Sobre la poesía de Nicolás Soria
Por Gonzalo Roncedo |
¿Viste cuando leés de vuelta un libro…
…y de repente, sabiendo ya por qué parajes deambulados la memoria recuerda ese conjunto de páginas, preferís leer con detenimiento lo que no te gustó? O, también, por qué no, aquello a lo que no le diste bola. Bueno, así me ha parecido a mí la montaña rusa que sube por la poesía hasta llegar al laboratorio que desconcierta. Salgamos de los libros: nos detengamos en el proceso de leer autores complejos, por no decir experimentales. No quiero nombrar a Hugo Foguet porque hay mucha crítica literaria tucumana al respecto. Con laboratorio me refiero no solamente a autores y autoras que te dejan sin aire, sino más bien a valientes que han errado la comunicación para llegar a una narratividad, a un arte de narrar que sale de la común teoría del iceberg planteando escritos de géneros unicornios que a la tipificación aristotélica se la pasan por donde no cabe el sol. Que salen de los convencionalismos para poder expresar algo más que una narración de cuento «que narra, que no anda diciendo». Pero también me refiero a poetas que bailan con variedad una música interna propia más allá de que surgen a través de sus precursores. De autores que pulen formas, o que ven en la forma otro fondo, sin por eso despreciar su esencia. ¿Para qué citar autores de otros lados si los tucumanos heredamos esa micrópolis cordobeso-porteña en nuestra sangre, si hasta el poema menos llamativo y más autóctono resguarda la calle sucia de ríos amarillos?
Algunas lecturas, como diría mi mamá respecto del tango, llegan después de los treinta. Me parece que en este proverbio popular, con esos treinta y esos tangos, se puede contemplar también el tema de autores completamente desafiantes desde la extrañeza del lenguaje. Estoy apostando, en este texto, por lecturas símiles en Tucumán. Autores hay, y el objetivo de esta nota es nombrar uno de ellos. Es un autor del interior que, como Simbad el marino, ha recorrido muchos lugares. Lo leo como autor de la capital tucumana que busca deconstruir esos lugares (un lector tucumano capitalino siendo exégeta de otro lector del interior, alguien que escribe leyendo a otrx al escribir, etcétera), pero también me llama la atención cómo esa literatura expresionista no siempre tiene que ser la de un lenguaje cargado o abarrotado de complejidad, sino también la del surrealismo o la de la ironía. Cuando uno analiza escritores locales, citando a un amigo, siempre se recae en categorías de análisis y cánones occidentales que se basan en la falta de tiempo o, como sostendría el canónico Harold Bloom, en que quien lee no puede leerlo todo porque los seres humanos somos seres finitos. Así que todo análisis carga con una teoría literaria propia que comercia la catedral y el bazar, es decir tanto las preconcepciones académicas como las calles que sedimentan categorías y culturas. Para mí, por lo dicho, analizar una literatura del margen es mucho más interesante que caer en el último escritor tucumano ganador de concursos literarios, porque enarbola una categoría intercanónica que se mueve a contrapelo de los convencionalismos y la literatura oficial tucumana (que, irónicamente, suele caer en academicismos benjaminianos que sostienen leer a contrapelo). A contrapelo de los invisibles, no de los laureados, sería no un capricho, entonces, sino una forma de buscar emanciparse de los podios actuales.
Cargado de una sutil ironía («Pienso
lo que en la tele estoy mirando: / Guido Ferreyra nos da la primicia/por TV Prensa/ de que él es el nuevo/ director de Radio Nacional como si un niño de jardín/
de infantes me dijera/ que a Caperucita se la comió el Lobo/o que yo duermo/ sin que me paguen/ por dormir.»), como si de un Max Ernst tucumano se tratase, Nicolás Soria refracta en sus letras el contraste entre lo que uno piensa del interior tucumano y cómo el verdadero contexto araña ese conjunto de estereotipos, de una forma interesante. Aunque nacido en la maternidad capitalina, pasó su infancia en Acheral hasta su adolescencia, luego vivió en San Miguel de Tucumán, después se fue a Jujuy, a continuación fue a Buenos Aires y, posteriormente, volvió. Comenta sobre su persona que le gusta más leer que escribir, porque «para salir del tedio de todos los días, lo único que te queda como medio, en un pueblito del sur, es un poco la literatura», que gusta de Juan Gelman por sobre otrxs poetas y que se encuentra en la busca de un método que constituya la forma con la que organizar su primer libro. «Lo mío va surgiendo de acuerdo a lo que puedo leer, generarme una idea de lo que observo». Con apenas un ciclo básico de secundario aprobado, este poeta (que cursó talleres virtuales en la pampa y que actualmente concurre al taller de escritura creativa dictado por Gabriel Gómez Saavedra en Monteros) comenta cómo sus amigxs docentes se dejan adoctrinar por la academia: «están estructuradxs, son los típicxs maestrxs estructuradxs de escuela primaria; vos te pones a conversar con alguien y te das cuenta que es maestra por sus prejuicios, sin saber quizá de forma consciente cómo eso lxs limita». Esto se refleja en los versos que me tocó analizar de una selección que llegó a mis manos, ese combinar realidades cercanas con distancias cínicas («La vida de ella/ y la mía,/ por el barrio, van como en bandeja (…) // No tiene los pechos/ ni las caderas jóvenes;// las manos que la acariciaron/ ya no existen», pero también «No me alcanza/ ni para comprarme/un caldo.»), entre el hiperrealismo y el juego. Agrega que con una amiga formaron el grupo literario «Tinta Activa». «El nombre no me gusta, hubiera preferido un nombre más surrealista». También expresa su respeto por Dardo Solórzano, otro poeta del interior que a veces pareciera ignorado por los exagerados cánones capitalinos de nuestra literatura: «un maestro, realmente un maestro», opina este Ulises del interior que, entre odisea y odisea va acumulando una diversidad que se refleja en sus versos.
