Reedición de Libros Tucumán, 2025
Por Pablo Campos |
Julio Ardiles Gray es toda una personalidad en la historia de la literatura tucumana. Nació en la ciudad de Monteros en 1922 y falleció en Buenos Aires en 2009. Su obra abarca el cuento, la novela, la dramaturgia, la poesía, la traducción de autores franceses. En la esfera pública fue Presidente del Consejo Provincial de Difusión Cultural. Como periodista colaboró en diarios y revistas (La Opinión, Primera Plana). Recuerdo la calidad de sus últimas participaciones en el Suplemento Literario de La Gaceta, lecturas de domingo que disparaban la sincera y obvia pregunta: ¿Quién es este señor?
En la página web dedicada a su figura (www.julioardilesgray.com) leemos: “Soy de una generación que se ha formado en contra del folclorismo, en contra del color local, que nos ha resultado una plaga (…). Mi obra es tucumana por los temas y las situaciones que presenta”. El tono convencido de esa afirmación me sirve de prisma para inspeccionar la lectura de El Inocente y quizá reinterpretar mis primeras impresiones.
No es sencillo el modo en que el autor presenta sus “escenarios”, ya que la variable que emerge de la construcción de los paisajes es el factor tiempo: Si bien El inocente (reeditada en 2024 por Libros Tucumán) transcurre en la década de 1930, su Primera Parte podría transcurrir en casi cualquier franja del siglo XIX. Subido al raro filtro histórico de tal imprecisión temporal, el autor pinta la atmósfera cotidiana, pobre y rural, donde respiran los personajes. De manera que, lejos de estar ausente, el color local impregna la imaginería del lector y tal es a mi juicio la mayor fortaleza de estas páginas. Camilo y Méndez son 2 obreros golondrina oriundos de Santiago del Estero. Camilo es un muchacho joven y Méndez un hombre que viaja junto a su esposa y dos hijos pequeños. En un carro tirado por mulas atraviesan los caminos en busca de trabajo. Ardiles Gray logra que sintamos las inclemencias de ese trayecto, la incertidumbre en la marcha, la desgracia latente, pero también la férrea y esperanzada decisión del grupo de viajeros. Ese largo pasaje, el del viaje, me ha parecido el más entrañable: en él hay cruces de ríos -peligrosos para las personas y para las mulas- paradas en pueblos poco amistosos, “acampes” para comer y dormir en campo abierto. No se trata de una aventura insensata sino de dejar atrás el lugar propio -una temporada tras otra- para ir a pedir trabajo, durante varios meses. Virtuosamente, tarda en aparecer el nudo dramático del relato: la huelga de los trabajadores del surco contra los ingenios azucareros. La paralización de la actividad del mayor productor de azúcar del país -Tucumán- va a generar consecuencias no sólo económicas sino también políticas: el rostro del poder no es uno solo pero sí es, en cualquier caso, descaradamente cínico. En el contexto de la gran huelga ocurre un crimen que será aprovechado por uno de los grandes periódicos de la provincia, para aumentar su tiraje y sus ventas. El poder político, por su parte, buscará mantener el status quo, y para ello se servirá de la Policía. En esa puja de intereses entre el periodista Werner y el inspector Vázquez se genera una entretenida tensión periodismo-policía. En cada capítulo es fundamental la presencia de las mujeres: la madrina de Camilo (su entrada en escena abre la novela, con una fuerza notable), la esposa de Méndez y, sobre todo, Mercedes, la prostituta que Camilo rastrea y encuentra en Tucumán. El ritmo de la acción se acelera a medida que avanzamos en la lectura, fluida y amena. Pero insisto en un valor: la pintura de los personajes y de la realidad que les toca vivir. Por último, cabe mencionar que esta novela fue llevada al cine en 2012 con el título de Las puertas del cielo (Jaime Lozano). La película está disponible en el sitio www.julioardilesgray.com

Estudiante moroso de la carrera de filosofía en la UNT. Integra el Dpto. de Artes Visuales y Literatura de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de S. M. de Tucumán.