Por Lucas Cosci |
Lo damos por hecho. Un relato se cuenta en pasado simple. “Cruzó la avenida, en la pausa del tráfico, y echó a andar por Florida”, comienza Onetti el cuento “Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo”. Podemos, sin embargo, preguntarnos, ¿siempre tiene que ser así? ¿Siempre se cuenta en pasado? Alguien dirá que también existe la narración en presente. Y tendrá razón, claro, el pasado narrado en presente tiene mayor fuerza y vivacidad. Es un recurso usual en los narradores de hoy. “Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo apretándome la nariz”, empieza Samanta Schweblin el cuento “Bienvenida a la comunidad” en su último libro El buen mal.
El pretérito perfecto simple y el presente de indicativo entonces son modos corrientes de narrar, y hasta es posible decir que la mayor parte de los cuentos y novelas en español están escritos en esa modulación.
Pero si pensamos que el idioma tiene tres modos verbales en sus distintos tiempos –lo que da un total de diecisiete posibilidades–, entonces nos preguntamos, ¿existen otras formas de conjugar verbos en el relato? ¿Está justificado recurrir a otros modos y tiempos, además del pasado simple y del presente de indicativo? ¿En qué tiempos verbales narrar?
Quizás para los escritores de oficio ni falta hace hacerse la pregunta. Intuitivamente recurren a las formas verbales más eficaces para cada caso y con eso alcanza para el logro de un buen resultado, cuando hay destreza en el uso de técnicas. Creo, sin embargo, que vale la pena discutirlo para ampliar nuestra conciencia de las posibilidades narrativas.
El verbo es el motor del lenguaje. Produce dinamismo, movimiento, acción. Pero un motor a demasiadas revoluciones resulta ruidoso. Mejor un motor suave, silencioso, que ni se sienta. Para eso es necesaria la conjugación perfecta. Inclusive, llegado el caso, pasar por alto el verbo, como hace eventualmente la oralidad. “Grande la casa”, decimos en lugar de “la casa es grande”.
¿Pasado simple o pasado compuesto?
A lo mejor tengamos que preguntarnos qué tiempos verbales se usan con mayor regularidad en la región en que suceden los hechos o en el lugar en que inscribimos la voz del narrador. En nuestro noroeste, por ejemplo, se usan con cierta frecuencia los tiempos verbales compuestos, pretérito perfecto compuesto o pluscuamperfecto: “he venido”, “había venido”, en lugar de “vine”.
La elección de los modos y tiempos verbales, por otro lado, está anclada a la elección de la persona del narrador. Porque si el relato es en primera persona, quizás convenga asumir los modos en uso en el habla local, ya sea simple o compuesto. Pero si es en tercera persona, es posible diferenciar el tiempo verbal del personaje en sus atribuciones de diálogo del tiempo verbal del narrador, como sucede en el clásico Shunko de Jorge W. Abalos. El narrador se expresa alternativamente en presente y en pasado simple; los personajes en pasado compuesto, conforme al uso en el habla de Santiago. Narrador: “Eran las diez de la noche cuando llegó el maestro”; personaje: “ –Se ha lastimado en la rodilla”.
Lo importante tal vez sea que una vez elegida una forma verbal, nos mantengamos en ella o en sus formas concordantes, salvo que existan razones técnicas para no hacerlo, como los saltos en el tiempo, las idas y vueltas entre pasado y presente, los cambios de narrador.
Hasta aquí no he hablado del futuro. ¿Se puede narrar en futuro? ¿Se puede contar lo que todavía no ha sucedido? Hemos naturalizado que el relato es siempre de una acción pasada. ¿El futuro no “cuenta”? La narrativa de ficción cuenta el orden de lo posible. Las acciones pueden ser narradas en cualquier tiempo porque en realidad nunca han sucedido, pero siempre pueden suceder. O si han sucedido, como en la narración histórica, el relato no es un testimonio de lo que fue, sino una apuesta sobre lo que pudo haber sido. La ficción es eso: el mundo de lo posible. Aunque no estoy seguro de afirmarlo, pero que yo sepa nadie se ha despertado hasta hoy convertido en un monstruoso insecto después de un sueño intranquilo (¡o sí!), pero todos podemos un día ser Gregorio Samsa. Todos lo hemos sido con fatalidad.
