Sobre Poemas de resistencia, de Guillermo Plaza Schaefer (Editorial Gráfica 29 de mayo)
Por Guillermo Siles |
La historia de la humanidad está signada por las incursiones de rapiña y de conquista, las expulsiones y el exilio, el comercio de esclavos y las deportaciones, la colonización y el cautiverio. Parte de esta realidad milenaria es la materia de los Poemas de resistencia, de Guillermo Plaza Schaefer, un libro que nos interpela por el modo contundente de narrar en verso las rebeliones y la resistencia de la Confederación Diaguita sucedidas hace más de cuatro siglos. Además, sorprende su escritura por la rica apropiación del discurso historiográfico y los intertextos que han sido explorados en detalle para traer al presente la historia de uno de los numerosos pueblos avasallados y exterminados durante la conquista de América. Después de ellos los que sobrevivieron han sido ignorados o invisibilizados al producirse la conformación de los estados nacionales. La Argentina concibió políticas semejantes a las de Australia, Canadá, Estados Unidos, basadas en el mito fundacional de la tabula rasa. Sin embargo, la cara opuesta de este pretendido logro es el exterminio de los pueblos originarios, a cuyos últimos sobrevivientes se les ha otorgado el rango de minorías étnicas.
Guillermo Plaza en su libro no recurre a experimentaciones lingüísticas ni a la invención de una lengua que intente recrear un habla utópica, ya que la lengua diaguita solo pervive en algunos vocablos y en topónimos registrados en los poemas. Algunos estudios y diccionarios señalan la existencia de palabras provenientes del cacán, pero como no existe registro escrito de esta lengua, se refieren a esos vocablos suponiendo su etimología cacana o directamente los mencionan como asimilados por el quichua. A la vez, existen investigaciones que refutan estas hipótesis por considerarlas erróneas. El giro más audaz realizado por el autor consiste en versificar de manera fiel los hechos desde una visión alejada de toda idealización, de maniqueísmos como el de vencedores y vencidos. En todo caso, intenta reconfigurar las versiones oficiales de la historia para situarse en una óptica que pone el acento en la capacidad de resistencia de los antiguos pobladores de esta región, por eso apuesta al sentido poético de la lucha inextinguible. Ese persistente afán se condensa en el epígrafe de Álvaro García Linera que construye sentido con los poemas y da consistencia a la poética del libro: “Luchar, vencer, caerse, levantarse luchar, vencer, caerse, levantarse hasta que se acabe la vida”.
Un estratega de guerra, un luchador sabe que hay momentos de ataque y de repliegue; momentos de ofrecer la paz y de estar alerta, en compás de espera hasta reorganizarse y contraatacar. El guerrero pueblo diaguita conocía dichas estrategias y sus líderes supieron utilizarlas para defenderse, lo cual explica las prolongadas luchas que se extienden desde 1560 hasta 1667. El segundo epígrafe de Eduardo Galeano, dice: “La guerra seguirá mientras siga el maíz brotando en rincones secretos de las montañas”, éste refuerza la enunciación asertiva del primero al señalar la continuidad de la vida, la retirada hacia sitios más elevados de la montaña y de difícil acceso para el hambre y la codicia del invasor. En las alturas los pueblos andinos pueden cultivar el maíz que es ofrenda de los dioses.
El libro podría leerse como un extenso poema fragmentario, organizado en cuatro momentos: La primera resistencia 2. El gran alzamiento 3. La contraofensiva final y 4. El desarraigo. Y en ese ordenamiento son fundamentales la temporalidad, la espacialidad, los nombres de quienes protagonizaron las luchas.
Los novelistas, en general, cuando trabajan temas históricos -pienso en la Nueva novela histórica específicamente- suelen alterar la realidad de los sucesos, a veces, incluso llegan a desfigurarlos utilizando determinados procedimientos discursivos (la parodia, la ironía, etcétera) con la idea de desmarcarse de la historiografía oficial, de poner en duda la pretendida veracidad de este discurso; también lo hacen para destacar el carácter ficcional de los textos que escriben y la capacidad de invención que la literatura exige. Para ser fiel a los hechos el autor de estos poemas, quizás, procede deliberadamente de manera inversa: anota con exactitud fecha, año y lugar en cada poema. Tal vez, para ir más allá de todo vanguardismo, intenta “no cambiar la música de lugar”, como anotaría Giannuzzi, y poetizar la heroica gesta diaguita en su lucha por la supervivencia, sin dejar de considerar la capacidad militar que tuvieron ni sus tácticas bélicas de defensa.
