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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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Microrrelatos de Gabriel Amos Bellos

Por Gabriel Amos Bellos |

Fundamento biológico

Los cachorros de humano recién nacidos aferran dedos, mantas, pelos, sonajas, tetas, chupetes; y no sueltan… porque durante millones de años ese acto reflejo nos ha salvado de caer no precisamente  en  el  pecado.  Desde  antes  de  nacer ‘agarramos’ –sospecho en ello el germen de todas nuestras demás mezquindades-. Recién a eso de los 6 meses, ya firme y seguro  en algún alto trono y habiendo dominado el complejísimo arte de sentarse, Su Majestad Bebé se dispondrá a aprender a ‘soltar’, entregando a Newton todo lo que tenga al alcance; simultáneamente, pasará por la sublime experiencia de observar ante sí a otro humano arrastrarse esclavizado buscando el chiche o cucharita –en lo que sospecho sea el germen de toda tiranía-.

Síndrome de Estocolmo

Suelo, de tanto en tanto, fingirme muerto para librarme de su mirada o despertar su curiosidad indomable de monstruo necrófila; pocas cosas son tan gratas como sentir el calor de sus fauces cuando las acerca a mi nariz para beber mi aliento o saber si respiro: son los momentos que elijo para suspender mi resuello, porque he aprendido que así se acerca más, casi hasta rozarme. Eso a veces hace que se me escape una leve sonrisa, y la monstruo descubra que finjo, o crea haberme despertado. Un día ocurrió eso y preguntó: «¿dormís?». Así descubrí, azorado, que habla mi lengua.

Parábola

Cálculos de trayectoria balística:

Mi propia masa inercial; mi volumen/resistencia del aire; dirección y velocidad del viento; altura; distancia; velocidad final; potencia; aceleración inicial; ángulo…

Recalcular desvío; corregir trayectoria en vuelo; calcular velocidad excedente, masa inercial y ángulo de contacto con tierra; compensar y absorber.

Mirar atrás/abajo con aire suficiente; sentarme; envolverme en mi cola; lamer displicente mi garra izquierda…

Verdad: los animales no pensamos.

Pequeño manual de protocolo para el fin del mundo

Sentarse a mirar cómo todo se derrumba, lo más calmadamente que sea posible… Esperar a que se asiente la polvareda… Remover cuidadosa y pacientemente los montoncitos para ver si de todo eso queda algo que se pueda rescatar… Reagrupar, restaurar y reorganizar los restos útiles… Tomar notas detalladas de cada una de estas etapas, y de las previas al derrumbe… Empezar de nuevo, tratando de hacerlo de modo diferente: nunca es de cero; siempre es de abajo.

Nevisca

La tradición oral de mi familia materna registra a un cierto hermano de mi tatarabuela -allá en la Bielorrusia-, rudo hombre de campo, casado y con todos los hijos que se solía tener, que una tarde como otra y sin decir tanto salió hacha en mano al bosque por leña, y una ventisca de nieve se lo tragó para siempre. Yo –todos estos años más tarde- pienso que eso debiera pasarle a más  gente y con mayor frecuencia.

Cosas de gato en este perro mundo

Son cinco, cada uno 5 veces el peso de él; no por ahí, piensa casi sin pensar; cambia paso, ritmo y ruta; se afina pero igual lo ven; trota, corre, trepa vertical, para en seco: demasiado; tan alto se pierde el sabor… baja cauto a una rama inalcanzable, se esponja, se amolda, cuelga adelante una pata manchada, lame su otra garra, cuelga la cola al lado opuesto, y balconea el esfuerzo inútil de los perros.

