Suscribirme

ISSN 2684-0626

 

1/4 KILO
1/2 KILO
1 KILO
5 KILOS

«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Serie Autores a Contrapelo VII

Non scholae sed vitae discimus

Por Gonzalo Roncedo |

Estoy sentado en Mirasoles mientras la atención se pone perezosa, dejándome atravesar por mis propios pensamientos; acabo de salir por última vez del colegio al cual renunciaré la semana próxima. No lo sé todavía, estoy por solicitar un préstamo a un pariente, solicitud que fracasará pero tampoco lo sé todavía. Todo muy bien, gracias, hasta el mozo cobra propina. Así resumido, puedo en consecuencia alejarme de mí mismo como para empezar a fragmentar la mirada para tomarme, luego de varios números, como un autor a contrapelo. Aprovecho la ocasión porque Ramón Antonio al fin me envió una opinión sobre parte de mi obra, obra que para ciertas personas es movediza, y me digo que el próximo número tengo que salir al paso con alguien mejor. 

Ojalá, me digo, Gerre, pudieras volver a la clase de ATICANA donde el teacher te enseñó la biografía de un tal William Faulkner, porque en esa época Faulkner era para vos un autor a contrapelo. Volver a ese día sería no solamente volver al joven inseguro y, con menos recursos, mucho más afable, a tientas formado, a sabiendas complicado pero esponja, sería volver también al loco Willy que nos gusta tanto, permitiéndome el uso del mote de un amigo, con la suficiente ignorancia como para volverme a enamorar de su obra narrativa. Enamorarme de «A rose for Emily», por ejemplo, sin saber de Yoknapatawpha como ese Pago Chico yanki de negros, leer después el policial de una antología de «El séptimo sello», ¿se llamaba «Humo»?, y a continuación «Two soldiers» y mucho después en ambos idiomas «The sound and the fury» (El ruido y la furia). Dios quisiera pudiera volver. Me sacudiría, te sacudiría, un par de snobs, uno inconsciente y el otro neurótico lleno de «ellos»-arquetipo, abogaría por otro liberalismo, uno que comulgara con Ubuntu y Mandela, es decir Richard Stallman, no con Chicago, buscaría una riqueza potable que sostenga tanto teorema cero. 

Ramón Antonio solamente seleccionó de mi catálogo lo que denominó «el resto macedoniano». Como el Mocho Saavedra, mantiene que mi obra es un remanente de literatura conceptual. Ofendido, le regalé un incienso. No obstante muestro la lista, porque quizá quien lee comparte con el profesor de teorías literarias la opinión:

Novela de género promedio, ni mala ni buena, sobre un encuentro

El ansiado vocativo no llegó nunca. Sentado a la par, no tuvo ni el decoro para preguntarle.  

-Nos vemos, un gusto -dijo ella levantándose.

-Igualmente- respondió, dudando de si le había propuesto una secuela, sin agallas, diciéndose para sus adentros que el destino habría de repetir la hazaña, pero cómo adivinar verla otro día, y aun así los tarcos han vuelto a florecer antes de septiembre, se lamentó, al tiempo que no divisaba ni una mancha de aquella.

Este año las flores se deshacen antes que los poemas, crecen como la economía y se contraen antes de que la lluvia bese al viento. 

Novela metafísica, en clave de fa sostenido, recordando al Decamerón

Igual número de personas que de silencios. Un espíritu latinoamericano jura ver espejos que hablan rememorando aquel libro sobre la peste en épocas donde los registros de curas resumen la geometría analítica y se costean el despliegue de alas de ángeles con caras femeninas de bultos perfectos bajo el pulso de Miguel Ángel o San Jerónimo mientras los chanchos vuelan y las hectáreas se llenan de fuentes de la juventud y biblias escupidas.

Siglos después, todo esto evoca otras alegorías con el mismo lenguaje.

Novela rebelde de autores (entendidos abstenerse)

Fin. 

