Por Leopoldo Silva |
Para los que tenemos cierta predilección a la hora de leer crónica, no ficción o periodismo narrativo y que por alguna razón nos conmueven particularmente las historias documentales y las -siempre increíbles- versiones de la experiencia humana, celebramos un nuevo libro de crónicas. Que además es una joyita del género. Una antología compuesta por perfiles, crónicas de viaje, gonzo y crónicas del yo. Un muestrario de lo mejor de lo mejor de nuestro cronista tucumano contemporáneo. Doce historias del universo de Exequiel “Pollo” Svetliza que ahora orbitan todas juntas en un mismo libro que acaba de publicar La Papa.
Investigar, ir, vivir, en muchos casos disfrutar, mirar, volver y escribir. Se trata de llevar el ejercicio periodístico y la escritura a una relación específica con el lenguaje, el de la literatura. Se trata de crear bellas piezas cuya arcilla ha sido extraída de las canteras más delirantes de nuestro mundo real. Y con eso moldear, ordenar las palabras para contar historias que han resistido los embates de los fugaces tiempos de los medios digitales y se han infiltrado para ahora hacerse libro.
En épocas donde las realidades virtuales parecen coparnos el mercado, el Pollo compila doce historias y nos muestra una realidad, una que implica salir de nuestras casas y toparnos de lleno con la experiencia humana. Experiencia que por cierto es maravillosa, que muchas veces tiene brillos y nos hace llorar, pero también reír. Y que entre todas las excusas que existen para acceder a lugares, experiencias y personajes que parecen vedados la crónica sigue siendo una de las más cautivantes.
Tucumán y sus personajes, Maradona, concursos drags, Moria Casán, copas cannábicas y Montoneros. Hay muchos temas y obsesiones que conviven en el metaverso svetliziano y que se recopilan en esta nueva antología. ¿Cómo dialogan en tu vida cotidiana?
Hay algunos temas que responden a obsesiones personales (como es el caso de Maradona). Hay obsesiones laborales como fue el trabajo para el podcast de Moria; un personaje que no tenía tanto en el radar, pero que me fascinó y lo tuve en la cabeza durante muchos meses (fue literal a la cama con Moria, en el bondi con Moria, desayunando con Moria…). Y otros que surgen de pura curiosidad y ganas de contar. La crónica tiene mucho de esa cosa muy manija donde encontrás un tema y estás en esa hasta que lo publicás y al toque ya tenés que conseguirte un nuevo tema; una nueva historia. Mi vida cotidiana se trata un poco de eso también, mi laburo es buscar historias y contarlas. En ese sentido, tengo una confianza ciega en la brújula del deseo, cuento las historias que a mí me gustaría leer.
La experiencia, poner el cuerpo. Incluso el título del libro le rinde honor a una crónica gonzo donde contás en primera persona la vivencia de una copa cannábica en Salta. ¿Qué surge primero, las ganas de ir, vivirlo, o de escribir? ¿En qué momento te das cuenta que tenés algo para contar?
El gonzo me gusta mucho porque es una excelente excusa para ir a una copa cannábica o a un encuentro de sadomasoquistas o a una reunión del club de la coupé Fuego, lo que sea. Vivo muchas cosas con la excusa de contarlas después. Son como muestras gratis de otras formas de vida; un bufete de la experiencia humana. Me fascina conocer gente que tal vez en otras circunstancias no me hubiese cruzado en la puta vida. Eso quizás es lo mejor que tiene el oficio, al menos para mí, que las vidas de los demás me siguen pareciendo mucho más interesantes que la propia. También trato de salirme de cierta zona de confort, meterme en mundos de los que no conozco nada y que, a priori, no me movilizan. Es como un viaje, está bueno ir a lugares que sabés que te gustan, pero hay más adrenalina en la experiencia de lo desconocido. Lo primero son vacaciones, lo segundo una aventura. Y como dice el poeta: una aventura es más divertida si huele a peligro.
En el libro hay un capítulo completo de crónicas sobre Maradona. ¿Cómo fue escribir sobre un personaje inabarcable y tan narrado como el Diego?
