Diario tardío de un “expositor” de la Feria del Libro Tucumán (2024)
Por Patricio Dezalot |
Parte I
En uno de los últimos días de feria, Pablo Donzelli, editor de La Papa, me propuso hacer una crónica. A Pablo lo conocí en el 2014, más o menos. En aquel momento yo estaba en mis veintis, La Cascotiada nacía como una revista y nos juntamos los dos en su mesa casi diaria en Pangea a charlar. Ahí me contó su experiencia con Trompetas Completas, una de las grandes revistas culturales de Tucumán del último tiempo. Diez años después, estábamos metidos en ese quilombo, moviéndonos como editores en la “Primera Feria del Libro Tucumán”. Por algunos vaivenes de nuestro pequeño mundo de laburantes del libro, había terminado como el librero del stand 40-41 de las Editoriales Independientes de Tucumán. “Pablo, pero si no estuve en toda la feria más que aquí metido”, le dije. “Y ese punto de vista está bien, es interesante”, me tiró él. Y ahí terminé aceptando.
Abril, casi mayo
Si es “Conti”, “Con”, “Conny”, “Coty” es algo en lo que no nos ponemos de acuerdo, pero ya todos la conocemos desde hace varios años. Constanza Toro es la editora de Libros Tucumán, un sello que atiende con gran amor la provincia. Ella se mueve a paso firme con apuestas arriesgadas, con libros gordos como “Historia de Tucumán” de Carlos Páez de la Torre o “Los hombres de la entrada” de la Teresa Piossek Prebisch. A su editorial, “la Conti” -como le digo yo- la acompaña con una pequeña librería del mismo nombre, ubicada en Yerba Buena y diseñada como una cabañita de cuentos de hadas, atendida por ella misma.
Conti me mandó un mensaje diciéndome: “Hablamos con Pablo, vamos a armar un grupito de WhatsApp, queremos que haya uno por editorial para no hacernos lío”, así que le dije que me sumaran a mí. La invitación era para participar del stand de la Municipalidad de Yerba Buena en la Feria del Libro Tucumán, que ya se rumoreaba. El funcionario yebense -tocayo mío de nombre, parece- quería invitarnos a una reunión. Como no me gusta estar en grupos con el cosito gris, ahí nomás le pedí a ChatGPT que me diseñara una ilustración con las siglas “EIT”.
A partir de ese día, todxs comenzamos a recibir mensajes y llamadas. Eran al menos dos personas “de la Feria”, ofreciéndonos individualmente espacios de 3×3 con precios que variaban pero que siempre terminaban en los 300 dólares más IVA. Mucho después deduciríamos que eran vendedores a comisión, pero en ese momento nos pareció muy abrumador. Eran gente que no conocíamos, generalmente recomendados por otras personas que tampoco eran cercanas, ofreciéndonos un espacio para una feria que nunca se había hecho antes.
“Va a ser en la Sociedad Rural”, “¡En la loma del pin…!”, comentábamos. Más que incertidumbre, lo que pensábamos era que eso le aseguraba el fracaso. Porque lxs editorxs vivimos organizando presentaciones y festivales, y al tucumano promedio ya lugares como el MUNT o La Sodería le parecen “alejados”, no te sale de las cuatro avenidas. El “van a cobrar entrada” fue algo que directamente nos terminó de matar las casi nulas expectativas: un evento lejos, donde te cobran entrada, en medio de bolsillos vacíos, pidiéndonos pagar a valor dólar un espacio… lo que faltaba para que esa feria funcione, más que público iba a ser un milagro.
“¡Pero si ni en un año ganamos 300 dólares!” fue algo que dijo una editora. Y sí, algo de razón hay. Es que no sólo somos “pequeñas editoriales”: somos editoriales independientes, que no es lo mismo. Es una diferencia que un funcionario pocas veces llega a entender. Hace no mucho tiempo, durante la gestión anterior, una compañera editora me contaba que fueron a pedir ayuda “a Letras del Ente” y que le dijeron “pero son una empresa, vayan a Desarrollo Productivo”. Y Desarrollo los mandó de vuelta al Ente. Y es que claro, no se entiende muy bien cómo alguien puede remar tanto algo que no le deja ni 300 dólares en un año… por un lado, la idea que funcionarios -y algunos autores en pony- tienen de lo que es “una editorial” es medio fantasiosa. Y, aparte, parece ser que lxs editorxs estamos todxs un poco locxs.
Las editoriales independientes, a diferencia de las “comerciales”, cuando hacemos un libro no te estamos pensando en si va a ser o no un best seller, simplemente porque nuestras “tiradas”, por lo general, son de 100 ejemplares por título. Para que se den una idea, una editorial “mediana”, suele imprimir, como mínimo, una tirada diez o veinte veces mayor. Además, las editoriales independientes ni siquiera participamos en el circuito de distribución tradicional. ¿Cúspide? ¿El Ateneo? No: nuestras librerías son también librerías independientes: Atrapasueños, Libre Hada, Amauta, Dany Libros, El Grimorio, Madreselva y Libros Tucumán… en el mejor de los casos, porque a veces no llegamos con el stock para distribuir ahí. Además, muchas de nuestras librerías ni siquiera tienen un local a la calle, son virtuales o funcionan en las casas de sus dueñxs, y trabajan también con libros usados. Gran parte de nuestros títulos no están ni siquiera enlomados porque son artesanales: son plaquetas abrochadas o cosidas a mano, son libros bordados, son “objetos que se leen”.
“¡Pero tengan fe que va a salir bien, chicos!”, nos contó una compañera editora, indignada sobre lo que había dicho el vendedor que le ofrecía el espacio, y que -al menos en su relato- de manera elegante lo había mandado a rezar a la iglesia. Y es que pedirle fe a alguien que pasó de vender veinte ejemplares de un título a uno o dos ejemplares con suerte al mes, es mucho pedir. “Si quisiera pagarlo, no lo tengo, no puedo ni pedir préstamo en Mercado Pago ya”, esa bueno, me la dije a mí mismo, que a mi fe me la guardaba para poder pagar el alquiler y la luz del mes.
A los días, recibí por Facebook Messenger un mensajito preguntándome si íbamos a estar en la Feria con La Cascotiada. Quien me mandaba el mensaje era Dardo Solorzano, escritor y fundador de La Monteriza, otra editorial tucumana (del “Tucumán profundo”, como algunos escritores le dicen a todo lo que no es nuestra capital). No nos conocíamos con Dardo, pero igualmente le comenté que ya habíamos hablado con Pablo para estar “en un stand, creo que de la Municipalidad”… aunque todavía yo no lo tenía muy claro, porque en el medio de todo, me estaba mudando. “Bueno, debe ser el mismo que te iba a ofrecer”, me dijo, y a los pocos minutos llegó un mensaje al grupo donde Pablo comentaba que Dardo había gestionado que las editoriales independientes pudiéramos tener un espacio gratuito en la Feria. Es decir, no era el mismo stand, era otro, ya directamente sin intermediarios.
“Dardo sería como el Ignacio Ratier de Tucumán”, pensamos con Fabricio Jiménez Osorio. Ignacio es un compañero santiagueño que, con su trabajo y escucha, le abrió las puertas a las editoriales independientes a la Feria del Libro de Santiago del Estero a la que vamos todos los años, más o menos en octubre. Con él compartimos la idea de que un libro, para una editorial comercial, puede ser una mercancía, pero para una editorial independiente, es un milagro. Un milagro comunitario, algo que brotó de nuestra tierra como el mistol o la chacarera, y que le gustó a unx editorx que no está pensando si se va a vender o no, pero que sabe que va a ser un motivo de celebración, de trabajo juntxs con esx autorx y con muchas otras personas.
La primera reunión
La primera reunión de “las EITs” fue una mañana de mucho frío. Para la impaciencia de algunxs compañerxs, comenzamos a caer al lugar a cuentagotas. Es que todxs lxs editorxs independientes tenemos otros trabajos: administrativos, en comercio, docentes, talleristas, municipales, drogueras, estatales, diseñadores. Muy pocxs pueden “darse el lujo” de permanecer viviendo de la edición (y un lujo muy incómodo, porque casi siempre nos respalda algún compañero amoroso, generalmente una pareja, que nos banca con paciencia cuando hay meses malos de trabajo). Con Álvaro Astudillo, alias “la Alva”, de Monoambiente, nos encontramos para ir caminando. Al llegar ya estaban Pablo y Conti. A los pocos minutos llegó Silvana Firpo de Vleer, una editora con la que jamás nos habíamos cruzado, que lleva su sello desde hace años con ediciones preciosas. “¿Cuántas editoriales más habrá en Tucumán que no conozca?”, pensaba.
Ya habiendo arrancado llegaron Pablito Romero y Juan Lix Klett de Aguacero (ellos son más pequeños en edad entre un grupo de mastreintones, su editorial también es joven pero con mucho impacto visual, son dedicados y aesthitcs) y Nacho Jurao, editor de Gerania, que rápido comenzó a tomar notas de lo que se charlaba. Un ratito antes de comenzar, Alva me cuenta que con su editorial ya tenían un compromiso que no podían abandonar con el INVELEC (un instituto de CONICET), que también les había ofrecido un espacio al igual que Yerba Buena. En ese momento no caí en cuenta, pero ni habíamos comenzado la reunión y ya estábamos divididxs en tres espacios.
“Hoy viene Dardo”, dijo Pablo. Conti comenzó a dibujar los planos recordando los que había recibido de los vendedores de los puestos e intentábamos entre todos imaginarnos cómo sería y dónde estaríamos. “Nos ofrecen un espacio gratis, de 3×3, para las editoriales independientes. Pero está pelado, habría que conseguir los muebles”, “Le podemos preguntar a la gente del Mayo de las Letras si nos lo pueden prestar, porque termina eso y comienza esta feria”, propuso alguien. Mi primera impresión de Dardo fue “¡Qué chulo!”. Cayó con una sonrisa, nos saludó a todxs y más o menos nos explicó que a través de la amistad con uno de los organizadores, había podido gestionarnos un espacio. Tomó el ejemplo de otras ferias como las de Santiago, en la que hay todo un corredor para las editoriales independientes (todos los años nos invitan a los sellos del NOA a participar con stand gratuito, pasajes, hotel para descansar y comida; es ahí donde nos encontramos siempre y donde la idea de un “NOA Cultural” entre editorxs resuena mucho más). Dardo al irse me saludó con un abrazo y me dijo “¡Mucho gusto en conocerte, Patricio!”. Y la verdad que a mí también.
Unos días antes Conti me había chusmeado un poco sobre lo de Yerba Buena. Le dije que no había ido a la reunión sinceramente porque se me pasó (o quizás el que se pasó fue el propietario que llevó mi alquiler de 100 a 400mil). Ahí le dije “yo creo que, si son tres stands, en todos tenemos que poner que somos editoriales independientes”. Conti me respondió “eso mismo me dijo Patricio de Yerba Buena, que lo importante no es que estemos en todos, sino que podamos mostrar la unión”.
Segunda reunión
Para la segunda, quedamos en encontrarnos en el edificio del Ente Cultural de Tucumán, porque la mayoría de lxs editorxs estaba feriando en “el Mayo”. Durante muchos años, nuestra “Feria del Libro” había sido, de una manera extraña, el “Mayo de las Letras”. El evento era, básicamente, el alquiler de carpas para stands informativos o de venta, ubicadas en alguna plaza aprovechando la circulación de gente, y en paralelo un par de charlas y lecturas en el Virla o la Facultad de Derecho. Entre editorxs y librerxs, especialmente los últimos años, tuvimos muchas opiniones encontradas sobre el evento: a muchxs compañerxs les gustaba la experiencia de feriar en la plaza porque circulaba gente y se vendía, pero a otrxs nos molestaba que el viento, la tierra y la lluvia terminara arruinándonos los libros. Este año esa discusión se saldaba por la falta de presupuesto: no había plata ni para pagar las carpas, así que no fue en la plaza sino en el mismo edificio del Ente. Cuando llegamos, avisa una compañera que nos prestaban una sala en el Ente, pero que teníamos media hora porque después cerraban… y bueno, hacía frío, así que nos apuramos. A mí no me gustaba mucho la idea de hacer la reunión ahí. De hecho, yo pensaba que nos íbamos a encontrar e ir al bar de al lado o cerca. Como, de momento, ando evadiendo las confrontaciones, solamente pregunté si podía tomar mate ahí adentro.