Iban a volverse a ver, ¿sabe? Pero es obvio que usted ya presupuso todos los lugares comunes y que encima tiene el descaro de adivinarlos como si se tratara de un policial, de una pareja romántica, de un mero libro entre libros, comieron perdices aleluya, así que hubo una vez un lugar cargando personajes de coyunturas narrables confrontándose. 

Pero no, nada de romances: se trata de Don Quijote apuntando su lanza contra el Vizcaíno. Claramente, la continuación a la figura ya no la sabe todo el mundo. 

Podemos ir en paz, demos gracias a Cide Hamete Benengeli.

Novela austeniana en clave geométrica

La parábola de aquella curvatura resultó hiperbólica frente a la vectorial transición de aquellos ojos. El determinante de aquella matriz concluyó desigual la ecuación: no se trata de integrar sino de buscar una constante derivada, le dijo, y ahí nomás clavó el 0 al cociente. 

Novela cansada de los iceberg

Le mostró toda la panza, pero justo entonces el telón cayó. 

Concluya lo que le plazca. 

Antinovela de tipo fluida

Nunca hubo una ocasión, es decir, sí, pero si vamos por eso cuando se vieron ¿en realidad alguien sentó el dilema realmente como corresponde? Todo lo demás repite cualquier cliché barato de películas mejor criticadas que dirigidas. 

Protonovela preámbulo de la novela del embajador que siempre termina volviéndose un villano de tanto salvar gente, y así la política, etcétera, que a los lugares comunes la propia historia los va llenando de diccionarios vestidos entre papel reciclado de periódicos y revistas

Entonces creció y, bueno, creyó que así debía ser: salvó y salvó, y no se salvó a sí mismo porque al guardián… pero supongamos que la encrucijada no es la misma, pongamos una novia para acomplejar peor la lectura, o le cambiemos el género, no importa, la cuestión es que se dijo: ma sí. Vete a saber si al final, la sociedad no es la corrupción interna del individuo frente a la calamidad espontánea. 

Una novela no puede dormir

La señora gorda que estacionó sus ojos en el azaroso destino de quién sabe quién, una jubilada, dejó entreabierto su lomo en una esquina que deja ver, de reojo, la cubierta. 

¿Cómo duermen las novelas?

Una novela le pregunta a otra, porque Novela Preguntona asistió a una lectura de Freud, acerca de las formas en que las novelas descansan. Querida, le responde otra novela, jamás descansamos. <<¿Y cómo dormimos?>> pregunta la primera, a lo que Novela Respondona refiere que con larguísimas descripciones o con puntos de vista (lo segundo es más complicado). <<¿Cómo que con puntos de vista?>> se maravilla Novela Preguntona. Respondona le comenta que hay poetas que estudian el subconsciente y duermen a lectores no preparados en el arte de la experimentación con novelas químicas, y que hay otros ensayistas que duermen a lectores entusiastas con sus tesis novelescas. <<¿Y qué pasa si una quiere descansar de la historia, hacer un paréntesis, dejar de meter revoluciones con fantasmas o geografías con linajes sin descripciones, o pensamientos largos, o pasajes / ensayos?>> pregunta Preguntona. <<Ah, muy buena pregunta>>, responde Respondona. Y a continuación, le susurra en secreto una técnica novelesca que quien lea deberá imaginar, posiblemente dando lugar a un nuevo libro. 

Contranovela amateur de un esgrimista iniciático

No lea de corrido, déjeme las diatribas onanistas, que recién empiezo, sépase, denotado está ese comenzar así, entre faltas y penurias, para connotar otra cosa. Si jamás pasa, al menos el currículum actual es como el partido de fútbol cuando la cancha está embarrada y los equipos cansados, algo idos ya, escuchan al loco de la tribuna batir las alas, y eso hace que cualquier quesero se convierta en goleador: es decir esos escenarios de tipo «todo suma».