El orden de lo posible tiene una temporalidad paralela al tiempo de los hechos consumados, por lo que nada impide que sea referenciado en el futuro. Quizás el uso del futuro resulte artificial, porque instala el relato en una entonación premonitoria y oracular. Pero si el contexto lo permite, ¿puede haber casos en que el uso del futuro sea funcional a la técnica narrativa? El cuento de Cortázar “Liliana llorando” de Octaedro en un momento explora esa posibilidad: empieza en presente, pasa luego a futuro, después a condicional, en combinación con un uso exagerado del gerundio. Es un verdadero laboratorio del uso narrativo de los verbos. “En pleno verano la Chacarita va a ser un horno y los muchachos la van a pasar mal”, dice el cuento en el momento en que se da el giro hacia el futuro. Es un texto que relata lo posible dentro de lo posible, es decir, lo que puede llegar a suceder en el futuro de un presente ficcional.
Por supuesto, siempre es más seguro ir a las formas clásicas, que son el pasado simple y el presente. Hay menos riesgos. Es lo que nos recomendarían en cualquier taller.
Pero si queremos generar efectos originales, si nos proponemos explorar modos no convencionales de narrar, podemos ir a la gran paleta de tiempos y modos verbales que nos ofrece nuestro idioma para imprimir color a las acciones. Hay un ejemplo de un cuento de Juan Sasturain en el que justamente toda la acción está narrada, desde el principio hasta el final, en modo subjuntivo. Para hacerlo el autor narra una acción supuesta. El texto se llama precisamente “Subjuntivo” en el libro La mujer ducha y el resultado es de máxima originalidad. El cuento empieza con la invitación a un orden supuesto: “Supongamos que te despiertes un día”… y en adelante todo está narrado en el modo subjuntivo: “que tu única certeza sea…, que sientas…, que mires…, que disfrutes…”, hasta el final.
Dentro de las formas verbales clásicas, ¿con qué criterios decidir por los usos del pasado o del presente?
Vuelvo al principio. Una acción pasada, incluso lejana en el tiempo, puede ser narrada en presente. Hay muchos ejemplos, en especial en la narrativa histórica. El tiempo presente genera mayor intensidad, objetividad y verosimilitud, porque la acción es simultánea a la lectura, la acción sucede ante los ojos del lector. Es un efecto cinematográfico. El lector ve la escena como una película en pantalla. El uso del pasado simple funciona mejor en el relato indirecto o cuando queremos poner énfasis en el carácter consumado de la acción o poner distancia entre los hechos y su relato, como es “El inmortal”, primer cuento de la serie de El Aleph, cuya acción se inicia en la Roma de Diocleciano y atraviesa siglos hasta el presente del narrador que abre y cierra el texto, y que inscribe una posdata fechada en 1950. Semejante abuso del tiempo narrado, implica una estrategia de mucha sutileza en el uso de los verbos. Borges escribe el relato en su mayor parte en pretérito perfecto simple, pero por momentos hace un verdadero despliegue de tiempos concordantes según los momentos de la acción: “Que yo recuerde (presente – subjuntivo), mis trabajos empezaron (pretérito perfecto simple – indicativo) en un jardín de Tebas Hekatómpylus, cuando Diocleciano era (pretérito imperfecto simple – indicativo) emperador. Yo había militado (Pretérito pluscuamperfecto – indicativo)…”
La elección de los tiempos y modos verbales está en función de los efectos que queremos producir. En general, el narrador va directo a las alternativas convencionales. Pero no está de más, cuando ya tenemos una primera versión, preguntarnos si los tiempos y modos usados son los más eficaces para el efecto que buscamos. Es posible encontrar que un cambio en el tiempo verbal produce un giro inesperado en la intensidad del relato.
Los tiempos verbales importan porque son tiempos. La narración, en última instancia, es una representación de la temporalidad humana. Para decirlo con Ricoeur: “La vida es tiempo narrado”.
Fotografía de portada: Natalia Serzhanova

Vive en la provincia de Santiago del Estero. Es doctor en Filosofía por La Universidad Nacional de Córdoba. Docente e investigador en la UNSE y en la UNT. Autor de libros de ficción, entre los que se encuentran Faustino (novela, 2011), La memoria del viento (cuentos, 2012), 1958, estación Gombrowicz (novela, 2015), Ciudad sin Sombras (Novela, 2018); y del ensayo El telar de la Trama. Orestes Di Lullo, narrativa e identidad (2015). Es autor del blog El cuaderno de Asterión, en línea desde el año 2009, donde publica artículos literarios y de actualidad política