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ISSN 2684-0626

 

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NO MIRES, hay gente horrible

Sobre NO MIRES, hay gente horrible, de Martín Landers (Monoambiente Editorial, 2024)

Por María José Bovi |

Mi vida es una de Burton pero más shady

No va a haber final feliz, puta, esto no es Heidi

La maldad que llevo dentro no se saca con Reiki

“Muñecas”, Dillom.

Monoambiente Editorial nos presenta a Martín Landers en la solapa de tapa con una foto de él agarrando su barba, mirándonos de frente, a los ojos, y agrega: “Psicólogo y docente (UNT), músico, orgulloso trabajador de la cultura, la salud y la educación pública. Inició su camino como escritor publicando para congresos, en revistas y otros espacios de interés científico, sobre temáticas vinculadas a sus especializaciones en Drogodependencias (UNT) y Psicología Jurídica (UNC). Desde 2023, a partir de su participación en talleres Prohibido No Mirar (Marea Emocional), experimenta en la ficción narrativa: cuentos, relatos y crónicas. Además, es papá de Valentín, un gran contador de historias”.

Desde la primera página del libro, aquella en la que Foucault dialoga con Levrero y ambos con el libro: 1) la escritura se entiende como un trabajo; y 2) los libros como experiencias (ficciones, en términos foucaultianos) que transforman. El primer taller de escritura de Martín fue el[1] Prohibido No Mirar (taller que dicto desde mi espacio de formación en la escritura, lectura y edición Marea Emocional), los hizo en todas su ediciones; después realizó el taller Narrar Mi Mirada, exclusivo para quienes ya venían asistiendo a talleres y querían entrar en un nuevo universo de la misma: el aprendizaje de técnicas, teorías y autores. Levrero se le presentó en esa oportunidad para conquistarlo con sus sueños, sus ciudades, París y las entrevistas de Mario Levrero a Mario Levrero. Y la escritura del autor es de oficio: poner en pausa la vida para estar presente en el encuentro, trabajar las consignas, recurrir a los espacios de consulta, leer en audios de WhatsApp, enviar mensajes con ideas, buscar lectores ajenos al taller y escribir sin descanso. Por eso, apenas empezaron los talleres individuales y personalizados para la construcción de obras y piezas literarias fue, otra vez, el primero en apuntarse. El primer libro de la Marea lleva una curita en su tapa, las letras rojas y negras, el sello de un edificio encima de un planeta y su apellido: Landers.

Gustavo Robles, en la escritura de contratapa del libro, menciona:

“Una vez que empezás la lectura, no queda otra que acomodarte en tu asiento, como si se tratase de un viaje de fin de curso con tus compañeros de primaria, y procurar tener mucho café a tu alcance. Y por lo que más quieras, al finalizar, no mires a tu alrededor, por favor, ni prendas la luz, las imágenes te pueden desfigurar”.

El libro es una experiencia: del horror, del temor, de lo siniestro, lo macabro, lo trágico, el dolor, lo extraño. Es un ir en misión suicida, una caída libre sin rojo, en donde se inventa un color más oscuro que el negro. Y Dillom se escucha de fondo desde la “Carta de presentación” (p.7) hasta el “Epílogo, o última entrada de diario” (p.161). Es la música que suena “entre las nueve de la noche y tres de la mañana” (p.7), horarios en los que fueron escritas todas las piezas. Son las melodías que llevan al autor a agradecer, antes de relatar, “a la indiferencia y a lxs indiferentes [porque] Su existencia fue la promesa de nunca, nunca, entregarme a ella” (p. 8). Y casi como una condición para sentir la victoria de publicación sostiene: “si algo de lo que encontrás te desagrada, mejor” (p. 8).

En la herida abierta de Martín Landers hay 10 narrativas: No mires (p.9); Kiarita (p.35); El día que me humillé frente a 11875 personas y un Casciari (p. 45); Nokia 3220 (p. 57); Artículo 34, Inc.1 (p.63); La primera vez que me drogué (p.81); Hay gente horrible (p.87); La Reforma (p. 105); Chamula (p. 135); Iquitos (p. 137). Más, como dije, una Carta de presentación y un Epílogo, o última entrada de diario. Todos tienen la cadencia de un cuento de hadas oscuro, donde lo cotidiano se retuerce hasta volverse irreconocible. La presencia de lo ominoso, ese momento en el que lo familiar se vuelve inquietante, atraviesa cada página. Y es que Landers no solo narra historias de terror: nos enfrenta con nuestros propios miedos, con lo que se oculta bajo la alfombra de lo socialmente aceptable. La curita en la tapa del libro no es un símbolo arbitrario. Es una advertencia. No hay anestesia posible para lo que se encuentra adentro. No hay forma de salir ileso.

Martín Landers, Gustavo Robles y María José Bovi en la presentación del libro NO MIRES, hay gente horrible.

