Entrevista a Luciana García Barraza
Por Pablo Toblli |
La poeta conversó con La Papa sobre el taller anual que brinda en librería Madre Selva.
—Para empezar, contanos cómo se fue gestando en vos la idea de dar un taller de escritura poética. Hay un mito entre poetas que dice que la poesía es algo intransferible. ¿Vos coincidís con esa aura de epifanía y magia que algunos poetas le atribuyen? ¿Cuándo y cómo sentiste que el hecho poético podía compartirse/aprenderse en un taller de escritura?
Podría empezar reconociendo que el deseo de dar un taller no es reciente, venía formándose en mí, hace tiempo, cierta idea -en principio informe- de crear un espacio para escribir, o, como a veces me gusta pensar, para hacer posible la escritura. Cuando hablo de hacer posible me refiero específicamente a ofrecer un lugar donde trabajar la escritura poética como una práctica, y en ese sentido, comparto y no comparto simultáneamente ese mito que mencionás. Hacer posible es también, para mí, quitarle el velo elitista que muchas veces puede aparecer mediando nuestra relación con la escritura, o la idea de un aura predestinada para los poetas, que me hace sentir algo incómoda, y que considero un poco ingenua. Más bien: creo que en cada poeta habita una idea acerca de lo poético, acerca de su oficio y acerca de su figura, pero que eso no puede ser extensible, en un sentido absoluto, a toda práctica poética y a todo sujeto que escribe. Me gusta más creer en la tesis bellessiana de que la poesía es retaguardia de la lengua, que existe primero en el vulgo. El lenguaje es algo que nos atraviesa en nuestra formación vital, solemos recordar la primera palabra que pronunciamos (o intentamos hacerlo, o es un acontecimiento personal y social cuando sucede), luchamos contra los límites de lo comunicable cotidianamente, sabemos reconocer los alcances de las palabras y su capacidad de construir o negar. En ese sentido, creo fielmente que todos en alguna medida nos hemos acercado al fenómeno poético, (pienso fenómeno en su sentido etimológico: como eso que (se nos) (aparece), por el cual, al mismo tiempo, podemos llegar a entender por qué daríamos lugar a su existencia. Ahora bien, no todos deciden hacerse cargo de ese contacto o desean hacerle un espacio más o menos privilegiado. Sucede que nuestra relación con el lenguaje es tan particular como puede ser la relación con uno mismo, entonces, no todos harán de él su configurador esencial, o su medio de búsqueda estética, y a fin de cuentas, pienso, la diferencia será escribir o no escribir. El taller, de alguna manera, comienza por esa decisión: la de elegir escribir. Desde luego, la poesía es otra de las áreas de la experiencia humana que considero intransferible, como puede parecerme intransferible el dolor o en sentido similar, un poco imposible la comunicación. Aun así, creo que es posible compartir aspectos del universo que la rodean, y los que atañen específicamente al ejercicio creativo y escriturario, que vendría a ser otra cosa. Porque, por otro lado, el taller no busca enseñar a escribir, ni se presenta como un proveedor de herramientas a aplicar (considero que nada de eso es posible, y si existiese, no lo aspiro). Liliana Heker dice que los talleres, de alguna manera, funcionan como catalizadores, iluminan zonas que ya existen en quien escribe, pero que resultan difíciles de ver sin la mirada del otro. También me parece muy interesante porque indica una doble necesidad: por un lado, la necesidad por parte de quien escribe de un espacio para compartir, discutir, y descubrirse en su escritura, pero también de quien intenta comunicar lo que le parece, podrá allanar algunos caminos en ese proceso. Me gusta esa idea porque también el taller es, siguiendo esa línea, un espacio colectivo y horizontal, y es tan vital uno como otro para que exista y sea vehiculizado. Digamos, frente a la idea de una escritura que se construye en soledad (y la que, parcialmente, comparto) es necesario oponer una idea de escritura que también se construye en compañía. Creo que todo eso lo aprendí con el tiempo, y en mi propia experiencia como asistente de talleres. Empecé alrededor de los 18 o 19 años en el taller de escritura poética de Gabriel Gómez Saavedra, y ese tránsito fue, sin dudas, crucial para mi proceso de escritura. Lo que pude llamar como “aprendizaje” es la conquista de una autonomía, de una conciencia y de un modo de nombrar lo que hago. Es mi deseo -desde que descubrí que era algo que quería, y podía, hacer- contribuir en ese proceso.
