Por Manuel Martínez Novillo (h)|
Empezaré este texto haciendo una confesión: estoy enamorado del rock. Esto no quiere decir, en absoluto, que sea lo único que amo. Estoy enamorado de muchas otras cosas en la vida, pero creo que ninguna me ha acompañado desde tan temprano y tan incondicionalmente como el rock. De hecho, mi pasión por el rock me llegó bastante antes que mi pasión por la poesía.
Hubo un tiempo en mi adolescencia en que hacía las dos cosas juntas: escribía poemas e intentaba componer canciones para una banda que tenía con mis compañeros del secundario. Aunque los poemas que escribía eran muy malos, las canciones eran bastante peores. Eventualmente dejamos la banda y tuve que enfrentar el duelo que casi todo joven nacido después del éxito de los Beatles tiene que enfrentar -el de que su vida será simplemente su vida y no una repetición de la de John, Paul y compañía.
Seguí escribiendo poesía y creo que he mejorado con el tiempo. Lo que he aprendido en la escritura de poemas no lo aprendí escuchando rock, y recomiendo no intentar aprender de ahí. Es decir, escuchar música, aunque sea cantada, no puede enseñarte a poner en un papel (o una pantalla) una palabra detrás de la otra con la intención de comunicar una sensación, un sentimiento o un pensamiento. Eso se aprende leyendo a la gente que sabe comunicar con palabras y practicando. Las letras de canciones no son escritas para comunicar lo mismo que comunica la literatura. Son cosas distintas; ninguna es mejor ni más importante ni más compleja que la otra. Una se escucha, la otra se lee.
Sin embargo, sí creo que hay algo que el rock puede enseñarle al que desea escribir y que, a mí, de hecho, me lo enseñó. Algo que es casi tan importante como poner las palabras en su lugar. A eso que puede enseñarte el rock le llamaré el amor por las cosas. Los rockeros durante muchas décadas mantuvieron viva esa capacidad de hablar de las cosas que aman, de transmitir ese sentimiento en las canciones. Un crítico sueco lo definió inmejorablemente cuando se reeditó una antología de Bob Dylan de los setenta: Dylan nos habla y nos convence de que aquello que cuenta, aquello de lo que nos habla, es lo más importante que está pasando, lo más importante que le pasó, lo único que merece atención en ese momento. No importa si de verdad lo es, importa que Dylan logra comunicarlo como si lo fuera.
Borges solía decir que lo determinante de la buena ficción no era la verosimilitud, es decir, no era si creímos de verdad que aquello que nos contaban era posible o no; lo importante era, para él, que uno como lector sintiera que para el autor –para aquel que nos contaba la historia- las cosas del relato eran posibles, que para él tenían verosimilitud cuando las escribió. Retocaría un poco la idea para aplicarla a la creación poética y diría que no es necesario que a nosotros nos importe mucho aquello de lo que nos habla un poeta (o un cantautor), lo necesario es que el autor nos haga sentir que a él mismo sí le importan las cosas de las que habla. Que sintamos que, en algún sentido, el autor no tenía más remedio que hablar de ellas, porque, como para Dylan, era lo más importante que estaba pasando.
Por el contrario, cuando uno está “de vuelta” de las cosas, puede hablar del mundo como si fuera un planeta lejano y extraño. Un sitio por el que anduvo de paso y que solo merece la apreciación y el esfuerzo perceptivo que merecería un planeta habitado por hormigas. A las hormigas podemos describirlas y analizarlas, pero es prácticamente imposible –desde un punto de vista poético- que nos importe su destino. Hay algo más que sentimiento de superioridad en esto. Cuando uno mira todo desde lejos no necesita involucrarse en ningún intercambio humano: al comportamiento de las hormigas podemos verlo a cierta distancia, preverlo, calcularlo, contabilizarlo, medirlo. El intercambio humano en cambio nos obliga a acercarnos y cuando nos acercamos los cálculos empiezan a fallar, los comportamientos no son tan previsibles, las mediciones son más borrosas. Y, sobre todo, cuando estamos cerca, cuando nos preocupamos, cuando amamos algo, nosotros mismos entramos en el juego, empezamos a correr ciertos riesgos.
Pero todos sabemos que ese es el riesgo con el amor: la exposición. Cuando uno ama a una persona, a un poema o a una canción y se interesa a fondo por aquello que no es uno mismo, necesariamente queda a la intemperie. Cuando uno sale verdaderamente a buscar algo afuera no sabe con qué puede encontrarse.
Creo que los poemas que, al cabo de los años, habrán forjado nuestra sensibilidad -nuestra manera de percibir el mundo y la vida- serán los que fueron escritos por hombres y mujeres que no temían exponerse. Hombres y mujeres que no temían mostrar su amor y su cercanía por aquello de lo que escribían. No temían porque sentían que eso era, de verdad, lo más importante que les estaba pasando. Son las palabras de esas personas las que nos sacuden y nos meten en el mundo de la creación poética.
