Entrevista a Camila Fabbri
Por Leopoldo Silva |
El término nenúfar, ninfeácea o loto se aplica en general a plantas acuáticas con hojas que crecen en lagos, lagunas o arroyos de corriente lenta. Suelen mantenerse enraizadas en el fondo. Entre el teatro, los libros de cuentos, la no ficción, y ahora debutando como directora de cine con Clara se pierde en el bosque da la sensación de que Camila Fabbri elige habitar esos paisajes. Y que va saltando de hoja en hoja. Un salto grácil para que la hoja apenas reposando en la superficie no se hunda en el agua. En esta ocasión nos sentamos a conversar en una de ellas, en la hoja de los cuentos.
Como escritora, ¿por qué el cuento?
Quizás tiene que ver con ese eje de profundidad que se llega con un cuento. Es como una especie de caer muy muy hondo. Caer a lo hondo y salir muy rápidamente, y terminar. Como que algo empiece, te arrulle, te enloquezca y termine. Hay algo de ese efecto que te deja el cuento que me interesa generarlo en un lector. Creo que la novela tiene otra tranquilidad, otra confianza, es un pacto distinto el que uno hace.
Como lectora, ¿elegís el cuento sobre otros géneros?
No, no particularmente. Siempre leí un poco de todo: novela, cuento, poesía; teatro también leía, pero menos. Más lo iba a ver. Veía mucho cine.
Tu primer libro publicado, Los accidentes, es de cuentos. ¿Fue lo primero que empezaste a escribir?
Sí, te podría decir que más de chica, cuando todavía no había ni una idea cercana de escribir como un oficio, escribía cuentos. Y después como algo un poco más profesional empecé a estudiar dramaturgia. Porque cuando terminé el colegio me interesaba el mundo del teatro. Entonces empecé a formarme como actriz. En las clases de Julio Chávez, en La UNA y en paralelo entré a la Escuela Municipal de Arte Dramático de Buenos Aires; que son dos años, en el que teníamos, entre otros, a Mauricio Kartun como profesor. Ahí me puse a escribir mi primera obra de teatro, que fue mi primera obra terminada, con una conclusión.
Esa obra la monté muy joven, y primera aproximación a la escritura tuvo más que ver con el teatro, con el monólogo, con hacer hablar a los personajes, a los actores. Y después, un poco en paralelo, ese conjunto de cuentos que iba escribiendo lo fui corrigiendo en distintos talleres, o por mi cuenta. Y de ahí, primer libro, Los accidentes, que salió en 2015.
Ahora volviendo a la escritura no me parece que hubo una decisión consciente de escribir solamente cuentos. En un momento se empezó a dar así, me empecé a sentir muy cómoda con ese género. Y sí, puede que sea un género que a mí me guste particularmente, quizás por encima de otros.
A la hora de arrancar, sobre el proceso de germinación de eso que en un futuro podría ser un cuento, ¿cómo se presenta?
Me parece que lo intuitivo es siempre lo que reina. Uno se transforma en una especie de gran captador del presente, de lo que pasa a tu alrededor, de las anécdotas insignificantes, de cosas que uno ve en la calle. Todo eso, a veces lo anoto y a veces no, pero igual queda dando vueltas en algún lugar. Una es una especie de gran archivista que después puede ir a esas cosas donde miró con más atención. Y a veces eso tan insignificante como… no sé, un auto rojo de madrugada en una calle, bueno, es el principio de un cuento. Tiene que ver con eso, con estar atento a esas cosas y quizás un poco desatento a cosas más trascendentes.
¿Tenés horarios de escritura?, ¿rituales?
No, va cambiando mucho. No tengo eso de «escribo sólo a la noche o a la mañana». Me suelo sorprender con los procesos, puedo estar meses sin escribir, puedo estar un mes escribiendo mucho. Como tampoco es algo de lo que necesariamente vivo, entonces puedo darme esas libertades.
¿Temas a los que volvés en tu escritura?