—¿Cómo es la dinámica del taller? ¿Hay lecturas, consignas de escritura, o se trabaja de una forma más improvisada de acuerdo a lo que traen los asistentes?
Lo interesante del taller es que es una materia en constante transformación. Eso requiere cierta apertura y, al mismo tiempo, cierta claridad. En ese sentido, parto de la idea de que la lectura poética es, de alguna manera, ya un ejercicio de creación. Observar modos de construcción poética, el trabajo sobre el lenguaje, las posibilidades que abren las palabras en su juego por alcanzar el sentido, me parecen puertas de entradas para entender el propio ejercicio de escritura. Me resulta fundamental que ese trabajo se haga en conjunto, y sobre los textos de los propios talleristas. Pero es igual de importante atender a la diversidad del grupo y los procesos particulares que cada uno enfrenta: entonces, a veces, el disparador o la consigna funcionan como principios para superar cierto bloqueo o justamente para poder hacer posible eso que ya existe -de manera más o menos manejable- en cada uno de ellos, sin que se haya hecho presentado, anteriormente, la ocasión de escritura. Eso que Blanca Varela llama “poner en funcionamiento una nebulosa”. Dependiendo del caso, puede que alguna lectura nos ofrezca posibilidades, nos haga ver de qué manera algo podía ser dicho, y despierte esa nebulosa que ya existía y requería su invitación. También se da -lo que particularmente más me interesa- la escritura por fuera de todo orden o consigna, los textos que los talleristas traen, y el trabajo sobre ellos, tanto de lectura y de análisis, como de sugerencia y edición. En el camino de comunicar eso que compete al proceso de escritura, entender el acto de editar/corregir como un ejercicio creador (eso también lo menciona Heker), librado del primer ímpetu de escritura, -respetarlo fielmente puede ser inclusive limitante- y enfrentarse al segundo desafío, que Varela nombra como “ordenar la desesperación”, posterior al caos inicial. Ese ejercicio realizarlo también en conjunto, en el intento por hacer propia esa práctica, y que no aparezca únicamente como revelación ajena (la conquista de autonomía de la que hablaba al principio). Y entender, finalmente, que en ese proceso es necesario alcanzar un equilibrio, entre un trabajo dedicado de escucha y búsqueda, hacer que el poema se parezca a eso que habíamos deseado (decir, hacer), pero que ello no se convierta en el borramiento de eso genuino que tiene, las marcas propias de un producto humano que escapa en el mejor de los casos a todo intento de sistematización.

—¿Qué poetas recomendás para empezar a escribir? ¿Cuáles son esos autores que te movilizaron a vos en particular para empezar a escribir?
