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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Entrevista a Nacho Jurao

Por Pablo Toblli |

1. ¿Cómo te encontraste con la poesía?

Ésa es una historia muy larga, muy humillante y muy traumática. Lo que puedo decir brevemente es que cuando estaba en la secundaria fui a un local de libros usados y me compré una antología de poemas amorosos de Pablo Neruda. Durante mucho tiempo ése fue el único libro en versos que tuve. Todavía conservo el ejemplar, pero ya no lo leo ni siquiera por nostalgia (que es la peor forma de relacionarse con cualquier cosa). A Neruda, por otro lado, lo leo en otros de sus libros, me sigue interesando porque le pese a quien le pese es uno de los autores que ha ampliado (como muy pocos) los márgenes en los que se manifiesta la poesía en idioma español. Por supuesto, alguien que sólo haya leído de forma aislada algunos de sus poemas amorosos (como yo en la adolescencia) siempre lo va a simplificar como a un machirulo viejo, pedante, y muy solemne.

2. ¿Tenés escritores que admirás?

Sí. Montones. Es un problema en realidad. Me parece muy loco que el deslumbramiento que te producen algunos libros, siempre, termina traduciéndose en una devoción hacia el autor. Es un proceso tan automático que me genera desconfianza. Ahora, por ejemplo, estoy interesado en la obra de Lovecraft, lo cual no deja de parecerme raro porque jamás me llamó la atención la literatura de género. Es decir, la ciencia ficción, el fantástico, el policial, el terror, todo eso siempre me dio un poco lo mismo. Pero durante la cuarentena me surgieron unos antojos extraños y me puse a leer Lovecraft. Descubrí que me encanta. Más allá de la temática de lo siniestro o de lo horroroso, que son las claves más obvias para interpretar su trabajo, lo que me gusta de él es esa capacidad para generar ambientes detallados. Tiene una gran habilidad para construir atmósferas. Y también un sentido de profundidad que hoy por hoy es imposible de encontrar. La lectura de algunos de sus cuentos produce una sensación de inmersión genuina, una experiencia que en la actualidad la he tenido gracias a una película o en un videojuego, muy raramente en literatura, y eso, la verdad, es muy triste. Ahora todo el mundo parece interesado por ser directo, plano, sencillo, efectivo, agradable. Vos leés una novela y los personajes y la historia te pasan de costado, tan rápido que no podés detenerte en nada, como si leer fuera lo mismo que ir manejando por la ruta sin tomarte nunca un momento para mirar el paisaje. Aburre toda esa velocidad. Lovecraft es un oasis en ese sentido. Un cuerpo hediondo y en descomposición que resulta mucho más lleno de vida que tantos otros cuerpos saludables y asépticos, que no dudan en higienizarse completamente sólo por un raspón en la rodilla.

3. ¿Adherís a alguna corriente estética de la poesía?

Hablando rápido y pronto, generalizando a las apuradas, yo creo que en la poesía argentina contemporánea hay dos líneas muy gruesas, por un lado una corriente urbana (una forma un poco más amplia de considerar lo que otros llaman “pop”) y por otro lado una corriente que aglutina todo lo que no es urbano, (lo cual, por supuesto, no quiere decir que se trate exclusivamente de un estilo “rural” o de periferias geopolíticas, porque en cierto modo la literatura ambientada en barrios o villas también pertenece a lo urbano en tanto se traten de expresiones de distintas formas de vida “ciudadana” o “civil”, por decirlo de alguna manera). La primera tiene patrones estéticos muy visibles y es más fácil de caracterizar, más allá de que, supongo, ninguno de los autores que podemos ubicar en este lado siga una fórmula de escritura puntual. La segunda tiende a ser mucho más heterogénea, pero también mucho más pequeña en términos cuantitativos, porque se trata de un menjunje que abarca autores y poéticas que en algunos casos son muy dispares entre sí y, en otros casos, casi no tienen un punto en común. Por supuesto, hay una zona de contacto entre ambas líneas en la que todo el tiempo entran y salen distintos autores, y esto es lo que me parece más interesante, porque esta zona es mucho más irregular y permite desestabilizar tanto un lado como el otro. En todo caso, me parece que la piedra de toque con la cual es posible distinguir, con cierto margen de error, qué tendencia es más fuerte en un autor es el interés de éste en sumirse a un juego metafórico o alegórico. Y, por supuesto, la forma en que trabaja la oralidad del lenguaje.