“No te puedo prestar, no te estaría haciendo un favor”, dice, me dice, pero yo ya estoy dialogando con textos en mi cabeza que no logro terminar: me di cuenta de que la máscara a cara desnuda permite abandonar la realidad para cosas necesarias como el inútil labor de la crítica literaria en tanto le sonrío hablando de esas cosas que ataca Maiakovski que sin embargo cualquier burgués de siglo veintiuno debe sortear sin más remedio. Pensamientos que me invaden (te invaden, Gerre, vistos a la distancia) a la hora de dejar un segundo trabajo, un lastre, cualquier hoy, una tarde de sol bajo música de industria simulando ser Bossa Nova casi a final de semana, el indeciso patriota de un país que se cae de la escalera, entre errores en la nueva oficina e inseguridades bajo la mesa:

¿Soy menos real por tener seguros?

¿Cuán seguro en todo caso estoy de tener  una espalda?

¡Cuántas? veces más ondear así la  sonrisa falsa para una cosa como tener una espalda!

¿Arriesgar es desaparecer?

El tiempo como la pintura de Dalí o a regañadientes debiera ser el “dios detrás del dios que urde la trama” en la pregunta del poema borgeano, entre preposiciones rebuscadas o adverbios mente de los que renegaría Rogelio Ramos Signes o algún estilista, posiblemente, pero que de seguro me llevan al contrafáctico imaginar de paralelas líneas de la existencia con menor agotamiento lingüístico. El mismo tiempo movedizo en el desierto de nubes como el que vio caer al suicida Quentin Compson en la magna obra de Faulkner. Hablando de suicidas, recuerdo (pero mi pariente sigue hablando de no sé qué, formas de guadaña que tiene que enfrentar un empleado público, alguna otra sabiduría argentina) que en Tucumán se hizo famosa la variación de cinismos fantásticos en microrrelatos sucesivos sobre el tema del suicida. Hubo un primer microrrelato  sobre el tema, y luego una caterva de escritores tucumanxs se puso a escribir variaciones. La mía se llamó literalmente “Suicidio fallido” y decía así: “El cuchillo  era demasiado moto”. Pienso ahora que es un microrrelato más corto que el famoso dinosaurio de Augusto Monterroso.

Como un desarrollo anticlimático, la tarde opone hubieras, oportunidades llenas de probabilidad y ficción, con créditos bancarios e inmuebles, mientras el estudiante del examen TOEFL años atrás se preparaba para rendir una beca Fullbright que no llegaría. El no crediticio llegó, como el refrán, como la Fullbright, como si habláramos de fútbol y aun así. Aun así ¿qué? Necesitaba escarmentarse, dejarse asir con vicios, dejar roer la mancha poéticamente para estar siendo como algún Compson (no el suicida, me gustaba más Benjy con toda su idiotez y todo) dejando entender el peso de los momentos en su percepción material mientras la sabiduría de la guadaña me seguía atormentando. Me puse a pensar en el gordito que ya no sos, Gerre. En las rueditas, pero hete ahí que surgía el nombre Messi, y yo que soy antifútbol ideaba formas de que el tiempo se dilatara sin romper la mesa.

En otros ayeres, en otros mañanas, el estudiante crece, se recibe, triunfa o fracasa en su búsqueda de amor, de sueños, de una meta posibilística; ciertas configuraciones más lo muestran cambiando de carrera (tenía facilidad para el Derecho, las ciencias sociales y también la música), resignando años a títulos diferentes, similar programática gubernamental, crisis inevitables varias, en fin. Asaz ponderación, en realidades dantescas diferentes, ni siquiera hablamos de contrafáctico sino de hipotéticos especulativos de una imaginación que mi mente no tolera percibir (léase en algún párrafo siguiente el poema de las puertas).

Hablando de autores a contrapelo, pensaba cerrar la serie conmigo mismo, pero entendí que para que un artículo de un no periodista cultural no fuera tan ensimismado, sino el mero pasatismo escribiente, un esgrimir la vida (la sintaxis, la gramática, las buenas o malas formas métaselas donde no quepa el sol), para una supervivencia más de un nombre más en una planilla, debía incluirme en la lista de autores a contrapelo más pronto que hasta siempre, y clausurar la selección con alguien más potente. Siguen pendientes las autoras, pero ya entrevisté a Guada Albornoz, aunque no pertenece a la serie pero está en La papa. Quizá en otra oportunidad entreviste a Raisa Erlich, o a su novio Franco Pacheco, o a ambos, incluso a Martina Colombres, que viene desarrollando una cuentística que reordena la mediocridad de los últimos lustros tucumanos y revitaliza una narrativa a lo Gabriel Guanca Cossa.

