Por Valentina Pucci |
“Esa precisa coloración azul de la luz sobre las piedras/ tal vez falte en las palabras:/ el paisaje, sin embargo, quiere ser el mismo que se/ abría a nuestros lados” (“Postal”).
En un viaje a Buenos Aires me encontré, sin querer pero queriendo, con un libro llamado La tumba de los viajes, del escritor tucumano Javier Foguet. Fue en la Librería de Ávila, la más antigua de la ciudad de las librerías (lleva esa placa en su puerta). Me atrajo por su apellido, que es el mismo que el del famoso novelista tucumano, su tío, Hugo Foguet. Fue una grata sorpresa ese encuentro, que luego me llevaría a conocer, ya de mano del propio poeta, su segundo poemario, El humor de la luz.
A modo de contextualización para los lectores, podría decir que ambos recorren una línea temática, un sustrato común que tiene que ver con los viajes y la introspección, la interioridad contemplativa y en movimiento, que genera preguntas metafísicas. Como quien va a la conquista de un encuentro con uno mismo en ese devenir incesante del mundo: “A tu dios no le ofrendes/frutos, vástagos del suelo/sino tendones, músculos, la sangre/que impulsa sobre las piedras y la paja/porque es la vida/reservada para ti:/no tendrás casa y será inmensa/como una hondonada/la luz de la tarde” (“A tu dios no le ofrendes”).
Justamente de “exterioridad” hablan sus poemas, del viaje y de la distancia, temas que a la vez traen a nuestro presente de encierro y de aislamiento una brisa renovada/dora de alivio y nos llevan a la subjetividad (intimidad) de quien contempla esos paisajes o esas escenas. Esto se hace patente ya desde el título del primer libro. Ambos libros son breves y tienen un punto en común, que genera un continuum entre ambos en la experiencia de lectura. Esto se da por el hecho de que en ambos conjuntos de poemas se recorre el viaje como motivo poético; además de como motivo metafísico y como experiencia interior. Como lectora una recorre el “afuera” que está lejos y a la vez cerca, que está inundado, lleno de signos y de preguntas, a la vez, con voz clara, como el cielo que anuncia con su repentina intensificación expresiva en colores y estruendos que se avecina la tormenta: “Esta es la hora en que los árboles detienen su marcha/ y beben en manada la noche” (“La hora”).
En ese recorrido interior y exterior va elaborando una suerte de bitácora de un viaje, así el poeta recaba datos, memoria, momentos, reconocimientos de ese periplo que es también interior, y nos los brinda en el poema. En su poesía los elementos de la naturaleza tienen un lenguaje, el poeta parece querer descifrar uno propio: el de las escenas del paisaje natural en su observación lenta, en su silencio fundamental. Pero no para copiar su expresión, sino para “volatilizar” su efecto, sobre el yo, volverlo algo tangible y a la vez pasajero. Como el de la configuración de un cielo previo a la tormenta, en “San José de Macomita”.
O tal vez no hay distinción real entre un adentro y un afuera tan marcado sino diferencias en la percepción, un cambio de mirada, por el que, al regresar el poeta a su hogar, recuerda y descubre de otra manera esa experiencia, la convierte en escritura diferida, pero manteniendo el encantamiento propio del instante. Y ya desde la casa propia, recorre de otra manera íntima el espacio del jardín, que se abre a sus secretos silencios, como en “La noche”:
Suelo dejar sin encender las luces.
Me gusta cómo crece
sobre las casas el ramaje oscuro,
caminar el jardín aguardando algo,
un cambio leve de temperatura,
la hora de cenar; meras excusas
para una espera que no es más que eso:
espera. (…)
Esa solitaria contemplación del escenario, por momentos cobra la forma del plural, y se vuelve un nosotros el que distingue la “grupalidad”, como en el poema homónimo “La tumba de los viajes” (25). En tanto que el goce, el disfrute del “salir” de viaje tiene aquí una explicación en relación al nombre del libro y, en parte, a la poética que desarrolla con contundencia en sus libros. Quiero decir que la amalgama del yo con el paisaje desconocido y con la experiencia de precipitarse en él con confianza, ya sea solo (sola) o en compañía no quita que el periplo continúa dentro de uno mismo, aunque, paradójicamente, ese adentro sea llamado “tumba”: “la exquisita alegría que he sentido/ mientras subíamos a oscuras entre las piedras”.
Eso conecta de hecho con el motivo central del libro siguiente, El humor de la luz. En este libro también se presiente el movimiento que genera el viaje, emocionalmente, la percepción de quien se toma el tiempo de aprehender el sitio en el que está de paso, y además acompaña los poemas de bocetos que congelan una imagen del poema. Les llamo bocetos a falta de un término más técnico, pero son dibujos realizados parece que, por el mismo poeta, con bolígrafo de tinta, en blanco y negro. Como en el poema “Relato de un viaje que se hará”:
Las torres de la mina
por el valle secreto
son una procesión de monjes
que se hace lejana
como la montaña o el rastro
brillante del río: no fuimos
a tomar distancia de los hombres,
buscar una pureza que niegue nada.
