Sobre Destejer el universo en tiempos de pandemia, Honoria Zelaya de Nader/Hilda Angélica García (coordinadoras), EsMeCu editorial (2020)
Por Pablo Campos |
No encontraremos en Destejer el universo,del que participan autoras/es de Tucumán y Catamarca, la escritura de crónicas de la experiencia coronavirus. Conocemos las implicancias del estado de cosas que venimos llamando, desde hace casi dos años, pandemia. Pero siempre desconocemos, y desconoceremos, hacia dónde nos llevará el despliegue de la creación literaria. Por ello, la opción por las posibilidades que ofrece la ficción me ha parecido un verdadero acierto de las coordinadoras de la publicación: Hilda Angélica García y Honoria Zelaya de Nader. Tal como anuncia la tapa del libro, el eje común a los diecinueve relatos es la imagen -la presencia, directa o tangencial- del factor pandemia.
Malos augurios, de Carlos Alonso, inaugura el volumen. En el comienzo del texto, encontramos dos magnitudes que darán cauce al relato: historia y escritura. “Quizá toda la historia no sea más que una moraleja. Comencé a escribirla al poco tiempo de la detención del mundo”. La polisemia de la palabra historia se potencia cuando es combinada con el concepto de escritura. El narrador nos anticipa que vamos a leer una historia que será escrita por él. Nos invita, así, a pisar el terreno de la ficción, un terreno que -precisamente dentro de esa ficción- será “contaminado” por la alusión inmediata a nuestra más próxima realidad: la pandemia. En cuanto a la trama, el narrador hace un viaje en busca de un episodio ominoso ocurrido en 1976, en aquel marzo. Su fuente de información es la memoria de un tal Racedo, con el que conversará largamente para armar una versión de los hechos. El modelo narrativo es el del relato dentro del relato, y ese juego es conducido con naturalidad. El ritmo intenso de las acciones, hechas recuerdo, demanda atención -y no poca imaginación. El cuento cierra con la irrupción de la pandemia en clave apocalíptica: el miedo avanza y lo encierra todo.
Minutos de fama, de Ricardo Alberto Bocos, arranca situándonos en el escenario de la pandemia a pleno. Presenta el drama de dos niños que han perdido la inocencia de la infancia. Zoran cuenta doce años, su tierra es Macedonia y ha sido fotografiado por el narrador durante la guerra de los Balcanes. Antonio, de once, es tucumano y limpia los parabrisas de los autos en la esquina de Ejército del Norte y Belgrano. Si bien el horror de la guerra lejana es amplificado por su vil espectacularidad, hay un acentuado reconocimiento o contrapunto con la proximidad innegable de la tragedia local, demasiado cercana, diaria, invisible, naturalizada como una progresiva y triste metamorfosis que socava la infancia en cada semáforo de nuestra propia ciudad. Un sereno ejercicio descriptivo emparentado con las maneras del periodismo, dará un portazo, en la última línea, al reniego contundente, a la bronca visceral que nace de la empatía enmudecida, la que a veces sentimos con los puños apretados.
Jorge Daniel Brahim es el autor de Hagia Sophia. Imposible saltear, promediando la primera página, una imagen que me ha parecido deliciosa, fáctica y cierta, apta para ser patentada como lema tucumano: “El verano nos ama. Cada vez que nos visita, moroso del tiempo, nos envuelve en un abrazo interminable. (…). Nosotros, en cambio, lo aborrecemos”. En ese fragmento, jocoso y redondamente real, el narrador nos “tira la lengua” y nada nos cuesta agregar una diatriba más contra nuestro monstruoso verano. Luego, además de ingresar al asunto coronavirus, instalados en el encierro impuesto, respiramos una atmósfera de intensa ternura y contemplación amorosa del narrador hacia Sophia, su compañera. En una carta escrita desde Colonia, Alemania, por un amigo del narrador, se detalla una cadena de sucesos referidos a un códice cuyo texto fue escrito en el siglo VI por Procopio de Cesarea. La erudición histórica de Brahim se extiende en este tramo. La puja entre el amor y la muerte alcanzó a uno de los más grandes emperadores de la historia: Justiniano I. El eco de esa fatalidad asoma y desespera, en el presente, al personaje narrador.
En Tempo, Alejandra Burzac Sáenz, ofrece el lado B del encierro. No hay queja, no hay desesperación por salir al afuera. Hay descubrimiento de un espacio donde cada día es posible -y deseable- ejercer una intimidad que tal vez ha sido postergada durante años, en favor de las rutinas cotidianas.
Me he referido al texto La revancha, de Rodolfo Martín Campero, con ocasión de la reseña del libro La bruja del acetato y otros relatos, donde dicho cuento ha sido incluido (edición de La Papa de agosto de 2021).
Nelly Elías de Benavente escribe El regreso de Kalule. Un hombre de Guinea, enfermo de covid-19, agoniza en una sala de hospital en Tucumán. No habla español y no sabe qué enfermedad es la que lo está matando. En el tortuoso proceso, escucha el sonido de tambores que alivian el dolor final.