De cualquier manera, cuando yo saqué mi primer libro estaba muy del lado de la corriente urbana, incluso un poco aferrado a ese lugar, por algo que tiene que ver con un arrojo adolescente que en cierto modo es también un aspecto íntimo de esta corriente. Después pasaron un montón de cosas, me acerqué a algunos autores, me alejé de otros, y ahora que se publicó “Inusual insinuar” en la cuarentena creo que estoy un poco del otro lado, lo cual en realidad me resulta un problema, porque me interesaba, y me interesa todavía, acercarme al centro, encontrar algún punto de tranquilidad para dejar de estar corriendo como un imbécil desde una punta a la otra.

4. ¿Existe alguna poesía que no te guste?

No me gusta la obviedad. Me parece que todo lo que en literatura es demasiado evidente o demasiado directo no vale la pena para nada. Cuando hablás de un árbol y es solamente un árbol, o cuando hablás de amor y simplemente te referís a los altibajos en la relación que tenés con tu pareja en una casa o departamento de clase media, con tu trabajo o carrera universitaria, con los productos culturales según los que fuiste construyendo una identidad, etc. Hay que abandonar la literatura de espejo pulido y recuperar la literatura de ventanas quebradas, de puertas imposibles. Me aburre todo lo que tenga que ver con la universalización de lo personal, con esto de reducir un mundo lleno de posibilidades a sólo lo que puedo abordar desde mi propia experiencia. Cada vez que me encuentro con un libro así siento que estoy en el cine, viendo una película que es más o menos interesante, pero teniendo que aguantar que haya una persona (el autor) de pie frente a mí, obstruyendo la pantalla con su imagen, siendo él mismo un obstáculo irritante. Es una operación muy ridícula, realmente. Simplificar la realidad para volverla accesible al entendimiento, minimizar el mundo para poder consumirlo como a cualquier otra cosa, en lugar de romper con cualquier inmediatez, pensar la posibilidad de dar un salto más allá de mí mismo. No quiero que hacer un libro sea como cargar un balde con agua del mar, escribirle mi nombre encima y después poner ese producto en un negocio para que cualquiera lo compre y más o menos tenga una idea de lo que es el mar, más me interesa la posibilidad de una representación de lo que es el mar en tanto acontecimiento, con todas las instancias de aburrimiento o de aniquilación bruta que esa tarea conlleve, para mí y para cualquiera.

5. ¿Qué cuestiones, estados de percepción, objetos o temáticas te disparan a escribir?

Por lo general pasa cuando estoy escuchando música. Me encantan los momentos en los que estoy completamente solo en casa y prendo el equipo a un volumen alto, siento como si de repente hubiese una corriente de agua inundando todo, resonando y llenando de vida cada habitación, y estando yo sumergido en ese ambiente siento un poco como si por fin pudiera respirar, después de haber estado tanto tiempo aguantando las ganas de llenar los pulmones. Y en ese trance a veces “ocurren” poemas, y otras veces es sólo un deshacerse en oídos, que es realmente lo mejor. La mayoría de las veces trato de emular algún pasaje instrumental, y a veces llego a estar un buen rato pensando cómo traducir un efecto de guitarra o determinado patrón rítmico de una batería a un texto. Siempre termino un poco frustrado porque en el fondo la música tiene una vitalidad formal que la literatura desconoce, por no mencionar lo difícil o imposible que resulta pensar en la posibilidad de escribir una poesía “instrumental”, en la que la voz del poema no cuente ni diga nada, sino que se exprese por medio de un canto que transmita sensaciones sin depender de los significados de sus palabras. La música tiene una capacidad gesticulatoria increíble, una instintividad para lo pantomímico, comunica por dentro y por fuera de sí misma, y esto en literatura es muy raro que suceda. En ciertos tipos de poesía es posible encontrar algo así, pero también se trata de casos aislados. Vos podés tocar una sonata para piano y aquello que escuchás te puede transmitir una infinidad de cosas, pero leés un soneto y siempre las palabras te van a producir un espectro de significaciones limitado. El goce interpretativo es mucho más rico en la música, o incluso en determinado tipo de cine, que en la literatura.

