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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Poemas de Paula Cardozo

Palabras de presentación

-Gabriel Gómez Saavedra-

Leo a Paula Cardozo y llegan con facilidad estas líneas que Borges escribió en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”: “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de hombres”. Y es que las personas son conscientes de que en ellas habita una multiplicidad de seres extraños, que no las alejan de sí mismas, sino que —y esto es lo monstruoso— las acercan más a lo que son; ahogándolas en espejos que no dan otra opción, para liberarse de su fondo, que la confección de máscaras; para que tocarse la cara no incomode tanto. Cardozo, escribiendo sobre los múltiples seres del ser, no necesita más que el lenguaje desnudo, sin artificios, porque quien expone al ser, como lo hace ella con estos versos, libera las esporas de un hongo que coloniza el alma del lector y la evidencia como la mutante que siempre fue.

He hallado el hueco

más preciso

para habitar.

Junto a las pelusas

sepulcras,

junto al manto de cabellos

que he cambiado con el tiempo.

Cuándo he olvidado el escondite

más seguro

de mi casa?

He vuelto a habitar

sin temor de claustrofobia

el reverso de mi cama,

el pulmón que separa

mi sueño

del suelo.

En él, un cuerpo

cabe perfecto.

Ahora,

prefiero mirar a mi colchón interrumpirse

por los amaderados largueros

que a mi blanquecino techo.

Cuándo fue la última vez

que toqué con las carnes

de mis manos

este lado oscuro

de mi cuarto,

el negativo de mi universo?

Volví.

Aquí se está bien,

entre el frío mortuorio

del viento de subsuelo

colándose

por los zócalos.

Ahora, no tengo miedo

de encontrarme a mi misma

debajo de mi cama.

Todo este tiempo,

fui yo monstruo

escondido.

Ahora entiendo

el escalofrío en mis talones,

la tensión de mis articulaciones

al presentirse acariciadas

por el espanto de un cuerpo

abandonado debajo de un colchón.

Tenemos los ojos bien abiertos.

y ambas nos miramos

en el reflejo de nuestras pupilas.

Así se siente el sepulcro,

la eternidad

está muy cerca del suelo.

Enterrada viva soy,

abajo de mil sábanas,

mil techos, mil cuerpos.

Así será mi sepulcro,

lo intuyo, lo bosquejo, lo practico.

En el suelo,

acomodo mis omóplatos

que amenazan tiernamente

con tocarse.

Mi pecho se arquea.

Desde el suelo,

la risa es más ruidosa.

No consiento

exhumación alguna.

Soy la encarnación

de todas mis muertes.

Desde el Génesis

hasta el ocaso

mis cuerpos no han sabido más

que contener pacientes

hasta reventar.

Regué con cada

uña, pelo, hueso

los patios de mis madres

y de ellos nacieron rizomas

que se han extendido

hasta completar este

delgado

círculo

cerrado.

Mis cuerpos,

míos nunca fueron,

y lo que más me daña

en cada estallido

es perder la lengua.

Hubo veces que me la extirparon

de nacimiento,

otras que se han secado

por el mal uso.

Ahora, busco el agua

para saciarlas

pero cuando parece que lo logro,

deciden suicidarse.

Y una debe saber hacerse bien

y aceptar la muerte prematura

para poder preparar el pozo

lo antes posible,

con la esperanza de cavarlo

más prolijo que las últimas veces.

Las muertas me esperan

en el arbóreo patio,

y la naturaleza no da las gracias

ni siquiera cuando una,

bien alimentada de lo que fuera,

va a parar entre sus árboles y hongos.

Entonces, reconfirmo

la propia humildad de mis carnes

y las deposito

en la polvareda.

No he podido, aún

con tantas vidas

arremeter contra el espejo

ni domar a las lenguas.

Hay cosas que yo amo,

y aún así

no sé cómo nombrarlas.

Tengo la habilidad

de nunca llorar lo suficiente

como para inundar el comedor.

