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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Sequía

Por Bernabé Gallac |

Marina descubre otra vez a su marido sentado frente a la única ventana de la cocina-living-comedor; con la ropa de trabajo puesta y los pies descalzos entrelazados bajo la silla. Sus botas lo esperan junto a la puerta de entrada, una de pie y la otra acostada, con las suelas empastadas de barro. Son las cinco y media de la mañana.

Sobre la mesa de la cocina, junto al casco amarillo de su marido, descansa en una jarrita blancauna tuca gruesa, oscurecida por varios ciclos de encendidas y apagadas. La cara de su marido se refleja en la ventana, cortada por un rayón profundoque cruza diagonalmente el vidrio, arropado por una tira de cinta scotch ancha. La cara que se refleja ahora en esa ventana-rota en alguna obra, que su marido seguramente compró a precio de descarte, descontado de su jornal- parece enteramente ceñida sobre sí misma: las cejas abajo, los ojos empequeñecidos y los labios fruncidos.

Marina se acerca a su marido y su reflejo aparece también en la ventana. Pone una mano en el hombro de su marido y con la otra se lleva la tuca a la boca. Siente el lillo humedecido por la baba de su marido como un beso de buenos días en sus labios secos de recién levantada. Con la mano hace un gesto frente a los ojos escrutadores de su marido: cierra el puño, levanta el pulgar y quiebra la última falange en un ángulo de noventa grados. Su marido, sin quitar la vista de la ventana, le pasa un pequeño encendedor que apretaba en un puño. Marina siente el picor del prensado en el humo que le pasa por la garganta y que le hace toser. Su marido le soba la espalda con una mano. Marina hace una seca más y le devuelve la tuca encendida; pero su marido no fuma, la apaga con la yema de sus dedos y la devuelve a su lugar en el jarrito. Después, vuelve a mirar por la ventana.

Marina pone la pava para el mate y prende la radio, que escupe entre la interferencia un programa informativo. No necesita preguntarle a su marido qué es lo que busca tras esa ventana; hace tiempo que se acostumbró a despertarse al lado del hueco que deja su cuerpo en el colchón, caminar hasta la cocina y encontrarlo sentado en ese mismo lugar frente a la ventana. Siente frío y va hasta la pieza a buscar un buzo, que se pone encima de la ex remera de su marido que usa para dormir. Cansada, se sienta en el borde de la cama a mirarse las manos. Son manos jóvenes, pero resecas, que ya han comenzado a agrietarse. Cuando levanta la vista, Marina ve que por la puerta abierta del dormitorio puede ver la espalda de su inmóvil marido, sentado frente a la ventana, y su cara reflejada en el vidrio rayado.

“Parece que hoy tampoco va a llover”, dice él antes de levantarse y salir de la casa.

Marina espera el ruido de la moto alejándose antes de apurarse a apagar la hornalla, pero el agua ya ha hervido. Recién ahí ve las botas, junto a la puerta de entrada, una de pie y la otra acostada, con las suelas empastadas de barro.


Imagen: Vincent Van Gogh, Zapatos (1886)

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