Si bien he mencionado que la lectura me parece parte importante del proceso de escritura, en mi caso no empecé a escribir inspirada o movilizada por algún autor en particular. Mi formación lectora, al menos el principio de ella -que se remonta a la niñez, y que coincide con el momento en que empecé a escribir- fue bastante azarosa y asistemática. Es como si el material poético excediera lo que uno puede llegar a leer. En mi caso, empezó como un ejercicio de observación, de escucha y de exploración del lenguaje con que contaba, o más bien, fue la experiencia de lectura en sí, la revelación de lo que (me) hacían las palabras, de lo que yo podía hacer con ellas, que siempre fue mayor que cualquier otra cosa que pudiera hacer. Con el tiempo, sobre todo a partir de ese momento que mencionaba antes, en el que uno decide escribir, algunas lecturas fueron cruciales, me mostraron formas de existir que respondían a esa relación con el lenguaje, y, por otro lado, sus (casi) ilimitadas posibilidades de expresión y entendimiento. A riesgo de sonar trillado, creo que el primer contacto importante que tuve fue Pizarnik. Si bien no fue la primera autora que leí, sí fue la primera que me movilizó del modo en que, creo, esperaba ser movilizada. Pero después de leer a Blanca Varela, no pude dejar de sentir que fue ella en realidad quien más me condujo a escribir del modo en que ahora lo hago, o al menos a entenderlo. Después aparecen ciertos nombres recurrentes (Storni, Vallejo, Bignozzi, Bustos, Jattín, Bolaño, Lihn, Inés Aráoz, Juan González, Ajmátova, Negroni, Bachmann, etc.), y que son, justamente, los poetas a los que siempre regreso. Pero, por otro lado, considero igual de inflexivo mi contacto con otros poetas en la región, con su trabajo y sus procesos, con sus modos de encarar el oficio, con lo que en conjunto formaron para dar lugar a diversas maneras de leer(nos) (editoriales independientes, encuentros, festivales, ciclos, talleres, etc.). De alguna manera, pienso, fue tan importante para mi escritura co-formar el ciclo Perfectxs Desconocidxs como lo fue descubrir Árbol de Diana. Por eso, creo que mi recomendación sería leer en la diversidad, y no sólo poesía. Entrar en contacto y en diálogo con todas esas formas que coexisten tan cerca de nosotros. Es un proceso recíproco: la poesía nos muestra (diversos) modos de mirar, y al mismo tiempo, un modo de dar testimonio de esa mirada es la escritura. Yo creo que el principio del poema está en el lenguaje, pero el aprendizaje de ese lenguaje no puede pensarse fuera de esa experiencia visceral, corporal, con el mundo, y con los otros.
—¿Propones tus lecturas personales y tus modos de escribir en el taller o te vas adecuando a las singularidades de cada asistente? ¿Qué lecturas realizan en el taller y de qué modo las llevan a cabo?
El intento es ofrecer una mirada amplia y diversa acerca del modo de leer y escribir, pero, por otro lado, sería muy difícil abstraer totalmente de mi experiencia una idea objetiva. Por eso creo que el taller es un gran espacio para neutralizar las (supuestas) voces autorizadas: mi opinión sobre el escribir convive con las opiniones de los talleristas, que pueden coincidir o distanciarse. Creo que el objetivo mayor, por nombrarlo de alguna manera, sería que cada tallerista defendiera y forjara una idea personal y consecuente acerca de su propia práctica de escritura. De Agamben aprendí que ningún acto totalmente previsible forma parte de una ética propia, y entiendo algo similar hacia la escritura. Eso significaría, también, librarse de lo que no compartimos acerca del imaginario social o hegemónico que nos indica qué es escribir, qué es ser un poeta, qué sacrificios deberíamos hacer o qué poses deberíamos asumir para hacerlo, etc. En ese sentido, el taller no pretende enseñar a escribir como tampoco enseñar a “ser poetas”, (cosa que sucede cuando no nos damos cuenta, por otro lado). De mis modos de leer, me interesa comunicar aquellos que refieren a la observación del lenguaje, y que juntamente con los modos de leer de los talleristas, van dándonos indicios para la construcción del sentido. También hay posicionamientos frente a la escritura, que tienen que ver con perspectivas políticas acerca del decir, que me parecen irreconciliables. Por tanto, respecto a mi experiencia en la escritura, intento compartir, fundamentalmente, aquello que me parece habilitante, que le permite al otro pensar su modo de escribir, sin clausurar su propuesta personal. Teniendo en cuenta estas ideas, fui armando un corpus de textos de varios autores que, además de encantarme sus trabajos, permiten pensar distintos aspectos de la práctica, muestran diversidad en cuanto a cómo resuelven la escritura, nos hablan de lo que se puede escribir. Esos ejes implícitos, poéticos, van organizando en principio los encuentros. También es maleable, voy armándolo/ desarmándolo, teniendo en cuenta los senderos que va forjando el taller, y eso también me parece interesante: la idea de un taller que no forma, pero se forma.