La muerte narradora monologa, usando la segunda persona del singular en Las piedras del corazón, de Roberto Espinosa. Esta es una muerte que conoce la naturaleza humana, en especial las debilidades éticas. Resulta querible la liviandad con que la muerte, tan sentenciosa para con los humanos, se autopercibe.
La Polio, 1956, de Hugo Japaze, aborda la epidemia de poliomielitis en Argentina. Tres niños amigos juegan tranquilos al fútbol: Salustiano, Benicio y Ludovico. Benicio cae al suelo víctima de la enfermedad. Es notable la descripción de los recursos -muchas veces limitados- y de las medidas “caseras” que se tomaban para enfrentar la epidemia. Casi como un documental, se nos ofrece un notable cuadro de época.
El invierno de los otros, de Máximo Mena, puede leerse como un complejo homenaje a la figura de Rodolfo Walsh, y exige, para una mejor lectura, el conocimiento de su literatura. Tras las citas de versos de Miguel Hernández y de Vicente Aleixandre, se desarrolla una prosa de tono sobrio, dirigida con firmeza a una segunda persona gramatical.
En El croto, de Fabián Soberón, la pandemia circunda la dura vida de este hombre. El narrador ejerce una observación por momentos omnisciente. A lo largo del relato, el croto no reviste mayor peso como personaje. Su importancia radica en la aptitud para atestiguar la desolación de la ciudad: a través de el croto, la ciudad vacía es el “personaje” de este relato. O en todo caso, ese croto que deambula es la condición para que, ya vaciada pero no vacía del todo, la ciudad siga siendo el lugar esquizoide que es toda ciudad.
María del Pilar Moreno Martínez es la autora de La peste de Atenas. El relato se traslada al siglo V a.c., y se concentra en el padecimiento de la más ilustre víctima de aquella epidemia: Pericles, el gran orador y estratega.
El pasado presente que todos olvidamos, cuento de Gabriela Barrionuevo, presenta un largo diálogo entre dos mujeres. Una de ellas llega del futuro y trae noticias sobre la pandemia que explota en 2020.
En Aquello no era el viento, de Carlos Gallo, se cruzan diversos registros. Un paraje inhóspito, El Peñón, ubicado a 4000 metros de altura, es el marco donde transcurre la acción. Ante la llegada del coronavirus y el aislamiento obligatorio dispuesto por decreto nacional, el delegado municipal, Juan Casimiro, reacciona con humor: “-¿Es broma Ramón? ¿Nosotros nos tenemos que aislar? ¿Más todavía?” Párrafo tras párrafo, se sostiene la verosimilitud con escenas de ese tipo. El arribo de un enviado del gobierno nacional agrega suspenso. El desafío narrativo es el vuelco que introduce -como trama retrospectiva, fantástica, delirante- la intervención de un personaje singular: Don Sinforeano Reales.
La Jacinta, de Rodolfo Lobo Molas, nos sitúa en un rancho a orillas del salar del Pipanaco. Antonio espera noticias de su esposa Jacinta, que lucha por su vida en un hospital de la capital catamarqueña. La lejana felicidad del amor de juventud es, para Antonio, un recuerdo teñido por la angustia de quizá no volver a ver a la madre de sus hijas. Mediante descripciones despojadas, el texto subscribe que es posible vivir -vivir, no sólo sobrevivir- en un lugar donde todo es escasez.
El disparador de La peste, de César Noriega, es la muerte de Doña Agustina, mujer devota y querida en el pueblo. El narrador se complace morosamente en los detalles del largo y concurrido velorio, que será un acontecimiento de consecuencias impensadas.
Tras la lectura de La loca, de Vanina Reinoso, admito que me ha costado precisar con seguridad las identidades de los personajes, y esa falla hermenéutica mía ha limitado mi interpretación de las acciones narradas.
Después de la fiebre, de Juan Manuel Rivera, logra construir la personalidad de Arturo Fidel Cattáneo, médico que enfrenta, hasta último momento, las reticencias de sus colegas ante la infausta novedad del coronavirus. Un suceso extraño, al parecer sobrenatural, espera en el último párrafo.
El regreso de Mariel, de José Zolla Luque, cierra el volumen. Se trata de un cuento escrito con oficio. Es claro el desarrollo de cada segmento argumental, progresión que predispone al disfrute. Mención aparte para la credibilidad, y la gracia, de los diálogos.
Como cierre de este comentario, quiero reflexionar por un instante por fuera del cerco de la ficción. Con excepción de su definición médica o científica, la palabra pandemia ofrece sentidos múltiples. Y ello porque las implicancias de este fenómeno mundial no han sido idénticas para todo el mundo: miles sufrieron el impacto de esta enfermedad en su propio cuerpo o, peor aun, fueron arrasados por la rápida muerte de personas cercanas. Quiero dedicar esta reseña a la familia de Ariel Marranzino, fallecido por covid-19 el 07 de octubre de 2020, a los 50 años de edad. Cómo no mencionar también, la inverosímil y reciente partida de Marcelo Martino, colaborador de La Papa, víctima de coronavirus.

Estudiante moroso de la carrera de filosofía en la UNT. Integra el Dpto. de Artes Visuales y Literatura de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de S. M. de Tucumán.