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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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Rostros pero por dentro

Por Maira Rivainera |

El perfume que resultaría de lo humano cuando quebrada la estructura molecular de su sustancia a fuerza de humillaciones, su tragedia y su irreductibilidad, huele a imposible de quedar en su dignidad siendo otra cosa que persona. Lo humano en su dignidad es inmensurable por no cuantificable, puesto que una persona no es más o menos tal sino ella por el espacio que ocupa su cuerpo, y por su nombre. 

Antes de nacer se pregunta por el nombre de quien se gesta, es quizá la palabra cuya definición únicamente termina de escribirse con el último aliento, de ahí que su sonido condense la historia a que se recurre para responder quién soy. Una de las primeras pérdidas en la educación para la milicia es el nombre de pila, inclusive el apellido es ya un conjunto de varios donde estoy entre esos pero algo de lo que me hace irreemplazable se pierde. No cualquiera sale milico de la escuelita, solamente quien resista de pie la encantadora rectitud de los espíritus doblegados a la jerarquía de las insignias del uniforme. 

Mauricio Rosencof y Fernández Huidobro en su testimonio de los 13 años sepultados cuentan, anticipaban el tipo de visita que se recibiría por el aroma de con lo que se limpiaba el piso de esos palacios de la haraganería. Si el mayor llegaba a sentir que se había untado la bruja con sustancia diminuta como creolina, olor fenólico, un agravio. Lo digno de un general es perfumol, limpiador también pero con fragancias. Siempre se le habla a los inferiores en volumen vozarrón, gritando, por alguna suerte de sutil observación del impacto de un bajo, una octava haciendo vibrar el cuerpo sobre el que impacta; la diferencia es lo difícil de decidir si se trate de temblor por reflejo biológico de estar en peligro o bien, simplemente por el hecho físico de propagación de onda. Cuenta Huidobro, un día un alférez grita convocando a un aspirante y este corriendo se apersona nombrándose en su jerarquía, división, regimiento, compañía, una parafernalia protocolar kafkiana; y lo que quería era saber si el aspirante le tenía miedo. De modo que pregunta si le tiene miedo pero el protocolo indicaba que debía responder miedo no, profundo respeto. Es como se transmite la cultura militar, mediante absurdos. Con nimiedades, por ejemplo si no sabes lo que el superior espera por respuesta, cabe la posibilidad de que te manden a correr en sol, lluvia o helada, hasta la hora que se imagine pero contando con que el que te había dado la orden puede olvidar decirte ya está. Después de lo más tranquilo, se acerca y campante: ¿seguís corriendo? Así, ¡una soltura!

Lo más importante para ser milico es saber del verdugueo. Es un sistema simple, vos no tenes que hacer nada frente a los buscar la reacción; lo que como zurdo hediondo llamarías provocación y en castellano soez diríase te están hinchando, todo lo que hay que saber es se trata de una técnica que pretende formar en impasibilidad el carácter. Símil a tener un ánimo templado, y en la milicia se acompaña de una bellísima mirada inexpresiva y vacía en un rostro pétreo. Esta es la estética que viste lo que sería un hombre respetable, quiere decir: a partir de llegar cada cual (si a escalar aprende) al fascinante instante de verduguear a otro como de tanto que lo han pelotudeado ha aprehendido, tendrá su turno de llamar a uno y reeditar la secuencia del ¿Me tiene miedo? Un inocente jugueteo de caballeros formales, una diversión realmente si no fuera porque se trata de un juego muy serio en el que uno solo disfruta. 

Graciela Daleo, guerrillera pseudónimo Vicky, militaba en reuniones del Comando Camilo Torres; Camilo Torres, sacerdote colombiano muerto en combate, guerrillero también; comando organizado por Juan García Elorrio, seminarista, a principios de 1976, con inspiración en la histórica resistencia y avance de Ernesto Guevara contra la violencia de quienes no están dispuestos a ceder privilegios en razón de una sociedad con menos injusticia, tenían como objetivo instalar la militancia en armas en las zonas rurales de Santa Fe y los montes tucumanos. Uno de los lemas de esta política era que la revolución interior formaría al hombre nuevo, es decir a aquellos que sintieran el asco característico de una guerrillera hacia las porquerías, lujitos pequeñoburgueses. Entonces, en entrevista con Marta Diana, confiesa Vicky nunca haber podido pensar siquiera en convertirse en una fría máquina de matar.  

Este es el punto exacto en que la noción de mal se disgrega, porque un carácter impasible hace de un hombre un virtuoso, un ataráxico. Por otro lado, si mi arma dispara a matar a quien me dispara a matar, ¿cuál el asesino? 

