Por Pablo Toblli |
¿Los bares siguen siendo un lugar de encuentro, de gestas y añoranzas? ¿Qué lugar ocupan los bares en el itinerario cultural de los últimos años? ¿Dónde quedaron los proyectos idealistas ensoñados en Pangea, Sonora, Costumbres argentinas o Managua? ¿A dónde nos vamos a tomar una birra después de salir de Pal pueblo? ¿Cómo reconfiguramos la plaza San Martín que ya no miramos a la salida de Rayuela, después de tomarnos un tinto en el frio fugaz del julio tucumano?
Tuve que hacer bermudas mis pantalones <jipones> rayados para que recobren un nuevo aurea; sí, esos mismos pantalones con los que me sentaba en las sillas de madera de Pangea hasta el 2008, hoy me reclaman que ya no garpan, que ya nadie les cree. Eso no me interesa porque los sujetos de 30 y pico como yo nunca nos sentiremos individuos actualizados, sino en permanente actualización, estamos a mitad de camino entre los hippies y los centennials, somos herederos de la timidez, la reflexión y las copas desconcertantes de entrada la madrugada, en una casa con paredes desvalidas en la que resuena el trágico Oktubre de Los redondos, mientras teníamos tiempo de conversar sobre fantasías de trasmundos, porque sí, porque era posible, porque el país era otro; teníamos ánimo para ensoñar un tiempo y un espacio alejado, ideal.
Pienso que las crisis socio-económicas recalcitrantes de los últimos años contribuyeron a borrar de un plumazo la bondad de aquellos lugares en los que era seguro que con poca plata te tomabas dos o tres birras sin pensar que eso iba a interferir demasiado en la economía personal o familiar. Más allá de esto, ir a un bar era algo más que solamente sentarse a comer o tomar algo. Ir a uno de estos bares de atmósferas confabuladas en una casa antigua te hacía creer que pertenecías a un lugar:
–Te espero en la Laprida y Córdoba así nos tomamos una Quilmes en Pangea, mientras terminamos de armar la antología, después leen poesía los changos de Trompetas. Creo que hay una muestra de fotos, también.
-Dale, yo llevo $50 seguro nos tomamos dos al menos-charlábamos con un amigo por el teléfono fijo una tarde-noche del 2008.
-La imprenta me hizo un presupuesto de 500 ejemplares a $2500, ¿está bien o no?
–Me parece bien, che, creo que sí llego.
–Has visto que el deseo se termina siempre por manifestar, decía Freud en el apunte ese, ¿cómo era?, ¿sobre el síntoma y la ubicuidad del deseo?
-Salud, hermano, lo logramos.
Ir a un bar de la San Juan “te aseguraba tener un pensamiento crítico y ser inteligente”: la subjetividad tenía un lugar físico y no andaba disgregada tras el espacio sideral de lo virtual como más que nunca nos ocurre ahora; se respiraba una gran cohesión grupal sólida y centralizada en las tabernas culturales, uno sabía que iba a ahí y se encontraba con la “movida”: Amigos del descarne y las intermitencias de la noche, a dónde han vertido su alma etérea; ¿están tirados, acaso, en un baño de José Cuervo un jueves a la noche?
El público afín al rock y a la literatura copaba estos bares, existía la sensación de que se podía confiar en lo subterráneo, que sólo bastaba con instaurar una estética en la que creer, para olvidarnos del mundo que no queríamos. Intentábamos cambiarlo desde aquellas ensoñaciones de aquellos clanes que no tenían demasiado contacto con el afuera, producto de un internet apenas incipiente:
-Che, son las 4 ya, vamos a mi casa a escuchar música, capaz pinta leer algo también.
-Dale, esperá que le compro un par de sahumerios al vaguito.
-Pongamos Meddle de Pink Floyd, lo tengo en cd, sino me bajé del Ares unos temas de Jefferson airplane y de The doors.
-Dale
-Le metamos caminando por la San juan, no pasa nada en la vía, nunca me chorearon a mí.
-Todo bien, capaz lo vemos a Perrone.
Vamos caminando, resuenan unos versos en mi cabeza, mientras llegamos a la plaza Alberdi:
“Algo se agita y algo intenta comenzar a escalar hacia la luz, extraños paseando por la calle”. No me acuerdo de quién son. Y me acuerdo, al toque, de otro texto del poeta colombiano Barba Jacob que dice algo así: “¿Qué voz suave, qué ansiedad divina tiene en nuestra ansiedad su resonancia? ¿Qué mística influencia vierte en nuestros dolores un bálsamo radiante?”
Caminamos callados las vías, sentimos el frio de agosto; entrada la madrugada, llegamos a la 12 de octubre, subimos a mi casa, dejo en la mesa el ejemplar de Trompetas Completas que me vendió el Ale Nicolau en el bar; busco la antología de Pizarnik, mi amigo saca para armar, tenemos un tinto que compramos en el kiosco de la San Juan y Salta, antes de doblar para la Santiago a sentir y ver la Plaza Alberdi.
Con el paso del tiempo, las crisis económicas y el avance de las cervecerías y barberías, muchos bares han ido cerrando como, por ejemplo, Sonora; seguramente todo esto contribuyó a que la mítica calle San Juan pierda el esplendor de aquellos años, todo es más desvaído y los robos se han incrementado, las charlas son de cómo hacer para llegar a fin de mes, o de lo difícil que está producir proyectos culturales. Todo es obligadamente gris, incrédulo; encontrar un lugar para estacionar es más fácil desde que las persianas de estos bares-leyendas han ido cerrando; nos amalgama la indiferencia impostada, el mero paso del silencio que antecede a un hondo suspiro de nostalgia al recorrer aquellas ruinas.
*Fotografías extraídas de La nota y El tucumano, respectivamente.
Es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa Revista y redactor en Indie Hoy. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.
Muy buen texto Pablo… y qué sed!
Gracias, Gabriel. Ya brindaremos!
Nostalgia y sed, el cambio de era a flor de piel… Pinta a la perfección el paisaje de la desolación social que habitamos.
Hace poco con un amigo concluíamos en que la proliferación de aquellos bares estaba de alguna manera aparejado con el devenir latinoamericano, pero que tenia una impronta de década que quedó opacada por la entrada de la nueva era de bares, aparejada a la nueva década..o algo por el estilo era la reflexión. Como sea, cuanta nostalgia de aquellas noches veinteañeras. Buen artículo.
Es cierto. Hubo un sueño latinoamericanista que caló hondo allá por el 2006 hasta el 2010.