Cuando nos juntamos con Pablo Toblli a charlar sobre la presentación de su libro Nace en lo próximo, hablamos por supuesto de poesía. Pero al cabo salió el tema del rock y discutimos de discos con parejas seriedad y apasionamiento. Esa charla final fue la que terminó por hermanarnos. Pablo y yo tenemos la misma edad. No se lo pregunté directamente, pero pienso que no sería equivocado decir que muy probablemente él, como yo, encontró el amor por las cosas escuchando a Led Zepellin, Nick Drake o Soda Stereo. Sea de ese modo o de otro, lo importante que tengo para decir es que en Nace en la próximo, su primer libro de poesía, está presente ese amor. Él no solo lo encontró, no solo lo tiene, sino que además lo reflejó en su poesía; y ya con eso solamente hizo más que la mayoría de nosotros. Pero todavía hizo mucho más en estos primeros poemas.
¿Pero por qué es importante hablar de ese amor? Porque Nace en lo próximo no es solo un libro escrito por alguien que logra convencernos de que lo que tiene para decir es lo más importante, sino que además es un libro que se trata justamente de ese convencimiento, del descubrimiento de esa cercanía con las cosas. Imagino que Pablo mismo, mientras escribía estos poemas, se fue sorprendiendo de cuánto le importaban las cosas de las que hablaba. Para él mismo fue inesperado descubrir cuánto podía acercarse a ellas. Y por eso el libro mismo se trata de la inspección de esa sorpresa, del descubrimiento, de todo lo que ese descubrimiento mueve en la sensibilidad personal. En el poema “En la antigua tarde” el poeta se encuentra a sí mismo mirando las cosas de un modo íntimo y apacible:
Una antigua y querida plaza.
Afuera en las orillas
nada más claro
que la lucha por la imbecilidad,
el absurdo y el aburrimiento.
Yo tumbado en el pasto
contemplo la belleza
de los viejos y fuertes árboles
de esta querida plaza
que no ceden ni un céntimo
de placidez aunque algo de aquel absurdo llegue hasta nuestros oídos.
¿Es esta cercanía el descubrimiento de que uno va a ser un poeta? Pienso que no, es muy trivial verlo así. Es de hecho algo más importante: el descubrimiento de que a uno le importan ciertas cosas de la vida. Y eso es de verdad potente para la sensibilidad, para la personalidad y para la propia idea de la vida que uno quiera proyectar. Ser poeta en sí mismo no quiere decir nada. En cambio, darse cuenta de que a uno le importan mucho algunas cosas es el descubrimiento de que uno sentirá profundamente sobre ellas, que sufrirá por ellas inevitablemente y que por lo tanto tendrá que aprender a lidiar con ese sentimiento. Por eso, Nace en lo próximo no siempre es un libro apacible escrito en la tranquilidad diurna de la plaza. Es también el libro de un hombre que vuelve demasiadas veces de noche a la misma casa, atribulado por las mismas preguntas. Preguntas que el día entero no ha podido responder y que siguen molestando hasta la última hora de vigilia. El sintético y potente “Volver” es casi un conjuro que Pablo tira contra la injusticia que significa repetir ese ritual absurdo:
Antigua y única dirección,
en carne viva camino,
vieja y nueva dirección,
volver es todo lo que te queda.
Mentiras,
cuentos,
espejismos
que se encuentran
doblando la esquina.
Volver a lo de siempre es lo que te queda.
Ahí está el reconocimiento de que uno va seguir buscando respuestas para esas preguntas a pesar de que no puedan ser verdaderamente contestadas. Ese reconocimiento, central en el libro, dispara hacia distintas direcciones en los poemas. A veces Pablo inspecciona ese momento, cuenta qué es lo que ve cuando el momento le llega. Otras veces se queja de la imposibilidad de salir del círculo. En el confesional “J mors” que cierra el poemario, Pablo da un paso más allá del dolor, le da una vuelta y lo usa para dar una nota positiva. Al insertarse en la noche, el poeta sabe que va a volver a sentir muy de cerca todo, sabe que eso va a doler. Con ese peso en la conciencia le dice a una mujer que “Es mejor que apure la marcha”, porque tiene que llegar hasta ella. Pero en realidad se está diciendo algo a sí mismo, está intentando convencerse de que, al final del día, a pesar de que ese dolor se repite, vale la pena intentar de nuevo cada noche (vale la pena buscar respuestas), porque esas cosas son demasiado importantes como para simplemente dejarlas ir.
Olvida lo que hiciste, a aquellos hombrecillos
que nada tuvieron para desvestir tus velos.
