Suscribirme

ISSN 2684-0626

 

1/4 KILO
1/2 KILO
1 KILO
5 KILOS

«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucuman

libros tucuman

 

 

 

 

 

 

 

La ciudad implosionada de Néstor Rodolfo Silva

Por Gabriel Gómez Saavedra|

Los ciudadanos de San Miguel de Tucumán venimos siendo testigos tristes o indiferentes, en estos últimos años, del asedio de las demoliciones de edificios valiosos para el patrimonio cultural urbano. De repente, un lugar que miraba al pasado y se paraba como una referencia identitaria para el futuro, amanecía vuelto escombros; arrastrando y enrareciendo nuestros ojos, y al cielo que cuidaba sus cúpulas y azoteas.

Hubo un poeta que supo tomar una ciudad, que también hablaba de sí mismo, e introducírsela en el pecho como una granada esférica, pero no para que explote, sino para que implosione en él y cada pedazo, rajadura u olor de sus antiguos moradores, le hablen de su propia fragilidad. Fue Néstor Rodolfo Silva, nacido en 1922 en la ciudad de Tafí Viejo y ubicado, por antologadores como Gustavo A. Bravo Figueroa[1], entre la denominada generación del ’60 de la poesía tucumana. En él, el levantamiento de esa ciudad interna recurre a porciones de extrañeza y de alucinaciones por igual, tal como lo anticipa en su primer libro: Ciudad hacia la noche. Como si lo que alumbra el poema debe encender el espíritu, pero no debe poder ser apropiado, porque se marchitaría como un escombro entre las manos ni bien se lo toque. El lenguaje pareciera estar hecho de un aceite espeso, que se desplaza lentamente para dejar un hilo de símbolos que le abren al lector cientos de domicilios diferentes, donde hacen noche los retratos graves del yo poético:

Puerta cerrándote el rostro.

Debió ser más

que aquel moblaje de siempre

en la madera antigua.

Tanto como aquellos que nos miraban

lejos.

Mundo ciudad que me devuelve

al costado de estas calles

como a largas estaciones o ancho puerto,

con la gran soledad de acompañarte.

Junto a la lluvia, uno de los vecinos con que la poesía de Silva pareciera toparse en cada esquina, es el olvido. El poeta lo desnuda como un asedio suave que camina a su lado, pero nunca atrás de él; o sea, el terror del olvido no asoma en estos poemas, es más bien una condición a la que arrastra la despersonalización de la urbe, y que convierte a cada ciudadano de a pie en un sobreviviente de sí mismo, que debe leerse su corazón, cada dos por tres, para seguir reconociéndose en cada vidriera con que se enfrente. Acto de supervivencia, sí, pero también de dignidad por la oportunidad que ofrece para volver a recuperar algo de lo perdido, aun con su desgaste. Hay un excelente poema, “La puerta”, que predica:

Quiero decir infinito

pero quiero decirlo.

En esto hoy que llegando

solitariamente extraño

nada dice de ayer ni mañana.

Pienso que he necesitado tanto para perder el nombre de los seres

en esta habitación ya sin clausura.

Hecho y deshecho,

lugar de donde vengo

devuelto como un niño envejecido.

Este es el tiempo.

Y esa abertura cerrada es el olvido.

            A veces el vacío de la ciudad apropiada es un amor sin rumbo y recibe un nombre: Virgina, con el que Silva titula a su segundo libro. Presencia impalpable que podría describirse como prostituta y musa a la vez, que el poeta no individualiza ni nombra; porque no hace falta. La intención es expandirla; dejar en claro que su energía es dueña de la vida de todo el derrotero del amor volcado en los poemas. Entre amague de elevación neoromántica y amenaza de caída en un pozo gótico, Virginia es un espejo de sangre que replica la soledad de todos los que la habitan, precaria y transitoriamente, pero que le dejan, entre las piernas y las paredes, partes del corazón para siempre:

Efigie del silencio que sólo un llanto medras

insidiosa garganta del eco:

hay un nombre en mi escritura.

Por ahora y todo

levantado para castigo leve de la sed

frente al umbral de otro día (…)

Cuando tus proxenetas se van

y la ciudad aglomera sus estragos

y el lujo está en el mundo

que no reconoce tu soledad en la mía.

            El derrotero de caminante en la implosión recala en una palabra labrada hasta la más íntima precisión en los libros Vuelta de página y Deslinde. Silva, de formación netamente autodidacta, toca en ellos la cuerda de su madurez poética y recurre, quizá, al uso del designio familiar de fino domador de la materia (su padre fue, al jubilarse como empleado ferroviario, zapatero y fotógrafo también autodidacta, y su hermano Fernando, uno de los más prestigiosos luthieres del país, llegando a dirigir la Escuela de Luthería de la provincia).

            Con una postura que roza levemente el objetivismo en el inicio de cada poema, la palabra se vuelve más prudente y apunta a tópicos concretos, pero sin buscar aprisionarse en los límites de aquellos, sino que los toma como base para disparar sus innumerables posibilidades significativas y sensitivas, a distancia. Van unos versos del poema “La casa”:

En esta casa

donde ahora estoy solo

yo quisiera verte

moviendo junto a mí el mismo aire

y que te orientes

como si me miraras desde lejos.

Que yo fume y tú apagues un fósforo

con el silencio de llevar toda la vida.

En esta casa

donde somos dos

y no puedo mirarte desde lejos.

            En algunos pasajes, el yo lírico pretende construir cierta materialidad, pero no puede librarse de la caída en la ajenidad con respecto al exterior; como si su pulsión tendiera hacia la precisión del epigrama o del aforismo, pero sin privarse de la indefinición del fenómeno que canta:

Quemé aquella carta

para secar una lágrima.

Las tatuadas piedras

parecían unir su indiferencia

y el paisaje no venía

de las altas nubes desafiantes.

Estaba en el papel

ardiendo

muy cerca de mis ojos.

            La ciudad donde se domicilia la poesía de Silva es la ciudad de los sueños, edificada con los cimientos de su primer libro, pero con una morfología cambiante para poder ser receptiva a las impresiones del autor. El poeta sabe que pisa sobre pavimento y hormigón violados por el tiempo; tiempo que hace crecer una torre donde antes respiraba un árbol o una vieja ventana abierta, pero que siempre le da la ofrenda de lo inolvidable, aun en manos del olvido: “Alcánzame el prodigio de tu llanto / estrella inmemorial casi encendida / en las cumbres larguísimas del tiempo”, escribe en “Poema por mi tierra”.

            En su último libro El viaje, podemos asomarnos al balance de su travesía. La ciudad mirada en clave retrospectiva ha cicatrizado su mapa en el cuerpo del autor, para quedarse a vivir en él y volverse aprendizaje:

Haber golpeado la piedra

hasta el allá del cansancio

por dar con el domicilio

camuflado de la pena.

Haber soplado cenizas

para mirar más de cerca

por no entender

que es del aire

tener más aire que el viento.

            Liliana Massara sostiene sobre la poeta Ariadna Chávez[2] —compañera generacional de Silva—, que cultivaba “una actitud iconoclasta que comienza a despuntar en los años ’50, se fortalece y complejiza en la siguiente década”. Puede decirse que esa actitud se hace extensiva a Silva; quizá porque la “aldea” tucumana se abría, en su época, a un mundo confuso y amenazado, y la opción más cercana era la de construir un refugio interno al cual escribirle.

            Néstor Rodolfo Silva siempre supo que su tránsito no era por el espacio, sino por el tiempo; por eso implosionó la ciudad de su poesía adentro suyo, pero no para que sus poemas sean meros escombros caídos y mudos, sino para que floten en el lector como una constelación tan reluciente como profunda.

*

Néstor Rodolfo Silva (Tafí Viejo, Tucumán, 1922)

Poeta, autor de los libros Ciudad hacia la noche (1963), Virginia (1967), Vuelta de página (1968) y El viaje (1984). Obtuvo el premio Jaime Freyre. La Antología de la poesía argentina (1979), con selección de Raúl Gustavo Aguirre, incluye poemas suyos. En 1986, la Universidad Nacional de Tucumán publicó una antología de su obra édita e inédita.

*

Imagen: S/t (2013), de Renzo Cencenarro.


[1] Gustavo A. Bravo Figueroa, Poesía de Tucumán: Siglo XX, Ediciones Atenas, San Miguel de Tucumán, 1965.

[2] Liliana Massara, Palabra alucinada de Ariadna Chaves. Tardesamarillas.com. Recuperada el 10 de febrero de 2020, de http://www.tardesamarillas.com/index.php?option=com_content&view=article&id=730:liliana-massara&catid=19:resenas-de-libros&Itemid=10.

N. del A.: Se agradece la colaboración de Ana Lía Madrigal y Martín Aguierrez por facilitar material de Néstor Rodolfo Silva.

3 respuestas a “La ciudad implosionada de Néstor Rodolfo Silva”

  1. En 1945 Néstor Rodolfo Silva obtuvo el primer premio en los Juegos Florales organizados por Juvenilia, el centro patriótico y cultural de Tafí Viejo. En 1979 se publica «24 poemas premiados», el primero de ellos es «El poema de mi amor» de Néstor Silva, con el que había sido distinguido en el ’45.
    Comienza con estos versos:
    Mi amor es el fragoso simún de los desiertos,
    en cuyas alas lleva, pavor y deconcierto;
    es el volcán que ruge cuando su seno inflama,
    volcando por su cráter devastadora llama.

    • Gabriel dice:

      Muchas gracias Elena por este recuerdo y los versos de Silva.

    • Adriana Silva dice:

      Hoy era el cumpleaños de mi querido tío.. QEPD

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *