Sobre Matria, de Natalia Trouvé (Ente Cultural de Tucumán, 2025)
Por Liliana Massara |
Yo solo quería prestar oído / a tu corazón, y así
estuvimos las dos, / vos en la historia que se
quebraba, / yo en la voz que llega cada tanto /para
sentir en carne viva/ que toda madre lleva una
mujer colgada al cuello.[1]
María Teresa Andruetto
Formas de decir Matria
Un espejo donde una mujer se mira desde los arcos de la vida familiar llevados en el cuerpo y en la piel. Una mujer y todas las mujeres, recorriendo los tiempos del fruto que nace y de la fruta madura que deja el sabor propio del tiempo que va pasando…
El poemario de Natalia Trouvé, Matria, ha sido seleccionado como Segundo Premio en el “Concurso de Poesía Dora Fornaciari 2024”, organizado en la ciudad de Tafí Viejo. Posteriormente, incluido para su publicación por el Fondo Editorial Aconquija del Ente Cultural Tucumán en la Convocatoria del mismo año.
Los poemas, en su arquitectura, ofrecen disparidad de formas: versos extensos, versos breves; las separaciones estróficas son las que señalan la magnitud del ritmo que se quiere lograr, así, los modos y los tonos hacen a los hechos y a la percepción de un efecto musical. Cuando avasalla el dolor, el poema puede pasar a ser prosa lírica; o cuando el recuerdo se amalgama a las primeras prácticas del sentimiento maternal, los versos se nutren de palabras que palpitan de existencia cotidiana. El lenguaje se modifica tanto como las estructuras estróficas, ya, para visualizar lo corporal o para escuchar el sonido de la voz primera de los hijos descubriendo y diciendo el mundo cotidiano que comienzan a habitar. A veces es como un torbellino que va y va llevando al lector. En cada poema, cada prosa lírica, el lenguaje se relaciona con una especie de deslizamiento musical –la poeta canta y compone- que dejan las palabras cuando la presencia de una situación resulta epifánica; pero a veces, la voz lírica arremete cruel en un espacio en donde un recuerdo golpea, duele e inquieta. Hay fuerza enunciativa, hay potencia pasional en algunos escenarios poéticos, tanto para exaltar eso bello que enternece, o bien, detonar en lo que desestabiliza. Sin embargo el ‘yo’ se hace cargo de su vida /tobogán de aconteceres en los que la voz configura su sí mismo frente a lo otro que consiste en validar una primera persona, un sujeto poético más allá del uso pronominal, ya no como un entre neutro vaciado de carnadura, sino en su íntima y compleja relación con un sujeto de la experiencia que lo alimenta, que deja fluir en él su percepción, su captación del mundo[2]. En principio, este ‘yo’ situado se sostiene por la entrega, por el amor a los otros que son parte suya, del ser “sujeto mujer y madre proveedora”; escenas donde se manifiesta la puesta del cuerpo para no claudicar a pesar de todo. Hay también otro desborde de palabras que representan esa sed de vida plena, palabras como “ventarrones” de pasiones y de dolores; de engaños, abandonos, errores y aciertos.
El ‘yo’ asume ser una parte de ese todo donde está inmerso; el mundo es a la vez el trasfondo simultáneo del universo femenino atravesado por la voz del sujeto lírico, el de otras mujeres que padecen, que maternan, que suman a los pliegues de sentimientos sufridos o de alegría en ese recorrido de yo niña, yo mujer, yo madre, ‘yo’ un poco / mucho de todas las otras mujeres: madres, abuelas, compañeras, amigas, hijas e hijos.
La vida pasa por cada poema con sus variantes; hay heridas que la atraviesan, percepciones de orfandad por momentos, vivenciados a través del dolor y el desencanto, pero no hay un ‘yo’ vencido; se sobrevive en la admiración a la naturaleza, aún entre pérdidas sentimentales, en cada paso dado, en cada tiempo transcurrido no se derrumba: Lloro, / me escabullo, corro,/ trepo al duraznero/ para sentir el sabor del aire / recorriendo mi cara / acariciando uno a uno / los raspones de mi infancia; / o me sumerjo en el aguavientre del fondo/ en la noche / ese estanque inventado por mí / para mirar las estrellas / y escuchar su tintineo cuando caen. / Así sobrevivo (“Desierto” 28- 29).
1- Intemperie y liberación
En el inicio del poemario, “Osamenta” ya marca la presencia de un ‘yo’ con una potencia que será la nutriente de cada espacio, en cada color, en cada rito íntimo, unas veces más, otras, menos. Al modo de un caminante que pone pasión y espontaneidad en cada verso a medida que transcurren los poemas. Hay un cuerpo que va a lo profundo, que traspasa cuerpo, piel; deja ver cierta intimidad de su relación con seres y cosas a la intemperie, desnuda su entorno desnudándose, y se hunde hasta los huesos para iniciar el andar por una vida vivida con errores, tristezas, aciertos, dedicación, amor, desamor. Nutrida de recuerdos de infancias propias y ajenas devenidas núcleo familiar que cobija con sensibilidad; a la vez con pesar. El ‘yo’, envuelto en emociones fuertes, a veces con cierto candor en su afectividad, también denota cansancio de lo que aconteció y acontece: el cuerpo del ‘yo’ atravesado por el tiempo y sus desgarraduras, ofrenda con un lenguaje consuetudinario, logrando lugares que aportan influjo emocional a muchos versos.
Un poemario que parece moverse a la velocidad imperceptible del tiempo, se expone a través de las heridas de la vida y de sus alegrías representadas por las cosas sencillas, por los amores filiales e infantiles con juegos de palabras entre la ternura y la ingenuidad. El cuerpo se contagia de melancolía cuando avizora la muerte; se siente hondo, sin embargo, no se quiebra, vuelve a arremeter, como el “Ave Fénix”, siempre renaciendo, siempre en transformación a pesar de la realidad adversa, surgiendo “de las cenizas del hogar” y yendo a la “danza de las horas”; de la sequía a la fertilidad, del padecer al renacer, de los desamparos y “las máscaras de las máscaras” hacía la liberación y el reconocimiento de sí y de su propia identidad: Sigo viva. Desgajada / me adentro en mi sangre. / Percibo el calor de mi aliento. / Busco mi cordón, la punta del ovillo. / Tironeo. / Reconstruyo mi cuerpo, mi templo. / Me doy vuelta /Pateo. / Empujo […] Salgo / Me nombro […] Habito mi cuerpo / ya por fin bosque perenne (“Fénix”,108)
Una voz que se define en y desde su geografía; su lugar, su territorio es su identidad con cerros, pájaros, lapachos, naranjos; su ser también tiene los colores de la naturaleza, tan bella como desmesurada; tan firme como amenazante, tan profundamente identificada con este ‘yo’ poético que “cruje en la cáscara del níspero”.
2- Niñez
Los versos se anotan al compás de los recuerdos. La niñez propia, la del ramillete de su raíz, la ajena, la que llega con los hijos, se acopla a la del ‘yo’ en una pulsión maternal. En ocasiones apela al desdoblamiento en un “tu”: ‘tu’ y yo’ fusionados en el decir/decirse, mira en las otras infancias su propio pasado de niña, como un universo grande / pequeño a la vez. La familia ingresa constantemente en la escena de sus affectus, donde “mi rodilla raspada” dice del cruce entre su infancia y las otras infancias, habitándolas como un todo que se escapa en el tiempo pero no del baúl de sus recuerdos como si sujeto lírico y sujeto empírico tuvieran una vinculación más cercana..
Es la infancia lo que florece, lo que nace desbordando al ‘yo’ que en el tejido de la memoria, ensambla voces diferentes de las que surgen múltiples idiomas: “mi lengua / materna/inventa /milúnicas / formas / de decirte / amor, o, como en “Origami”; que acomoda su cuerpo y lo adecua a las circunstancias de los juegos niños. Los mundos que llegan pequeños, crecen, acaparan, y el ‘yo’ se transforma para ser parte del otro, con el otro: “Mi vientre es un arcón”.
Apela a frases populares, nombres de juegos y el juego mismo: “Gallo ciego” metáfora del rechazo, del no sentirse incluido, pero también como parte de ese pasado clamoroso, e inolvidable que la conduce a ciertos susurros con el cancionero de la infancia; a esas etapas del armado de formas amasando colores, o a las imágenes que se guardan, “fotos y videos”, los que dan ese regalo de volver sin estar; presencias que ya son ausencias pero que le permiten al ‘yo’ mirar hacia atrás y encontrarlos / encontrándose: He de volverme arrebol, / columpiarme en los recuerdos / y borronear con el codo / estos silbidos certeros y huecos / resonando en el hondonal de mi pecho. / Volverlos plastilinas de colores / y hacer miles de bolitas, / buscar el colador más oxidado / y apretarlas con el pulgar para ver, / siempre maravillada, / cómo surgen del otro lado/ posibles erizos… (“Sima” 83).