Retomando: el no del crédito se deglutía entre tortillas de grasa una tarde de por sí floripondia, mientras yo ya no estaba con quien estaba. Ni el poema peor escrito, ni el más hermético, le hubiera quitado el edulcorante al día. Me negaba a meterle más nostalgia con suspiros porque a cierta edad es fácil que te gane el Benedetti, el Sábato, el Guido Spano imaginario que solés pensar que sos, Gerre, o la Pizarnik, o la Dickinson, qué se yo, la idea se deja ver. No importa mucho, igual hay una espalda hecha de ahorros, de sacrificar diversiones (algunas, no toda la mundanidad es mala, y mucha diversión pasajera es mejor que tanto sedimento de páginas sin leer, y a veces hasta es necesario salir, incluso en pandemia, morderle a los totalitarismos la oreja como un personaje de Bradbury, no predicar progresismo con la bragueta abierta para después rezar el amén de las cofradías poéticas de izquierda) por una espalda que cada tanto se libra de la grasa subescapular o la hinchazón revoltosa, y para qué: ya saldrán los gordofílicos que me van a denunciar por querer tener buena salud, ahora que hasta cuidarse es un signo ideológico que no te cuento. Qué importa si todo el país se va a la mierda, me digo, emitiendo más y peor, si de tanto keynesianismo no queda ni la extrema derecha que se viene, ante tanta militancia «de audios» y falta de autoridad como para confundir al gordo Cooke con Marx o a Mises con Smith o a Maiakovski vaya a saber con quién, qué importa nada. 

Citaré pocos textos míos porque la mayoría no superan una lupa. Hablando de posibilística, 

∆ΞπΞ∆ II

Las puertas (que son miles, y son una)

habrán de otorgar, todas, paralajes(1);

no estimo cuán difusos sean los viajes

ni si a su ingreso hay salida alguna.

¿Quién sabe su destino?, cada puerta

tendrá, en cierta medida, diferentes

caminos recorridos, referentes

de lo que cada uno es (o acierta).

Negar esa azarosa travesía

(o bien negar el hado de sus pasos)

será negar, también, tantos fracasos

o glorias elegidas día a día.

En el pasillo de las elecciones

aguardan ya las puertas que son una

y son distintas, como las acciones

tomadas por afán o por fortuna.

¿No me estaré yo también yendo a la mierda? Y si es así ¿qué? En un primer sentido, ¿está mal la primera persona, el acercamiento posmo al punto de la crudeza hiperrealista? En un segundo sentido, ¿habrán indicios de un destino como el de los Compson? Al menos no tengo prócer mayúsculo en batalla histórica. En eso le gané a Borges, vamos a acordar. 

Un hubiera se cuela por los cantos

mirándome certeros: yo hubiera…

Plano negro-detalle, sucesión

de acercamientos. Yo-hubiera…

Cualquier verbo (nótese el adjetivo)

tiende a la disolución.

Ella (iba a escribir «sus manos») pasea nuestras certezas por mis hombros frente a la empleada del banco. Resiento tus labios. El hubiera divide los instantes,

dos mundos posibles, pero hay sólo el que surge del momento.

Podría haber descrito un árbol, un insecto diminuto en la indiferencia del cosmos, pero afín yo hubiera… Las praderas lavan menos sangre y el tiempo cicatriza decisiones como sabiendo que la cosa nunca está entre los puntos suspensivos.