En algún punto la escritura me resulta un poco molesta porque cuando se manifiesta tengo que interrumpir todo, o bajar el volumen del equipo para poder atender el texto. Más o menos parecido a estar pasándola bomba en una fiesta y de repente tener que ausentarte un rato de ese lugar para resolver un problema en mayor o menor medida relacionado con esa fiesta. Por supuesto, cuando la escritura del texto está llegando a su conclusión, también hay una suerte de disfrute, incluso si se trata de un poema sobre algo horrendo o asqueroso. Por otro lado, también me pasa esto de que un verso o dos aparezcan en medio de la lectura de un poema de otra persona, y en este caso es mucho más interesante para mí, porque muchas veces la reescritura de un trabajo ajeno me ha ayudado a apreciar mejor algunos mecanismos, más allá de que la mayoría de estos ejercicios después quedan inéditos o se borran, porque se trata justamente de ejercicios.

6. ¿Qué lugar crees que ocupa tu obra dentro de la poesía de Tucumán?

Desconozco. No sé si quisiera saber la verdad, aunque sí se trata de algo en lo que pienso a diario. En todo caso me parece que para lograr alguna ubicación aproximada habría que preguntarle a cualquiera menos a mí. Escritores, editores, etc. De todos modos, me parece que todavía no ha pasado mucho tiempo desde que mi generación empezó a mantenerse en actividad como para tener una idea clara de qué lugar ocupa cada uno. Yo creo que por ahora somos piezas que hacen movimientos pequeños y tentativos sobre un tablero que no sabemos qué tan grande va a llegar a ser, e incluso si va a lograr sostenerse en el tiempo, que es lo más preocupante. Pero los movimientos o las jugadas que determinan qué equipo o qué fichas predominan sobre un territorio siempre vienen del lado de la crítica literaria, una disciplina a la que mucha gente le tiene un miedo ridículo por considerarla una práctica que sólo tiene lugar en claustros universitarios. Ese reduccionismo es igualmente patético y habla de un desconocimiento preocupante de los engranajes que rigen la actividad literaria, aquí y en todas partes.

La literatura como acontecimiento es una guerra a campo abierto, el crítico en este caso es un estratega que goza de una vista panorámica de la contienda, sin su trabajo todos los que nos dedicamos a la literatura (no siempre, pero sí muchas veces) quedamos como imbéciles que dan tiros en el aire, que explotan bombas en zonas donde no hay nada que se pueda destruir, sin entender dónde estamos parados y quiénes juegan en nuestro mismo equipo. Por supuesto, aquí uno puede pensar “bueno, pero la escritura, la edición, y la crítica son procesos tan íntimamente vinculados entre sí que al final resultan inherentes”. Lo cual, claro, es absolutamente cierto. Un escritor es simultáneamente editor y crítico, y lo mismo ocurre con cualquiera de estas aristas. En Tucumán contamos con editores buenos, con escritores mucho mejores todavía, y no sé cuánto más que eso. ¿Quién se dedica “en serio” a interpretar nuestra producción? Y digo “en serio” porque me resulta muy difícil tomar como crítica a cualquier reseña de Fulanito alabando el libro de su amiga Menganita sólo con el argumento de que “me hizo acordar a mi infancia”, “ella es una persona sensible”, “son poemas que nos ayudan a entendernos como personas”, “yo la conozco y sé que es una luchadora”. Podés reseñar cualquier cosa que haya hecho un amigo o una amiga tuya, por supuesto, pero esperar que un tercero atienda a que tu criterio de valoración sea básicamente la capacidad del autor para cebar mates en una plaza no tiene ningún sentido en absoluto. ¿A quién quieren llegar con una recomendación así? Eso es publicidad, e incluso publicidad deficiente. Me parece una locura que haya gente que escriba reseñas literarias como si fuera una story de Instagram. Por supuesto, tiene sentido que una cosa así ocurra en Tucumán, donde todos estamos más interesados en ser escritores y ver nuestros nombres en tapas y grillas de eventos, como buscando con demasiada desesperación un reconocimiento o una identidad que no logramos conseguir en otros ámbitos de nuestra vida. ¿Para qué me voy a dedicar a estudiar la producción local con minuciosidad y desde una posición periférica si en lugar de eso puedo escribir unos versos así nomás y luego exigir un micrófono y un reflector en un festival o ciclo de poesía? ¿Quién que en Tucumán se dedique a la literatura da prioridad a la receptividad?