A esa reunión fuimos Daniel Ocaranza de Falta Envido y Puerta Roja, Majo Bovi de Monoambiente, Pablito Romero, Conti y yo. “Va a venir un funcionario del Ente a hablar con nosotros. Lo invitamos para pedirle uno de los estantes del Mayo para el Stand de la Feria, que está pelado”, dijo una compañera. Cuando comenzó la reunión, charlamos sobre cómo gestionar el stand comunitario, en el que íbamos a confluir todas las editoriales. Al principio se propuso que tengamos libros de todos los sellos en todos los stands y dividirnos para atender el comunitario. Conti y Pablo resolverían su compromiso con Yerba Buena, Monoambiente el suyo con INVELEC y entre todxs cubriríamos el que nos daba la feria. Se propuso primero pagar a un librero (el vendedor) desde todas las editoriales y que no fuera a comisión, porque tener a alguien diez horas con el riesgo de no vender nada (que era lo que todos veíamos como el escenario más probable) era un montón. Pero como con mi editorial veníamos de una crisis muy grande y no teníamos realmente ni para pagar todos los días de boleto, lo que propuse fue no poner plata, pero sí atender el stand. Así fue como dividimos los días entre las editoriales y que cada una decidiera si atender la jornada o poner la plata para pagar al librero.
En lo que hablábamos de pagar, surgieron unas chispas entre dos compañerxs editorxs. Y esto lo cuento a modo de chisme, pero también porque creo que es importante para entender que las editoriales independientes muchas veces somos dos editoriales: un mismo equipo con dos sellos. Generalmente, uno de los sellos es el que edita y se hace cargo económicamente de la publicación y el otro es un sello “de servicio” (es decir, donde un autor paga para ser parte de un catálogo y asume el costo de todo el proceso editorial). Muchas veces es la editorial de servicio la que trae la plata para que el editor y la editorial “vocacional” (¿?) funcione. La cuestión era: si son dos sellos ¿cubren un turno o dos turnos? ¿pagan por una o dos editoriales? ¿hay una o dos personas en el grupo de WhatsApp? Y… ¡chispas! Yo pienso que lo mejor es siempre poner paños fríos, reconocernos por equipo y no por sello, tanto para pagar como para votar decisiones comunes (y evitar los filtros de personas en los grupos de WhatsApp, mientras más mejor, en ese caso).
Después llegó Micky Calvo, “el funcionario del Ente”, a quien yo no ubicaba más que por redes, porque tengo conocidxs que publicaron con el Fondo Editorial Aconquija (la editorial del Ente, que por fin hace unos años comenzó a funcionar al reglamentar la ley). Sin muchas vueltas nos explicó que había “diferencias” entre el Ente y la Feria del Libro. Que conocían a quienes la impulsaban (dos empresarios, uno de apellido “Anchorena” y otro de apellido “García”), que la Feria tenía “lógicas comerciales” que habían decidido no apoyar, que nos llamaba a “tenerlo presente” y nos sugería “retirar nuestra participación del evento”. A nosotrxs, que estábamos comprometidxs no sólo con uno sino con tres stands, la verdad que nos shockeó esto. Nuestra intención era pedirles estantes para una Feria que organizaba “un enemigo” y la respuesta era obvia incluso antes de hacer la pregunta: no era posible prestarnos a las editoriales independientes dos de las más de veinte estanterías que usaban para el Mayo de las Letras una vez al año (que este año, además, habían estado casi vacías).
En medio de la reunión, nos piden que desocupemos la sala, así que decidimos cortar ahí. Al salir, una compañera comenzaba a agitar el no participar del stand comunitario que nos cedía la feria “porque comenzaron pidiéndonos plata, una falta de respeto” y “porque no tenemos mobiliario”. Pero, además de que no estábamos presentes todxs lxs de la primera reunión donde habíamos decidido sostenerlo, ya nos habíamos dispersado. De todas maneras, la propuesta pasó un poco desapercibida y charlamos que podíamos improvisar unos estantes, poner un tablón y hacer artesanalmente unos logos. Éramos al menos ocho editoriales que habían participado de ferias hasta poniendo un paño en una vereda, un estante no nos iba a parar… ¿o sí?
Tercera reunión
La segunda mitad del año es la más importante para nuestro mundillo. Al menos aquí en Argentina, parece que la mayoría de las publicaciones que se trabajan en la primera mitad del año comienzan a circular en la segunda mitad a través de las Ferias del Libro de las diferentes ciudades. Y este año no fue la excepción, porque mayo nos tenía al trote. Nos había llegado la invitación a la Feria del Libro de Concepción y también a la de Tafí del Valle. La gentileza siempre es mucha (este año se ocuparon de que lxs editores tengamos un hospedaje), pero el traslado hay que pagarlo. Y bueno, nosotros a la de Concepción no pudimos ir porque caía martes y trabajábamos, y a la de Tafí tampoco porque no llegábamos a pagar los pasajes.
La tercera reunión fue virtual y estuvimos casi todxs. Ahí la misma compañera editora planteó el abandonar el “stand comunitario y organizar el INVELEC”. Pablo Donzelli intervino diciendo que deberíamos apostar al comunitario, que habíamos dado nuestra palabra y esto significaba cancelar un compromiso dos días antes. Yo planteé que éramos editoriales independientes y que, si teníamos que priorizar un stand, no era el de una institución con sus propios fondos, sino el que nos cedían para nosotros desde la Feria (que a todo esto se había ampliado de 3×3 a 3×6). La compañera me respondió que “apoyar a una institución no nos hace dejar de ser independientes”… y ahí yo ya no tuve más voluntad de hablar, porque era un abismo para explicar.
De un momento a otro, sin pausa ni votos ni nada, se había comenzado a hablar sobre cómo cubrir el stand de una institución. Pablo, con pesar, dijo que iba a hablar con Dardo para ver qué decía sobre cancelar el stand. Y ahí yo ya no me pude sostener en la llamada. Es que la confrontación con las personas que quieren resolver rápido desacuerdos que son profundos, y sobre todo cuando me siento en franca minoría, me pone muy nervioso. Sólo atiné a mutearme y bloquear la cámara, e ir a conversar con Fabri sobre qué hacer. Él por lo general es más sereno pero firme, como la gran mayoría de los Aries, y yo como soy de Acuario con ascendente en Piscis, si considero que algo es injusto me pongo muy mal. Fabri con toda tranquilidad me dijo “y bueno, podemos no estar también, y eso está bien”. Ya se había cortado la llamada porque había pasado la hora de meet, así que mandé un mensaje al grupo diciendo “Compañerxs, desde La Cascotiada decidimos que no vamos a participar del stand institucional”, o algo por el estilo. Y así como si nada es que, de un minuto al otro nos habíamos quedado nosotros afuera de la Feria del Libro.
A todo esto, un poco antes un compañero librero independiente -que tienen ellos sus propios problemas y desacuerdos, distintos a los nuestros- nos había comentado que estaban viendo cómo conseguir estar. Que no tenían un peso, pero que habían preguntado si podían pagar lo que se les pedía en cuotas, que hasta el momento les habían dicho que no, pero seguían conversando. Entonces, hablando con Fabri, pensamos que, si era así, al menos podía dejar el poco stock que teníamos… porque, honestamente, nuestra editorial no tiene ya stock de casi ninguno de sus títulos, ni de los industriales ni de los artesanales, y era una cuestión de magia tenerlos para esta feria; porque una de las principales preocupaciones que tenemos las editoriales independientes son las reimpresiones. Un libro agotado nos puede significar, a veces, más un problema que un festejo. Así como suena.
Pero fue ahí que llegó el mensaje al grupo: “Dardo me dice que no se puede dar de baja ese espacio, que ya está listo y que está amoblado, así que yo voy a intentar llenarlo con libros y sostenerlo”. “Contá con nosotros, Pablo. De ese stand sí vamos a participar con La Casco” y “Si no hay librero, puedo atenderlo todos los días que haga falta, ya me organizo”.
Dejé el celular a un lado, vi el almanaque y mi lista de tareas… Sólo se me repetía en la cabeza la pregunta “¿En qué pin… me metí?”.
El día del armado
Me metí en varios problemas, reales e imaginarios. Por un lado, el libro del que dependía nuestra editorial y para el que estaba trabajando tanto, “Archipiélagos del Deseo. Una vida de Tere Guardia”, había entrado obligatoriamente en pausa. Mis días con los demás trabajos de servicio tenían que reacomodarse porque iba a tener que cubrir jornadas de diez horas, saliendo una hora y media antes para tomar el colectivo y llegar puntual. Además, había potencialmente quedado mal con una institución en la que está gente que quiero mucho y respeto, sólo por un desacuerdo con otra editora y sus intereses (a la que, además, le había mandado un audio diciendo que no estaba enojado con ella sino que “me parecía mal trabajar gratis para una institución que tiene sus propios recursos siendo que tenemos nuestro propio stand, que además hacen un ploteo y no ponen los logos de las editoriales, no nos nombran, etc.”, me daba mucho miedo que ese audio sea compartido sin contexto). Y, además, había quedado como un caprichoso con otrxs editorxs (como Nacho, que después de eso decidió sólo estar en el del INVELEC y no “en el comunitario”).
Y es que me parecía -y me sigue pareciendo- malo tomar compromisos individuales y socializarlos como colectivos. Me parece malo también tomar decisiones apresuradas como si fueran “de sentido común”. También, hacer de cuenta que se charlaron cosas que no se charlaron realmente. Y me parece malo no vernos a lxs editorxs y librerxs como una “fuerza de trabajo”, en el sentido más cabeza del término. Porque creo que lxs editorxs tucumanxs somos como unos putos en el placar, que tenemos que andar siempre disimulando conformidad, con la autoestima por el piso, buscando estar bajo el ala de alguien que “nos haga el favor” a nuestras “pequeñas editoriales” de que les trabajemos gratis en sus stands, de que le rellenemos de libros como si fueron una decoración, o que feriemos a pérdida en jornadas de 14 horas. Yo quiero editar y quiero colaborar con instituciones, pero que sea un beneficio para ambos y no sólo de gente que no empatiza con nuestro trabajo. Porque para otrxs editorxs y para mí, no era un problema de organizarnos en un Excel, era un problema de “fuerza de trabajo”: en un stand de 3×6, comunitario, gratuito, teníamos una sola persona para atender y en el stand de 3×3 de una institución, teníamos diez.
Parte II
Jueves 6: Primer día de feria
De la llegada para armar el stand no puedo decir mucho porque no estuve ahí, pero ese día organizaron para ir unas horas antes a la Sociedad Rural y montar todo. Teníamos el stock de diez editoriales y los tablones que pusieron Falta Envido y Puerta Roja (incluso mandaron uno más para el stand del INVELEC, que al final únicamente tenía estantería). La Papa se ocupó del traslado y de un mantel, Monoambiente puso el otro. Y así el stand comenzó a tomar forma. Como estaba medio pelado y, además, nos habían puesto “40-41 Editoriales Tucumanas” (sin el “Independientes”), Pablo y Sil reaccionaron rápido y diseñaron tres ploteos, uno con la leyenda “40-41 Editoriales Independientes Tucumanas”, otro con los logos de las primeras 11 editoriales y uno de decoración, con imágenes de libros antiguos, y los mandaron a la imprenta.
Al mediodía, Pablo ofreció por el grupo de WhatsApp espacio en su auto para ir hasta el predio y le pedí sumarme. Salí caminando hasta el centro y nos encontramos en la San Martín y Virgen de La Merced. Pasamos a buscar dos sillas plásticas que nos prestó por la librería de EDUNT, también fuimos por la imprenta a retirar los ploteos y después los dejamos en lo de Sil para que los cortara. De ahí emprendimos el viaje a la Sociedad Rural. Al llegar, Pablo me dio las tarjetas Benefit, con las que íbamos a poder entrar todos los días a la feria y yo acomodé el stock de La Cascotiada (que era muy poquito, sólo teníamos sólo dos ejemplares de “Libidinario”, tres de mi librito de cuentos, algo de la “Colección Tres Cuentos” y lo demás era de Gato Gordo Ediciones).
