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ISSN 2684-0626

 

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Seres queridos

Sobre 3X2=8, de Diego Puig (Gerania Editora, 2025)

Por Manuel M. Novillo |

Cuando Diego me invitó a presentar 3X2=8, yo ya había leído el libro hacía un tiempo y, en gran medida, él conocía lo que yo pensaba del contenido. Durante todo el 2024 habíamos intercambiado textos para criticarnos y corregirnos. Yo le enviaba fragmentos de una novela que espero terminar dentro de poco, y él me pasaba estos cuentos. No creo que Diego haya sacado tanto provecho como el que yo saqué de esas charlas: mi libro no hubiera podido ni siquiera dar el primer paso sin sus lecturas. Sin embargo, obtuvo de mí lo suficiente como para agradecerme en la última página del tomo publicado.

Quiero empezar haciendo esta suerte de disclaimer para el lector y reconociendo que Diego es mi amigo. Mi amigo escritor, en realidad, que es una especie singular de amigo, uno con el que uno espera tener una causa común, una complicidad aventurera, pero también del que espera aprender y, por lo tanto, con el que, a veces, intercambia el rol de crítico y criticado.

El 20 de febrero pasado, en una sala llena en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán, presentamos el libro. Primero hablé brevemente de su obra y luego conversamos sobre sus ideas de la escritura, su relación con el oficio y otros temas literarios. Este texto parte de aquella presentación, pero va bastante más allá.

Ese día en la Facultad dije que hay una idea que le escuché hace algunos años al poeta y ensayista cordobés Silvio Mattoni y que me influyó mucho desde entonces. Mattoni dice que para aprender a escribir literatura no hay que leer solo literatura, hay que leer más cosas. Hay que, sin duda, leer historia, política y filosofía. Pero también hay que leer, por ejemplo, sobre deportes, sobre medicina, sobre geografía, sobre negocios, sobre educación, sobre urbanismo y, acaso, sobre todo lo que se te cruce.

Algo que me gusta de esta propuesta es que supone que la literatura no subsiste por sí sola. Los escritores no pueden avanzar la causa de la literatura si solo leen a otros escritores de literatura. ¿Por qué? Porque la literatura, la buena al menos, habla de la vida, y la tarea de hablar de la vida es demasiado compleja como para llevarse a cabo solo con piruetas estéticas, consignas sintácticas y trucos retóricos. Y aunque no es eso, en absoluto, lo único que la literatura no da, sí es muchas veces lo que nosotros, los autores, creemos que tenemos que sacar de su lectura.

Pero lo cierto es que nadie que tenga la expectativa de encontrarse con la experiencia y la vida interior de los demás —que es lo que la mayoría de los lectores, los buenos al menos, espera de los libros— se contenta de verdad con una escritura que se da volteretas e impacta estilísticamente, pero pierde el alma en el medio. Los lectores que quieren leer literatura, al final, quieren algo, a la vez, más simple y más difícil: quieren que les hablemos de los acontecimientos, los sentimientos y los pensamientos de las personas. Y nosotros también lo queremos, si lo pensamos; por eso escuchamos las historias de otros, por eso deseamos que nos den detalles y nos abran un poco más la experiencia ajena del mundo. Y para lograr eso no es suficiente con truquitos y atajos: para eso hay que acercarse y leer sobre las distintas cosas que las personas hacen cuando circulan por el mundo, los trabajos que llevan, las necesidades que sobrellevan, las ideas que empujan y a qué dedican horas de su tiempo y su energía.

De verdad, literatura

Dije esto porque si hay algo que uno siente leyendo 3+2=8 de Diego Puig es que está frente a una especie de colección o álbum de las búsquedas de alguien muy empeñado en encontrar y agarrar las cosas que están ahí afuera en la vida. Cada cuento es una especie de exploración en aquello que, aunque muchas veces está a la vista de todos, no siempre vemos, y que la gran literatura, mirando de cerca, nos puede explicar mejor: las cosas más vivas (acaso, trágicas) y singulares de la existencia, como la traición amorosa, las miserias familiares, la negación y la obsesión o el gris destino de las personas secundarias en el mundo, que somos la mayoría.

El más idiosincrático de los cuentos es el que abre el volumen, “Adele y yo”, en el que un hombre cuenta en primera persona su relación con la famosa cantante británica. Él, que al parecer es un segundón del mundillo de la moda y el espectáculo internacionales, ha llegado a intimar con ella de algún modo, pero no nos queda muy claro cómo. Su historia es breve y equívoca: se vieron solo un puñado de veces, en una de esas veces tuvieron sexo, pero no se convirtieron en amantes. Son más bien una suerte de pares, amigos erotizados el uno con el otro, como, se percibe, hay otros en el mundo que habitan. Él, más que estar verdaderamente atraído por ella, la admira como un espectador: su fuerza escénica, su heroísmo artístico y su belleza no convencional. Pero sí la mira y le presta atención: describe sus vestidos y sus prendas con precisión y detalle y recuerda, como un avezado columnista de espectáculos, los gestos de Adele en el escenario y la forma en que las luces la mostraban en las actuaciones de los Grammys en las que tuvo los hitos de su temprano y rutilante éxito.