—¿Has notado que las personas que eligieron tu taller es porque “quieren escribir como Lucina García Barraza”? ¿O hay diversidad de estéticas y ambiciones poéticas?
Afortunadamente, eso no ha sucedido, y me parece muy bien no haberlo notado porque creo que, por diversos motivos, eso sería un obstáculo de trabajo. En ese sentido, celebro la diversidad no sólo de estéticas y ambiciones poéticas, sino los motivos que llevaron a cada uno al taller, creo que son maneras de reconocer la amplitud de la escritura, todas las pulsiones que entran en juego, y el grado de vitalidad que tiene el lenguaje para cada uno de nosotros.
—Es un taller anual. Creo que en Tucumán son pocas las propuestas de taller extenso. Contanos sobre los objetivos a largo plazo que te trazaste, sobre el costo del taller y por cuáles medios pueden inscribirse quienes estén interesados.
Como había mencionado anteriormente, mi primera experiencia de taller fue el que dictó Gabi Gómez Saavedra, allá por el 2015, y que continué haciendo hasta 2017, aproximadamente. Se trataba de un taller anual, y esa extensión que nombrás me sirvió mucho para no acelerar procesos ni entender la escritura a corto plazo, quiero decir, como algo inmediato que ocurría sólo en el momento previo o durante el taller, o incluso sólo en el momento en que escribía, sino como una práctica que sucedía en el tiempo, y que me permitía ir conociendo a fondo mi lenguaje y el lenguaje de los demás. También entender los silencios, los momentos de transición, el trabajo personal, oscuro, caótico o dichoso previo a acercarse a un poema. Entiendo que esa forma de trabajo cuajó mucho en mí y de alguna manera es, a riesgo de sonar ambiciosa, lo que me gustaría alcanzar. Ese largo plazo nos permite ir reconociendo los trayectos de escritura, las continuidades, las rupturas, esa música constante que podemos reconocer como una voz propia y asumir como tal para escribir. Me entusiasma pensar que este modo de trabajo me permite ir conociendo en profundidad el trabajo poético de los demás.
El taller tiene un costo de $5000 por mes, incluye los materiales de trabajo, nos encontramos todos los miércoles a las 18:30 hs en la hermosa librería Madreselva. Para quienes tengan consultas, comentarios, dudas, o quieran inscribirse, pueden escribirnos por instagram a @ternurabellezacaída o a @madreselvalibros.
Luciana García Barraza nació en 1996 en Tucumán. Es Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán. Ha publicado los libros Broza (2018; La Cimarrona), el tríptico Habla la perdida (2021; Gerania) que incluye los poemarios La casa de los gallos, Habla la perdida e Iluminación de la sangre, y la plaqueta Destripadoramente rayo (2022; Imprenta Popular del Norte). Ha publicado en plaquetas, fanzines, y antologías, entre ellos: Búscame otra vez (2021), Cartón de Poesía (2020), Tucumán escribe (2019), Pesadillas Políticas (2019), Abya Yala (2018), Salí Dulce (2018) y Perfectxs Desconocidxs (2017). Ha sido becaria del DAAD (2020) para realizar cursos de Lengua y Cultura alemanas en el Institut für Internationale Kommunikation e.V. (IIK) en Berlín. Integra la antología Poetas argentinas (1981-2000), con selección y edición a cargo de la poeta Elena Anníbali. En 2022, un jurado integrado por María Teresa Andruetto (Argentina), Luz Helena Cordero Villamizar (Colombia) y Benjamín León (Chile) le ha otorgado la Mención de Honor en el 1° Premio Internacional de Poesía Miguel Ángel Bustos, por el poemario Pero nunca fue mi corazón más lúcido que en este instante (2022; Abisinia/ Escarabajo Editorial). También ha recibido una Mención Especial en el “Concurso de Poesía Tafí Viejo Ediciones 2022” (Tucumán).

Es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa Revista y Rombos Cultura. Escribe en Indie Hoy. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.