Es el drama del mal en la práctica. Los colimba, ni uno salía de ahí sospechando si lo habrían humillado mucho o si había alguna otra figura para el diseño de la organización que no fuera esa pirámide donde los botines de arriba se sostenían en las cabezas de los inferiores. Ni un superior se encontrará a quien solicitándole su razón de proceder en sus maneras como lo hacen, no pueda sacar del centro de su cerebro la piedra de su convicción acerca de la rectitud de su acción en función de una idea definida del bien en la díada respeto – subordinación. Porque es difícil ponerse a dudar de los bloques que sostienen la casa que uno se arma, lo que no justifica el mal pero se entiende que el rigor es para ellos la fuerza. Mientras que en la lucha armada, la premisa de la violencia de arriba engendra la violencia de abajo, si bien roza el cinismo, deja ver una ráfaga de ética en ese esfuerzo por justificar el mal cuando en mano propia. 

Que al momento de vejar a una persona no quede aniquilada su dignidad, decía arriba, es su gracia pero también condena. Sucede que aun reduciendo a alguien al estatuto de basura, inservible, abyección del ser, lo que es la persona, el nombre, queda ahí en testigo de ese saco de consorcio que se hace de su piel; ese abominable agujero excrementicio por donde introducían fusiles a las chupadas. Cuerpos ellos con nombre, Soledad Sánchez Goldar hace presencias de Eduardo y Alejandro, Goldar Parodi. Desaparecidos en la última masacre cívico militar Argentina, del periodo 1976-1983. No quiero olvidarme de decir esto, desengañada y sin pestañear, si en aquellos años la crueldad tuvo lugar no sorprende por cuanto había una sociedad dispuesta para la tolerancia; entiendo del mismo modo el trabajo de actualización de la memoria que, incansables, llevan adelante organismos de Derechos Humanos. Quiero decir, si aún es necesaria la memoria, será que no está tan lejano el pasado ni tan indispuesta para dictaduras militares la sociedad civil de hoy. Pero esto último con dudas, con esperanzas de estar equivocada. 

En un gesto de honrar la reunión del 30 de Abril de 1977 en Plaza de Mayo, Soledad Sánchez Goldar lava los pies de Beatriz. Los pies en Beatriz (la obra) son los de Beatriz, abuela de Soledad y madre de Eduardo y Alejandro. La autorreferencia en el arte es un paréntesis con incisos y comillas, hasta que la historia de una vida habla de la identidad de un País; doy por sabido el común acuerdo que hay en al menos una parte de los habitantes de la Nación Argentina, sobre el interés en relación a desaparecidos, torturados, asesinados, exiliados y expropiados. 

Beatriz es una performance que en 2006 realiza Soledad Sanchez Goldar en Galería Espacio Centro (Córdoba). Beatriz está sentada, Soledad le abriga la espalda con un pañuelo largo que la cubre hasta los brazos. La descalza, le saca las medias, apoya sus pies en un paño en el piso, busca un recipiente, lo ubica debajo de los pies, vierte agua de rosas. Un pétalo cae. En un azar del símbolo, el pétalo con su levedad toca ese pie que ha pateado calles llamando por la materia de una ausencia. Lo propio de un sustraído de la participación ciudadana durante las prácticas del poder de la dictadura de Jorge Videla y Eduardo Massera, es un duelo en suspenso para familiares por la no presencia de un cuerpo que saludar o despedir; Eduardo y Alejandro podrían haber sido llevados por los despegues que partían de Campo de Mayo con encapuchados, a quienes se adormecía en el aire para ser arrojados al mar. Algunos han sido devueltos por el río, ellos no. Cuando el pétalo toca el pie de Beatriz, vuelve a ser esa caída en un acto que no resarce sino que evoca. No ha sido planeado pero hace hablar la historia, un pétalo cae con agua al recipiente vacío, se invierte el movimiento del agua porque ahora se sabe de aquellos arrojos y mientras sucedían en su ir a la sal, clandestinos en la noche se ocultaron a la mirada. En Beatriz todos lo ven, el pie lo siente tamizado en la delicadeza del vínculo, pero atronador por lo que se significa. 