Y a continuación un paisaje silencioso y elocuente se dispersa o se extiende sobre la siguiente página complementando los puntos suspensivos o los espacios en blanco que el poema va dibujando. de maneras sugerentes pero tenues, equilibradas. No hay excesos en la poesía de Foguet. Metafísica, sí. El arte de vagabundear y observar no es el mismo vagabundear por el ámbito urbano de los poetas de fines del siglo XIX europeo y de principios del XX en Argentina. Aquí el poeta elige siempre ámbitos naturales, a los que recorre introspectivamente. Sin embargo, estos no dejan de ser paisajes humanos, intervenidos por la mirada del ojo o por la plasticidad estética humana, e incluso por la voluntad de doblegar la naturaleza a su conveniencia y/o a su supervivencia.
Además, en este, su segundo libro, esta persona o subjetividad poética vira, en ciertos poemas, hacia un interlocutor más concreto, un ser amado, una figura femenina que da otra otro tono, otra nostalgia al sentido de distancia del viaje. A ella se dedican algunos poemas, a esa expresión silenciosa de los gestos de la naturaleza: “Hoy te confundes con la noche,/ que es otro lago sobre la caleta,/ hasta que sólo tu voz se hace clara (…) hasta que eres todo/ el olor viajero y vacío/ de estas orillas”. Pero también está la majestuosa presencia de la casa que es un albergue temporal, o el encanto de que éste sea por unos días un barco, como en “A Iquitos por agua”. También se percibe una unidad de estilo, de tono, de temática. Esa unidad es buscada y es la que da coherencia al poemario, la que permite leer todo el libro como un solo poema con distintas partes, o cada poema como representativo de todo el libro, como un solo “imaginario” con distintas articulaciones. Si hablamos de sujeto imaginario nos situamos en esta forma de leer que habla de una enunciación poética, es decir, la situación de comunicación en la cual distinguimos a una figura de autor, a un sujeto empírico, en una modalidad comunicativa, así como también a un sujeto poético y a uno simbólico.
No es detalle menor el hecho de que la lectura de un libro de poesía -o de cualquier género- está teñida de la circunstancia y de la experiencia del momento, que no es la misma para todos. Pero ahora hay una experiencia compartida, la del el encierro y el aislamiento, que, en algunos casos, puede incluir otros estados, como el de la pena, el de la pregunta, el de la felicidad por la presunción del reencuentro con el otro amade que se espera a la vuelta de algún viaje. Y de estas cosas también está hecha la poesía de Foguet, en la exterioridad, es decir, en la presencia física y verbal de sus poemas. Leyéndolos se puede compensar el nudo del tiempo, atrapado por la pandemia, con la contracara del paisaje que surge del cuerpo del poeta.
Títulos editados de Javier Foguet:
-(2006). La tumba de los viajes. Córdoba: Ediciones del Copista.
-(2009). El humor de la luz. Buenos Aires: Huesos de Jibia.
Nací en 1991 en San Miguel de Tucumán. Desde entonces resido aquí. Licenciada en Letras por la UNT en 2020, con una tesina en la que investigué la poesía del escritor tucumano Juan José Hernández. Practico danza contemporánea desde niña (lo que no es un secreto, aunque no lo digo a menudo). Y también practico la resistencia feminista y de izquierda; soy de esas chicas que bregan por un «mundo donde quepan muchos mundos», como promueven los zapatistas.
Es tan bueno el sustento de lo escrito por vos vale y sobre la base de un texto tan hermoso q no me animo ni a agregarle una palabra. Te felicito y me alegro seas capaz de hacer un aporte tan solido a lo q de por si ya tiene belleza litetaria en si misma
Es tan bueno el sustento de lo escrito por vos vale y sobre la base de un texto tan hermoso q no me animo ni a agregarle una palabra. Te felicito y me alegro seas capaz de hacer un aporte tan solido a lo q de por si ya tiene belleza litetaria en si misma
Gracias por valorarlo!
Hermoso artículo Valentina. Una sensible incursión en la obra de un poeta con una enorme capacidad de vivenciar la intimidad de los caminos y sus destinos, y dar con la palabra necesaria y suficiente que pone en evidencia plenitudes de la luz y la vida.
Gracias Mario por tu comentario! Qué bueno que te haya gustado. Es bella la poesía de Javier.
Hola Vale.
Si. Me gusto. Me da alegría q lo transmitas.
Leí a Javier. Hay poesía, hay lenguaje hecho de naturaleza q es luz. Sabe tŕansitar por la palabra poetica.
Cariños
Muchas gracias profe Liliana. Me alegra poder compartir la lectura sobre su obra, y las miradas. Cariños
Hola, los bocetos o ilustraciones del libro son de Patricio Mariano Aráoz, saludos!
Gracias Marcos!