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Todo comienza a enfriarse, de Rosalba Mirabella y Rodro Cañas

Por Cecilia Vega |

Hace meses que el microcentro tucumano esta en remodelación, las calles se rompen llenando el espacio urbano de escombros y la plaza independencia esta vallada con carteles publicitarios. Unas semanas atrás pasé por la casa de gobierno, evitando pisar la vereda recién puesta y el cemento fresco, miré hacia la plaza y pude vislumbrar la estatua de la libertad de Lola Mora rodeada de andamios y cubierta con una tela negra. Seguí caminando por la 25 de mayo, pensando en cómo podemos aprender a convivir con el caos que implica una reconstrucción: el ruido casi ensordecedor de una máquina rompiendo la calle convirtiéndola en pedazos, transformando el microcentro en un paisaje inquietante. Existe un instante del caos donde construcción y destrucción se confunden o se funden: ¿es siempre necesaria una destrucción hasta los cimientos para poder reconstruir? Me pareció sumergirme en ese instante sin tiempo cuando fui a visitar la muestra de Rosalba Mirabella y Rodro Cañas Todo comienza a enfriarse en tamañoficio[i]. Las obras de Rosalba suelen tener un carácter narrativo y la instalación ubicada en la pequeña sala de tamañoficio es la segunda parte de una posible trilogía, que comenzó a contarse en una exposición en La Rioja titulada La niña y el volcán.

En Todo comienza a enfriarse, las obras de Rosalba y Rodro se funden, “Desperté sin saber si estaba en el pasado o en el futuro. El paisaje era inhóspito y olía a quemado” escribe Horacio Silva en el texto que acompaña la obra; y pasa que al descender a la sala nos enfrentamos a la oscuridad, nos sumergimos en una escena particular: el  piso cubierto de carbón y madera quemada, techo y paredes negras  y solamente dos objetos iluminados puntualmente: esculturas de cerámica, una de Rodro ubicada cerca de la entrada que parece representar una piedra tallada con el enunciado “llévame contigo” y, al final de la sala, sobre un pedestal, una pieza de Rosalba, una especie de novia de cerámica con el rostro cubierto y un ramo de flores.

La instalación genera un ambiente desolador, como si estuviéramos caminando por los restos de una catástrofe donde lo que prevalece es el silencio después de la tormenta; no sabemos que pasó, sólo nos encontramos con un mensaje y una figura fantasmal. Rosalba suele basarse en fotos de sus álbumes familiares para la realización de sus piezas: la novia de esta instalación tiene el rostro cubierto por un paño que devela el proceso de la cerámica: envolver zonas cuando la arcilla esta fresca para evitar que se sequen; se podría decir -técnicamente- que la pieza está inacaba dando como resultado una inexacta reconstrucción de los recuerdos de la artista.

Cuando camino por las calles del microcentro, al ver todo destrozado y en proceso de construcción, me resulta imposible no relacionarlo con el momento que, como humanidad, estamos atravesando y preguntarme en qué desembocara eventualmente este caos. Por ahora, me siento como sumergida en la instalación preguntándome: ¿es el comienzo o el fin?, ¿construcción o destrucción? Antes de dejar la oscuridad me detengo a escuchar la petición y decido llevarme este instante de incertidumbre.


Fotografía: Renata Figueroa


[i] Facebook: https://www.facebook.com/tamanoficio

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