en “Los cuerpos del lenguaje” será entonces la presa permanente con la cual se ensañarán los sabuesos de la frustración generada por aquella incapacidad. Frustración tatuada como la sombra del agua; frustración que la poesía, como un sino cruel, está destinada a evidenciar. Juri se sirve, a mi entender, adecuadamente y a conciencia de esa incapacidad, de la estructura del poema, para que a este “ser” que postula como protagonista (el lenguaje), le sea posible jugar, con diversos juegos y rostros —colectivos y no—, al génesis. Así lo percibimos en su poema “40”:
Una tarde, escudriñó un proverbio persa:
“ningún jardín surgió nunca de las tinieblas”.
Sus labios se volvieron letras luminosas
las montañas azules derritieron sus tierras
las noches intercambiaron lunas
pero los humanos combatieron una vez más.
Juego que a veces será el de rodearse con silencio, cuando, como sucede en el poema “7”, ni a la muerte le es dado nombrar el nombre de alguno de sus muertos:
En Granada, a las “cinco en punto de la tarde”
supo de la muerte
que no muere,
de esa hendidura solitaria,
que descuelga todas las tardes,
el pavor e existir.
La finitud era un polen vivo en todo el aire.
Sin embargo, aún cuando se haya elegido la tercera persona para esta obra, es inevitable no percibir que detrás de su composición reside asombrada y dolorosa la carne de la autora. Porque “Los cuerpos del lenguaje” es, sobre todas las cosas, un ejercicio de entrega; de mirarse en el lenguaje que la moldeó desde su tradición popular y literaria. Su propia materia histórica. Ejercicio de entrega que es, a la vez, un acto de afirmación existencial sobre el tiempo que nos empuja por sobre la supervivencia subterránea del lenguaje que somos.
*Imagen: Los cuerpos del lenguaje de Amira Juri
Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
Un honor para mi tu maravilloso comentario poeta amigo ! abrazo enorme siempre !