Frutos

A los diez y seis era un tomate perita: contra las apariencias, resultaba blandito, tímido, soso, frágil; apenas me apretaban soltaba todo y dejaba enchastre. Me avergonzaba, de modo que me puse gran esmero… Hacia mis veinticinco años de edad había llegado a ser –o así prefiero ahora recordarme- un pomelo: brillante, jugoso, ácido, tentador…  Y nunca faltaba quien me exprima! Agotado a eso de los 32, supongo que las decepciones y el dolor me habían transformado en un coco: rígido, oscuro, opaco, acorazado, con algo de substancia y jugo, pero bastante insípido… Y ¡siempre encontraba algún hambriento con garrote! Partido unas cuantas veces, pisando los 39 di en suponer que sería saludable un reordenamiento táctico: me tomó un tiempo subvertirme pero –cercano a mis sesenta- hace ya década y media que disfruto de haber logrado devenir en aceituna verde: compacto, tierno, punzante y salino, suave y carnoso, con un dejo de dulzor muy al fondo… son ya varios los incautos que han partido sus dientes contra mi indestructible carozo.

Línea 9

Inquietante, sus ojos clavados en los míos, de pie en el colectivo que después de cruzar Ejército del Norte rugía por Belgrano, dijo que en esa cuadra la ciudad volvía a cambiar de olor; que así sabía siempre en qué mes estamos. Hablaba conmigo mientras contaba distraída los golpes de las ruedas en las juntas de brea de los baldosones del macadam. Terminando una frase inaudible en el bramido del motor, caminó hacia la puerta, tocó el timbre, me saludó con la mano bajando liviana dos de tres peldaños; oliendo el viento caliente de la siesta (brea, naranjos, vapor) esperó a que el coche estuviese detenido, bajó con un saltito, giró la cabeza a los dos lados –oeste… norte… este…-, dando un largo paso al frente; virando al oeste, levantó los ojos hacia el colectivo en que yo seguía camino, y desplegó su bastón.

ÉL

Ya no aniquila al transgresor con rayos, ni destruye Gomorras bajo azufre y fuego (tercerizó el servicio a USACorp.); no ordena éxodos ni envía plagas, ni arroja maná del cielo; no parte en dos las aguas ni habla a voz tronante ni se muestra en ardientes zarzas ni en columnas de fuego ni de nube. Hay quien cree que nos ha abandonado o que murió, incluso que no existe. Yo nomás creo que está madurando.

Huxley (1943)

Este exitoso fracaso evolutivo –fallido e inviable animal- este “mono fetal”, prematuro, neoténico, se cobija en casas; específico solo en su carencia de especificidad, he aquí que parlotea, se dota de postizos, se quita lo sobrante, cultiva y reproduce sus alimentos y los alimentos de sus alimentos, aniquila metódicamente y por igual a especies competidoras o a competidores de su misma especie.

Epícrisis

Sin dudas, es una experiencia sublime, liberadora: durante un tiempo más o menos prolongado, uno cree estar tratando con una persona normal, digamos un ser humano… De repente, sin que medie aviso, se ve uno conducido delicadamente al escalafón que en verdad merece –el nivel evolutivo de una ameba o poco más- mientras el Sabio (recordado y bendito sea su nombre por  toda la Eternidad) con el Total Desinterés de su Magnánima Humildad, desciende hasta nuestro patetismo para, gentilmente, concedernos su Infinita Luz.

De la fe

Ya no creo ser un escéptico; tengo dudas… Dudo de mi escepticismo… Y ahora que ya no creo ser un escéptico, se me vuelve evidente que no soy un creyente; o al menos no un creyente en mi escepticismo. Aunque eso no responda a mis dudas, tampoco me tiene preocupado. No; no creo. Pero estoy convencido. O algo así. Bueno, casi; no es que todo sean dudas, pero… Me parece que ya no creo ser un escéptico.

Samsara

… sucesivas reencarnaciones: supongo que si alguna vez siento la necesidad de imaginar o hasta creer en la vida después de la muerte, en caso de que eligiese alguna de las muchas teorías vigentes, escogería entre las variantes del reencarnacionismo: un sistema universal de reciclado espiritual me parece algo bastante razonable.

Una respuesta a “Microrrelatos de Gabriel Amos Bellos”

  1. Me gustaron mucho los microrrelatos, especialmente Frutos. Noccidental está en mi biblioteca, ya leído.

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