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ISSN 2684-0626

 

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Testimonio

70 poemas, de Víctor Redondo

Por Gabriel Gómez Saavedra |

Ya sea como juguete precioso de infinitos encastres y posibilidades morfológicas, o como sol carnívoro que parecería llevarnos puestos como un tren sin frenos, la poesía vibra y cabalga a lo largo de esta antología de Víctor Redondo. 70 poemas recoge una excelente selección de los libros Poemas a la Maga (1977), Homenajes (1980), Circe. Cuaderno de trabajo 1979-1984 (1985) y Mercado de Ópera (1989), realizada por Jorge Zunino, cimbreando por la obra de Redondo como tratado del oficio y agua que se bebe para caer en trance. La cuerda subterránea del Rimbaud de Iluminaciones acompaña como un piloto de tormenta y abre, desde los primeros poemas, el cerebro vivo de los poetas-hitos del autor: Ginsberg, Rilke, Pound, Pavese… circulan como dueños de casa por la primera colección de poemas. Parecieran borrar al autor, rodearlo con una estancia en la niebla, y tomarle la voz para llevarlo a pasear de la mano, como un niño, por las temperaturas de sus mundos. Mundos que el autor desgrana hasta exponerle al lector sus partículas. En “Camino paralelo o cómo desemboco en Hart Crane”, uno de los más hermosos poemas de la primera parte de la antología, la energía suicida del poeta estadounidense trepa hasta hacerse vuelo y no caída, con “la belleza de un avión / muriendo de sed en medio del desierto”: 

sólo quiso ser espumosa baba metálica

y adornar su bendito sagrado adorado puente de Brooklyn

hermoso como la mansedumbre del ganado antes de ser degollado

y Hart Crane planea como la última madrugada

y mientras reza sus inventadas oraciones a la Atlántida

al eco al heredero de su sombreada forma que no que no

por pequeño hombre solitario en tierras extrañas

por mortaja de agua inmensa

y la noticia la última noticia de cencerros y ojivas luminosas

partir partir mirando un río siempre nuevo

un tallo de mujer acuático como la muerte

El lenguaje siempre puede (debería) dar la oportunidad de asombrar; ésta sería la premisa que habita en los poemas de Homenajes. Hay una vitalidad en carne viva con la que respiran, como si, haciendo un ejercicio de continuidad con los del libro anterior, el legado que le dejaron al autor los poetas de su tradición literaria, es la de un cielo limpio; un mapa para llegar a territorios donde, cada uno, representa una nueva puerta para buscar el canto propio: “Zonas oscuras donde la plegaria es música / donde el misterio es música / donde el lenguaje de las ruinas es música / música / música”, para erigirse en una madurez lírica: “como arrojamos con gesto feroz todo lo pasado / y honrar el silencio / que es lo único que todo lo responde”, que es amplitud infinita pero también conciencia de limitaciones infranqueables: “Pero la palabra secreta sigue escondida en lo blanco”.

Puerta al horizonte o a una tapia muda, el lenguaje pasa a tomar vida propia en los poemas de Circe. Cuaderno de trabajo 1979-1984. Adquiere una estructura plástica en lo visual y en lo moldeable, y se escurre de las posibilidades del poeta de ejercer su potestad sobre él. En realidad, Víctor Redondo se sirve de esta dificultad y permite que la inestabilidad le devuelva construcciones maravillosas, fluctuantes entre encenderse como fluorescencias en un pozo: 

una imagen fija en la cabeza se levantó y en una noche escribió su mundo de oscuridades en una noche su milagro y su condena por bella y por oculta amé la risa de su boca liviana al despertar tocaba su cuerpo caliente o en sueños buscaba ángel sagrado

tiempo en la voz del eco buscando el contacto que todo cuerpo o corrupción rechaza

cada día buen día solo como un criado ruido de caídas cristal roto sangra sangre miles rostros al borde del nunca más fin de fin al fin de fin todos muertos

o como viento luctuoso que reemplaza a los seres y a las celebraciones del amor; incluso a la poesía:

el paseo de la sangre por las oscuras venas del hombre

aterrado, sanguinarizado

y ahora el vuelo de la serpiente

lo blanco adquiere forma de mujer

la música oficia de madre del silencio

¿no poesía? ¡enemigos!

En estos poemas, el lenguaje, si bien siempre decide su forma y está volviendo a un mineral originario e inaccesible, es una parábola que a cada rato está pasando por el poeta como enseñanza de que su imposibilidad es también el alimento para la búsqueda de la poesía; como queda asentado en el poema “Razón”: “Y en lo que quede entre tú y la tierra / Levanta el agua humilde y el pan celeste. / No hay otra forma de comprender al mundo”.

La última estación de 70 poemas, la formada por la selección extraída de Mercado de Ópera, es culminación y punto de partida, a la vez. Aquí la voz del poeta ha sido tomada en su totalidad por la experiencia poética. La voz es la voz de alguien sin nombre; un guía de museo indicando las alucinaciones de un cuadro misterioso, pero abstraído de los visitantes a los que ayuda a descifrarlo. El poeta es testimonio de su poesía; es el contador de historias en la noche de los desiertos, pero también el fuego alrededor del cual se sientan los que lo escuchan contar. Víctor Redondo logra tocar el rostro de la poesía y se lo indica a los lectores, señalando con el dedo de un ciego: “Está la noche extendida con sus medallas. No puedes blasfemar. / Está la joya caliente bebiendo de tu sed.”

A la antología la cierran dos poemas que no fueron incluidos en los cuatro libros arriba mencionados: “Los dos” y “Los jóvenes maestros”, pero que están en absoluta sintonía con la devoción a la poesía y a la oportunidad que ésta nos brinda de siempre estar renaciendo frente a nuestros ojos y lengua.

70 poemas es el testimonio lúcido de unos de los más importantes poetas argentinos, con una vida que no se limitó a la creación poética, sino que se amplió hacia la generosidad de facilitar que la poesía sea de todos: Víctor Redondo —nacido en 1953, en Buenos Aires, pero radicado hace años en Tucumán— fue, entre otras cosas, miembro de los grupos “El sonido y la Furia” y “Nosferatu”, fundador de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina y del sello “Último Reino”, autor de la novela Las familias secretas (1985) y editor de autores de nuestra provincia como Ricardo Ezequiel Gandolfo, Ana María Cossio, Manuel Martínez Novillo, Pablo Dumit, Candelaria Rojas Paz, Pablo Toblli y Manuel Martínez Novillo (h). Un testimonio de alguien que, desde atrás del tiempo, parece recitarse —y recitarnos— estos versos de Mario Morales: “Acompaña el ritmo de las cosas vivas o muertas / como una melodía: con los labios abiertos en el tiempo / cosecha silencios de oro y palabras dulcemente gastadas”.

Imagen: 70 poemas de Víctor Redondo, Hilos editora, 2014.

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