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ISSN 2684-0626

 

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Bitácora de un viaje por la vida

Sobre Orden doméstico, de Sylvina Bach (Gerania Editora, 2025)

Por Liliana Massara |

La poesía es como el caramelo antes del flan de mi abuela:

implica ese tránsito por lo sensorial para llegar a lo más vespertino del lenguaje.

Antes de la última oscuridad.

María Malusardi

I

Conocí la escritura de Sylvina Bach años atrás, con su tercer poemario, La escena invencible (2018)[1]. Sólo recordaré, además de reconocer el placer que me provocó leerlo, que en su inicio, la apertura tiene un poema titulado “Manifiesto”, lo que me llamó la atención y reflexioné que si la poeta había decidido nombrarlo de ese modo, evidenciaba tener claro lo que pretendía. Pude comprobar su propósito porque a lo largo de mi lectura se hizo visible una subjetividad de hondo efecto sensorial y afectivo en donde el ‘yo’ expone los estados emocionales por los que el sujeto está atravesado; la variedad y complejidad de sentimientos en relación con sus experiencias y percepciones del mundo, así como la intención de representar en la escena poética su linaje familiar, la presencia de sus progenitores, y el hijo como una manera de  celebrar la vida, aún las adversidades y las inquietudes que el vivir le hayan ocasionado al sujeto en el transcurrir de la vida misma.

En su cuarto poemario, Orden doméstico, (2025)[2] Sylvina Bach, su autora es ya una poeta reconocida en el ámbito literario tucumano y del NOA; ha despertado el interés de lectores, estudiosos y críticos, y, además, está en algunos corpus de análisis, por lo tanto, en su continuidad con la escritura poética se posiciona y se va consolidando. Esto nos demuestra de que en el ámbito literario tucumano, los poetas se han destacado y lo siguen haciendo con variadas estéticas dado, indefectiblemente, la evolución del tiempo[3]; un campo literario minado de poetas que confirman un escenario donde el deseo y la puesta en escritura persisten. Las publicaciones son un concreto manifiesto de ello; confirman un espacio donde el deseo y la práctica por la creación poética se mantienen, su prestigio permanece vivo,[4] aún las dificultades de un presente en crisis donde la cultura está sometida a las desprolijidades irreparables del gobierno de turno.

Al respecto de esta permanencia del género, cito las palabras de un reconocido escritor, Rafael Oteriño[5], vinculado a escritores de la talla de Leopoldo Castilla, Santiago Sylvester, cuando en una entrevista de no hace mucho dijo: La poesía no está para decir lo mismo. Esto me remite a manifestar que la poesía a partir del siglo XX y de este siglo XXI es diferente a la del siglo XIX que era costumbrista, paisajista, en el sentido de ser más descriptiva. En la actualidad hay otro “paisaje literario”, la naturaleza no se transcribe como antes, hay un lenguaje que si bien puede construirse a partir del día a día, de lo cotidiano, su manera de cifrar la realidad, que obviamente es diferente a aquella, la trasciende, multiplica sentidos. Esto no es una novedad, las vanguardias ya mostraron sus nuevas maneras de cimentar la realidad. Pretendo entonces destacar que la poesía está para superar el lenguaje diario, oral, si se quiere; decir en poesía es darle otra posibilidad a los objetos concretos a los que se remite, merodeando profundo en el lenguaje para hablar/escribir los desbordes, fracturas, dolores, alegrías tanto como las resiliencias del ser, mediante la abstracción, la búsqueda de ese otro lenguaje que provoque, mediante un respirar agónico u optimista, pero con la emoción o el deslumbramiento de una imagen, de una escena, puesto que la poesía podría entenderse como el lenguaje que intenta decir, sin ser aplastado  por lo dicho.[6]

II

En Orden doméstico vibra el mundo que vivimos en su andar diario por el que ineludiblemente transitamos todos y cuando nos permitimos un tiempo de reflexión advertimos la vertiginosidad en la que vivimos, la fugacidad del tiempo, las horas que avanzan agitadas de tantas transformaciones que suelen no dar respiro.

El título apela a un orden cotidiano en relación con el sujeto que construye el mundo y su entorno, allí donde sucede o sucedieron momentos; una evocación, una memoria que circula, amores familiares y de los otros; los encuentros, los desencuentros, lo que ya no es o no está; sobre todo, el amor y la creencia de una fuerza suprema como fuentes fundamentales en la vida de cada ser: “¡Sin amor no hay mundo! ¡O sin fe!, verso de Inés Aráoz que se comporta como epígrafe. Aquí es donde Sylvina asienta uno de sus principios poéticos. Hay una percepción consciente desde la voz que va diciendo lo que ya no es, que admite la fugacidad y a la vez, la inquietud que ello le provoca, pero amarrada también a una armonía espiritual.

Hay previos, unos apuntes de lectura[7]. Luego unos versos pareados que la poeta considera como prólogo. El poemario se organiza en dos partes: 1- “Un ventanal que mira a lo efímero”, 2- “Revelación de una casa”.