3-Amor
El amor es una entrega vital, allí está “el buen amor” cuando: Mi abuela abrigaba con la parra / a sus niños de carne y arroz. / Les planchaba las arrugas / los untaba con manteca. A través de los objetos representa lo que se ama. El ‘yo’ necesita nombrar/escribir, poner en palabra para que la realidad rodee con amor; nombra para retener, nombra para entender, nombra para sanar. Nombra para dar continuidad al amor, construyendo su mundo en el hacer de mujer y en el de madre. Es, a la vez, un volver a sentirse niña en la experiencia cotidiana de ser con los hijos, aprendiendo su lenguaje y poniendo el cuerpo como abono de amor a través de los juegos, como potencial emocional para construir sin más el estar/ siendo desde el amor materno. El amor familiar es apreciado como un “templo sagrado”, conformado entre movimientos de tensión y distensión, llegando a constituir un lenguaje cálido y cándido como ocurre en: llegar al parque y lanzar al cielo / nuestro barrilete vestido para la ocasión / como quien lanza hacia las nubes una historia / un corazón / único, libre y nuestro. Quiero guardar ese lugar común / ese universo al fondo / en el que jugábamos, / compartíamos la vida, […] nuestra pequeña patria. (“Templo”- 81-82)
El amor es también deseo y el deseo forma parte del sentirse vivo. El ‘yo’ en el otro y los otros como estados irreprimibles e imprescindibles, esenciales e incontenibles a veces desbordados de potencial en los que la voz lírica se reconoce parte de un aluvión de piel que vibra al compás del tiempo joven de su existencia. Hay cierta erótica que en ocasiones se manifiesta por los aromas, los colores, los sabores, o por ejemplo construcciones oximorónicas como ese “almíbar salado” que va definiendo estados, instantes de plenitud, mediante la utilización de verbos y palabras que destellan con plasticidad algunas escenas: Yo me quedo con el remanso de tu nariz / vos con mi boca. / Tus labios abrazan los míos / y mi sexo / se deshace en tu lengua / como flores de azúcar. (“Oasis”- 22)
El amor que desgasta y se desgasta; la rutina que no alimenta sino que entorpece. La voz poética busca modos de salvar un amor que se fisura en el día a día; la atraviesa con dolor, deja rastros de cicatrices en el cuerpo: Salvar el amor / se siente tan enorme como / salvar los peces/ multiplicados por el hombre / en las colmenas del océano. / Como acallar el zumbido álgido / de la tierra devastada / y su terremoto. (“Rutina” – 43)
El amor en diferentes proyecciones atraviesa el cuerpo del sujeto lírico apelando al lenguaje de la ternura, al familiar, al pasional, al del inevitable sufrir, según los estados que el tiempo van vertiendo para diseñar los “bordados” de la memoria cuando un bagaje de sensaciones y de imágenes reaparecen para atestiguar los diversos pliegues con los que la existencia abraza al ‘yo’ en su travesía por la vida.
Al modo de intento de cierre
En medio de todo este transcurrir de tiempos, espacios, hechos y sentires que se recuerdan con dolor, emoción, deleite o crueldad, está el poema “Poesía”. Si bien está ubicado en la mitad del libro, se la humaniza y se comporta como una forma de completitud de los procesos de escritura del sujeto poético. Es en este poema donde el sujeto lírico de la enunciación se mira en el espejo de su “poesía” que es quien le da el sustento emocional para continuar viviendo. Otra vez el ‘tu’ que también es ‘yo’, y la poesía como esa niña que la invade para bien salvarse: “Me abres el corazón como quien abre una ventana /…Me susurras adjetivos, verbos, sustantivos, / minúsculas que percibo [….] Siempre encuentras la forma / Bocetas, amasas, acaricias, tocas una cuerda, me sonríes en varios idiomas, / Te acomodas el flequillo en algún jacaranda. / Te adornas de azules, / Te vistes de fiesta. / y te acercas / luminosa, necesaria y sensible / cada mañana a mi puerta”.
El último poema, Matria, (pág. 110) cierra con la fuerza del grito comprometido con la realidad de la mujer, de todas y cada una como un “acto poético imperioso de salvación y liberación”.
Un ‘yo’ enfático que argumenta con fuerza su postura frente a lo social. Una voz que muestra la injusticia y la impiedad, pero que recoge la esperanza a través del fuego poético para decir desenmascarando lugares de la ideología cultural y construyendo su propia identidad desde el mundo de su memoria personal.
[1] Sharon Olds.
[2] Alicia Genovese, Abrir el mundo desde el ojo del poema, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2023, p.69.

Profesora y Doctora en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán. Fue: Prof. Titular en las Cátedras de Literatura Argentina I y Literatura Argentina del NOA, Facultad de Filosofía y Letras. UNT; Directora del Instituto Interdisciplinario de Literaturas Argentina y Comparadas (IILAC); Miembro del Consejo Editor del Departamento de Publicaciones en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Es Miembro de la Red Interuniversitaria de Literaturas de la Argentina, (RELA). Ha dirigido la serie Narrar la Argentina. Es Directora de la revista digital Confabulaciones, en la UNT. Colabora en la Página Literaria de La Gaceta. Entre sus publicaciones, un ensayo crítico Escrituras del yo en color sepia, (2015). Participó de varias antologías de microrrelatos, Cuadernos de Penélope (2021) es su publicación en el género de la microficción.