Por otro lado, mi caso en particular, no sé. Realmente desconozco. Creo que la gente me identifica más con el trabajo de edición, lo cual es para mí igual de importante y es algo por lo que siempre doy gracias. Pero me acuerdo también  que como poeta me presenté en varios concursos, becas, y convocatorias de poesía y hasta el momento no pasó nada, a diferencia de otra gente de mi misma camada que sí quedó seleccionada en algunas de esas instancias, y cuyos trabajos ahora tomo como punto de referencia, no sólo por la pequeña o gran distinción que recibieran sino porque leyéndolos te das cuenta del valor que tienen. Eva Costello, por ejemplo, es una amiga que quedó seleccionada en una convocatoria del Festival Internacional de Poesía de Rosario en la que yo también me presenté. Ella me compartió unos poemas suyos hace unos meses y quedé completamente maravillado con su trabajo. Esa diferencia entre nosotros para mí es súper significativo al momento de pensar mi lugar.

7. ¿Buscás cambiar alguna cuestión existencial personal o del mundo en general cuando escribís poesía?

No busco cambiar algo en concreto, me parece que eso sería pensar la escritura de un modo utilitario, como una herramienta cualquiera que puedo usar para hacer cosas. Eso me desagrada. Pero me parece interesante cuando yo o cualquier otra persona tienta a la belleza para que se manifieste en el mundo. Lo que pasa entonces es realmente una locura. En algunos casos se da algo así como un placer sin consecuencias.

8. ¿Qué opinas del panorama histórico y actual de la poesía en Tucumán? ¿Te identificas con la obra de algún poeta?

Yo creo que durante una parte importante del siglo XX Tucumán ha estado atrasado estéticamente en relación a la producción literaria de otras partes del país, pero que esa situación gradualmente se fue modificando a medida que los medios y la tecnología empezaron a acortar distancias entre ciudades y países lejanos. Es decir, nosotros tuvimos momentos del romanticismo tardío, del modernismo, y de ciertas tradiciones folklóricas que se hicieron muy largas en toda la primera mitad del siglo. Las figuras de Paul Groussac o de Ricardo Jaimes Freyre, por ejemplo, tuvieron en la provincia una resonancia que en un sentido histórico resulta fundamental, y por motivos culturales que van más allá de lo estrictamente literario, pero también se entiende que en cierto momento hayan surgido autores nuevos a quienes las estelas de influencia de aquellos dos les resultaran muy pesadas. Un poco podría decirse que algunas oleadas vanguardistas nos llegaron en la década del 40 junto con el grupo La Carpa y otros personajes que orbitaban alrededor. Después, y en distintos momentos, hay como un recambio generacional con figuras esenciales como Leda Valladares, Arturo Álvarez Sosa, o Inés Aráoz que a nivel estético ampliaron un montón el panorama. O Juan González, que independientemente de su popularidad para mí es uno de los poetas más grandes del país. En él, por ejemplo, podemos encontrar poemas con muchas zonas de contacto con las escrituras de Juan Gelman o Roberto Juarroz, un detalle que más allá de ciertas afinidades de estilo, habla de ciertos procesos culturales que ocurrían en simultaneidad. Y entonces te das cuenta de que, por decirlo de alguna manera, a partir de entonces en Tucumán el atraso había quedado atrás.

