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ISSN 2684-0626

 

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Sara Mamani y la poética del recuerdo

Por Marina Cavalletti |

La compositora salteña cuenta con dos poemarios que potencian su aporte al mapa cultural actual. En “Décimas” y “Ovillos” la autora despliega reflexiones y remembranzas que van desde lo personal a lo colectivo.

Sara Mamani es una cantora de voz profunda, una compositora que teje paisajes con los ojos y la garganta, luchadora incansable por la memoria, la verdad y la justicia, encolumnada en el feminismo y defensora de sus raíces. Cualquier persona que tecleé su nombre en un motor de búsqueda encontrará estos datos. No por conocidos, resultan irrelevantes. Más bien todo lo contrario. Sara es su canto, sus luchas, sus canciones.

Ella es también amante de los libros y los versos. Probablemente en eso radica la “novedad” porque la salteña es además, como digna hija de su tierra, poeta. “Mira el mundo, revisa su propia vida y cuenta lo que ve. Una mirada honesta que pondera hechos, situaciones, personas y nos transmite esos pantallazos emocionados con conocimiento del oficio”. Eso dice  su comprovinciano, el crítico y poeta Santiago Sylvester en la contratapa de “Ovillos”, el segundo volumen de versos de la autora.

Mamani tiene una extensa ligazón con el género lírico. En sus placas Re-vivir y Trazos musicalizó a Federico García Lorca, Fernando Noy, Juan Gelman, Rafael Alberti, Gloria Fuentes y Manuel J. Castilla, entre otros. La pulsión quedó repicando y se cristalizó en nuevas estrofas propias, pensadas para el papel.  

Primero, surgieron sus “Décimas”, en noviembre de 2020. Luego, un año más tarde, en agosto del 21, los vocablos se volvieron “Ovillos”. Ambos poemarios, editados por el Suri Porfiado, de la mano de Carlos Aldazábal, tienen una potencia inconfundible, van de la forma fija al verso libre con una clara artesanía detrás, con el tiempo que merecen las imágenes, desde que aparecen en el pensamiento o la emoción,  hasta que llegan a las páginas.

Para su “debut” Sara eligió una forma clásica, que tiene entre sus cultores a referentes indiscutidos como Violeta Parra, Joaquín Sabina, Jorge Drexler, o el mismísimo Calderón de la Barca con “La vida es sueño” , por citar algunos ejemplos. Con toda esa tradición que la antecede, como parte de ella, empuña su lápiz y escribe:

¿Por qué es tan bella la luna?

Será porque hay una sola.

A cualquier hora me roba

sentires como ninguna.

Sus aguas, de tan profundas,

seguirán siendo misterio,

y esa voz desde el silencio

que canta en cuarto creciente.

es para mí suficiente

en este campo desierto.

Así, en “Creciente” Mamani retoma el tópico que enamoró a Federico en su “Romance de la luna luna”, que conmovió a Tuñón y a tantos y tantas otras. Marca entonces una instantánea, con sello propio, se detiene en el detalle y en la reflexión.  En el prólogo de este material Teresa Parodi, indica que «las nuevas voces de mujeres en el folclore vienen sólidas y empoderadas».  En esa línea, y desde la instrospección que generó la crisis sanitaria y el aislamiento en pandemia, la artífice del “Huayno del olvido” se desdobló más allá de las formas fijas.

De esta manera, en “Ovillos” emerge la conmoción: hallar fotos de personas y momentos que ya no son los mismos,  encontrar papeles en un baúl, un reloj sobre la mesa de luz, enfrentar a  la soledad eternizada, recorrer el circo de la infancia, oír la lluvia sobre los techos de chapa, “los barquitos quietos en el recuerdo”,  retratar un retorno al aula de quinto año, al cerro San Bernardo, cuando  la vida era  infinita. Y entonces, una pausa para decir, con cierta angustia: “La justicia/el mal en el mundo,/ y no poder/cerrar la ventana/ de ninguna manera.”

Mamani desgrana escenas diversas y sentidas, invita a quien lee a un viaje por los épocas de antaño, pero con anclaje en reflexiones del presente. La acción de “volver a pasar por el corazón”, los recuerdos son la materia prima predominante de sus versos. Y además el amor, la música, la casa llena de luz, algunas plantas, la albahaca, los pasos del padre que regresa en el tiempo: “Tu voz es un hilo delgado/ a punto de cortarse/ casi inaudible/ que quisiera retener”, dice y la palabra es un hechizo para recuperar ausencias.

Sara aborda detalles de lo íntimo, pero va más allá: no solo describe lo propio, se amplifica en los demás, en “el ir y venir /de los dolores humanos” donde la vida es un pedazo de pan al costado. Y más adelante territorios, senderos, puertas, árboles, esperar al sol en Inti Raymi. Cada verso es una observación honda, con los secretos de lo simple en la superficie, pero sobre todo, con muchos más sentidos detrás de cada palabra.

En su itinerario, Mamani se sostiene, hacia el final del libro, en las mujeres de su linaje: su comadre Titina, su hermana Elsa, su madre Ángela. En el cierre, ella es una niña marrón que asegura: “La injusticia quebró/ tantos idiomas/ Pero una a una, /las letras propias/ van apareciendo/ en el mes de agosto.”

Sara sabe que su voz “está en el aire”, entre sus versos y canciones, entre la añoranza y lo que vendrá. Ahora ella es parte de la poética que se fragua en el presente, entre décimas, ovillos y entre nuevas estrofas que, seguramente, ya están naciendo. 

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