Tan pronto las lágrimas recorren

mis mejillas,

las evaporo con una risa

ruidosa

estruendosa,

que mis vecinos,

tratando de acallarme,

golpean

con sus escobas

las paredes y los pisos,

formando huequitos

en cada rincón de mi casa:

uno al lado de mi cama,

otro que ha perforado el azulejo de mi baño,

y uno que por poco rompe mi espejo.

Pero a veces el llanto se aproxima

en los lugares más inesperados,

en la parada del colectivo,

en la plaza o en el almacén.

Para esos casos,

el método es diferente.

La risa es contagiosa,

pero las miradas me asfixian,

entonces,

prefiero arrodillarme frente al desagüe más cercano,

y verter en él mis lágrimas

una por una,

para no hacer tanto escándalo,

y las despido esperando que no se sientan tan solas,

entre tanto acuoso volumen.

Cuando he terminado,

me retiro aliviada,

pensando que,

si me faltara,

todavía mi pared tiene espacio

para un huequito más.

¡Miren qué educada

es ella!

retiene la flema

en su boca,

no la va a escupir

sobre ningún asfalto.

¡Que trague la baba!

antes que se cuele

por la comisura de sus labios

y manche su vestidito rosa

y lo derrita en hilachas

y resbale todo por su torso

ahora desnudo

hasta llegar a sus rodillas separadas

y sus zapatos nuevos se estropeen

y el suelo se llene de inmundicia

y la gente mire

y hable

y diga que sucia la nena

que infantil la nena

se babea y se enchastra

y entre el mar de mis pensamientos

les trate de gritar que no soy

ninguna nena

que puedo tragarme todo

como me enseñaron

y no molestar

a ningún transeúnte

mientras me ahogo

en la bilis

en el ácido de lo no dicho

en mis suplicas

de que no me abandonen porque

aunque sea grande

los ruidos fuertes me aterran

pero a ahogarme

nunca le tuve miedo.

Desde el día en que el cachorro

pisó este lugar,

sabíamos que nos íbamos a reír.

Apenas si sabe ladrar

y lo hace sólo detrás del metal.

Se mueve, patalea,

y mientras no lo miramos,

babea los dedos de quien encuentra a su paso.

Sabíamos que nos íbamos a reír,

porque llora

si lo mandan a su cucha temprano

y no come

si le dan dos veces

la misma comida.

Creíamos que no nos íbamos a enojar,

porque el cachorrito

sólo en dormido

sueña sueños liberales

en donde muerde la mano ajena,

y no lo retan,

en donde puede robar la comida

de perritos más raquíticos

para darle a la brava jauría,

no porque sea bueno

ni mucho menos

porque sea compañero,

sino porque tiene miedo

y el pequeño cobarde

vive con tal de salvar su propio pellejo.

Creíamos que no nos íbamos a preocupar,

porque qué peligro puede existir

si el cachorro hociquito chato

apenas si puede respirar,

y sus patitas pequeñas

casi ni lo dejan caminar.

Pero ahora,

el cachorro se ha obsesionado

con mordisquear

la última parte

de su intestino grueso

y atado por el cuello

a la mano de su amo,

cree que sus sueños

pueden volverse realidad

y ladra

ladra

sin parar,

atrayendo buitres,

ratas y algún que otro gato.

Y cuando nos acercamos a callarlo,

rápido se esconde entre las piernas

de su dueño.

Realmente cree que sus sueños

pueden volverse realidad,

y ladra

hasta alejarnos de nuestros restos,

desarmar nuestras cuchitas,

prohibirnos mover la cola.

Y ladra,

hasta que todos seamos exacta copia,

y en este lugar

no se escuche más

que los ecos de sus ladridos,

las cadenas restauradas

y algún que otro canil

cerrándose.


María Paula Cardozo nació en 1999, en San Miguel de Tucumán.  Es estudiante de la carrera de Letras de la UNT. Formó parte del proyecto Tucumán Escribe en donde editó y publicó el fanzine digital Cumbia suena de fondo (2020). También participó en las antologías En conserva: kit de supervivencia poético (Fortuna Ediciones, 2020) y Origami: palabras (des)plegadas. Antología literaria (Humanitas, 2023).

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