En la actualidad, no sé. Creo que ahora hay una multitud de actividades y escritores en la provincia con propuestas muy distintas y en algunos casos antagónicas, pero si intentamos distinguir a quienes todavía están aprendiendo a caminar de aquellos que con mayor o menor acierto están elaborando una dirección y abriendo un camino propio entonces hablamos de muy pocos escritores. Y ojo que acá no estoy hablando de gente que es mejor que otra por una cuestión de capricho, me parece genial que todo el mundo quiera dedicarse a la literatura, pero hay autores y autoras que ya están “corriendo” y otros que recién empiezan a trotar, como en cualquier otro ámbito de la vida. Ésta no es una diferencia que la estoy inventando yo, es algo tangible y que no depende completamente de si uno interpreta esto y otro interpreta aquello, pero en Tucumán pasa esto de que estamos tan acostumbrados a que durante los eventos literarios se mezcle a gente que ha escrito libros monumentales con otros autores novísimos que después, cuando cualquier lector intenta subrayar incluso muy mínimamente esa distinción, inmediatamente todo se pone tenso, como si darle lugar a esa diferencia fuese un crimen, como si se estuviera creando una jerarquía entre fuertes y débiles. Y no se trata de eso. La diferencia es real, nunca hay que olvidarla ni hacerla un tabú, lo cual por otro lado es imposible. Poner en una misma ronda de lectura a escritores “grandes” con otros “pequeños” es un gesto que apuesta a explorar esa diferencia, y no hay que abandonarlo nunca, pero tampoco hay que llevar esta expresión al nivel ridículo de decir “buenos, somos todos iguales, valemos todo lo mismo, nadie es mejor que nadie”. La diversificación cuando se hace de esta manera resulta algo tan transparente que termina no significando absolutamente nada. Queda como una igualación forzada sólo para no herir egos susceptibles.

Por otro lado, si tuviera que citar algunos nombres con los que me siento en deuda… Bueno, Inés Aráoz, desde luego, no deja nunca de ser una voz de la que uno quiere lograr una resonancia propia. También he hojeado libros de Pablo Dumit, y lo he escuchado recitar sus poemas en vivo un par de veces, y todas las veces me he quedado con ganas de más y preguntándome por qué su obra no tiene la difusión que se merece. Y entre la gente que es más o menos de la misma generación que yo, o a la que de una u otra manera encuentro cercana, podría hablar de Florencia Méttola, de Ezequiel Nacusse, de Luciana García Barraza, más allá de que en tanto conjunto uno se pregunte qué pueden tener en común. También de Tomás Elsinger, que es un amigo que hace unos meses me compartió por privado unos poemas que todavía están inéditos, y en los que encontré un trabajo realmente muy fino, un cuidado por el detalle y la composición que hoy en día parece muy dejado de lado por los poetas sub35. Algo que me parece fabuloso de los cuatro es que son autoras y autores que un poco tenés que ir a buscarlos hasta su casa para poder leerlos, porque no hay en ellos mucho interés por presumir una figura autoral en redes sociales. Con esto no quiero decir que sean unos ermitaños, por supuesto. Los encontrás en lecturas, en eventos, en distintas publicaciones, pero no son gente desesperada por afirmar su condición de escritor, una actitud que ya se ha vuelto irritante en otros de nuestra misma camada, a quienes poco les falta para que ya directamente te tiren sus poemas a la cabeza. No encuentro nada forzado en sus textos, no los veo preocupados por agradarle a nadie, ni interesados en escribir cosas que llamen la atención, todas esos gestos románticos que muchas veces convierten a la literatura en otra red social insufrible. Leyéndolos he sentido que, cada uno en una manera distinta, sus trabajos son algo muy genuino. Los poemas de Flor, por ejemplo, tienen un carisma y una simpatía que siempre me ponen contento y me hacen ver el mundo como un lugar realmente agradable a pesar de todo, como echarte a ver el capítulo de tu serie favorita después de un día muy cansador. Ezequiel, por otro lado, hace esto de trabajar muy en secreto y cada tanto arrojar un objeto precioso en la civilización, a él es más difícil percibirlo de una sola manera porque cuando se decide a compartir una luz u otra siempre hay algo distinto, como si necesitara estar un poco ausente para crear un aparato que dispare una aurora boreal durante un tiempo muy corto, y luego se retirara a preparar la siguiente. Y Luciana, nada, es simplemente increíble su trabajo. Hay como una voz ancestral en sus poemas, un agua que viene recogiendo historias desde un tiempo muy antiguo, una respiración honda y de mucha lentitud en la que vos sentís sobre la cara el aliento humano del mundo.