En Tucumán siempre participó de mesas de lecturas municipales: «Soy más de este tipo de eventos. Lo lindo de espacios así es que uno lee y nadie te da bola». Expresión no menos cargada de sarcasmo, pero al mismo tiempo demostrando cómo el sibarismo global no es un estereotipo metropolitano, como sostienen quienes en San Miguel de Tucumán andan siempre mirando a Capital Federal como eje cultural. Nico participó en eventos capitalinos, leyó en el Teatro Alberdi, en Radio Universidad —dice que es como ir al Colón o a Nueva York—. También denota emoción por el centro cultural de Alberdi, donde tuvo la oportunidad también de recitar, y frente de la plaza de Concepción.
Mi propia lectura de los poemas, que quisiera alcanzar ese under por el que se mueve Nico, terminaría hablando de mis propios viajes, que recorrieron pobrezas similares y patagonias, pero quisiera limitar el histrionismo para que el ensayo pueda filtrar categorías que renueven a quien lee. Entonces tomo una categoría inventada por mí: la criptonáutica, un viaje a lo oculto, una alegoría sobre la tierra de los sueños: los criptonautas son quienes viajan a través del material oculto de los sueños. ¿Cómo leer a contrapelo a Nicolás? Su cuadro de Monteros no es el que conozco apenas, ya que fui una o dos veces en mi vida, pero su viaje me hace acordar al de mi amigo Horacio, otro criptonauta, un trotamundos que, cuando yo vivía en Comodoro Rivadavia, vino sin trabajo a que le diera asilo una temporada, justo cuando yo ya me volvía a Tucumán porque la sangre llamaba. Nico es un Horacio que en mí desvía la mirada callejera y la trasciende: Horacio tañía las mañanas homenajeando a Pink Floyd y a veces alcanzaba una buena frase, pero se perdía en las frases y no dejaba cuadros poéticos: el sueño de Nico aspira a más, a absorber mundos para relatar mejor su propio mundo, sus propias tierras de los sueños.
Comparto acá la serie de poemas de Nico leída por mí:
*Pandeopoema*
Monteros es como la mirada en los ojos
de los viejitos
que cobran mes a mes
su jubilación mínima,
perros que de noche duermen y de día
deambulan libres por las calles
y cagan las veredas.
Y me decían (¡a mí!)
que Monteros era París
porque allí se encendieron
por primera vez
las luces eléctricas
que en el centro.
Pobre vieja patria Monteros
de cantos re gastados (reversionados covers),
doble filas de coches
a la entrada de boliches y colegios (¡eso era!),
yo voy a Monteros a dejarle besitos
por el aire al banco Macro
para que nunca se olvide de mí
ahora que no trabajo,
que estudio
esta manera en que pecho el envión
de volver a casa a las trece
en el último colectivo.
***
Pienso
lo que en la tele estoy mirando:
Guido Ferreyra nos da la primicia
por TV Prensa
de que él es el nuevo
director de Radio Nacional
como si un niño de jardín
de infantes me dijera
que a Caperucita se la comió el Lobo
o que yo duermo
sin que me paguen
por dormir.
***
Lo que pasa en las casas,
los que en ellas viven…
¡No puedo comprarme
ni zapatos, mamá!,
le dice una maestra
a la viejita jubilada.
¡Ahora están más caras
las cosas que el año pasado,
el dinero hoy
alcanza menos!
Y yo que vi pies sin medias
con zapato…
No me alcanza
ni para comprarme
un caldo.
***
La vida de ella
y la mía,
por el barrio,
van como en bandeja
de mano en mano
de boca en boca.
No tiene los pechos
ni las caderas jóvenes;
las manos que la acariciaron
ya no existen.
Ella está conmigo
con sus ojos lejos
de mí
de todos.
Nicolás Soria ni existe casi. Escribe frases desde donde se le disparan los poemas. Creció en una casa donde no vivían lectores ni había libros. Publicó en antologías que publicaron los poetas de Monteros. Reside en el interior de Tucumán.
Ingeniero, Analista, Empleado Judicial, fana de Batman, hincha del chocolate. Las menos veces, autor.
Me encantó tu comentario. La poesía de Nicolás Soria rompe la molicie.