Lavar pies es lo que pide el maestro a discípulos a manera de recibir un legado, entiendo que Soledad admite el camino de esos pies para continuar en su vida; puedo decirlo porque sus varias otras obras no me contradicen. El lugar es un hall alrededor del cual se tuerce una escalera caracol, cuando Soledad y Beatriz salen, suben por esa escalera. El público queda abajo, estaban alrededor del sillón donde se desarrolla la acción. Un estigma que a quienes salían de estar chupados sangraba era haber sido un subversivo, daba vergüenza. La gente no quería hablar con los así nombrados, por temor a que se les asocie o por la repugnancia en que se educó a partir de entonces para con este tipo de ciudadanos. También el rumor hizo lo suyo, con que uno pasara la voz de que este era uno de esos, las alertas se encendían. Ser un chupado era ser una caquita para la familia y para los conocidos. Lo que hace Beatriz (obra) al retirarse Soledad y su abuela por esa espiral ascendente, es dar vuelta el espejo de esa vergüenza; en el pensamiento primigenio de los Pueblo, señala Aby Warburg la escalera como un signo de intersección entre lo racional y la creencia en lo divino cuando hacen de la inscripción de un zig-zag el camino entre la tierra y el cielo; esto sería, la posibilidad de lo humano de aproximarse al espíritu de lo animal, no por su perfección sino en un acto mimético a través del cual anticiparse al arbitrio de la presa para cazarla. Ellos se aproximarían a lo alto en ese dominio de las fuerzas de la naturaleza. Lo que se reactualiza en Beatriz es el hábito civilizatorio de encontrar el símbolo de lo deseable en lo que se halle en el radio del ángulo del gesto propiamente humano de levantar la cabeza. Si se quiere, de andar con la frente en alto. 

Y aunque el gesto de lavar los pies tiene familiaridad religiosa, Soledad ha dispuesto alrededor del sillón donde Beatriz estuvo sentada, un círculo de sal marina. Es un tipo de sal no tratada industrialmente, sal gruesa, su uso es pagano y sirve para limpiar el lugar. ¿Un círculo de protección, un fuera del espacio, fuera del tiempo, un no-lugar donde se vacía de lógica la realidad? 

También hay un círculo de sal en Fotos Lavadas, obra realizada en Museo Histórico UNSa (Marzo 2021). En un recipiente con agua al interior del círculo, Soledad sumergirá fotos de Eduardo, Alejandro y otros familiares. Va a frotar las fotos debajo del agua, el gesto es conmovedor. Va a desaparecer los rostros de Eduardo y Alejandro en los retratos. Ella no se cansa de mostrar una y otra vez lo que pasó en su familia, que es lo mismo que pasó a tantas miles. La acción dura mucho tiempo, mucho silencio. Se ve lo que está haciendo pero no se entiende ese comprender lo que es desaparecer que nos hace sentir. Borra rostros como si se pudiera, frota con intensidad la hoja, suave, debajo del agua, cambia a otra y vuelve a sumergir la que recién tenía. En cuclillas, arrodillada, sentada de costado, cruza las piernas, desdobla una pierna, refriega. Se levanta, corre alrededor del círculo por fuera en una dirección, empieza a contar las vueltas, gira hacia el otro sentido y continúa contando: son las edades de los que están vivos, le pregunto y contesta. En la boca de ese mutismo con que miramos y Soledad trabaja, cuando empieza a correr hay una suerte de corte de la tensión, algo de vida asoma. Es fácil, una vez desarrollada la acción encontrarle el sentido pero esta concordancia fue vivida, no traída al texto por conveniencia de composición. Es lo que hace la performance cuando una se deja atravesar: si hay solamente el ruido del agua que ella mueve en ese borrar, el ambiente se llena de la idea que ya sabemos. Porque sabemos qué hace, quién es y a quiénes trata en esa obra. Sabemos porque fue invitada en el marco de una muestra de fotografías que se llamó Derechos Humanos: una cuestión permanente. 

Cuando se levanta a correr y contar en las vueltas tampoco se entiende qué hace, pero algo de lo vivo se anuncia por aquello que al producir movimiento da ilusión de tiempo. Tal vez esa memoria es aquel gesto perpetuo de frotar rostros para no verlos, tal vez quien no regresó es un demasiada presencia. 

¿Es el arte de acción ejercicio estético o ceremonia mágica de la que se espera produzca algún efecto en la realidad? Warburg entiende la práctica mágica del ritual como una manera de conjurar el temor por la magnanimidad de la naturaleza. El miedo ante una voluntad maligna es uno de los más radicales si no el más, según se dispare a miedo a la muerte o miedo físico al dolor; ahí donde ese temor ante lo absoluto abisma, la habilidad específicamente dada por el lenguaje a la humanidad funda el símbolo. Un espacio para el pensamiento, una producción de sentido que camina hacia la lógica como instancia superadora del temor infundado hacia ese enigma acerca de lo inapelable; el drama humano es que de camino al símbolo en lo razonable, ese puente hacia la lógica ha sido tendido con el solo fin de salir del misterio aterrador.  

Entiendo que Soledad Sánchez Goldar no hace psicomagia ni conjura ningún dolor con pretensiones de evacuarlo, podría entenderse el gesto como un mínimo toque de campana para hacer eco en un campo semántico pretendido dejado atrás, un insistir con admitamos que de esto no hemos entendido todavía qué pasó. 


Beatriz es una performance que en 2006 realiza Soledad Sanchez Goldar en Galería Espacio Centro (Córdoba)

Imagen de portada: escultura del artista Kwame Akoto-Bamfo .

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