En su conjunto, NO MIRES, hay gente horrible evoca una advertencia directa, perturbadora. Sugiere que al mirar uno va a encontrarse con realidades oscuras, con aspectos de la humanidad que, casi siempre, preferimos ignorar. ¿Qué podría ser tan impactante como para que nos recomienden, o nos ordenen, no observar? Hijos que arrancan los ojos de sus madres solo para contar historias de amor verdadero; niñas que se mueren; niños que se visten de negro y van a velorios; humillaciones digitales; heridas abiertas y heridas por las que no hemos llorado lo suficiente; profesores asquerosos, leyes que acosan, y hombres obsesionados con mujeres; efectos de drogas; gente que escucha a otra gente; gente horrible; países quebrados; reformas; escrituras insoportables; viajes latinoamericanos; aguas que nos tapan y nos arrancan de donde estábamos.

Me propuse un juego para escribir esta reseña. Juntar los finales de los relatos, cuentos, crónicas y entradas de diario que Martín escribe y narrarles a ustedes una nueva historia, que no es mía, no es de él, es de todxs, como las ideas, como los pensamientos, las teorías, los personajes, las leyes. Me propuse narrarles un efecto: PROHIBIDO NO MIRAR. No, no miren, hay gente horrible. Y ese cuento dice así:

“—Ahora que están juntos, les voy a contar una historia. Todo comenzó con una mirada…” (p.33). “Afuera hace frío y eso es raro, porque en los cumpleaños de Kiarita siempre, siempre, hace mucho calor” (p.44). “Me duele la panza nomás de recordar el olor de cada vez que abrían la puerta del baño, era espantoso. Hasta me hizo olvidar este dolor de muela, ¿tan rápido es el efecto del ibu 600?” (pág.85). “Todavía me pregunto si las bombas fueron una advertencia” (p.135). “Desaparecieron y me encontré solo, con miedo, pero el lupuna me estaba cuidando. Yo era minúsculo a su lado, era un niño feliz” (p.159). “Lo que pasa es que a mí me gusta escuchar historias, no contarlas. Es injusto que solo por eso me humillaran frente a 11.875 personas y un Casciari” (p.56). “Hay heridas por las que nunca hemos llorado lo suficiente” (p.64)… “No son punibles: el que no haya podido en el momento del hecho…” (p.80). “Se pueden hacer chistes y escribir pelotudeces para decir algo muy serio. Sin elegancia, siempre hablamos en serio, libres de esas palabras que nos esconden más de lo que nos muestran” (p.162). “La cultura, como el amor, es un brote capaz de crecer y abrirse paso entre los escombros. Sabrán entenderme los artistas, no hay Reforma que pueda con nosotros. Nadie nos va a quitar lo que nos pertenece” (p.133). “Todo lo que está sucediendo desde ese momento tendrá que ser leído mientras lo pienso. Y tendrá que ser ya mismo, antes de que se evapore palabra por palabra y me quede en blanco, sin pensamientos, con un cuaderno lleno de escrituras, una grabadora vacía, sobres de papel madera, un libro con una curita en la tapa y la información suficiente para cada destinatario”. “Esta es mi herida abierta, aquí me tienen” (p.8).

El efecto está en la herida abierta. Martín Landers no nos entrega solo un libro, nos abandona en un umbral sin regreso, nos fuerza a mirar justo donde no queremos. Y cuando miramos, cuando cruzamos la frontera de la advertencia, ya estamos dentro. Porque las historias no existen sin personajes que las sostienen, y los de NO MIRES, hay gente horrible cargan con cicatrices que no se pueden cubrir. Son historias que laten entre el espanto y la fascinación, que nos obligan a quedarnos ahí, en el borde, sabiendo que toda distancia es falsa, que el horror es un juego de reflejos, que lo siniestro no es más que lo cotidiano empujado fuera de su escondite. Entonces, lo inevitable: mirar de frente y asumir que la gente horrible no es una abstracción ni un otro lejano. Es lo que queda suspendido en el aire después de la última página. Es lo que nos devuelve el espejo cuando cerramos el libro.

Los personajes de Landers no son monstruos de cuentos infantiles, sino personas comunes en situaciones extremas, llevadas al límite de su propia cordura. El horror emerge de lo cotidiano, de lo que creemos conocer, de lo que está ahí pero preferimos ignorar. Cada pieza es un golpe certero. Algunas, una patada en el estómago. Otras, un susurro inquietante en la nuca. Y todas dejan marcas. Martín no escribe para entretener: escribe para incomodar, para hacer temblar certezas, para recordarnos que el verdadero terror está más cerca de lo que creemos.

Martín Landers cerrando la presentación de su libro con un show musical en el Ente Cultural de Tucumán.

[1] El agregado del artículo me parece fundamental para su mención ya que es una forma de nombrar que empezó con Martín. Como si al hablar de él estuviéramos señalando a alguien que viene, a algo que está, la existencia, un concepto y una idea. Como si al hablar de él la tucumaneidad necesariamente debería colarse en la lengua.


Fotografía: Virginia Agüero

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