¿Por qué poner ese poema ut supra colocado si no es para desasirme de angustias o influencias? Una variación que se nutra de su propio ser, que en mí, y ahí pongo paréntesis a tanta cita literaria, tiene que ver con varios ejes reducibles a una «ella» (que no es física sino la entelequia de todas), «ellos» (ídem) y un «nosotros» (ídem). Conjugar esas supraconsciencias en la vida diaria debería poderse hacer con bellas artes: política, retórica, música, todo salvo literatura conceptual, porque ahí te cagás de hambre, Gerre. 

La verdad quién sabe

Ni la certeza de tu boca;

nada me pertenece.

Mucho menos el nombre

con el que me llamás.

Seguro pretenderé

apropiarme 

de algunas palabras

simulando 

la estimulación por la cual 

muera toda la muerte de mi muerte

para no ser

sino el transcurso

de mis labios escabulléndose

por tus labios.

Y si me voy a la mierda, que sea leyendo tres estantes de la psiquis. Dejar dos o tres textos del «ella»-arquetipo, para luego dar paso al «ellos»-arquetipo, lo que Lacan llamaría huirle al deseo. Algo así, o rebelarse para pelear o dejar ser. Algo así. 

Cualquier trabajador de librería

sabe destrozar

una selección de cuentos

con la tarea acaudalada,

militar,

de reorganizar estantes

no por su calidad:

por su alfabeto.

Es decir imponiendo incluso fallas para respirar la mancha que aceita el bot que sostiene a este mundo de redes sociales cibernéticas. Dejar paso al «nosotros»-arquetipo, esto es la colmena, la división entera sopando el resto, quienes quedan (si hay desinencias en no inclusivo, sepa disculpar, a esta altura de la existencia, mejor dejar ser que hacer sin dejar, lo cual más estigma que estima y más destruye que deconstruye). Bah, qué se yo. “Nosotros”. ¿Me refiero a vos y a mí, Gerre? ¿A la conjunción de nosotros con «ella», con quien «ella» proyecte a nivel onírico? Tal vez entonces me refiera a lo que interpreto como mi gente, mi barrio, la proyección del yo como un escudo, incluso como un confiado nosotros, una mesa amena de personas que comparten intereses, si eso existe. Nosotros. Nosaltres. Debería escribir nosotres o nosotrxs pero la verdad que a esta altura del texto me tiene despreocupado el género inclusivo, quizá puse la equis, quizá no. Si será un texto con lejanía puedo dejar hablar al inconsciente, y a nivel inconsciente no tengo asimilado el inclusivo. A nivel inconsciente apenas sueño pesadillas desde cuatro estaciones, monstruos que me mastican si no logro escapar o los enfrento con armas imaginarias, ¿cómo carajos habría un nosotres en ese estado? Lo que me hace pensar que la música es inconsciente, que a pesar del lenguaje las emociones se expresan con lenguaje pero se respiran con música, que poner sentimientos en palabras es una etapa de post-producción del alma, que primero se despliegan las vivencias conforme a los sentidos, y que después la mente procesa las cosas y enlata lingüísticamente el rocío, las yemas (re)conociendo superficies, los ojos dilatando luz al pulso de las pupilas, el viento soberano, un largo etcétera.

Vivaldi

I

Tu lengua estalla

de nombres. Hay granizo

entre los valles.

II

Exorcismo de una reiteración,

me abandono a instantes, más de los que puedo dar cuenta;

intento no perderme por tu rostro

las horas que me resten.

Idilio

destinado 

a la deriva.

III

El orden establecido, mayor a menor, invierno a verano, solsticio a plenilunio, nada tiene que ver con el corazón. 

Acumula estaciones

sin preceptos.  

IV

Tal vez tu nombre 

ya no importe. Lo sé:

son estos vientos

jugando entre cadáveres

de lluvia torrencial.

No aprendemos sólo de las escuelas, sino también de la vida. Non scholae sed vitae discimus, Gerre. ¿No escribió eso Séneca? ¿O puso la frase al revés para querer burlarse de los que suponían que aquellos escolásticos eran unos imbéciles que se sentían por encima de la plebe? Bueno, hay varias posturas. Nosotros entendemos del latín esta última versión, Gerre, porque tampoco el latín tiene una traducción directa: andá a saber qué mierda pasaba por la cabeza de Séneca cuando puso esa frase en una obra.