Me doy cuenta de que hay temas que se repiten. Las historias que tienen que ver con la infancia y la juventud, con ese momento en el que las personas todavía no tienen armado tanto el raciocinio, no saben hablar tanto, pensar por sí mismas y tienen algo más mecánico; más animal. Ese vínculo de lo humano en la infancia con lo animal. También aparece lo doméstico, la familia, las mascotas. Muchas veces cruzado por fenómenos naturales o históricos que son totalmente ajenos.
¿Cómo te llevás con el proceso de titular un cuento?
A veces aparecen al principio y a veces no aparecen nunca. Más allá de eso, me encanta titular, disfruto encontrar títulos en textos de otros. Y que me den sus cuentos para que los lea, y decirles mirá, este título está bueno. Es como si fuera un oficio, pero cada vez me cuesta más. Creo que antes tenía un oído más afinado para los títulos. Muchas veces aparece antes de la historia. Y cuando no es así, probablemente se resista bastante hasta que aparezca. Me da la sensación que es más fácil titular un cuento que no es propio. Quizás es porque uno está menos comprometido.
¿En qué momento te das cuenta que un conjunto de cuentos hacen sentido o funcionan juntos para publicarlos?
Creo que ahí entra esta intuición de la que hablamos antes, ¿no? Como que uno no toma decisiones muy conscientes en esos momentos. Uno está en una tónica de un libro que va un poco por unos temas que, efectivamente, en la escritura de nuevos cuentos se van repitiendo y arman una especie de familia. Existe una intuición de que eso va a ser un libro. Entonces no se fuerza esa unión entre las historias, sino que son los tópicos que un poco van dialogando entre sí y eso arma el libro de cuentos.
Tu próximo libro a publicar es una novela, ¿diferenciás entre escribir cuentos y esta experiencia con la novela?
Creo que sí… por ahí, como los primeros intentos siempre tuvieron que ver con que una vez que arranco a escribir un cuento sí o sí debo concluirlo. Poder empezarlo y terminarlo más o menos delineado. Después, sí, corregirlo. Y entonces la escritura tenía más que ver con todo ese proceso de corrección y de moldear la historia. Con la novela lo que me pasó (la primera vez que escribo una novela) cada capítulo era una especie de cuento. Quizás había una necesidad también de poder empezar y terminar un capítulo, no dejarlo por la mitad.
¿Qué aparece en la revisión de un cuento?
Aparece por ahí una necesidad de tener como cierta claridad, de generar cierto compromiso con el personaje que narra o con el personaje que de alguna manera es quien lleva la acción. Puedo llegar a instancias bastante obsesivas con la corrección. Pero bueno, la escritura está ahí.
¿Qué estás leyendo?
Un libro muy lindo de Daniela Demarziani, escritora argentina. Soy Harold se llama. Lo sacó la editorial Overol. Es una especie de diario de una traductora que está traduciendo un libro y además le están pasando cosas en su vida personal. Me está pareciendo muy muy lindo.
Camila Fabbri (Buenos Aires, 1989). Es escritora, directora de teatro y actriz. Publicó los libros de cuentos Los accidentes (2015) y Estamos a salvo (2022). También no ficción: El día que apagaron la luz (Seix Barral, 2019).
Ha sido publicada en España, México y Chile y traducida al inglés y al portugués. En 2021 fue seleccionada por la revista Granta entre los 25 mejores narradores en español menores de 35 años. Acaba de estrenar su ópera prima Clara se pierde en el bosque en el Festival de San Sebastián.
Fotografía de la autora: Sebastián Arpesella
Nació en Tucumán en 1998, es Licenciado en Comunicación Social (UNSTA) y Diplomado en Fotografía Documental (UBA). Cuando escribe narrativa flashea Juan Forn y escucha temas de El mató a un policía motorizado. Sostiene que la literatura es un milagro. Le gustan los gatos y la crónica periodística. Toma mate y duerme la siesta en el Parque Avellaneda. A veces se le pudren las naranjas en el canastito de la cocina. Ah y también es fotógrafo, ponele.