Respecto de la primera, dos epígrafes la anticipan con precisión, uno de Onetti y otro de Inés Aráoz. La voz poética  afirma mediante diferentes imágenes: a- Lo efímero de la vida, esos procesos que indican que todo es finito, entramado por un inevitable retrato existencial.

b- La presencia de la luz como metáfora de lo bueno, lo bello, la espiritualidad del ser, pero aún, siendo algo magnífico en la vida, también  se apaga: tomé la luz con mi mano/ Cuando la abrí no quedaba nada.

c- La presencia de la niñez, la del hijo, como representaciones del paso del tiempo, marcada por la simbología del viento que puede llevarse tan rápido las cosas: Tu asombro era risa y era viento. La infancia es ese tiempo glorioso de la vida que es doblemente efímero. La niñez propia y la del hijo  se repliegan en esa tremenda nostalgia y vacío cuando la voz poética se pregunta: ¿Y qué pasa con todo esto cuando la infancia termina? No hay respuesta, se percibe la sensación de un abismo, o de un secreto “bien guardado”, de una verdad a la que la poesía no puede responder.

Por momentos se produce un desdoblamiento de la voz, esa otra voz que como un espejo en donde mirarse remite a la infancia propia. La geografía del tiempo se construye entre esas dos infancias: la del sujeto poético y la del hijo. La vertiginosidad de lo que avanza irremediablemente la impone la imagen del viento: Las canciones de cuna/ se cantan con el viento, solo quedan en la memoria, lo demás se transforma velozmente.

c- El tiempo como una obsesión: miedo, inseguridad, un negarse a ver los rostros queridos desdibujados por el tiempo. La vejez no puede vencerse, hay que adaptarse a ella en ese desvanecerse de un tiempo que no vuelve: La tristeza ocurre / como una piedra en la ventana. / Qué podrías hacer /sino escribirla. El trabajo de las horas / es la vida que pasa, porque de esto trata el poemario, de la vida que se va, pero es la memoria la que guarda trazos en un rincón y la nostalgia la descubre escribiendo recuerdos.

El paso del tiempo es admitido por  la voz con la valentía de continuar hacia adelante, con el virtuosismo de la vida como aprendizaje y sabiduría, pero también, como aceptación de la muerte: Es tiempo de descansar aquí/ bajo este árbol/ hasta que florezca.

d- El amor

Es una idea, es una realidad posible: ¿El bello amor se inventa o existe?  Sobre la relación amor/ otros, la voz poética se pregunta si es un “espejismo”; hay un tono de incertezas sobre los modos del amor, que no es el del hijo, ni del padre. Una especie de espesura incierta que se visibiliza mediante un sentimiento que se va desmoronando: camino el silencio, mi corazón es un puñado de nieve. Lo vital agoniza, se congela.

La presencia de otro sentimiento, la esperanza, está presente y redime de su sufrimiento; no todo es derrota, hay también una apuesta como una suerte de confianza: De repente no hay derrotas. / Errar en nombre de la esperanza/ todo lo redime. La alegría/ puede volverse una costumbre”.

En la segunda parte: “Revelación de una casa”

La casa se construye como un refugio. Esa casa tiene un orden, sino deviene caos. La voz confiesa un orden, el orden de su mundo, el que habita.

Cada casa es las otras casas de las que se recuerda un “orden”; la casa de la infancia puede no ser la de la adolescencia, o tal vez sea la misma. La casa tiene su tiempo y a la vez, tiene el tiempo de quienes la viven: La vida volaba/ en todas las habitaciones. Cuando nos fuimos todos/ se fue también la casa.

La voz poética sostiene que hay un orden que se hereda, que viene con la memoria, con los recuerdos que son su historia y son su identidad: Lees en voz alta/porque sabes que el viento/esparce las palabras/y lo que dices/ (lo que cantas, lo que escribes)/ lleva un  trozo de tu identidad”. Lugar donde la voz se desdobla.

Ese “orden doméstico” construye y repite ciertos paradigmas universales/cristianos del amor cotidiano, familiar, del compartir, de los encuentros con amigos, o bien, remite a sentimientos muy profundos visibilizados en el nombrar el abrazo con el hijo.

La casa late, tiene vida; el tacto de la poeta está en humanizarla, la aleja de la categoría de objeto. Es un ser más que espera a quienes la habitan, y ellos son la cotidianeidad del afecto familiar; la casa, el refugio en donde se conforma parte de su identidad; la casa es su memoria, y al serlo es eterna, la poesia le propicia su eternidad en ese enclave de memoria/escritura.

La memoria se rescata siempre, es necesaria para vivir,  para dar y saber que hubo vida: Todo lo resguardo en este fuego/ la memoria/ pura vida en mi corazón.