Unas semanas antes, Dardo nos propuso sumar charlas a la Feria. Con Fabri armamos dos, que eran de nuestros libros: la “Presentación del libro Ahora” con Luciana García Barraza y el “Adelanto de Archipiélagos…”, con Mariana Salvatore y Tere Guardia. Las fechas que nos asignaron fueron ese mismo jueves 6 y el jueves 13, así que acordé con Pablo tener libres esos dos días. Por suerte no fue un problema, y Pablo consiguió que ese primer día feriara un compañero. Como tenía ese día libre, había preparado todo para registrar la presentación de Fabri y Luchi, así que me fui a buscar la “Bitácora Roca”. Como había dos “Bitácoras” (la “Roca” y la “Benefit”) y las dos decían “Benefit” en sus carteleras, fue un poco confuso y tardé un poquito en encontrarla. Al final les pregunté a los chicos del sonido para confirmar, e instalé el trípode. Como todavía estaba solo y tenía ganas de tomar unos mates, le pregunté a Dardo, que justo pasó por ahí, dónde podía cargar el termo. Ahí me reveló la ubicación de los “dispensers secretos”, una de las maravillas que me acompañarían durante todos los siguientes días. Señalados con puntos rojos en un plano, como si fuera un mapa del tesoro, estaban los dispensers exclusivos para los feriantes ocultos a lo largo de todo el salón.
Cuando hacés una presentación -sea que haya o no público- es un momento importante en la vida del libro. Es una ocasión para poder echar a andar un mensaje y observarte a vos mismx, en ese momento de tu historia, hablar sobre lo que has escrito o editado. Como todo registro de la oralidad, eso es importante, así que desde hace algún tiempo siempre que hacemos algo público, intento tener el registro. Es por eso que quería grabar de principio a fin la presentación de “Ahora”, sin fallas, que casi siempre las hay. Así que me había ocupado de tener batería y memoria en el celular y conseguir tres tipos de adaptadores para poder tomar el audio de los micrófonos con mi grabadora. Fabri, Luchi y su novio Alexander llegaron casi al mismo tiempo y nos abrazamos antes de comenzar. La presentación salió muy bien y el video también (porque al final filmamos todo desde el teléfono de Fabri, que es nuevo y tiene mejor cámara y sonido), así que pudimos subirlo a YouTube esa misma noche. Lo subimos sin el sonido de la grabadora, porque con adaptador y todo, la verdad que salió bastante mal.
Después de pasear un ratito en la Feria con Fabri y conversar con algunxs amigxs, corrimos a tomar el 130 “Cartel San José” antes de quedarnos sin colectivos para volver a San Miguel. Ese día de feria creo que no se vendió nada, así que Pablo sacó de su bolsillo para pagarle los viáticos al chico que atendió.
Viernes 7: Segundo día de Feria
Como desde que me mudé soy un trolo del Bajo más, estoy a unos pasos de la Terminal. Ese día, medio ingenuamente, pensaba que salir una hora antes iba a ser suficiente para llegar a horario, pero no me di cuenta de que era horario pico. “Estoy un poco demorado, ¿alguien anda por ahí para cubrirme unos minutos?”, “Tranqui, que no hay gente”. Ese día salí de casa a las 13.15 y llegué al predio como a las 14.30 (creo que se necesitan más carriles exclusivos para colectivos, la verdad). Por suerte, como cualquier feria en sus primeros días, estaba todo muy tranquilo.
Un rato después llegó Pablo con unos rollos bajo el brazo, eran los ploteos hermosos ya cortados por Sil. Nos subimos a las sillas de EDUNT y comenzamos a colocarlos raspándolos con las tarjetas de Benefit envueltas en un pañuelo descartable. Conti se vino desde el stand de Yerba Buena -del que se hizo cargo sola- y nos ofreció una bolsa de tela para envolver la tarjeta, que hizo el trabajo un poquito más rápido. En medio de eso pasó a saludar Lute (Lautaro Medina, un escritor e investigador del Comic tucumano) y se terminó quedando a darnos una mano. Mientras raspábamos sin descanso, el chico del stand de al lado (de la UPCN) nos dijo que “con un spray con agua con jabón se pega más fácil”, pero nosotros no teníamos eso. Los chicos de Origami nos prestaron unas tijeras para sacar lo que sobraba. El stand nos quedó bello y Conti, que ya tenía fotos del antes y el durante, sacó una foto del después.
Cuando terminamos, me acordé de que antes de salir había cargado en mi mochila unos atriles acrílicos exhibidores de libros, muy prácticos cuando tenés ferias o hacés presentaciones. A esos los compramos varios años atrás con otrxs editorxs, nos juntamos compramos como 20 y después los repartimos. A nosotros nos quedaron 7, eran 8 pero uno se nos rompió. Quedaron muy lindos en el tablón principal, donde puse los libros que más me llamaban la atención (intercalados con los más caros). Había muy poquita gente que se iba acercando y yo preparaba de a poquito mi speech de vendedor: “¡Hola! Podés agarrar los libros sin problema” y después “Toda producción tucumana, somos once editoriales en este stand”. Lute anduvo todo el día de aquí para allá pispiando el lugar y los stands, viendo a quiénes iba a entrevistar para la nota que preparaba sobre la Feria.
Creo que fue ese día en el que pasó Silvana Crivelli, dueña de Crivelli, la imprenta más grande del NOA. Llegó con Conti, que quería mostrarle el stand comunitario y que yo la conociera. Estaba con una chica más joven, las dos fueron muy amables. Nos dijo que les parecía importante estar ahí en la Feria porque quería conocernos personalmente, quería que las editoriales tucumanas trabajáramos más con ellos. Nos contó que atendiendo algunos pedidos, habían comenzado a recibir encargos de tiradas a partir de 50 ejemplares (lo cual sí está muy bueno para nosotros, sobre todo para las reimpresiones). En un momento me preguntó con quién imprimía mi editorial… y yo esquivé un poco la pregunta. Creo que me entró un poco la culpa de imprimir con porteños. De todas maneras, me preguntó cuál era mi sello, agarró un libro y me dijo “¡Ah! Vos imprimís con Porter”, y me puse un poco colorado. Y es que no me gustan mucho esas conversaciones, me pasa un poco lo mismo cuando converso con Sol de Tropa Circa. Es verdad que las editoriales tucumanas imprimimos con Porter o Livris (entre otras, como TecnoOffset o Semilla Creativa), se va mucha plata de la provincia para Buenos Aires. Pero creo que cada uno tiene sus razones, que por ahí sobre todo tiene que ver con un tema de precios, que son bastante insuperables. Para que más o menos se tenga una idea, imprimir en una imprenta tucumana nos sale un casi un 70% más caro que hacerlo en una de Buenos Aires (y la calidad del binder -o la técnica de enlomado- es bastante peor). Si la imprimimos en Crivelli, que es de Salta, la calidad mejora, pero el presupuesto siempre es entre un 30% y un 50% más caro que Buenos Aires. “Si piden en cantidad, el precio baja porque lo hacemos en offset”, nos suelen decir, pero no nos sirve imprimir nuestros libros en tiradas de 500 ejemplares, la verdad. Silvana nos dijo que Crivelli estaba dispuesta a charlar los presupuestos, que no dejemos de solicitarlos, y nos dejó diez tarjetitas para lxs editorxs antes de irse.
En un momento en el que quedé solo, llegó un señor raro con un libro en la mano, me miró y leyó en voz súper alta una parte del libro. Al principio me causó gracia, hasta que pechó para el stand y me asustó un poco. “¡¿Y la Silvana?!”, me gritó, y yo me demoré unos segundos en entender que era su forma de comunicarse. Me generó confusión, porque minutos antes se había ido la dueña de la imprenta. “¿Es autor usted?”, “Sí, yo escribí esto, este es mi libro, comprámelo, cuento mi vida”, “Yo estoy trabajando aquí, vendo los libros, señor”, “¡Ah! Lo tengo digital también, comprámelo. ¡¿Che, y no sabés donde está la Silvana?!”. Ahí caí en cuenta que me hablaba de Sil, la editora de Vleer. Su libro se llamaba “Perseverancia”. “¿Me lo vas a comprar?”, “No, pero se lo voy a intentar vender”, le dije, “¡Ah, bueno! Yo dejo tres” y puso abajo del tablón su mochila y se fue. Su nombre era Roberto, y nos iba a visitar todos los días de la Feria.
Unas semanas atrás, organizando todo, Dardo me había invitado a participar de una mesa junto a la Sol Osorio y Felipe Quiroga, y yo ya le había dicho que sí. Me pasó de estar invitado a un evento de lectura en La Cúpula en el que leí “lo que tenía que leer”: un texto de mi libro cuentos recién salido en ese momento. Pero estando ahí me arrepentí, porque tendría que haber leído unos cuentos nuevos, que me conectaban más con lo que estaba sintiendo ese momento. De ahí saqué mi lección personal: “lo que leo es lo que siento, no lo que debo”, casi como cuando uno abandona la facultad y comienza a leer por su cuenta. Y es que, desde que publico como autor, creo que no me gusta sentirme un promotor o un vendedor de mis propios libros. Para que pudiera ir a leer, me cubrió una horita la Sil, y Lute se ofreció a hacerme la gamba con el registro. Al final decidí leer un pedacito de “Archipiélagos…”, que lo había emocionado a Lute unos días atrás cuando nos juntamos en casa a hacer una lectura de prueba. El registro al final no lo subí porque salió más o menos. Es que me olvidé de decirle que lo pusiera en horizontal y que nos filmara a los tres, y además el sonido de la grabadora quedó fatal.
Ese día vendimos solo tres libros, creo que me quedé con $6 mil pesos si mal no recuerdo. Había pasado la Simo (Mariana Salvatore, mi compañera de editorial) y me regaló una promo de tres bombitas de queso para que no me quedara sin comer, así que no gasté en eso. Pero igual estaba un poco preocupado por cómo volver, porque un Uber me salía $5 mil pesos y había cargado $3 mil pesos de crédito para poder estar comunicado y subir stories durante toda la feria. Por suerte, antes de cerrar, la Zai Kassab y Dani Ocaranza me invitaron a volver con ellxs en el auto del poeta Gustavo Luján, y tomar unos vinos en la casa de Puccini, el librero de “El Grimorio”. Zai aparte me invitó unas empandas. A mí el vino me hace un poco mal, aunque tome muy poquito. No sólo por la resaca, sino porque me hace hablar mucho. Siempre hablo y casi siempre hablo demás. Y cuando escribo hago hiperfoco en los temas, como ahora que Pablo me pidió una crónica y voy en la página 12 de este Word.
En la juntada, me acuerdo, comencé a hablar sobre la edición como “el arte del futuro”, que editar no era corregir la ortografía y la gramática, que era un ejercicio que hacíamos desde siempre y que implicaba mucha creatividad, que los errores pueden ser parte de un estilo propio, que las inteligencias artificiales te devuelven información que siempre tenés que editar, etc., etc. Que hay mucha nebulosa en nuestro oficio. Que teníamos que inspirarnos en otros movimientos artísticos como el teatro en Tucumán, que tenía 150 años de desarrollo, que se pudo definir como “teatro Independiente y teatro estable”, que la edición no tenía tanto tiempo pero que podíamos aprender esa historia, etc., etc. y noséquémás. Pero uno de los chicos, que había estado medio callado toda la noche, con el que no nos conocíamos realmente, me escuchó hablar sobre “la iniciativa privada de la Feria”, me apuntó con el dedo y me dijo “¡Yo ya te saqué la ficha: vos sos Liberal Libertario!”. Me hizo reír. No, querido. Soy un trolo loco del Bajo, con los ojos rojos de tanto escabiar.
Ese día, le dejé uno de los últimos ejemplares de mi librito de cuentos a Puccini que no había podido verlo, y la Zai me regaló el Uber a casa.
Sábado 8: Tercer día de feria
La resaca no evitó que ese día me tomara el colectivo temprano, llegué 15 minutos antes para preparar el stand. Estaba un poco quemado, pero algo del viaje en colectivo y de llegar al lugar que me gustaba. A los minutos de abrir el stand, llegó al stand del frente nuestro la periodista de “La Proclama”, un medio que parecía religioso porque cada tanto escuchaba algo de la Iglesia. Ella puso una canción francesa muy chill, con la voz de una mujer que decía “Papapá-Papapaaara” y repetía eso mientras sonaba una melodía. Esa canción se infiltró en la cabeza, creo que no dejé en todo el día de tararearla.
Como el día anterior había notado que la alfombra tenía un poco de olor a gallinero, antes de salir de casa me agarré el Saphirus de las sábanas (primero el de “Fragancias de Campo” y unos días después el de “Naranja y Pimienta”). Se me volvió medio adictivo, así que más o menos cada un par de horas, echaba en todo el stand. Seguramente no fue así, pero en ese momento me dio la impresión de que comenzó a caer más gente, y que entraban y se quedaban más tiempo. Tal vez porque el stand era bastante grande y estaban tan bien puestos esos tablones, la gente pasaba y miraba con paciencia todo. Generaba un clima de intimidad.
