Por Gabriel Gómez Saavedra |
¿A quién se le ocurre bañar los ojos en ácido para reconstruir imágenes que lo integraron? La respuesta apunta al autor de Música para quemados, un poemario ondulante y extraño que parece salido de los sueños de la fiebre, pero que no se corre de una lógica que sostiene que se deben quemar las vivencias para verlas en serio. Ahora, en ese fuego no hay masoquismo; la voz de Gómez Romero va desenrollando con él las cortinas de una cuarta dimensión donde la experiencia es exorcizada y queda suspendida por encima del tiempo, aun cuando el libro contiene señales claras de ubicuidad temporal, por ejemplo: se divide en dos partes a las que se titula “Lado A” y “Lado B”, como en un disco de vinilo o un casete. Un apoyo realista que trae una atmósfera de fines de la década de 1980 o de tránsito por la de 1990, pero que constantemente está estallando hacia planos paralelos o elásticos desde donde se internalizan los poemas. En el poema “Sexto A” la idea que queda es que las cosas, para comenzar a brillar y buscarse para su resguardo, primero deben desarmarse, ya que en estado homogéneo son inabordables:
De vuelta
caminé en el sentido inverso del reloj.
Al llegar
no había edificio
ni cuadra,
tampoco
aire.
Desde aquel día
busco mis cosas.
El mecanismo del libro podría definirse como un surrealismo moderado, pero es más que eso, porque el lirismo pareciera, en principio, tener control de sus imágenes; incluso llega a sacrificarlas en pos de una sed gótica, para volverlas a revivir luego:
Pero mi cabeza siempre se sumerge
en un extraño sueño imperfecto,
donde nacen luces
de su negro Chevy del 66
que ruge y exhala
humo cromado (…)
En ese sueño
siempre subo.
No miro adelante.
En “Lado A” las tensiones son más claras, porque los recursos usados en los poemas evidencian que sus visiones tocan la violencia. Hay un ingreso al ser lírico que no trae autoconocimiento, sino perturbación y ajenidad: “Arriba / lo conocido yacía en doble forma. / No había camino; / nada me pertenecía”. Pero esto requiere algo que descomprima —que permita creer que las visiones no son totalmente fulminantes— y eso se lee en poemas como “Río Grande”:
Las aguas
no se detienen
y se llevan todo aquello
que ataba a mi alma.
Vine al río
a nacer.
“Lado A” es la música de los sobrevivientes con que se llegará a la segunda parte del libro. La primera parte del poemario ha parido una voz que se corre del yo en “Lado B” y que pone, por sobre éste, un repertorio sentencioso que describe los ojos de la existencia, porque sabe de lo huidizo de las emociones en la que aquella se apoyó. Como dictamen de un sabio autodestructor, se lee en el poema “Criaturas del abismo”:
De pronto,
la fuerza interior
quiso correr por las venas
y uno anticipa:
“ya nada será igual” (…)
El aire es liviano,
duro es el suelo.
La conciencia,
demoledora.
Ya nada inquieta
ni excita tanto
como caminar al borde.
Música para quemados es un libro para despertar frente a sus imágenes. Gómez Romero ejecuta para el lector los versos de la copla de Manuel Acosta Villafañe[1] que dicen “me gusta encender el fuego / y retirarme a verlo arder” e ilumina un purgatorio donde suenan fuera del tiempo guitarras corrosivas que podrían venir de bandas como Flema[2] o El Vislumbre del Esteko[3], hasta que se apagan los amplificadores y no queda más que el aire con que se mastican estos versos del poeta canadiense Mark Strand:
A mi paso,
el aire se separa
y siempre vuelve a unirse
llenando los espacios
donde estuvo mi cuerpo.
Todos tienen razones
para moverse,
yo me muevo para
que las cosas mantengan su entereza.[4]
*
Imagen 1: Música para quemados, La cimarrona, 2017.
Imagen 2: S/t (2020), de Florencia Lencina.
Florencia Lencina (San Miguel de Tucumán, 1987)
Cantora, fotógrafa y gestora cultural. Estudiante de la Tecnicatura Universitaria de Fotografía de la Universidad Nacional de Tucumán. Participó en diversos espacios culturales como fotógrafa, colaboradora y gestora. Actualmente forma parte de una red mujeres artistas siendo integrante de los espacios La Lola Mora, Ibatina y Encuentra: Mujeres en el Arte, cuya finalidad es visibilizar la participación y lucha de mujeres artistas tucumanas.
Forma parte del dúo Florencia Lencina/ Daniel Albarracín que recientemente grabó su primer disco Brote.
Contacto:
www.instagram.com/mariaflorencialencina
https://duoflorencialencinadanielalbarracin.bandcamp.com/album/brote
[1] Músico, autor y compositor de música de raíz folklórica, nacido en la provincia de Catamarca.
[2] Banda de punk rock de la provincia de Buenos Aires.
[3] Banda de música de raíz folklórica de la provincia de Santiago del Estero.
[4] Los versos pertenecen al poema “Que las cosas mantengan su entereza” (versión de Ezequiel Zaidenwerg).
Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
Excelente reseña Gabriel!
Da gusto leer La Papa.
Que hermoso Gaby !
Muchas gracias Pablo y Ale.