Este país se viene yendo a la mierda desde que lo creó Mariano Moreno, conceptual e ideológicamente, mucho antes de que Alberdi creara bases constitucionales o Sarmiento armara su esqueleto funcional con dicotomías y panfletos políticos. Pero no aprendemos sólo de las escuelas, sino también de la vida. Non scholae sed vitae discimus. Así que a la deriva, como el país, saldrás siempre con tu propio carácter. Dejate de mecenas al pedo rezándole pelotudeces quién sabe a quién.

Me rehúso, por lo expuesto, a leer libros de Kiyosaki pero, al mismo tiempo, me rehúso a ser el típico soñador del que usan y abusan peronistas, radicales, etc., es decir me rehúso a ser carne de cañón política. La poesía y el arte son la materia oscura que sostiene mi alma, el entrelazamiento cuántico que me da existencia, y a eso jamás le rendiré pleitesía, con ka de Kafta o eme de Morelli, con be de Borges o ele de Lady Gaga.

Borges y Lady Gaga

Todas las notas guardadas en la app de mi celular (mis primeras escrituras, el intento sin énfasis de una historia, la matrícula sospechosa estacionada un jueves frente a casa, mis estrategias mes a mes o día en día o año en año, listículas con mejor azar al de las páginas web sensacionalistas comerciando ciberanzuelos (clickbaits) para lectores de diarios digitales, algún poema bien logrado pero no recibido con el mismo énfasis, una lista de prosas sin cortar mejor leídas sin embargo como poema, cosas en el medio, el típico set de recortes posmo, pero se debe modalizar el rechazo a ser posmo en oposición a por ejemplo ser post-vanguardista una vez muerta la neovanguardia, retomo: el típico listado de recortes posmo hilvanando de la nada un nexo conductor en el ego de quien escribe, la forma de hacer clic en el cerebro de estímulos configurando la gramática de un sintagma que no llega a oración de barrio, o entre frases de ensueño y escupideras de cancha, en fin), todo eso apenas ocupa menos de diez megabytes en once o doce años de anotaciones constantes sincronizadas vía Google a la nube de internet.

El procesamiento estadístico de las bases de datos día a día ejecutadas para entregar informes ejecutivos o comparativos de oficinas judiciales consume veinte veces, tal vez treinta veces más que la suma de mi memoria, vivencias, pasiones, pensamientos, cultura, citas de libros, digresiones, hasta historias conclusivas, o de aquello inclusive historias reconfortantes, sumado al grato recuerdo de polvos con alguna desconocida después de una noche de boliche o la no imperativa estética de mis lecturas. Esto es: toda suma laboral de puntos críticos acerca de temas profundamente materiales que al otro día no valen nada, de una emergencia sin nombre, pesan en una computadora más que las obras completas de Shakespeare, Chéjov, Rulfo, mis propias naderías. 

¿Habrá sentido esto Robert Walser para morir en un hospicio de microgramas fantásticos en lo creativo que nadie descubrió hasta después, o Kafka, en su intento walseriano de morir sin obra magna, o Macedonio Fernández creando a su Eterna, y más, prototipos de géneros conceptuales en un cuartito de encierro? El sinsentido de las musas frente a la alienación de la vida productiva. Mejor pasar la vida ideando obras, sin repetirse, que convertirse en un best seller autoral. Pese a lo dicho, el leviatán de las cosas avanza con espejos de Alicia: mañana este ayer valdrá, sin reparo, la productiva nada de la encrucijada subsiguiente: sólo mi nadería tendrá valor entre exabytes de productividad pasajera.

No les extrañe por eso mismo una nube actual donde todo el arte de Borges ocupe mucho menos espacio que cualquier video de Lady Gaga.

Una respuesta a “Serie Autores a Contrapelo VII”

  1. Nicolás dice:

    Jajaja,leendo éste artículo en parte me reí por el lenguaje histriónico o el enfoque na na na! Un capo es ud Roncedo…gracias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *