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ISSN 2684-0626

 

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La historización de una ficción

Acerca de La espalda de la Libertad, de Eduardo Rosenzvaig (2023, Libros Tucumán Ediciones y Editorial La Papa)

Por Pablo Campos |

1904, San Miguel de Tucumán. Procedente de Italia, la escultora Lola Mora (Dolores Candelaria Mora Vega) llega a la provincia. Trae consigo la estatua de la Libertad, trabajo que le encomendara el gobierno nacional, a cargo de Julio Argentino Roca. El arribo de esa obra será motivo de sucesivas discusiones entre los principales actores de la vida política y económica, y el escenario de esos debates será el Club Social, selecto reducto de los propietarios de los ingenios azucareros, los mismos que ejercen cargos públicos. Sucede que esos grandes industriales son, además, legisladores nacionales o provinciales, jueces, gobernadores. En tal entrevero cambalachesco existen ingenios “oficialistas” e ingenios “opositores”, y en ese reparto se consolida una verdadera élite político-económica. Para darnos una idea: el “palacio del azúcar” no es el nombre comercial de alguna golosinería sino un mote asignado a la Casa de Gobierno.

Son dos bandos, dentro de esa casta, los que miden fuerzas para decidir la ubicación que deberá asignarse a la recién llegada estatua de la Libertad. Los “históricos” proponen ubicarla frente a la Casa Histórica y los “urbanistas” defienden que sea colocada en el centro de la plaza Principal. Tales discrepancias no obedecen sólo a meras pujas políticas sino que también hacen blanco en la obra misma, es decir, en la hipócrita consideración (no artística sino moral) que esos caballeros hacen de la autora de la Libertad.

Los chispazos de esa fragua dialéctica serán interrumpidos por un hecho inédito en la historia de la provincia: la primera huelga masiva de los obreros del azúcar. He releído ese episodio y en cada relectura me sorprendí asombrado, pasmado -con cierta tristeza- ante la total vitalidad de ciertas mentalidades de clase. Comparto un ejemplo que extraigo del capítulo 2: en el diario “El Orden”, el azucarero Carlos Rougés, del Ingenio Santa Rosa, publica una carta rechazando la mediación de un sindicalista de Buenos Aires: “Soy mayor de edad, y no necesito que intervengan en la dirección de mis negocios. En cuanto al personal que trabaja bajo mis órdenes, es más feliz que yo.”

Eduardo Rosenzvaig ha elegido (ha elaborado) un título magnífico, sonoro, de tinte lúdico: una imagen concreta y corpórea -la espalda- junto a un concepto problemático, difuso en sus contornos -la libertad. La fotografía que ilustra la tapa del libro garantiza un goce estético y reflexivo. Intentaré desarrollarlo a continuación. Esa alegoría de la independencia es una hija dilecta de su tiempo. Observo su actitud: el torso erguido, la frente en alto, la musculatura tensa, la mirada proyectada hacia un horizonte temporal inequívoco: el futuro. La pierna derecha flexionada es signo de movimiento, como si la figura hubiera sido fotografiada dando un paso hacia adelante.

El magma ideológico de esa Libertad no es otro que el Progreso, y aprecie o indague cada lector/a, las implicancias (sociales, económicas, políticas, morales y hasta religiosas) que exuda esa curiosa palabra que demanda tipografía cursiva: Progreso. Pero atienda tal apreciación, o indagación, que su campo geográfico es la provincia de Tucumán y su campo histórico el muy decimonónico comienzo del siglo XX. Esa Libertad no levita -cual espectro bienaventurado- en algún éter intemporal. Esa figura de mármol, esa mujer, ¿podría estar caminando, más bien, entre surcos de caña, como despejando el camino fáctico y mental, de ese proceso histórico llamado Progreso? Me hice esa pregunta porque vino a mi recuerdo otro concepto, demasiado visitado, pero útil a fin de contraponer los sentidos de las representaciones. Se trata de la obra Angelus Novus (1920), de Paul Klee. Esa enigmática pintura ha recibido muchas interpretaciones, siendo la de Walter Benjamin la más difundida. Todas, sin embargo, coinciden en el carácter pesimista de la historia entendida como Progreso. Ahora bien, nada de esa pesadumbre hay en nuestra Estatua de la Libertad. El pasado la tiene sin cuidado y su horizonte es el futuro, la fe en la marcha de la historia.

Párrafo aparte merecen las cartas entre Lola Mora y su amante, Lucas. Esa correspondencia amorosa describe una relación trunca pero plena de erotismo, de sexo, de elegancia en las maneras de decir el deseo. Eduardo Rosenzvaig supo dominar, no hay dudas, el género epistolar.

La primera edición de esta novela, por la Universidad Nacional de Tucumán, data de 1997. Celebro su reedición, su calidad gráfica y estética. Invito a descubrir el caudal que prometen sus páginas. La espalda de la Libertad es una hermosa novela.

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