En el stand de al lado, el de la UPCN, habían hecho algo, no sé qué era, pero me regalaron dos chocolates, “para el vecino de stand”. En un momento se acercaron dos changuitas, habrán tenido entre 12 y 13 años, y una me miraba y movía las manos. Me demoré un poco hasta caer que era lenguaje de señas. Por supuesto no la entendí, y le hice un gesto pidiéndole disculpas, ella me miró como diciendo “está todo bien” y su hermana me dijo “Dice si tenés Rayuela de Cortázar”. Yo no sabía ni decirle hola con gestos, así que nunca iba a entender eso. Le dije que podían consultar al frente y se fueron a Cúspide.
Mientras las horas pasaban, el flujo de gente aumentaba. Lo veía a Pablo ir y venir desde el stand de EDUNT, cada vez que veía la planilla y se ponía más contento. No íbamos ni en la mitad de la jornada y ya habíamos triplicado las ventas de los días anteriores. El stand comenzaba a funcionar. Mi speech también se iba engrosando mientras iba poniendo a prueba lo que conocía del catálogo de mis compañerxs… que honestamente era bastante menos de lo que yo creía. Sabía del trabajo de cada unx más por las charlas de colegas que por los catálogos en sí mismos. Tuve que ponerme creativo e ir haciendo rendir mis lecturas fanáticas de Eduardo Perrone o de Páez de la Torre (sí, mi guilty pleasure), y mis otras menos fanáticas de Hugo Foguet o uno que otro autor que todavía sigue vivo. Hice memoria de los libros que me habían gustado mucho, como la novelita “Las dueñas del drama” (hermosamente almodovariana y mujeresasesiniana) o algunos poemarios como el “Música de cuerpos rotos” de la Ale Díaz. También recorrí las tapas e identifiqué los libros que me interesaban mucho leer, como “400 años de Historia del Agua en Tucumán” (que estaba “recién bajado del avión”) o “Ubi Sunt” de María Belén Aguirre (de la que su “Viaje a Lituania” me había parecido fenomenal).
Como había mucha gente intrigada por lo de “Editoriales Tucumanas Independientes”, comencé a hablar más sobre cada uno de los sellos y cómo habíamos llegado a confluir todos ahí. La gente ponía una cara de sorpresa cuando le decía “12 editoriales” (sí, ya no éramos 11, ahora éramos 12, porque finalmente se sumó Gerania, cosa que nos puso felices), “¡No sabía que había tanto de acá!”, “Sí, se produce mucho. Somos más de 30 editoriales en Tucumán (estimé ese día medio al tuntún), más de la mitad somos independientes y el resto son institucionales”. Esa noche cuando volví me puse a hacer una lista: éramos, en realidad, 34, y eso sólo en mi memoria, sin contar las fanzineras. De esas 34 editoriales, 25 somos independientes. Es decir: el 75% de los proyectos editoriales tucumanos “activos” (y por activos decidí tomar un título al año o al menos una presencia en las ferias) son independientes. Y seguramente ese porcentaje aumente mucho si vemos la cantidad de títulos publicados. Esto lo pensé porque en una de las entrevistas que hice al escribir “Archipiélagos…”, Tere me dijo que “El Teatro Independiente produce el 95% de las obras de teatro en Tucumán”. Creo que esa cita, que ahora veo que es importante, no quedó al final en el libro.
Casi al finalizar la jornada, vino al stand la Marce Canelada y nos dimos un gran abrazo. Marce es una de las escritoras con las prendas más bellas que yo haya visto en Tucumán. Fue en el FILT de algún año la primera vez que la vi, llevaba un saco alucinante tejido a mano, que me contó que trajo “del Altiplano” cuando estaba escribiendo su tesis (que después se publicó en Tesis, un sello de la editorial de Blatt&Ríos, con otros libros increíbles como “Desbunde & Felicidad” de la Cecilia Palmeiro, que le gusta mucho a Fabri). En la presentación de “Decurso”, de Roberto Reynoso, llevaba una pollera con una tela reflectante, era una seda de color cobre que tenía una ondulación de no creer, o el día de la lectura en La Cúpula, una blusa de otro planeta… quiero alguna vez poder sorprender así en un evento. Ese día en la Feria vino acompañada de su primo José María Canelada, del Consejo Deliberante, que se interesó por algunos trabajos de archivo que tenemos con nuestra editorial y compró uno de los últimos ejemplares de “Sementerio”.
Cerramos esa noche con 29 libros vendidos, felices. Mi comisión de librero de ese día me alcanzó para pagar mi parte del alquiler, y hasta me sobraron unos pesos con los que le invité esa noche a Fabri una pizza con Mirinda Manzana en el Nuevo Open.
Domingo 9: Cuarto día de feria
Venía de dormir poco y salir de la casa como pocas veces salgo. Porque si hay algo común e invariable en el oficio del editor es el estar mucho tiempo encerrado editando. Así que me levanté medio cansado ese domingo y comencé a prepararme para salir. Por suerte entré al grupo -que tenía más de diez mensajes, así que casi no entro- y vi que Zai decía que habían hablado de cubrir ese domingo con Dani. En todo el traqueteo, no habíamos hecho cronograma y no había visto eso, Pablo tampoco. En mi cabeza era una eterna feria, pero en la realidad, Zai y Dani habían propuesto cubrir ese domingo 9 y también el martes 11. Me sentí muy feliz en ese momento.
Además de descansar, eso me dio tiempo para terminar de imprimir el último borrador de “Archipiélagos…” y enviárselo a Tere en un cadete para que lo revise. También, como el sábado habían sido medio una locura, me di cuenta que no podíamos seguir usando sobres de papel para anotar las ventas, así que se me ocurrió armar una planilla y conseguir un cartoncito duro con un broche para poder afirmarla. Esos primeros días pudimos generarnos y aceitar todo un sistema: si pagaban con transferencia, lo hacíamos todo en la cuenta de una compañera, sacábamos fotos a los comprobantes y se los enviaba y al finalizar el día pasaba todo a Exel. A mí me gustan mucho las “Tablas Dinámicas”, me parecen increíbles. Todo eso se va a perder cuando nos dominen las inteligencias artificiales.
Ese día también fue un boom, se vendieron 25 libros en total y bien surtidos. Y es que cuando lxs editorxs podemos ver el trabajo de otrxs editorxs, no nos embotamos en nuestro propio catálogo y vendemos mucho más. Y Zai y Dani tienen mucha dedicación y generosidad siempre.
Lunes 10: Quinto día de feria
El “papapá-papapaaara” de la francesa ese día se me volvió el tema de la Feria. Como todo lunes sin “invitados figura” ni nada que convoque, no fue casi nadie. Tuve solamente dos ventas solamente. Así que aproveché algunas horas para ponerme a leer contratapas. Creo que jamás leí tantas contratapas de libros tucumanos como ese día. Es importante conocer un catálogo, porque un catálogo es todo en una editorial, es su personalidad. Y realmente me sorprendí y en algunos casos me maravillé del trabajo de mis colegas. Conocerlos más me ayudó mucho a ejercitar el “qué significa todo esto”, sobre todo el estar ahí diez horas por día.
En medio del silencio y la siesta, una señora que hablaba muy bajito se acercó al stand. Hablaba tan pero tan bajito que no podía escucharla del otro lado de la mesa, así que la invité a pasar. Avanzó despacito con su bastón. Con una sonrisa me dijo “Yo quiero publicar mi biografía, la tengo escrita, soy artista plástica”, “¿Qué cosa? Disculpe, no la escuché”. Es que estaba afónica, parece que había estado engripada. “Yo quiero publicar mi biografía, la tengo escrita, soy artista plástica”, y comenzamos a charlar. Soy fanático de las biografías, sobre todo de las de artistas de la farándula, así que me atrapó. Me contó que ella había sido amiga “del profesor Linares”… y para escribir “Archipiélagos…” me pasé leyendo sobre muchos artistas plásticos tucumanos, especialmente sobre Ezequiel Linares. “Mi esposo fue … que trabajaba en Elegidos”, y también había leído mucho sobre la producción audiovisual en Tucumán, y este nombre había sido uno de los que había revolucionado la tele en la provincia. Así que intercambiamos números y quedamos en tomarnos un café. Por supuesto que me pasó un fijo y no tengo fijo para llamarla, pero ya me voy a dar maña para verla. Espero que para entonces ya esté mejorcita de su voz.
Al rato también pasó un señor muy viejito que rengueaba. Tenía un bastón en una mano y una bolsa de Benefit en la otra. Parece que había tenido una parálisis, porque se notaba que no tenía mucha movilidad en la mano y caminaba despacito por el pasillo. Me hizo seña, así que salí del stand y me le acerqué. “¿Qué me puede cambiar esta bolsa por una de esas? Es que esta no la puedo agarrar bien”, y me señala una de las bolsas de diseño de Aguacero, las “Tote Bags”, que tienen unas reproducciones de dibujos a mano alzada de Lorca, y que en vez de tener manija tenían tirita. “Disculpe, es que están a la venta, salen diez mil pesos”, y el señor abrió grande los ojos y con una mueca medio graciosa me dijo “Deje nomás, gracias” y se fue.
Cada tanto llegaba también alguna persona que me preguntaba “si podía publicar su libro en mi editorial”, y ese día también pasó. Me gustaría haberles podido explicar a cada persona que se me acercó todo lo que tiene que llegar a pasar para que una editorial te publique un libro gratis. Para comenzar, creo no hay peor forma de llegar a unx editorx que preguntar de esa forma. Las chances de que unx editorx llegue a leer a unx desconocidx, especialmente si lx desconocidx no conoce el trabajo de esx editorx ni su editorial, son realmente cercanas a cero. Desde el vamos, por ejemplo, una editorial de poesía no te va a publicar tu novela, o viceversa. Si ni siquiera conocés un catálogo… ¿por qué supondrías que tu libro puede estar ahí? Y es que lxs autorxs no llegan a unx editorx, sino que es al revés: por lo general, llegan por una amistad, por compartir un taller de escritura o por recomendación de unx tallerista, porque un catálogo es algo que tiene su propia identidad y eso es algo que se sostiene título a título, y tener unx autorx es una relación que se abre para muchos años, y… Pero era mucho para explicar, así que directamente los mandaba a hacer su propia experiencia. “Tiene que buscar una editorial de servicio, anote señor: Puerta Roja, Llama Blanca, Libros Tucumán, Vleer, Dúplex…”, y pensaba “qué rápido sería esto si tuviéramos un pequeño panfleto…”.
Después de eso, volvió el silencio de la música de los stands. Por suerte tenía mi compu y me puse a diseñar un flyer. Es que, por lo general, en las editoriales independientes los editores no sólo editamos los textos, sino por lo general hacemos el diseño, los trámites, somos libreros… y teníamos que difundir el Adelanto de “Archipiélagos…”. Ese día lo vi de nuevo a José María Canelada, que llegó para dar una entrevista con la periodista del stand del frente. “¡Che, no me firmaste el libro!”, me dijo desde ahí, y se acercó a saludar con una sonrisa. Después agarró un ejemplar de mi librito de cuentos y con ayuda de su compañero grabó un pequeño video que días más tarde compartió como reel en sus redes. Le agradezco enormemente ese gesto (que, aunque parezca algo simple, es bastante atípico y lejano entre algunas personas, sobre todo entre funcionarios de la cultura).
En un momento se me quedó el teléfono sin batería y no encontraba mi cargador, así que me puse en campaña de conseguir uno prestado. Me pasé al stand de al lado, el de la UPCN, y le pregunté al señor si tenía uno para prestarme y me dijo que sólo tenía “un cargador de alta gama, si su teléfono es de alta gama lo apoya y se carga”. Creo que con mi cara se lo dije todo: no sólo me desesperó un poco, sino que me hizo sentir más pobre. Por suerte descubrí que sí había traído mi cargador, sólo que en el apuro de salir lo había metido en otro bolsillo.
Ese día charlé mucho con Pablo, especialmente a la vuelta, porque me acercó un poco al centro. Me tiró algunos tips para administrar mejor los fondos para las impresiones y reimpresiones. Me sorprende mucho la habilidad de Pablo para “hacer negocios”, y también cómo puede conectar eso con el pensar más estratégicamente cómo hacer crecer el sector editorial independiente en Tucumán. Me indigné cuando me dijo que este año la provincia no lo invitó a ir a la Feria de Editores en Buenos Aires, me dio un poco de bronca que hayan priorizado la edición institucional. Y es porque me pareció otra decisión polémica de la nueva gestión que, hasta ahora, al menos hacia la edición independiente de la provincia, viene peor que la anterior… que era algo difícil de superar.
Martes 11: Sexto día
Como ese día cubrían Zai y Dani, pude hacer tranquilo mis cosas. Los martes voy a un taller de escritura que lo da Fabri, es realmente mi único compromiso de horarios de la semana, todo lo demás es bastante despelotado. Yo voy casi religiosamente, así que había hablado con Pablo para estar libre también ese día. El taller es el único momento de a la semana en el que escribo cuentos, y escribo rodeado de gente que también está escribiendo, que es una sensación extraña y bella. Es que desde hace muchos años que el grueso de mi escritura es en solitario, porque mucho de lo que escribo son fichas de archivo o las páginas de una biografía.
Como no podía ser de otra manera, el cuento de ese día se me llenó de fragmentos del culebrón de lxs editorxs, que estaba muy presente en mí. Pero también me sacudió un poco una charla que brevemente tuve a Andy Díaz (la directora de la Biblio Ayelén) sobre la feria. Fue medio impactante darme cuenta de que las “Bibliotecas Populares” no estaban. Me pareció bastante injusto y una gran falta, sobre todo porque conozco algunxs bibliotecarixs, y sé que son ellxs quienes, por lo general, difunden con calidez las lecturas de libros tucumanos, especialmente en los barrios.
Creo que fue ese día que caí en cuenta de qué es el “Sector Editorial Independiente” como si fuera un golpe de luz: somos las editoriales independientes, con las librerías independientes, con las bibliotecas populares. Y también caí en cuenta que sólo estábamos presentes las Editoriales Independientes por la buena voluntad de “unos privados”, como dijo el Ente. Porque el “Estado” nos había dejado en banda, para variar.
Miércoles 12: Séptimo día
El miércoles andaba un poco nervioso. Estaba a un día de hacer un adelanto del “Archipiélagos…” con Tere y Simona, pero más allá de que ellas tuvieran al día la lectura del “Borrador 23.6 | Junio 2024”, ni había podido charlar ninguna idea de nada, ni de cómo presentarlo, no de qué “adelantar”. A mí hablar en público últimamente se me da un poco mejor, pero me sigo sintiendo flojo para improvisar, especialmente cuando tengo al lado a dos monstruas irradiosas como son Tere y Simo, con sus palabras impecables, su “no me tomo nada personal” y esa soltura que yo todavía no tengo.
Pero tenía que dejar eso un poco de lado, aferrarme al stand. Ese día coincidimos con la Alva, él en el INVELEC y yo en el “stand comunitario”. Además, como todos los días estaba la Conti en el de Yerba Buena (ella sí fue una gran librera full time). Pensaba en los tiempos muertos, qué bueno que hubiera sido poder tener un stand grande como el de Cúspide (que era creo de 12×3) y estar las tres juntas atendiendo. Y porque, ahora viendo un poco hacia atrás, quizás el stand no se trataba tanto de vender como sí de mostrar que en Tucumán existía una producción editorial enorme e invisible (o deliberadamente ignorada, eclipsada por la mirada de algunos grupos de escritores egocéntricos que escriben y publican novelas antiaborto con fondos de los Municipios, que espanta a la gente más joven que no se encuentra en esas miradas de mundo). Es mucho que mostrar y mucho que explicar. En el taller intento mostrar más que explicar, ¿pero en un “diario tardío” se puede hacer eso?
Ese día volvió Lute para comenzar a hacer entrevistas. Empezó conmigo así, medio nervioso y con algo de resaca (porque había copeteado la noche anterior). No me acuerdo bien qué le dije, seguramente en su nota me va a hacer quedar bien, pero lo que sí recuerdo es que en mi cabeza estaba el “hablá de que editar es compartir algo que te gusta”. Es que la noche anterior Fabri me mostraba una entrevista a Verónica Condomi y Liliana Vitale, dos músicas que habían sido parte del folklore más experimental de su momento, y me quedó revoloteando la frase “se trata de compartir, no de competir”.
Pensé mucho en eso estos días. ¿Qué es tener una “lógica de mercado”? Aparentemente es “competir por consumidores”. ¿Y qué es “competir”? Quiere decir: eliminar al otro productor para capitalizar sus ventas, es decir, para quedarse con sus consumidores. ¿Es eso lo que hacemos las editoriales independientes? Capaz que sea naif, pero ni siquiera pienso que los lectores sean consumidores. Yo a un libro no lo veo como un producto, yo lo veo de verdad como un milagro, como un punto de vista único del mundo. Y realmente lo siento y lo pienso así. ¿De qué nos sirve eliminar a otros editores? ¿Matar otros proyectos editoriales? ¿Apagar otras miradas del mundo? Creo que mientras más puntos de vista haya, la humanidad se enriquece y huele mejor.
Después -o en medio, no recuerdo bien- pasaron a hacerme otras dos entrevistas. Estaba llena la feria porque ese día vino Felipe Pigna. Es como que las “figuras” (que generalmente son de Buenos Aires) son muy convocantes para el tucumano, y la Feria se llena esos días. Y justo ese día, pasaron unos chicos de un colegio y después unas chicas de un proyecto de radio de la carrera de Comunicación a hacer entrevistas. Lute me hizo la gamba y me cubrió un rato. Con ellos estuve un poco duro y nervioso. Pero creo que fue ese mismo día cuando pasó la prensa de la Feria y yo me sentía súper preparado. Cuando terminamos de grabar, pensaba que en esa entrevista lo había dado todo. Había pasado como diez minutos hablando sobre “qué significa todo esto” y recomendando todo lo que podían leer y encontrar en el stand… y al final sólo usaron un recorte en el que digo “La feria está muy buena”. Me reí mucho cuando lo vi.
En medio de una ausencia de Lute entrevistando, se me llenó el stand. Yo estaba atendiendo a dos manos: tenía que asesorar, anotar, cobrar y entregar a muchas personas a la vez, y estaba solo. Una chica con una revista estaba del otro lado del tablón y me hablaba un poco impacientemente, y yo le hacía seña con la mano y le pedía que esperara porque estaba atendiendo a otras personas. En un momento pasa para el otro lado del tablón, me agarra el brazo y me dice, “Soy de esta revista” (leí la portada, decía “Capacitados”) “estoy vendiendo publicidad aquí, te quiero mostrar”, “Disculpame, es que estoy atendiendo, está lleno de gente”, “Te muestro ahora yo para que veas”, “No puedo verlo ahora, hay gente, si querés pasá más tarde”, “No puedo, dame tu teléfono te lo mando al WhatsApp”, y bueno, resolví en ese momento, con un poco de impaciencia, dárselo. A los minutos me llegó un PDF con todo, súper claro. Lo leí dos o tres días depués, me olvidé de mandarlo al grupo de lxs editorxs, ya lo voy a hacer.
Ese día me volví con Alva y conversamos sobre la feria y los stands. Le reiteré que no estaba enojado con la decisión de su editorial, sino que tenía un gran desacuerdo con la forma en la que se arrastró a todas las otras editoriales. ¿Qué ganábamos lxs editorxs independientes estando ahí? Porque hasta ahora el beneficio era exclusivamente de quien nos había convocado a cumplir con un compromiso asumido en solitario. Que yo pensaba que era más lo que perdíamos que lo que ganábamos: teníamos no solo una ruptura y una diferencia -que por suerte eso siempre es salvable, porque ya aflojamos con las cancelaciones- sino que nos habíamos quedado con una sola persona (yo, y en ese día medio abrumado por tanto movimiento) atendiendo por siete (de once) días un stand que juntaba a 12 editoriales.
Jueves 13: Octavo día
Ese día, como había anticipado, tenía el “Adelanto” del libro “Archipiélagos”, un libro en el que había estado trabajando los últimos cinco años y que ahora finalmente estaba por publicar. Era un momento de celebración, aunque yo la verdad que estaba un poco preocupado, porque no había podido preparar nada. Pero últimamente vengo con la filosofía de la disciplina de un gimnasio: voy como estoy, si estoy triste, voy, si estoy feliz, voy, si estoy cansado, voy. Ahora no voy al gimnasio al que iba, porque la cuota se me fue a $30 mil pesos por mes, que es casi mi parte de alquiler.
Como ese día no iba a atender, por suerte Pablito y Juan de Aguacero pudieron cubrir hasta las 19, y de ahí se quedó Lute. Ese día iba sin Fabri, que siempre suele estar presente, pero por cuestiones del universo se había programado la cirugía de su mamá y él tenía que estar disponible, cerca y poderla cuidar. Mi mami tenía ganas de estar también, y como yo tenía unos pesos le dije que la buscaba en un Uber. De ahí pasamos por Tere y Fer, que nos esperaban en la puerta, porque como ahora hay carril de colectivos no podemos parar en esa calle. En el auto nos reímos un rato hasta que llegamos a la Sociedad Rural (“Yo sólo voy por ustedes, porque si no ni piso ese lugar” recuerdo que me dijo Tere).
Cuando llegamos la encontramos a la Simo. Después de que la Fer apagara un puchito comenzaron a recorrer la Feria con mi mamá. Dejamos las cosas en el stand comunitario, pero antes la Tere me dio una Wipala, unas luces led de colores y una bolsa con otras cosas que había traído para ornamentar la mesa. El chico del stand de Origami, que conocía a Tere, nos hizo la gauchada para enchufar la GoPro de la Fer. “Tere, ocho menos diez nos encontramos ahí, en donde está la lluvia de páginas de libro viejo descuartizado”, que era una hermosa y medio polémica instalación que habían hecho. Yo me fui a poner mi trípode de juguete y la grabadora sin muchas expectativas, aunque esta vuelta había comprado otro adaptador “de minijack a plug stereo” y quería probarlo. Al pasar me encontré con Bruno “Tatú” Salvatore, hermano de la Simo (que me había dado una mano leyendo los borradores de “Archipiélagos…”), y me puso feliz. Ahí me presentó a sus dos amigos, Agus y Maru, y al rato nos abrazamos con Yoca Gil, una teatrista amiga y compañera de Tatú, a la que le mostré rápido el manuscrito y seguí de largo.
Cuando llegué, mi mamá ya estaba sentada en la “Bitácora Benefit”, en la primera fila. Le di un abrazo y comencé a preparar las cosas. A los minutos llegó Simo y se sentó en la mesa para repasar lo que iba a leer, que había impreso sin querer en tamaño biblia. Como había mala iluminación para ser de noche, improvisó una lamparita con su celular y un vaso con agua. Al ratito llegó Tere y Fer, prendimos una de las luces led que se conectaban al celular de Tere, pusimos la Wipala, un vino y un queso que estaban en la bolsa. Tere sacó unos vasitos, yo conecté la grabadora en la consola, puse el cel en el trípode y de ahí descorchamos el vino.
El “Adelanto” comenzó con una breve presentación de Felipe Quiroga, los vasos de vino repartidos al público y una tímida introducción mía (toda la presentación está grabada y posiblemente ya subida en YouTube, así que no voy a hablar mucho de eso más que comentar que, en un momento improvisamos una lectura, yo leí una parte sobre Daniel León, una marica manca amiga de Tere que murió por el sida, y me quebré en el escenario, así que Simo tuvo que socorrerme en la lectura). Cuando terminamos estaba toda la familia de la Tere, y “Ramón” trajo una tabla con un cuchillo que compró ahí mismo en la feria de artesanos, comenzó a repartir el queso y nos liquidamos todo el vino.
Al terminar, Feli nos dijo que, de todas las presentaciones, hasta ese momento esa había sido por lejos la más original. Eso me puso feliz, aunque me sentía un poco cansado e incómodo. Me había largado a llorar en una presentación (lo que más que performance lo sentí como papelón) y, aparte de eso, minutos antes de comenzar con el Adelanto había visto a una autora que yo estimaba, intentar negarme el saludo, aunque por supuesto yo me acerqué y la saludé igual. En ese momento, sin embargo, estaba en ebullición. Me cuidaba mucho de no transmitir todo lo que sentía a Tere, a Fer, ni a mi mamá, aunque sin mucho éxito la verdad. Al final nos distendimos un rato comiendo unos shawarmas y me manché el pantalón con la salsa blanca. Simo quedó con Yoca, Tatú y sus amigxs. Tere y Fer se fueron con Ramón después de que nos dimos un largo abrazo. Y mi mami y yo con Lute, que nos ofreció el aventón.
