Sobre El afecto que nos salva, de José Manuel Jiménez (Puerta Roja Ediciones, 2024)
Por Horacio Silva |
Llega a mis manos un libro de extensión moderada, conformado por nueve relatos, de un escritor tucumano. En la tapa un dibujo de un hombre de mediana edad con la cabeza y los codos apoyados sobre la mesa, en actitud de agotamiento, o reflexión, o derrota. Me pregunto por qué leerlo, tengo tantos libros en espera. Entonces le aplico la regla 1, 2, 3. Durante muchos años trabajé en una librería, de esas de antes, solo de libros. Una de las cosas que me llamaba la atención era que cuando un cliente pedía un libro, se lo acercabas y le aplicaba tres pasos: 1) mirar la tapa y la contratapa, 2) pasar todas las páginas rapidísimo como cuando deslizás el dedo por todo el teclado del piano y se genera una escalera sónica, y 3) mirar la última página. Con el tiempo la maña se me pegó. De la tapa ya hablé. Aplico la escalera sónica y pienso “pufff lo leo en una noche”. Cuando voy al paso tres me llama la atención que diga “… yo también”.
Cuando uno cree que ya lo leyó todo, la escritura de José Jiménez se las ingenia para meterse en tu cabeza, en tu cuerpo, en tus recuerdos, en tus aparentes verdades, y, una vez adentro, adueñarse en tu pseudo estabilidad. Caray, estoy tan desnudo como este tipo. Después de leer el primer relato te das cuenta que será imposible leerlo todo en una noche, la vista aguanta, las tripas no. No se pueden comer milanesas con pastel de papas y empanadas. Cada uno es un plato per se. Jiménez tiene una escritura amena y condensada. Demanda compromiso y digestión. No son reels de Instagram. Pero es ágil, te va llevando. Te reís. Supongo que si sos provinciano te reís más, por las referencias, los guiños, la atmósfera marginal, el clima agobiante, los personajes de barrio. Igual, si no engancharas todas las referencias, probablemente te reirías igual. Vas entrando al mundo que te convoca. Lo que el lector no sabe, es que una vez adentro, será imposible salir. Ya está en tu cuerpo. Has sido contagiado. No te queda otra que leer hasta el final, puesto que al menos está anunciada una promesa: el afecto que nos salva.
Los relatos tocan diversos temas, y cada cual tiene su ritmo. Sobre eso no se puede decir mucho, tendrán que leerlo. A mi modo de ver (de seguro hay otros) los personajes están todos como conmovidos por algo. Eso. En estado de conmoción. Esas aparentes vidas ordinarias se ven perturbadas por algún incidente que arrastra sobre sí, todo el peso de una vida. Al tipo le entra una viruta en el ojo, una ínfima porción de madera. No es nada, una basurita. Pero está ahí. Bueno, ahora no pensaré más en ella y habrá desaparecido. Tres, dos, uno, chau! Sigue ahí. Y de repente, esa micro partícula enquistada en el ojo, configura ahora todo su presente ¿Estás llorando? No para nada, ¿acaso no ves que se me metió una basurita en el ojo?, ¿por qué lloraría?, ¿porque con estos ojos tuve que ver crecer a una gran persona y luego derrumbarse sobre mí? Acaso se te ocurre que me pueden conmover las carencias de amor, el desaire de esa mujer, la palabra que no le dije a mi padre, la estupidez de este trabajo de mierda o el recuerdo de aquel muñequito articulado que tanto había pedido para la navidad y finalmente llegó. Esto es para que lo vea un médico, no para que me vengas con tus preguntitas sentimentales.
Si alguna vez escuché hablar de una literatura de mujeres, esta podría ser una literatura de hombres. No porque esté dirigida a los hombres, ni porque necesariamente la haya escrito uno. Sino porque logra interpelar la idea de que los hombres son más simples: con fútbol, cerveza y ponerla ya está. Pensar que el mundo de los hombres se reduce a eso es mucho más básico que si ese mundo realmente existiera. Jiménez te va metiendo en un laberinto, ya nada es lo que parecía, y como dice uno de sus personajes: “sentía cada paso como un error, aun así continuaba”.
Hay una tensión, por momentos inquietante, por momentos erótica. Los personajes son causa y efecto de un paisaje que va, de las callecitas barrosas de las villas periurbanas al discreto encanto de la burguesía en los barrios privados. Algunos están un poco perdidos, o un poco atrapados, otros derrapan en el afán de una supuesta libertad. Pero todos un poco conmovidos. Jiménez tiene una prosa sintagmática, una palabra es una frase, una frase es una teoría, una teoría es el universo.
En la orilla del océano cósmico
Una voz en fuga
¿Quién habla en nombre de la tierra?
Nació en Tucumán, en 1976. Psicólogo. Docente e investigador en la Universidad Nacional de Tucumán. Miembro de Trieb Institución Psicoanalítica. Publicó estudios y ensayos sobre semiótica, psicoanálisis y artes visuales. Participa en actividades de gestión y escritura en artes visuales. Investiga sobre las ficciones en la infancia.