9. ¿Pensás que la poesía es solo un género literario o algo más?

La poesía es ir siempre más allá.

10. ¿Buscás algún tipo de trascendencia cuando escribís?

No sé si ésa es la palabra. Me interesa el éxtasis, sin importar que éste se dé por medio del placer o del sufrimiento, en algún punto son dos caras de una misma cosa. Pienso por otro lado en una música en la cual todo se deshace. Como una especie de sopa primordial que es a la vez un barajar y dar de nuevo.

11. ¿Qué opinás de las siguientes frases?

A. La poesía es el lenguaje de lo inefable.

Entendiendo a “inefable” como “inenarrable”, es decir, algo imposible de explicar, pues estoy en desacuerdo. Yo aprecio enormemente las representaciones opacas que exigen un determinado trabajo interpretativo por parte del lector, pero me parece ingenuo reducir toda la poesía a este estilo en particular.

B. La poesía es el entendimiento con lo sagrado.

Sí, sin ninguna duda, pero hay que tener en cuenta que todo entendimiento implica una traducción y es acá donde lo sagrado inevitablemente se profana para lograr algún punto de acceso o de contacto, por más aislado que resulte.

C. La poesía es un estado de conciencia alterado.

A mí me suena a algo más parecido a un estado de ánimo. Una música que todo el tiempo cambia de colores. O ese “mood” del que tanto hablamos ahora en redes sociales.

D. La poesía es la alerta por lo humano a punto de perderse.

Esta frase tiene un tono católico que me desagrada. De cualquier manera, no pienso que la poesía sea un alerta de ningún tipo. No creo que ella sirva para prevenir nada, y justamente esto es una gran virtud. La poesía es algo que simplemente sucede.

E. La poesía es el reverso de las cosas.

Puede ser. En el mejor de los casos la poesía es “otra cosa”.

F. La poesía es el perfecto equilibrio y atracción de todas las cosas.

No me gusta la idea de equilibrio, pero entiendo que hay escritores que toman ese término como una estrategia de escritura. A mí en este momento me interesa más que todo caiga con mucho peso en un solo lado, que haya una desproporción tajante.

G. La poesía es resistencia de los órdenes hegemónicos.

Como pasa con todo, hay una poesía que resquebraja el poder y otra que colabora a sostenerlo. Pero es muy curioso cómo se da una cosa y la otra. Cuando la poesía fracasa el orden se sostiene, y acá lo interesante es que la mayoría de lo que se conoce como poesía social o política tiende a fracasar, de modo que mucha de esa literatura pensada para sacudir el orden hegemónico termina perpetuándolo. Es decir, para mí la poesía social fracasa no por su contenido ideológico sino porque la mayoría de los escritores que quieren dedicarse a esto (por lo menos los que yo leo en redes) no saben traducir ese ímpetu político en un poema. Hay gente a la que respeto un montón por la trayectoria que tiene en cuanto a militancia de base y por la forma en que puede hacer una lectura integral de lo que pasa en la calle desde la calle misma, y a veces me ha pasado de escuchar a esos chicos y chicas de mi edad arengando a sus compañeros antes de una marcha y logrando que un sentimiento de arrojo genuino aflore en el grupo, como una forma de que las palabras realmente palpiten en el cuerpo, pero después también leí poemas escritos por algunos de ellos y me sorprendió ver que ese mismo fervor aparecía de alguna manera caricaturizado o esbozado de una forma dudosa. Lo cual, a ver, tampoco me parece algo condenable. Pero no se trata simplemente de hablar del hambre que se pasa en los barrios más marginados, o de la forma en la que los ricos se reparten el mundo, todo esto es algo que el periodismo o las ciencias sociales manejan mucho mejor porque se trata de “información”, y de un análisis puntual de toda esa data. Y el arte no se trata de información sino de representaciones y de sensibilidades. (Acá con “sensibilidad” me refiero puntualmente a la capacidad de sentir, no estoy hablando de algo emotivo, conmovedor, o que genere empatía, la empatía es la anulación de la sensibilidad.)