Al llegar a casa vi un mensaje de Dardo con un pequeño video del “Adelanto”, al que le puse un corazón. “Los organizadores de la Feria estuvieron en la presentación, dicen que les gustó mucho”; “Es la magia de la Tere”, le respondí.
Viernes 14: Noveno día
Ese viernes llegué bastante descansado porque la noche anterior me tomé 0.5 de clona para dormir. Cuando estoy frustrado o enojado o lo que sea, dormir es lo único que me hace sentir mejor. Pero desde que cumplí los 30 duermo más o menos, así que de vez en cuando me doy una ayudita. No es que lo recomiende, pero a mí me sirve. Esa noche dormí sólo, porque Fabri la pasó en el Sanatorio cuidando a su mamá. Me desperté y todo estaba bien, fue lindo abrir las cortinas, bañarme y salir para la Sociedad Rural. Era como si el día anterior hubiera sido lo mejor que me había pasado. Y creo que un poco sí lo fue, pero por esto que siempre charlo con Fabri: hacer las cosas como sea que estés y permitirte estar con lo que te pasa. Porque había estado cansado después de cubrir muchas horas muchos días, de estar preocupado por esa publicación y por mi economía, de estar pendiente de que mi madre no estuviera sola, de encontrarme con la autora caricúlica que no nos merece, de sentirme incómodo e inseguro… y aun así y todo, poder haber dado el “Adelanto”. Después de hacer algo que te ha costado mucho, no podés más que sentirte bien.
Ese día llegué feliz, capaz porque todavía seguía el clona dando vueltas. No hubo mucho movimiento las primeras horas, pero después comenzó a llegar gente. Entre esos, una chica de unos 12 o 13 años con un buzo negro oversize y su papá, que tenía unos años más que yo. Cuando entraron, ella se fue a la parte en la que tenía los libros de La Casco y los “Cultura Subterránea”, unos libros de mi querido José Saravia, un investigador de la historia del punk, los anarquistas y los fanzines tucumanos. Sus libritos son una belleza, yo los considero una joya rara y especial, así que les había hecho un lugarcito junto con los nuestros. Ella inmediatamente agarró el Cultura Subterránea y comenzó a ojearlo, “¡mirá Papá!” le dijo, y le señaló una página en la que estaba la tapa de la Revista Basta. “Esa era una revista de los 80, publicó sólo dos números, ahí se cuenta un poco su historia” le digo, “Sí la conozco, tengo un ejemplar en casa, tirado en alguna parte del ropero”, parece que la hija se lo había señalado por eso. “¡Qué hermoso, che! ¡Cuidala!”, le dije, y él sonrió un poco. Ella le agarró la manga y le hizo un gesto como de “¿me lo podés comprar?” y él le dijo que estaba sin plata, que más adelante, y ella lo dejó en la mesa, medio triste. De ahí se despidieron y se fueron, pero yo me quedé medio angustiado. ¿Una niña queriendo conocer la historia de la contracultura tucumana? Eso valía para mí mucho más que $6mil pesos. Así que agarré el libro y me fui corriendo hasta que lxs alcancé por el pasillo, cerca del stand de “El Guty”. “¡Ché, tomá! Se lo regalo yo”, “¡Eh! ¿De verdad? ¡Muchas gracias, hermano!”, me dijo el papá, “Son tres libros pero no tengo los otros ya, capaz que después los podés conseguir en Atrapasueños”, “Anotá mi número, yo te regalo la revista”. Cuando me dijo eso último me dejó un poco helado, le dije que tenía algo muy valioso, pero él insistió que la tenía tirada. Yo anoté su número y él después volvió al stand para recordarme que le escribiera. Pero entre toda la gente que había esa tarde no lo hice en ese momento… y como no suele ser raro en mí, me olvidé su nombre. Nunca le llegué a escribir.
Cuando ya pasaban las seis, todo comenzaba a moverse un poco más. Más o menos a esa hora llegó un guardia, me llamó al costado y me dijo “Disculpá, hay un señor en la puerta que está haciendo problema, dice que está con los independientes, ¿lo conocés vos?”, “No sé, ¿cómo se llama?”, “Dice que está con ustedes, está gritando”, “¿Gritando? ¿Se llama Roberto?”, “No sé, ¿qué tiene problemas él?”, “Y como todo el mundo” pensé, pero no se lo dije. “Sí, tuvo un accidente…”, “¡Ah! Es neurológico, nosotros pensábamos que estaba borracho”, “No…” y me reí un poco, pero intenté disimular y me puse serio de nuevo. “Es que había un grupo de chicos y la obligó a la maestra a que se saquen fotos con él, porque dice que es escritor. ¿Qué hacemos?”, “Y… yo te diría que lo dejes pasar, ya estuvo acá todos estos días.”, “Claro… es que no tiene credencial”, “¿Y cómo entraba entonces?”, pensé, pero no se lo dije. “Y creo que si no querés tener más problemas, dejalo pasar. No hace nada, sólo habla fuerte”. Se fue y al rato llegó Roberto, preguntando dónde estaba Silvana y reclamándome a los gritos que no servía para nada porque yo no había vendido ningún libro de él.
Cuando ya estaba por cerrar, me quedé charlando con la periodista del frente. Me comentó que ella lo conocía a Roberto desde hacía muchos años y me preguntó algunos detalles de su historia, que yo, por supuesto, no sabía. Ahí agarró su libro y leyó la contratapa, “Sí es perseverante, eso sí”, me dijo, y me comentó que de tanto insistir había conseguido que le hiciera ella una entrevista para La Proclama. “Habla muy claro, sabe lo que dice”, me dijo, y me comentó que ella se había dedicado durante muchos años al periodismo sobre discapacidad. “¿Tenés algunos tips?”, le prengunté, quizás un poco por la cantidad de “disques” (como me enseñó Simo decir) con quienes había interactuado en la Feria. “Y… depende de cada uno. Si es ciego, le podés agarrar la mano para que sienta tu calor y sepa dónde estás. Si es sordo, podés pararte muy directo de frente y hablar lento, para que te pueda leer los labios. Y después si es como Roberto, hay hablar fuerte y seguro, sin ambigüedades, muy claro y directo, con autoridad, y él entiende”. Los consejos me llegaron un poco tarde para feriar, pero ya los tengo conmigo para siempre.
Ese día Majo, la editora de Monoambiente (con la que habíamos tenido la diferencia con lo del stand INVELEC) pasó y me regaló una bombita de carne. Volvió dos minutos después a buscar un libro y yo tenía la bombita en la mano y el relleno en mi camisa, porque al morderla me manché todo. Ella se rio por la secuencia y volvió a su stand. Al rato volvió a dejar los libros, pero esta vez con toda su remera manchada, y nos reímos. Ese día, a la salida, Conti y su esposo nos acercaron en el auto hasta la Av. Aconquija. Creo que fue en ese pequeño trecho que comentamos sobre unas notas negativas que habían salido en La Gaceta sobre la Feria, particularmente una cuestionaba el “mote” de “Primera Feria del Libro de Tucumán”. Decía que, en realidad, no era “la primera”, porque ya se habían organizado nosecuántas antes, y yo por dentro pensaba “¡que hermoso que alguien diga eso!”, es que realmente siempre hay alguien que ya lo hizo antes, pero que colectivamente hemos olvidado. Y cuando el enojo se canaliza en poner a circular un recuerdo, eso es bello, valió la pena el enojo. Capaz que es por eso por lo que me gustan tanto los libros de historia, especialmente los de la historia reciente, porque nos quita el peso de ser lxs “pionerxs” de las cosas. De todas formas, ¿de qué te sirve aspirar a la pionería? A veces sólo para quedar en ridículo diciendo en público cosas como sos “la primera editorial de Tucumán en usar boinas en las presentaciones”.
Cuando llegamos a la Aconquija pedí el Uber para que nos lleve hasta el centro. Ese día le conté que estaba feliz, que con las comisiones de lo que había vendido ya había pagado el alquiler, parte de un préstamo de Brubank y que iba bien la convivencia con Fabri. Ella me contó que estaba cansada de dar talleres y que le había llegado de expensas lo mismo que de alquiler el mismo día en que había cerrado la compra de una tablet, porque le daba miedo salir con la compu a la calle. Suspiró y me preguntó “cómo se sale de ésta…”, y yo le dije que ya habíamos pasado otras crisis y que se sale de dos maneras: o construyendo algo con gente que querés y haciendo puente para salir todxs juntxs, o siendo unx hijx de pvt@ y flotar como una foca aplaudidora parándote sobre las cabezas de tus compañerxs.
Sábado 15: Décimo día
Como el miércoles había estado “una figura”, pensamos que el sábado que venía Víctor Hugo Morales, sería un día muy fuerte… y no nos equivocamos. Decidimos con Pablo preguntarle a la Lourdes Jiménez Ortiz, alias “la Lulú”, librera de “Libre Hada”, si quería venir y ser mi coequiper. La Lulú había quedado con su hermana gemela para verlo a Víctor Hugo, pero por suerte alguien más iba con ellas, así que pudo ausentarse. Llegó como a las 18hs y ese día se nos llenó el stand, estuvimos vendiendo todo el tiempo. Los títulos se agotaban rápido, tan rápido que por momento corríamos a los otros stands a pedir prestado stock para reponer.
Me gusta mucho escucharla a la Lulú vender, notar la pasión con la que hablaba de los libros. Ella entiende muy bien su papel de celestina: lxs librerxs no te venden un libro, sino que hacen que un libro llegue a su mejor lectorx. Noté mucho cómo lo tenía incorporado, cómo le indagaba a la gente sobre sus gustos y encontraba dentro de ese mar de información el “match” perfecto con libros de todos los catálogos que ella conocía. Aprendí mucho escuchándola hablar sobre cosas que yo no sabía del catálogo de Libros Tucumán y La Papa. Por ejemplo, sobre las novelas “Wayra”, “El secreto del Valle” o “Una familia para mí”, o también de “Ubi Sunt” (que por ella me enteré de que significa “¿Dónde Están?” en Latín y que forma parte de una trilogía). Estaba muy agradecido con Lu desde que comenzó la feria, porque me dio para que me lleve un libro que yo quería hace tiempo, “Nosotros armamos la fiesta, ahora ustedes aparéense”, de una editorial que se llama Carimbú, también tucumana y de la que sé muy poco. Es un compilado de escritos sobre arte contemporáneo tucumano, así que encontró muy rápido ese match para mí. Yo también le mostré -aunque más humildemente- algunos de mis speechs recién armados, como cuando se acercaban papás o tíos y les hacía mirar “Libros y plantas de Tucumán”, un impreso para colorear del que vendí como diez, o cuando comentaba sobre el libraco “Historia de Tucumán”, el libro más gordo y caro de la mesa, del que llegamos a vender creo que tres en toda la feria.
Era común que al stand llegaran autorxs… sobre todo autoras de algunas de las editoriales, a veces sólo por coincidencia y otras veces para exigir que sus libros estuvieran “en la mesa de adelante”. Generalmente la respuesta era “pero si tu libro está aquí, mirá”, y les daba ahí algo de vergüenza. Eso pasó tres veces. Algunas igual tenían otras estrategias que eran como un poco más amables y redoblaban la apuesta. Por ejemplo, una agarró y me dijo “Bueno, pero hoy la autora está aquí, así que el libro va primero en la fila”, lo cual me hizo reír y me pareció algo justo. Al otro día lo volví a poner en su lugar. También llegó otra autora de un libro que ese mismo día fue “best seller” y pudo firmar varios ejemplares, quizás porque había sido su presentación, no sé. Y también vino otra autora, Sandra Bulacio, que es fanática de la literatura rusa, que me contó sobre un accidente que la dejó sin voz y me habló de su encuentro con la literatura oriental y los Haikus.
Ese día pasó una señora que la recordaba mucho de mis años de secundaria, cuando andaba en una silla de ruedas motorizada a toda velocidad atravesando la Plaza Urquiza. “Puede mirar los libros, si necesita se los alcanzo” le dije, porque veía que no podía llegar a los libros que estaban más atrás. Ella me miró y no me dijo nada, y me señaló dos libros. Se sacó sus guantes con los que estaba “remando” -como le dice mi amiga Fruta, también está en silla de ruedas, a empujar las ruedas con las manos- y comenzó a ojear los libros. Después se fue sin despedirse y acomodé todos los libros de nuevo. Por un momento me cayó un poco mal, pero después pensé que había gente a pie que había hecho lo mismo y no me había dicho ni hola, o que directamente me había ignorado, ¿por qué me iba a enojar con ella? Y a los minutos me olvidé.