Divino, es un mandato existencial: ¿Cómo voy a ser contemporáneo a uno de los seres más extraordinarios de la historia y no lo voy a contar? De todas maneras, son casi eso que se conoce como crónicas del yo, en el sentido de que cuento más lo que me pasa a mí con él que al personaje en sí mismo. Son historias de amor; de un amor que me conecta con mucha gente a la que aprecio mucho.
¿Qué te cautiva de él?
Tendría que escribir otro libro para poder responder a esa pregunta. Básicamente, Maradona es mi tema preferido. Si lo pensás desde un plano literario es un personaje imposible; un personaje total. Pensá en los mejores escritores de ficción de la historia de la literatura y ninguno podría haber imaginado a un personaje como Diego. Si el Facundo de Sarmiento explica el siglo XIX en la literatura argentina, el Maradona vendría a explicar el siglo XX y parte del XXI. Pero no hay quien asuma la épica tarea de contarlo porque no nos da la nafta: nunca nadie tanto como Diego. Desde lo personal, Maradona es un ser que amo por razones profundamente humanas y políticas. Si yo fuera Maradona, viviría como él y si todos fuéramos Maradona el mundo sería maravilloso y no esto que tenemos.
Además de Diego, en el libro hay perfiles de Rodo Bulacio, Gloria oh, Moria. Aura de dioses paganos que, a su modo, eclipsaron con brillos y lentejuelas cualquier lugar que pisaban. Como si ahí irrumpiera, condensada en esos personajes, la ficción en la vida cotidiana.
Hay toda una zona queer en el libro que es también un pequeño tributo a esa cultura que admiro y disfruto mucho porque tiene un desenfado y una irreverencia que no encuentro en ninguna otra parte. Rodo Bulacio, Manuel Puig, Almodóvar, Lemebel son artistas profundamente inspiradores, por su obra y también, en algunos casos, porque se animaron a vivir como se les canta en un mundo que es bastante hostil con quienes se alejan de la norma. Y más ahora con el avance de estas derechas conservadoras y homofóbicas que azotan al mundo y que le tienen tanto miedo a la libertad, aunque la usen como slogan. Creo que el libro también es medio queer porque incluye un mapa interactivo que te saca del texto y te lleva a otros lenguajes y formatos como el podcast, el audiovisual y el fotoreportaje. En ese sentido, también soy un cronista un poco queer que prueba y juega con otros géneros.
¿Cuál es la clave para que un texto que se publicó en un medio periodístico resista el paso del tiempo y se haga libro?
Que la historia esté bien contada. Creo que un cronista a la hora de contar debe tomar decisiones en tres planos: ético, político y estético. Sin duda, los dos primeros son los más importantes porque supone asumir que uno trabaja con vidas ajenas y que puede dañar o herir a terceros al escribir, pero lo que hace perdurar un relato es la ambición estética del cronista. Rodolfo Walsh funda un paradigma periodístico con un fuerte compromiso ético y político, pero hoy se lo sigue leyendo, sobretodo, porque el tipo en Operación Masacre escribe cosas como: “Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra”. ¿Quién no hubiese querido escribir esas líneas? Personalmente, siempre me gustaron los libros que compilan crónicas de un mismo autor. Podría dar varios ejemplos: los libros de crónicas de Osvaldo Soriano, “Frutos extraños” de Leila Guerriero, “Nuestro Vietnam y otras crónicas” de Daniel Riera o “La eterna parranda” de Alberto Salcedo Ramos. Pero siento que ya no se publican libros así, no sé bien por qué, por eso aprecio mucho la apuesta editorial de La Papa en esta antología. Eligieron creer en lo que yo creo.
Una vez te escuché decir que no creías en la inspiración, pero si en el porro. En el porro y sobre todo en el trabajo. Qué lugar ocupa la marihuana en tu escritura.
