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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Un puente sobre un lecho seco de piedras desiguales

Por Gabriel Gómez Saavedra |

Sobre El puente: Cuentos de autores tucumanos

            ¿Será posible narrar el espíritu indescifrable y dispuesto a perturbaciones de Tucumán? La respuesta más segura es un “no”. Todo retrato necesita de la apropiación de la materia que va a exponer, y los narradores lo saben, pero “El puente: Cuentos de autores tucumanos” es la celebración de un pulir constante que nunca llega a la piedra preciosa y final. Sus autores son marinos de un puerto sin mar —anclado entre el monte y la industrialización provinciana— que los vio nacer, afincarse o partir, y representar un muestrario del eclecticismo. Son flores de un jardín desparejo que salieron a la luz entre el siglo pasado y lo que va de éste, y que vienen asentando voces muy personales como diferentes, donde cada lector se descubrirá mirado, desde cerca o desde afuera.

            Los cuentos de esta selección, a cargo de Fabián Soberón, deambulan como vagabundos por terrenos desconocidos; en ellos, cada autor edifica un coto de caza para sus propias impresiones. Hay revelaciones, oscurecimientos y ensoñaciones extrañas, pero siempre una óptica bruñida por una subjetividad que pareciera abandonar toda filiación literaria. Ahí está el logro de este conjunto: uno a uno de los veinticinco escritores seleccionados ha compartido el mismo cielo alguna vez, pero cada uno traza su propia Cruz del Sur. Soberón lo sabe y lo deja explicitado en el estudio preliminar.

            A modo de mapa improlijo tallado con un grueso crayón, los lectores se ubicarán por obra y gracia de Elvira Orphée, Hugo Foguet y Juan José Hernández, en la virtuosa mirada de los que aprendieron a degustar, como si fueran forasteros instruidos por William H. Hudson, la tierra propia. Con los textos de María Lobo, Florencia Méttola, Daniel Dessein y Sebastián Ganzburg se verán interpelados por los no lugares, la violencia y el tedio de esta posmodernidad estirada como un chicle vacío, que sólo podría abandonarse con válvulas de escape como las que propone el personaje de “El jugador” de Máximo Cheín o con la hipótesis de decodificarla volviendo a los tiempos más remotos, sugerida por Samuel Schkolnik en “El retorno”. Rogelio Ramos Signes entrega un cuento de tempo marcado a metrónomo, de atmósfera gótica, suave y triste, acercándonos a Flannery O’ Connor, y Horacio Elsinger, en “La última de ballena”, sigue esa línea de tensión y la lleva hasta una maravilla que es también la amenaza de desorganizar la vida ordinaria; tendiendo lazos con aquel gran relato de Daniel Moyano llamado “El monstruo”[1].

            La porción fantástica la aporta Julio Ardiles Gray con su cuento “de manual” “La escopeta”, inscripta en la tradición de Anderson Imbert o Henry James; pero también la representan dos de las mejores obras de la selección, de autores ya mencionados arriba: “Fantasmas”, de Foguet y “Ay Enrique”, de Orpheé, con la neblinosa metafísica de su composición. En estas coordenadas podemos encontrar esa ruptura del tiempo lineal con el martillo del lenguaje que es “Déjà vu”, de Alejandro Nicolau; llevándonos sutilmente hacia las formas de “El ruido y la furia”, de Faulkner y del cuento “El viajero”, de Saer[2].

            La violencia arrullada históricamente en la pupila de Tucumán no podría quedar afuera de estos cuentos. Llega entonces, en una estética de policial negro con reminiscencias explícitas a Osvaldo Soriano, en “La pistola vacía”, de Gabriel Guanca Cossa y en “El acta”, de César Di Primio, mezclándose con lo cotidiano. Y como lo cotidiano es una forma de medir lo violento según los grupos sociales de pertenencia “El hombre que parecía estar silbando”, de Lorenzo Verdasco, es un cuento que virtuosamente moldea, con lo marginal, una pureza melancólica y lírica. Por su parte, “Venganza contra gentiles”, de Santiago Garmendia, es el devenir de la perversión, el abuso, el humor negro y la venganza desarrollados en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras.

            Violencia que siempre es política y que tuvo sus mejores ejecutores en los autoritarismos que han nublado, una y otra vez, esta tierra, y que no podían dejar de semillar el pulso antropológico y de ironías de Eduardo Rozenvaig en “Aeropuerto Benjamín Matienzo” y a “Mujer bajo el roble”, de Sara Rosenberg que, a pesar de su aroma europeo, nos pone cerca la dignidad de los suicidas.

            En otra de sus manifestaciones, la violencia llega a profanar la asepsia de la inocencia rural y la evocación, y los verdugos serán narradores de la altura de Dardo Nofal, Osvaldo Fasolo y Jorge Estrella.

            Por último, el mapa lector de la antología trae nombres propios a los altares adornados por las flores extrañas de este jardín: hay un retrato escapista de Orson Welles, a cargo de María Belén Aguirre; un investigador creado por Alberto Rojo que decide que el destino de un soneto inédito de Borges debe ser la silenciosa inmortalidad y no la propiedad privada, y una experiencia entre muertos, donde Tomás Eloy Martínez se exorciza frente a la figura del poeta Vicente Barbieri, en un cuento que es casi un poema donde el lector perderá la noción de la materialidad y deseará quedarse como pasajero de lo onírico.

            A modo de impresión final, el recorrido por las obras deja un regusto a solitarios; la mayoría de sus personajes parecen vivir como preparación para la soledad de la muerte.

            Como puede apreciarse, este mapeo no encuentra destinos intergeneracionales para las líneas de referencia entre los escritores antologados. En esta selección, el puente se tiende sobre un lecho plagado de piedras que, si bien están una al lado de la otra, son desiguales; un lecho seco donde el agua no llega todavía a homogeneizar.

            Bien sostiene Fabián Soberón en una nota del estudio preliminar:

Es decir, las novelas, los cuentos y los poemas publicados por los autores nacidos o radicados en Tucumán aún no conforman una tradición sostenida –y por esa razón hablo de tradición invisible– porque no han sido suficientemente difundidos, leídos, discutidos, sopesados y puestos en la escena pública por las distintas instancias y los agentes del campo literario y cultural argentino y latinoamericano.

            Esa tradición calificada por Soberón como invisible, por inexistente, quizá sea, al menos en este tiempo —por falta de difusión de las obras o de categorías propias— la única categoría posible (aun siendo negativa) para medir el mapa de la narrativa tucumana. Y está bien. Tucumán es una tierra de mutaciones donde cualquier estructura se rompe a la vuelta de la esquina e impacta tanto en el espíritu urbano como en el rural; en el residente como en el alejado y, para saber contarla, no hay más remedio que ser capaz de encender las palabras como un mutante.


El libro El Puente está disponible para su compra en la Tiendita:

https://lapapa.online/producto/el-puente/

Imagen: El puente: Cuentos de autores tucumanos, La papa, 2020.

Fotografía de tapa: Martín Taddei


[1] El monstruo y otros cuentos, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967.

[2] Cuentos completos, Barcelona, Seix Barral, 2001.

3 respuestas a “Un puente sobre un lecho seco de piedras desiguales”

  1. Jorge Tula dice:

    Excelente crítica. Me gustaría comprar la antología para mis estudiantes de Literatura regional en Catamarca. ¿La conseguiré aquí?

  2. Cindy dice:

    Super interesante el aporte!!!

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