No es lo mismo entender a una obra como un espacio en el cual hablar (es decir, expresar o intercambiar información) “sobre” política, a desarrollar una representación, a pensar la forma en que un acontecimiento estético sea también un acontecimiento político (lo cual, me parece, no siempre ocurre). Es decir, para mí no tiene sentido pensar a un poema o una canción como una tarima sobre la cual un artista se sube a “hacer” una denuncia, en todo caso es mucho más rico pensarlo como un escenario en el cual el artista “desarrolla” una representación política. En la película «Howl no Ugoku Shiro» Hayao Miyazaki se las ingenia para exponer un claro mensaje antibélico, puntualmente como respuesta a la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, por medio de una explosión de imágenes con una riqueza simbólica inigualable, en una historia que transcurre en un mundo casi completamente alegórico. Y para recomendar a alguien más cercano, yo diría que en Tucumán los poemas de Walter Juárez son una muestra genial de cómo es posible abarcar algunas dimensiones de lo político y de lo social sin perder nunca la oportunidad de iluminar todo con chispazos líricos inesperados.

Muchas veces lo que pasa es que el peso político de la denuncia ahoga muchas de las posibilidades simbólicas de una obra, lo cual tiene todo el sentido del mundo. Cuando algo es urgente y hay que solucionarlo de inmediato no vas a estar perdiendo el tiempo pensando en la forma más adecuada para comunicarlo, lo decís como te sale. Por eso, me parece, hay que tener ciertas consideraciones con la actitud de denuncia. Si ocurre una situación drástica en el mundo o en la ciudad en la que yo vivo (por ejemplo, la desaparición forzosa y el asesinato de Luis Armando Espinoza por parte de la policía de Tucumán) y se tiene que exigir una respuesta al gobierno de turno nunca va a ser una buena idea hacerlo por medio del arte, porque la cultura tiene tiempos muy profundos y muy imprecisos. En las marchas que se hacen para reclamar justicia o exigir derechos jamás va a importar si los integrantes de la murga que acompaña la movilización están respetando todos un mismo compás, nadie se pone a analizar si las acuarelas que ilustran las banderas se hicieron con tal o cual técnica, y si un momento antes de leer el documento o comunicado oficial alguien agarra el micrófono y lee un poema, es obvio que se lo va a aplaudir en tanto afirme la causa que ocupa a la movilización, y no por el valor propio que pueda tener, o no, el poema. Cuando el arte se instrumentaliza en favor de la política hay muchas cosas que se traicionan o quedan en el camino. Es una subordinación que para mí no vale la pena. Con esto no quiero decir que haya que mantener ambas praxis separadas, lo cual por un lado sería estúpido, y por otro lado es imposible, simplemente pienso que quizás lo mejor sería pensar un forma de mantener una tensión sin que resulte forzada. Realizar un proceso integral. Un poco como lo logró la película “Parasite” el año pasado, por dar un ejemplo popular.