A ver cómo respondo esto sin quedar (una vez más) como un falopero. El tema con las drogas en general y con el faso en particular es que suponen estados alterados de la conciencia ¿no? Y mi trabajo con la escritura es un laburo plenamente consciente. Publico regularmente desde hace casi 20 años, me he formado un montón, hice talleres con algunos de los grandes maestros del periodismo narrativo y los sigo haciendo, participo de festivales, fui gestor y editor en un medio abocado al género… Así que no es coca, papi jajajaj. En mi caso, el porro no interviene ni en proceso de reportería ni en el de escritura (sentarme a escribir ya es estímulo suficiente y no necesito más nada). A lo sumo, aparece en una instancia de preproducción cuando no se me ocurre sobre qué escribir o cuando se me traba alguna estructura narrativa o no le encuentro el tono a un relato y se lo consulto a la planta. Creo que el porro no forma parte del hacer, sino del ser, es algo que ya forma parte de mi vida y que milito porque la considero una planta que contribuye al bienestar de las personas y también es un derecho. Creo que el libro se llama “La Copa del faso y otras crónicas” porque el faso se merecía un tributo y porque refleja una pulsión hedonista muy propia de mi vínculo con el periodismo. A pesar del contexto de precarización de la industria y de los ataques constantes al laburo de los periodistas, sigo defendiendo al periodismo como un espacio de disfrute, más en estos tiempos signados por la crueldad y el sufrimiento. Así que, como dijo el profeta, que la sigan chupando, voy a seguir haciendo esto que me gusta y a generarme las condiciones para hacerlo como a mí me gusta. Aguanten la crónica, el faso y las canciones del Pity.
Narrativamente hablando, ¿qué fue lo más delirante que te dio Tucumán?
Siempre que hablo con colegas coincidimos en que Tucumán es un gran lugar para ser cronista porque siempre están pasando cosas y porque habitamos una realidad muy exuberante en historias y personajes. El libro comienza con la historia del pingo gigante que sucede en Famaillá (¿Dónde más?) que para mí es el último bastión del peronismo lisérgico. Famaillá no sólo es un lugar lleno de esculturas, mellizos, réplicas y demás, sino donde está La Escuelita que es donde se ensayó por primera vez el terrorismo de Estado de la última dictadura. Tucumán también es delirante en ese sentido: acá se votó a un genocida en democracia, acá Bussi sacrificó de forma cruel a los mendigos por razones “estéticas”, acá El Malevo Ferreyra sigue siendo un héroe para una parte de la sociedad. Acá pasan cosas muy intensas, aunque muchos prefieran fingir demencia.
Exequiel Svetliza. (San Miguel de Tucumán, 1982). Tucumano, maradoneano, periodista, docente y guionista. Es Doctor en Letras (UNC) y docente de la cátedra Literatura Argentina I (UNT). También fue becario doctoral y postdoctoral de CONICET. Es autor del libro “Tras su manto de ficciones. Malvinas: relatos en guerra” (EDUNT, 2023), guionista del podcast documental “La One: la vida de Moria Casán” producido por Anfibia Podcast y de la serie televisiva “Belgrano, la Nación soñada” (Canal Encuentro).
En 2012, junto a dos colegas amigos, fundó la revista digital de periodismo narrativo Tucumán Zeta con la que ha publicado como coeditor y cronista las antologías “Crónicas de acá” (Recovecos, 2015) y “Aquí Adentro” (La Cimarrona, 2018). Ha participado también de los libros “Rosario, una ciudad Anfibia” (Mansalva, 2019), “La bolsa y la vida” (Desde La Gente, 2021), “Tiempo suspensivo” (Ediciones Proceso, 2021) y “Zona de periodistas” (Humanitas, 2022). Colaboró con medios nacionales e internacionales como Revista Anfibia, Infobae, La Agenda Buenos Aires, Revista Late, Cosecha Roja y Relatto, entre otros. Actualmente es cronista y editor del diario digital El Tucumano y brinda talleres de escritura.
Nació en Tucumán en 1998, es Licenciado en Comunicación Social (UNSTA) y Diplomado en Fotografía Documental (UBA). Cuando escribe narrativa flashea Juan Forn y escucha temas de El mató a un policía motorizado. Sostiene que la literatura es un milagro. Le gustan los gatos y la crónica periodística. Toma mate y duerme la siesta en el Parque Avellaneda. A veces se le pudren las naranjas en el canastito de la cocina. Ah y también es fotógrafo, ponele.