La casa es un espacio visible, deviene afecttus, posibilita el hallazgo de momentos imborrables mediante determinadas percepciones de la cotidianeidad que trascienden el objeto en sí a través de lo sensorial mediante detalles y el cruce de recuerdos que revelan un nuevo paisaje poético, luciendo texturas candorosas, casi de una sencillez ingenua por momentos  que ofrece la poeta en su viaje con la palabra.

Con un poema hacia el final del texto se detiene en la presencia de la noche en la casa, cuando surgen los miedos de la niñez: Llamas a tu padre/ que mira debajo de la cama / y te bendice antes de dormir. También  el presente acude en forma de “adultez”: …y has vuelto a sentir el miedo, No te atreves a llamarlo a él / pero él te abraza / y su voz es la luz del velador…El miedo es un estado que se suaviza en los atardeceres y en las noches se convierte en interrogantes del sujeto, tal vez buscando descifrar sus propias sombras.

Desde otras perspectivas, la aparición de escenas con la naturaleza permiten al ‘yo’ descubrir al mundo en toda su magnitud y con la madurez de los años: El mundo/ se ve diferente / desde la cima de la montaña. La oscuridad, finalmente se derrota; el sujeto invoca a la única perduración, la memoria. La vida vivida atraviesa al ‘yo’ reconociendo su gratitud en todo lo vivido: siempre hay/habrá un amanecer.

III

En Sylvina, la poesía es un profundo viaje interior,  entre la fugacidad del tiempo y la retención de los recuerdos, encubiertos en la casa que protege a la memoria y al sujeto que la habita. La casa traza su identidad, o sus identidades. Tal vez la casa es la que anticipa las huellas de un destino a partir de esa doble voz: Quisiera saber si has aprendido/ que en todos tus viajes/ el destino eras tú. En la reiteración de la imagen del viento están las pruebas de la vida: Por la noche le pregunto a viento/ qué puede decirme de mi misma.

El sujeto que se construye tiene un objetivo: Cuando escriba el poema será para redimir el tiempo. Hacia el final, un poema lleva por título “Una carta”, escrito en versos pareados, tal vez dirigida al propio lector para validar, a través de un supuesto intercambio epistolar, lo que emana de su subconsciente y de su memoria, a modo de un diálogo consigo misma y un otro posible.

Evocar, sentir, pensar mantiene el flujo del artificio en un sujeto poético situado que compone desde la emoción, a partir de un orden interno. Lo sensorial funciona como estímulo para decir y elegir las palabras hacia la búsqueda de un lenguaje sensible que la arrime a la “revelación de la casa que es la revelación de sí misma”, porque la poesía, al decir de Aldo Pellegrini no es […] un lujo o un divertimento, sino una necesidad, del mismo modo que lo es el amor.

Sylvina Bach en Orden doméstico derrota la oscuridad, camina hacia un lugar sin sombras, redime el tiempo y vuelve a anidar en la casa, refugio de su pasado.


[1] La escena invencible, (2018) poemario publicado por Gerania Editora.

[2] Orden doméstico, (2025), texto de poesía publicado también por Gerania Editora.

[3] Contamos con voces como la de Ariadna Chávez, María Elvira Juárez, Juan González, poetas como Mario Melnik, Roberto Reynoso, otras, merecidamente reconocidas en la actualidad como Inés Aráoz. Enumero algunos de generaciones más próximas: Gabriel Gómez Saavedra, Alejandra Díaz, Candelaria Rojas Paz, Denis León, Belén Aguirre, (radicada en Buenos Aires) Guadalupe Albornoz, Patricia Mora. Y la lista continúa. Esto es solo un muestreo sintético.

[4] Para evitar un mayor deterioro, son interesantes las propuestas para conquistar a ese lector que no lee asiduamente poesía, que no tiene por oficio ser lector. Tienen mucha resonancia las ferias de libros y la invitación a que los poetas lean sus producciones; la voz de los poetas, o de actores leyendo poesía, o de músicos, en donde se unen la belleza del lenguaje con la voz del cantor son prácticas culturales muy significativas a fin de que la poesía deleite y llegue al espíritu humano para que el mundo pueda vibrar de otro modo.

[5] Oteriño, nacido en La Plata, 1945, es miembro de Número de la Academia Argentina de Letras.

[6] Alicia Genovese, (2023) Abrir el mundo desde el ojo del poemas, Buenos Aires, Fondo Editorial Económica, pg.10.

[7] Esos apuntes están a cargo de Amancio Suárez Icardi, Doctor en Poéticas Bellas y sutiles por la UNT.


Sylvina Bach nació en Tucumán en 1975. Es Psicóloga y escritora, lugares desde los que aborda el conocimiento de la vida y la naturaleza humana.
Autora de los libros de poemas Cuadernos de Jonás (La aguja de Buffon Ediciones, 2012), Niña de Humo (Ediciones en Danza, 2017), La escena invencible (Gerania Editora, 2020) y Orden doméstico (Gerania Editora, 2025). Integra numerosas antologías de poesía y microrelatos.

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