Por otro lado, no sé, yo estoy convencido de que no hay revolución o resistencia más grande que la manifestación de la belleza. Y aquí cuando hablo de belleza no estoy hablando de armonía, ni de equilibrio, ni de cuerpos blancos, ni de delgadez, ni de joyería. No se trata de algo completamente beneficioso o dañino, no es seguro que lo bello figure del lado del placer o del lado del sufrimiento, porque es imposible de medir dentro de esos parámetros. Yo creo que la belleza es una crisis sin precedentes, algo así como un sistema que sufre una anomalía, una normalidad alterada incluso por una disidencia mínima, o si lo queremos poner en términos menos estructuralistas, una especie de milagro, pero también una suerte de trauma, algo que casi no tenía posibilidades de suceder y que sin embargo se manifiesta de una forma absoluta. Como el momento en que se reprodujo la Marcha de San Lorenzo mientras el ejército aliado ingresaba a París luego de liberar a Francia del dominio de la Alemania Nazi, o el gol que Maradona le hizo a los ingleses en el mundial de 1986 (*), el cuerpo reventado de una ballena asediado por las moscas al costado del mar, la tarde en que una niña logra por primera vez en su vida leer de corrido una oración en su cuaderno, la coreografía de un videoclip de música pop, y también, no una partida entera de ajedrez, pero sí una jugada puntual en la que la situación del tablero da un giro completamente radical.

H. La poesía es evasión.

Yo creo que la evasión es algo imposible. Quizás estando uno muerto pueda finalmente evadirse, pero andá a saber. Incluso en un poemario o una película en los que más puedas alejarte de la realidad, pensándolos como una droga que usás para quemarte un poco la cabeza y que todo se sienta como un calor muy agradable, eventualmente vas a levantar la vista del libro o de la pantalla, y el mundo va a seguir estando ahí, todo va a seguir siendo lo mismo.

I. La poesía es comedia.

Los chistes en verso me parecen una abominación. Pero distinto es hablar de una obra que desarrolle o exponga cierto tipo de gracia. El sentido del humor es realmente un arte y un tipo de sensibilidad muy difícil de encontrar. Vicente Luy es alguien que entiende muy bien esto.

J. La poesía es libertad y levedad.

No sé, la verdad. Cuando escucho a alguien hablar de libertad siento como si no estuviera hablando de nada en concreto. Y sobre la levedad… Puede ser ésa una forma de manifestarla. Pero también habría preguntarse por una poesía escandalosa y con la capacidad de ensordecer. Hay algo en la capacidad de hacer daño que siempre implica un poco de ternura.

K. La poesía se escribe en la discontinuidad.

Yo creo que las condiciones en las que se produce una escritura son, en la mayoría de los casos, concretas, mundanas y muy aburridas, casi completamente dependientes de la situación del autor. En todo caso, la discontinuidad está “en” o “delante de” la poesía, se trata de una cualidad del mientras-tanto, no una instancia previa o posterior, más allá de ciertas resonancias que tienen lugar después de la lectura.

L. La poesía nos hace sentirnos apartados del resto.

Falso. A nivel personal, los poemas y las canciones más hermosas que conocí siempre me ayudaron a sentirme cerca de mí mismo, o de una persona puntual, e incluso cerca de todas las personas. La belleza es una experiencia absoluta, no puedo evitar que me genere un sentimiento de comunidad infinito.

M. La poesía es para unos pocos.

Nunca he estado de acuerdo con esta idea. Y realmente dudo que haya escritores o lectores que realmente piensen así. Pero si así fuera, me daría mucha lástima toda esa gente.

(*) Aquí me resulta inevitable tener que aclarar lo obvio y señalar que mi referencia al gol de Maradona no implica por mi parte una justificación ni mucho menos una defensa de cualquier cosa que él haya hecho en una instancia que trascienda la jugada a la que puntualmente me refiero.


Sobre el entrevistado: Nacho Jurao nació en Tucumán en 1996. Entre 2015 y 2018 formó parte de la editorial Minibus. Actualmente dirige Gerania Editora. Su último libro de poemas es «Inusual Insinuar», que fue publicado durante la cuarentena de 2020 en formato digital y que se encuentra disponible para su descarga directa.

Una respuesta a “Entrevista a Nacho Jurao”

  1. Nicolás dice:

    No lo conocía! Buenísimo.es interesante,siempre, conocer un autor.

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