Mirando todos los libros, Lulú me comentó que le llamaba la atención cómo es que la estética minimalista de los libros de Aguacero atraía tanto a la gente de veintis, es decir, nacidos en la década del 2000. Llegamos a la conclusión de que nossotrxs, nacidxs en la bisagra de los 90, arrastrábamos el cambalache hipersaturado de los 80s y los 00s, y que lxs chicos de ahora rompían con eso y tiraban a una estética más simple. Ahí se acercó Juan de Aguacero y le comentamos nuestra teoría, se rio un poco aunque medio que no nos entendió. Debe haberle dado cringe el comentario, es ya podríamos ser sus tías, así que le hablamos un rato de su maravilloso pelo. Ahí le pregunté a Juan si se volvían para San Miguel cuando terminara la feria y si querían compartir un Uber, y quedamos en encontrarnos al finalizar el día.
Ya un poco cansadas y con la feria casi vacía, nos sentamos por fin en las sillas, que la mayor parte del tiempo oficiaban de guardarropas. Lulú estaba con una Pepsi Zero pero la había dejado de tomar porque se sentía un poco descompuesta. Ahí llegó un chico de quizás unos 40 años, con ojos claros y una sonrisa que no se caía, quizás también con un poco de pinta de músico. Nos dice “¡Hola, chicos! ¿Cómo ha ido hoy?” Nosotros con Lulú -que ya teníamos una cara de estar agobiadas- nos miramos como chequeando si algunx lo conocía. Él agarra un ejemplar del estante y nos pregunta “¿Han vendido mucho de este libro?”. Por mis adentros pensé “¡Qué pesados estos autores que no pueden con su ego y bla bla bla!”, y ni siquiera presté atención a la portada del libro. Lo miré y le dije bastante indiferente “No sabríamos decirte, todos los días cerramos la planilla y no tenemos todas aquí…”. La verdad es que ni había leído la tapa del libro, pero por los colores no recordaba haberlo vendido, y al menos no ese día. “Bueno, pero al menos lo habrá alguien agarrado y preguntado, ¿verdad?”. Y ahí me surgió un poco de impaciencia y le pregunté “¿Vos sos el autor?” y Lulú en ese momento me miró y me apretó el brazo, y le vi la cara de tristeza al chico. “No, no soy yo”, me di cuenta en un microsegundo de lo que tenía que hacer y le dije “Sí… sí lo agarraron un par de personas y preguntaron, pero creo que no se vendió, pero no estoy seguro, quizás sí” y a él le volvió la sonrisa. Se acercó una chica y él le dijo feliz (casi en una escena de comedia romántica) “¡Sí preguntaron por el libro! ¡Hubo gente que preguntó por el libro!”, “¡Gracias, chicos! ¡Era sólo eso lo que necesitaba saber!” y se fueron. El libro era la novela póstuma “El Atril”, de Álvaro Sebastián Cormenzana… alias “El Ingeniero Cormenzana” en dialecto de la Teresita Guardia. Se trataba de un músico que había tenido muy presente todas estas semanas al escribir las notas al pie para “Archipiélagos…” sobre la banda Euzkadi, del que él era parte. El chico era -supongo- un gran amigo, de esos que se emocionan cuando te va bien.
Al terminar la feria esa anécdota me dejó bajoneado. Creo que siempre me han hecho notar que soy “despistado”. Las profesoras, o hasta amigxs que me ven caminar por la calle. Siempre se me insiste con “volver” a los temas mientras converso, por ejemplo. Hasta Fabri se enoja porque tengo muchas idas mientras hablamos, especialmente si vamos caminando juntos. Un ratito antes de cerrar el stand llegó la Conti con Juan y Pablito. Conti había conseguido un amigo de ella nos diera un aventón hacia el centro, así que nos subimos a su camioneta. Resulta que él… era un músico. Era músico y además archivista. En el camino conversamos mucho y variado. Pablito le preguntó si era cierto que Edith Piaff la había corrido a la Leda Valladares de un escenario, y yo sobre lo que recordaba de la escena del rock en sus años viviendo en La Plata. Después le pregunté sobre su trabajo de archivista, y él me contó que se dedicaba a trasladarse a pueblos de difícil acceso con sus propios equipos y grabar la música de gente que vivía ahí, un poco aislada de la ciudad, algo similar a lo que hacía Leda. Me sentí cercano con su trabajo, y creo que entendí sus problemas. No se puede esperar a que otras personas -como algunos funcionarios- vean algo como importante, porque hasta eso las cosas se mueren. No es fácil, pero sí necesario, ser archivista con tus propios medios.
Domingo 16: Último día
Ese último día casi todos nos sentíamos igual de cansados: la feria había tenido once días, pero de alguna manera extraña se nos había hecho corta y no queríamos que termine. Me acordé en ese momento de la Tere diciéndome mientras comíamos shawarma, “esta Feria del Libro debería durar todo el año entero” y de haberme reído un poco de la idea. Ese día pensé… ¿y por qué no?
A pesar de haber salido con tiempo, llegué a las 14.30 a la Sociedad Rural. El 130 tenía un solo colectivo andando (al menos en el GPS) y el viaje fue de dos horas en llegar. “Por ley todas las unidades de colectivo deberían tener GPS”, pensaba, mientras esperaba en la parada… de vuelta con resaca. Fue bastante movido ese último día. Creo que hasta antes que llegue la Lulú, yo ya había vendido como 7 libros “y de los caros”.
A Fabri lo habían invitado a leer ese día en una mesa que compartía con Lorenzo Verdasco, alias “el Lolo”. Además de haber preparado todo para registrarlo, yo quería encontrarlo a Lolo para entregarle un ejemplar de “Sementerio”, que lo tenía separado desde hace algunos meses. Su “Informe sobre señores” es quizás mi libro favorito del “canon gay” tucumano (canon que para mí comparte con “La ciudad de los sueños” de Juan José Hernández, “El Ángel” de Fasolo y “Querida Ilusión” de Fabri). Cuando lo encontré le di un gran abrazo y le entregué su libro y él me sonrió muy feliz. Ese día Fabri tuvo el mismo problema de colectivos, y llegó cuando la mesa de lectura ya que había terminado, así que no pudo leer, y aprovechó que Lute también enfilaba para el centro para volverse con él temprano. A los diez minutos de que se fue, llegó la Simo y se quedó un ratito conmigo en el stand. Intentamos llamarlo a Fabri para que fueran a tomar algo ellos dos, pero ya estaba casi en casa.
A la siesta, un ratito antes que llegara Lulú, Conti se acercó al stand y desde el pasillo gritó “¡María Eugenia!”. Se fue por un momento y volvió con la señora del brazo. “Ella es María Eugenia, de la productora de la Feria”, me la presentó, y comenzamos a charlar. María Eugenia nos preguntó cómo habíamos experimentado la Feria, y Conti aprovechó para darle las gracias por el espacio y le dijo “nos conocemos desde hace muchos años, pero esta es la primera vez que pudimos hacer algo así en común, lo logramos con la Feria”… y eso me quedó en mi cabeza. ¡Y era así! Habíamos pasado por muchas cosas, pero hasta ese momento no habíamos tenido una experiencia parecida a la del stand comunitario. Yo aproveché para contarle brevemente mi experiencia con la Feria del Libro de Santiago del Estero, a la que nos invitaban todos los años con pasaje, el hotel y almuerzo… y no pude continuar. Es que no soy de imponerme mucho al hablar, Conti y ella eran muy efusivas.
Yo lo que realmente quería decirle era “María Eugenia, si usted tiene la posibilidad, considere invitar a las editoriales del NOA”… porque si hay algo que extrañé en esta feria fue eso: presencia de otras editoriales como Piedra Madre, Tóxicxs y Funga (de Santiago del Estero), Ben Proyect (de Jujuy), El Guadal (de Catamarca), entre muchas otras. Creo, sin embargo, que ella sabía bien a lo que me refería, porque inmediatamente me comentó que en Santiago la feria tiene mucho apoyo de toda la Provincia, y que aquí había habido un destrato del Ente Cultural muy grande, que el apoyo estatal permitía expandir algunas propuestas como la de invitar a otras personas, que esperaban trabajar el próximo año no sólo con Turismo sino también con Educación…
Y al principio me hacía mucho ruido y desconfianza por todo esto de “quieren lucrar con la Cultura”… pero hay algo innegable y es que, a diferencia de otras propuestas Provinciales, la Feria del Libro “hecha por privados” fue un éxito y fue convocante. Sin ir más lejos, no sólo fue la primera vez que nos encontramos de esta manera entre editoriales independientes, sino que las librerías independientes comenzaron a desarrollarse también como sector. Además, comenzamos a ver a quienes quedaron afuera de la feria, como las Bibliotecas Populares y pensar en un próximo año con amplitud. Además, el trato en las redes fue muy equitativo y respetuoso, republicando las stories, poniendo a las editoriales y nuestros nombres en los flyers (a diferencia de otras propuestas que te invitan a una mesa a la que vas sin viáticos y ni siquiera te nombran en la difusión). A lxs “expositorxs” nos dieron a modo de viáticos un descuento del 30% en la comida, además de la entrada gratis, por supuesto. También nos dieron un stand de 3×6 con estantería, valuado (como calculamos después) en casi un millón de pesos… ¿Y qué hizo el Ente Cultural por las Editoriales Independientes? ¿Negociar un par de pasajes de colectivo? A veces pareciera que los que más quieren lucrar con la Cultura y el rédito político son los funcionarios públicos, no los empresarios privados. Terminan dándole más argumentos al fascismo de copetín que nos está gobernando.
De tanto pensar me fui a comprar una bombita de papa. Es que se me bajó un poco la energía, creo que se llama “desolación” el sentimiento. Como no me recuperé, en un descanso la Lulú se fue a dar una vuelta y me trajo de regalo un pedazo de tarta de durazno, que estaba espectacular y que me despertó enormemente. Yo se la compensé casi a la noche con una latita de cerveza y unos snacks de jamón. Ese día le regalé también a Lulú el último de los ejemplares a la venta de “Sementerio”. Recordé que ella fue una de las primeras personas en leer uno de los cuentos del manuscrito final de ese libro, allá en la Feria de Santiago del Estero de 2023.
Rodeados del eco de las cintas scotch que venían de todas las direcciones, nos dimos cuenta de que el resto de los stands ya habían comenzado a embalar los libros. Creo que con Lulú sentimos algo de tristeza, pero comenzamos a separar los stocks por editorial y a hacer listados. Éramos doce editoriales y queríamos ser ordenadxs, que quedara todo asentado. En poco menos de una hora el stand quedó pelado y nos fuimos, no sin antes darnos un gran abrazo. A la vuelta con Majo y su amiga Carito, le comenté que Pablo y Conti tenían ganas de hacer un asado en El Corte el fin de semana con todxs los editores del stand comunitario.
Parte III
El asado de lxs editorxs
Esos cuatro días que pasaron hasta el asado me tuvieron maquinando. Fabri dice que todas las ferias y festivales siempre me ponen así, hipersensible, reflexivísimo, casi ensimismado. Es como si todas esas energías con las que interactué me terminaran dejando algo que tengo que decodificar, un pequeño tesoro con pedacitos de pasado y de futuro en simultáneo que me pongo a ensamblar. Necesito… no entender, pero sí sentir qué hice ahí, sentirme haciendo lo que hago, estando donde estoy. Me ilusiona acercarme un poquito a esa justicia acuariana que me pulsa, dar todo en lo que hago para que este mundo sea mejor, aunque sea por las corrientes subterráneas de sus ideas. Mientras tanto intento notarme las huellas, eso que me quedó más allá de la memoria, en mi espíritu, en mi ser, de algo que viví. Eso es algo que aprendí con Fabri en modo gurú: usar la huella para resolver el misterio de cómo creció algo en mí en un mismísimo instante.
Cuando terminó la feria, Conti mandó un mensaje al grupo del stand comunitario mostrando una tabla con muchos números. Al final de todo, se podía ver que habíamos vendido más de 190 libros en el stand comunitario. Eso le conté a Tere cuando me preguntó cómo nos había ido, y salió a festejar en sus redes que las editoriales independientes habíamos distribuido más de 200 libros tucumanos. Me mandó un audio festejándolo casi como un logro propio, que se lo reenvié a algunas compañeras.