Por momentos, el protagonista se convierte en una especie de narrador multidimensional y nos habla directamente a nosotros: “Querido lector: esta es una historia de hadas y de magia, un cuento para niños y por eso contiene una moraleja”. Acto seguido, él se porta mal con Adele, la deja esperando en un restaurante y la ghostea después. Además, nos ha contado que en el pasado estuvo enamorado de José, un amigo suyo de la juventud, que le sacó las mejores fotos que nunca le hicieron. ¿Cuál es la moraleja? Por supuesto, Diego la esconde, pero está en alguna parte. Y yo apostaría a que tiene que ver con una de las confesiones más valientes que yo haya leído hacer a un escritor (acaso desde Proust): Diego advierte que si uno es frívolo, como somos, en cierta medida, todos los escritores y artistas, ama y sufre sin cesar, y hace sufrir a los demás.

Le pregunté a Diego esa noche sobre su vida en relación con el mundo de la moda, en el que trabajó ni más ni menos que mientras vivía en la intimidante ciudad de Nueva York. ¿Qué había aprendido ahí sobre la ficción que nosotros no sabíamos? Me contó que un momento fundacional en su relación con la literatura fue leer la nota que Judith Thurman escribió en The New Yorker en los tempranos 2000 sobre la semana de la moda en Milán. La encontró en un ejemplar en la casa de su profesor norteamericano de ciencia política. Qué error cometió ese hombre, que lo llevó para convencerlo de dedicarse a analizar movimientos sociales y teorías económicas, pero dejó suelto, a la vista, lo más valioso que Diego podía encontrar: la literatura verdadera.

La moda le enseñó a describir con detalle y pasión el movimiento de las cosas y los cuerpos, me dijo. Le enseñó a mirar con más atención cómo el mundo está a nuestro alrededor.

—¿Proust o Judith Thurman? —le pregunté después.

—Bueno, Proust es esencial…

—¿Thurman o Borges?

—Judith Thurman.

Porque Diego supo, al parecer, desde muy temprano lo que Mattoni me enseñó a mí tarde: hay que leer textos que nos ayuden a leer la realidad por nosotros mismos. Esa realidad percibida por nuestros sentidos será, al final, lo mejor, lo único que podemos aportarles a los lectores, a los buenos, que quieren, como nosotros, después salir a mirar.

El mundo alrededor

Mientras “Adele y yo” mira con láser a una persona tomada por su belleza y la de los demás, el experimental “25 sobre mí” (el favorito de este comentador) cuenta el camino amoroso de quince años de un hombre gay, que uno intuye tiene la misma edad que Diego Puig. Lo hace a través de posteos de Facebook, mails, tuits, fragmentos de entrevistas y notas periodísticas. La historia parece contarse sola, sin que el narrador tenga que hacer mucho más que unir algunos puntos acá y allá y aportar algunas fechas.

En la primera lista de las “25 cosas sobre mí” que publica en Facebook, el narrador dice en el número 11: “A veces me pregunto si fui parte de la élite mundial, un ciudadano global-urbano-cosmopolita, miembro de la clase creativa. O si lo soy. O si lo seguiré siendo”. Luego, porque un amante se lo pide, hace la versión “25 sobre mí para vos” y le confiesa: “11. No siempre fui lindo; 12. Soy un trepador. Mis amigos tienen que ser populares, lindos, talentosos; 13. Creo muy poco de lo que digo”.

Si uno debe levantar la mirada del cuento por unos segundos, porque debe servirse café o ir al baño, experimenta el milagro: el mundo de ese personaje, codificado en publicaciones digitales, está alrededor nuestro, se ha abierto a nuestra experiencia sensorial. Nada más se puede pedir de un acto literario. Diego lo logra siendo singular, autocrítico y hasta despiadado por momentos, pero al final compasivo y humano.

El clímax del cuento, así, ocurre cuando el narrador encuentra una entrevista del director de cine Joel Schumacher y reproduce esta parte:

“¿Alguna vez has estimado el número de compañeros sexuales que tuviste?

Estaría en el doble dígito de los miles, pero no es inusual.

Doble dígito de los miles. ¿Querés decir 2.000 o 3.000?

Eso no es doble dígito. Eso es un dígito.

¡Ah! ¿Entonces 20.0000 o 30.000?

O 10 o 20.

Es realmente increíble.

No para un hombre gay. Porque están disponibles.

¿Saliste con hombres famosos?

He tenido sexo con gente famosa y he tenido sexo con gente casada. Pero se van conmigo a la tumba. Nunca he besado y he hablado de alguien que tuvo la gentileza de compartir la cama conmigo.”

Ese paso veloz y perfecto desde la frialdad numérica y la dura verdad hasta la lealtad y la comprensión es un punto máximo para un escritor que intenta hablar de la realidad humana, es decir, de aquello que las personas sienten y hacen con esos sentimientos. Pocas cosas hacen sentir más viva a una historia que lograr un hallazgo como este.

Un mundo distante y volátil, pero habitado por seres que buscan algo que les pertenezca, aparece también en los tours de force postapocalípticos “Éxtasis de oro” y “Huellas de carbono”, y en el drama histórico “Ricardo Plantagenet, Corazón de León”. El vertiginoso y preciso “Policía Parapsicológica Cuántica de Élite”, que pertenece a la mejor ciencia ficción, además idea un método para atrapar criminales que le permite a los inspectores sentir el cuerpo de la víctima en el de ellos mismos. En “Como plegarias del cuerpo” vuelve la belleza y la eroticidad en el mundo de la moda, mientras un joven modelo intenta ser promocionado por el seductor editor senior de una revista.

En todos hay personas saltando de la pasión a la desilusión, del amor al odio, de la lealtad a la traición y, muchas veces, afortunadamente, volviendo de ahí.

3X2=8 tiene entre sus páginas, sin duda, las mejores que Diego Puig ha publicado hasta ahora, y eso es mucho decir.

Tengan en cuenta que lo dice un amigo suyo.

Pero un amigo escritor.

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