El primer poema: “La flecha de la guerra” ocurre en enero de 1562, en Tolombón. Allí se inicia todo. Dice así:
El invasor
ha llegado para quedarse.
Hordas de bestias hambrientas
avanzan sin piedad sobre los pueblos libres.
Las nuevas ciudades coloniales exigen cada día
más tierras y más brazos para trabajarlas.
Una y otra vez arremeten, disparan, lancean y matan.
Una y otra vez ocupan, saquean, profanan y arrancan
prisioneros para repartirlos como esclavos.
Desde Tolombón
el titaquín Kallchaki organiza la resistencia.
Ha enviado la flecha de la guerra a todas las
comarcas y muy pronto la tierra se alzará en armas.
Sabe que el precio de luchar por la libertad será muy
alto y que miles de guerreros perderán la vida.
Pero el titaquín también sabe algo muy importante
porque ya los combatió con anterioridad.
Los invasores no son seres inmortales:
ellos sangran, se pudren y hasta se retuercen
del miedo.
El poema expone la articulación coherente con los epígrafes de García Linera y Galeano, al mostrar el carácter valeroso y nada ingenuo del titaquín Kallchaki, sus estrategias guerreras, el conocimiento de la cruel voracidad que posee el enemigo para arrasar con todo, pero además sabe algo fundamental: son mortales y temen.
El ruso Sergei Dovlatov, que fue discípulo de Anna Ajmátova y Joseph Brodsky, puso una advertencia en su último libro que me gusta asociar con Poemas de resistencia: “Todo parecido entre estos personajes y seres de la realidad es intencional, y toda ficcionalización es accidental e involuntaria. Porque cualquier tema literario presenta tres aspectos: todo lo que el autor quiso expresar, todo lo que supo expresar, y todo lo que expresó sin querer. Ese tercer aspecto es el más interesante para el lector».
Los poemas de este libro no son un lamento por la derrota ni una épica elegíaca sino más bien un puño alzado de rebeldía y resistencia, fragmentos de una trama que alimenta la indómita luz de la memoria.
Guillermo Plaza Schaefer nació en Salta en 1987. Vivió en Córdoba, Cachi, Molinos. Actualmente reside en Salta Capital. Además de poeta, también es médico y diaguita. Publicó Poesía íntima. En el aura del sauce (2012), Antología a dúo (2013) y Retorno (2014).
Es doctor en Letras y se desempeña como profesor de Literatura argentina contemporánea. Publicó artículos en revistas y compilaciones nacionales y extranjeras. Es autor de El microrrelato Hispanoamericano. La formación de un género en el siglo XX (Corregidor, 2007). Compiló volúmenes de crítica: La pequeña voz del mundo y otros ensayos de poesía (2007), con María Eugenia Bestani y Representaciones de la poesía argentina contemporánea (2011), entre otros. Editó y prologó Obra Poética, de Hugo Foguet (2010). Fue becario posdoctoral del DAAD en la Universidad de Potsdam (Alemania, 2012); dictó cursos y conferencias en universidades de Inglaterra, Francia, Alemania y España. Dirigió volúmenes especiales de RILL N° 21 y N° 22: Poética, poesía y escrituras íntimas (2016 y 2018). Es co-editor de Poesía sin música (2017), que reúne poemas del compositor Pepe Núñez. Publicó El sabor de la fruta en 2008 (poemas). Integra las antologías Poesía Joven del Noroeste argentino, de Santiago Sylvester y Poetas Siglo XXI, de Fernando Sabido Sánchez. Una selección de sus poemas apareció en la revista Hablar de poesía N° 12 (2006).