Una mano, seis monedas;
el perro corretea, el gato arma
su escena de ansiedad y persecución.
Una vida que se enseña a ser plena.
Adivina qué me dijeron en el parque,
no lo entenderán,
no me entenderás
aquí en la peatonal ensordecida.
Te lo diré más allá, en aquella plaza.
Sin dudas, Nace en lo próximo, es un libro escrito y/o concebido en la noche. Algunos poemas parecen salidos de los últimos relámpagos del pensamiento antes de caer vencido en el sueño. Otros son hijos de las calles, de los bares, de la expectativa de que la noche nos lleve a algún lugar nuevo. Entre estos últimos están mis dos favoritos del libro: “Sustancia y correcciones” y “Resolviendo puentes hacia el futuro”, que no casualmente se suceden uno al otro en el volumen. En “Resolviendo puentes hacia el futuro” el poeta canaliza la emoción de la noche a través de la esperanza de quedar atrapado en la música. Dice:
El capitán de la autopista rosa
te señala los buenos ciclos
y los senderos de las flores
quequerés;
se escucha un blues que se salta
por la ventana de algunos antiguos
autos bien cuidados celestes,
dorados, mientras construyes
una cinta amarilla
y naranja para tu cabello;
un locutor de una modesta
estación de radio que se obsesiona
con la palabra proyecto
y sus posibles tragedias
o buenos resguardos.
Nos preguntamos hasta cuándo
esta ansiedad que envuelve
las calles y atenta los buenos
giros sustanciales y bellos.
Un viejo jazz interrumpe
al locutor atormentado
y desgraciado, su voz
es tragada y/o
salvada por un embudo
de trompeta y enterrada
por unos dedos seguros
que pulsan las bellas
teclas nacaradas con swing sin igual.
Nos convertimos en un dúo
intratable e incomparable.
Empiezo a llegar al final del texto con esos últimos versos excelentes: “Nos convertimos en un dúo/intratable e incomparable”. Versos que resumen el deseo íntimo que todos tenemos cuando pisamos el territorio de la noche y tomamos la calle; ya sea en compañía del amor, ya sea en compañía de la amistad. La noche parece siempre estar prometiendo una aventura. El asunto es que esa aventura, en realidad, nunca la vivimos, o por lo menos nunca la vivimos en presente: es siempre un recuerdo. La tenemos que escribir para recordarla, la inventamos para poder vivirla. Por eso los poemas felices de Nace en lo próximo, los poemas nocturnos del encuentro con la música, con el amor, con la amistad, son también poemas melancólicos: testimonios vivos de que vimos algo que no estamos seguros si ocurrió. Pablo Toblli se inscribe ahí en una tradición magnífica y poderosa de poetas (Poe y Baudelaire, entre ellos) que son testigos de las cosas que ocurren una vez, cosas que ocurren solamente muy tarde, cuando ya está demasiado oscuro para los corazones débiles. Así, el libro es un digno heredero del “Poema leído en la boda de André Salmon” de Guillaume Apollinaire, en el cual el poeta le recuerda a su amigo la historia común con estas palabras:
Nos conocimos en una bodega maldita
En tiempos de nuestra juventud
Fumando los dos y mal vestidos esperando el alba
Apasionados apasionados los dos por las mismas palabras que habrían de cambiar de
[sentido
Engañados engañados pobrecitos sin saber aún reír
La mesa y los dos vasos se transformaron en un moribundo que nos echó la última mirada de
[Orfeo
Los vasos cayeron se rompieron
Y nosotros aprendimos a reír”.
Nace en lo próximo es un libro sobre el sentimiento que tenemos cuando descubrimos que buscando las cosas que importan llegamos a lugares inesperados, sobre cómo se aprende sorpresivamente a reír en medio la noche, como dice Apollinaire. Sobre cómo muchas veces, a pesar de que nos duela, ser valiente nos paga con un sentimiento, un pensamiento o una historia que vale la pena recordar, que vale la pena unir a nuestra sensibilidad, a nuestra forma de percibir el mundo.
Una versión previa de este texto fue leída en la presentación de Nace en lo próximo, el día 31 de julio de 2016 en el Museo Iramain de la ciudad de Tucumán.
Datos del libro: Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015).
Nació en Tucumán en 1988. Es Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán y Máster en Ciencias Políticas por la Universidad de Nueva York. Ha publicado los libros de poesía Las vidas del amanecer (Ediciones Último Reino, 2006) y Cómo llegar a dónde estás (Culiquitaca Ediciones, 2015).
Esos lugares inesperados son los lugares con 1 mismo. La poesia grabada con el cuerpo es un trozo de verdad xq es el género mas altamente subjetivo.
No conozco aun el texto.
Me quedo con esta interesante mirada.