A partir de la tabla, calculé al tuntún que entre los stands de Yerba Buena, INVELEC y el Comunitario, habríamos vendido aproximadamente unos 400 libros. ¡400 libros tucumanos en manos de tucumanos en menos de dos semanas! Era algo, de momento, algo muy increíble. Aparte de eso, muchos títulos se agotaron y en este momento hay editoriales gestionando reimpresiones para los eventos que se vienen. Además, con esas 70 horas que atendí el stand, yo había llegado a pagar el alquiler, un préstamo y los servicios del mes. Aparte, el evento me había presionado un poco a adelantar el libro nuevo, y considerando que voy por la página 23 de este Word, me hizo escribir otro. Me hace pensar que quizás, al final, el vendedor a comisión tenía algo de razón: necesitábamos algo más de fe.
La feria había acelerado procesos editoriales que llevan a veces meses, incluso hasta un año entero completar. Con todo eso, sin embargo, haciendo números de verdad (y teniendo en cuenta el porcentaje del 30% para el librero), ni entre las doce editoriales hubiésemos podido llegar a costear ese millón de pesos que salía un stand como el que tuvimos. Probablemente nos hubiera pasado como a lxs compañerxs de las librerías independientes Atrapasueños y Dany Libros, que se aliaron con Llama Blanca y pusieron un stand entre los tres: todo lo que ganaron fue para pagar el alquiler, ni siquiera alcanzó para cubrir el costo de estar entre dos o tres personas por turno en el stand. Pensaba en lo importante que es que el stand gratuito para “las EITs” (Editoriales Independientes Tucumanas, aunque dicho con esa sigla parece que dice “Enfermedades e Infecciones de Transmisión Sexual) se sostenga.
Se sostenga y quizás sea más grande, como el que tenía Cúspide, para que estén también otras editoriales independientes (como Dichosa, una editorial de “libros objeto” que se volvió cooperativa hace poco tiempo, y que quedó sin invitación sólo por conflictos con otra editora: otra vez lo mismo, un problema individual que se asume como colectivo, sin entender muy bien el por qué), y otras del palo fanzinero. También pensaba en que el “Sector Editorial Independiente” pueda estar completo: stand gratuito para las Bibliotecas Populares, stand gratuito para las librerías independientes. Y también un stand gratuito, pasajes y hotel para las editoriales independientes del NOA, para reforzar el sector editorial independiente de un “NOA cultural” que se enfrenta siempre solito con el pulpo porteño.
Pensaba más allá de todo eso que, a pesar de que quienes pusieron la plata para producir la Feria quizás en un principio no entendían mucho que hacer, el equipo del que se rodearon terminó siendo muy bueno. Y lo digo porque -si bien quizás un poco tarde y desordenado- pudieron cedernos un espacio para las EITs. Además, flexibilizaron la entrada con descuentos y apertura para las escuelas, y lograron traer a “figuras convocantes” que generaron mucho flujo de gente. Quizás podría haber más gente el próximo año si incentivaran la movilidad. Si pusieran, por ejemplo, colectivos gratuitos desde Plaza Urquiza hasta la Sociedad Rural, como solía hacer la Expo y como hacen otros espacios culturales para sus eventos (como “La Rural” de Raco), que estuviera incluido tal vez con la entrada.
También estaría bueno que las presentaciones, mesas panel o lecturas que se hacen en las “Bitácoras” queden registradas en video y si es posible sean stremeadas. En ese sentido, lxs santiagueñxs son muy tecno-friendlies y entienden la dinámica para que todo se aproveche: allá los auditorios, durante todo el tiempo en que dura la Feria, son mostrados en vivo y quedan automáticamente subidos en YouTube. Eso no sólo ayuda a que la Feria se difunda, sino también a lxs autorxs y las editoriales se conozcan. A veces estas cosas no se hacen porque se teme que “mostrar gratis” por las redes sea algo contraproducente para vender entradas. Pero es más bien todo lo contrario: a la gente le dan ganas de participar más, porque se ve más convocante. Quienes disfrutan del arte y la cultura no se quieren perder de algo que pueda ser “memorable”, aunque sea una charla, una lectura, una perfo o un recital. Quieren poder decir “yo estuve ahí en ese momento” y mostrarle a otra persona el video. También, porque el mirar virtualmente los espacios da ganas de ir conocerlos… y, aunque para los “40+” suene raro, para muchxs “40-” el predio de la Sociedad Rural es un espacio que nunca hemos visitado o que visitamos por última vez cuando teníamos diez años en alguna “Expo Tucumán” muy vintage.
Pensaba en los pedidos de la gente, de más libros para niñxs y adolescentes, y más antologías de cuentos como “El Puente” o “Terror y Misterio en el NOA”. También pensaba en la cantidad de gente que preguntó para seguirnos en las redes o por editoriales de servicio. Deberíamos hacer ploteos con los QRs de las editoriales a los Instagrams, y también un panfleto con los datos de todas las editoriales de servicio para que la gente pueda pedir presupuestos. Pensaba también en todos los libros que fueron un boom de ventas en el stand comunitario, como “Pretérito Perfecto” de Hugo Foguet, “La espalda de la libertad” de Rosenzvaig, “Trilogía” y “Visita francesa y completo” de Eduardo Perrone o “400 Historia del Agua en Tucumán” (a pesar de ser desolador, porque pronostica que la falta de obra pública nos va a llevar al desabastecimiento o a la inundación en la próxima década, y tira el dato curioso de que la mayoría de obras hídricas de gran impacto las hicieron gobiernos militares), también “Ubi Sunt”. Pensaba que, si a una editorial tucumana le va bien en otro lado, habla bien de todo nuestro mundillo editorial, y esta idea es del mundo del travestismo espectacular (o drag, para lxs más jovencillxs): “Si brilla la de al lado, todas brillamos más fuerte”.
Pensaba en que las editoriales independientes, a pesar de “no tener capital”, no paramos de producir “patrimonio intangible para la provincia” -como le dicen casi irónicamente después de que pasan veinte o treinta años-. Que tanto editorxs como muchxs otros artistas estamos acostumbradxs a que las instituciones piensen que nos hacen un favor al invitarnos, que ya eso es una dádiva o caridad por la que nosotrxs debemos estar agradecidxs, y que, en el mejor de los casos, basta con compensarnos con un “papelito” y una botella de agua. Nosotrxs ponemos a circular riqueza de historias y visiones del mundo que, casi siempre, terminan siendo la base de toda una pirámide alimenticia, de todo un circuito que termina en los propios investigadores universitarixs estudiando ese “patrimonio cultural” con becas de investigación.
Creo que es la Provincia la que tiene que proporcionar los medios para que los proyectos sin fines de lucro podamos participar de esos espacios de gran difusión… es decir, limpio y claro: pagar los stands, aquí y en todas las ferias. El apoyo de una Provincia a una Feria “de Privados” no es para los privados, es, en realidad, según lo que puedan y quieran negociar. Si es negociar un stand para repartir panfletos o libros institucionales es una cosa, pero también puede ser para que quienes producimos “patrimonio cultural” y no lucramos con eso podamos estar ahí, con nuestras miradas del mundo, que suelen estar más a favor de un Estado presente que de un Estado liquidado.
***
Ese día del asado salí de nuevo una hora antes, porque quedamos en encontrarnos en La Rotonda a las 13, de ahí nos iba a pasar a buscar Pablo para llevarnos hasta su casa en El Corte. Alva y Majo llegaron un poco antes. Yo llegué puntual y tuve que esperar un rato, hasta que pasaron la Sil Firpo y Pablo. Después llegaron Conti y su marido que pasaron a buscar de la parada a Zai, Dani y Nacho.
No sé cómo se hizo el asado, porque a mí me da impresión la carne cruda, de hecho, fui durante tres años vegano, así que no quise ni acercarme a la parrilla. Me puse a tomar mate y charlamos con Sil y Conti, descubrimos que las tres habíamos tenido tiempo de vivir en Brasil así que swicheamos de idioma nuestra conversación. Eso creo que me emocionó un poco, hasta ese momento no me daba cuenta lo que necesitaba escuchar y hablar con otra persona en portugués, además de cuánto extrañaba a mis amigxs de allá con lxs que no hablo hace mucho tiempo. Una editora en la otra punta de la mesa por momentos nos miraba entre raro y con algo de desprecio, mientras nosotras nos manteníamos entretenidas en nuestra conversación sensual. Yo la miraba de reojo y me imaginaba a una yanki atacada por escuchar un latino hablar español, mientras me divertía enormemente.
Al final, en el asado no hablé realmente nada de lo que pensaba. Pablo a cada rato me tiraba la lengua, supongo que imaginaba que se me estaba quemando la cabeza. Es que en un momento, mientras se hablaba sobre el haber querido cancelar a último momento el “stand comunitario”, Pablo dijo “¡Pero dimos nuestra palabra!” y otro editor respondió: “¿y qué?”… Me pasa que con algunxs compañerxs puedo compartir un stand o un asado, pero tengo una distancia bastante grande en mi forma de ver la vida y el oficio. La gente puede cambiar su forma de pensar, ¿pero para qué confrontar al cuete? Hace muchos años que dejé de intentar convencer a personas sobre cosas. La gente se convence de lo que quiere, no de lo que puede. De todos modos, me quedé con muchas ideas y con muchas reflexiones que las choripaneo, en realidad, de haberme encontrado con la historia del Teatro Independiente a través de Tere y lxs investigadorxs de la cultura tucumana. Me gustaría algún día poder pensar en cuáles son las “problemáticas propias” de nuestro arte y armar un proyecto… no sé, la “Ley del Sector Editorial Tucumano Independiente” (¿Ley SETI?), por ejemplo, y hacer remeras de ¡Ley SETI YA!, salir con una comparsa y una carroza con un libro gigante de papel maché y alguien que nos ponga brillitos en la cara, o algo así. Una ley que vaya mucho más allá de una jubilación para escritorxs como la que se propuso como “Ley del Libro” (cosa que está muy bien pero que poco y nada tiene que ver realmente con mejorar las dinámicas de producción editorial local).
Ese día me volví con Conti y su marido. Después de dejarlo a Nacho de pasada en un bar, conocí fugazmente la hermosísima librería de “Libros Tucumán” y tomamos un café de dos minutos. Volvimos rápido a buscar a Zai, Dani y Majo que nos esperaban en lo de Pablo todavía, y Conti nos acercó a todxs desde El Corte hasta nuestras casas en San Miguel, trayecto que hicimos medio calladxs porque eran de noche y estábamos ya todxs liquidadxs. Mientras atravesábamos toda la Aconquija y la Mate de Luna, llena de luces, demoliciones y edificios cada vez más nuevos, yo pensaba en el dato al que habíamos llegado juntxs mientras comíamos: el stand de Yerba Buena vendió 250 libros, el comunitario 200, el de INVELEC 50, EDUNT alrededor de 200, y con lo que vendieron las librerías independientes, habríamos, en realidad, superado los 900 libros tucumanos en circulación. ¡900 en menos de dos semanas! Si la Tere festejó por 200, no me quiero imaginar lo que haría con estos números, espero que lea esta nota y se ponga feliz. Pensaba también en la gente que se sorprendió al enterarse de tremenda fuerza editorial tucumana. Aunque, a decir verdad, lo que más me rondaba era algo que me dijo Conti (o quizás Marce): que no recordaba el haber visto antes tanta cantidad de abrazos entre escritores. ¿Cuál habrá sido el total de abrazos en la Feria?

Nació en San Miguel de Tucumán en 1991. Es editor y archivista. Su libro «Archipiélagos del Deseo: Una vida de Tere Guardia», biografía sobre la teatrista, será lanzado próximamente. Entre sus publicaciones se encuentran «Sementerio» (La Cascotiada, 2023), «Historia gráfica de las Marchas del Orgullo Tucumán 2013-2016» (La Cascotiada, 2020) y «Balcones, por María Perseveranda» (Gato Gordo Ediciones, 2015). Participó, además, en «Los labios del agua & Libidinario de Ricardo Gutiérrez» (La Cascotiada, 2023), «Antología Monoblock» (Monoambiente, 2023) y «Lo que es el Drag Vol.1» (Plata & Vicio, 2019). Desde 2014 colabora con artículos periodísticos para diferentes medios locales.
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