Por Verónica Gutiérrez |
La crítica literaria dijo, en muchas ocasiones, que Pretérito perfecto de Hugo Foguet, aparecida en 1983, constituye la fundación literaria de una ciudad, San Miguel de Tucumán, y que inaugura la novela urbana en esa provincia del norte. Claro que antes de Foguet hay otras novelas urbanas, Sagrado, de 1969, de Tomás Eloy Martínez, por ejemplo, pero la apuesta de Foguet supone una ruptura. Novela claramente metaficcional, Pretérito perfecto no sólo es la puesta en papel de una ciudad imaginada, sino el posicionamiento de un escritor -que enuncia desde un lugar no central- sobre las líneas y los territorios que dibujan los contornos de la literatura argentina.
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En una entrevista, que le hace María Lobo durante el Festival Internacional de Literatura de Tucumán en el año 2022, la cineasta salteña Lucrecia Martel arroja una afirmación y una pregunta que interpelan e invitan a una reflexión sobre las construcciones de “lo provinciano”, los estereotipos de lo regional, sobre cómo imaginamos los territorios y sobre la fuerza que tiene eso que imaginamos. Dice Martel: “En los museos de provincia está lo provinciano. Pero en una terminal de ómnibus, no. ¿Por qué?”. Si en el museo está lo quieto, lo fijado, lo establecido o catalogado, en una terminal de ómnibus está lo múltiple, lo dinámico, el movimiento. Una tucumana y una salteña, María Lobo y Lucrecia Martel, piensan y discuten en sus producciones ciertas imaginaciones sobre los espacios de provincia. Pienso, entonces, a partir de esa entrevista, en Hugo Foguet.
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En las novelas de María Lobo, El interior afuera (2018), San Miguel (2022) y Ciudad, 1951 (2023), hay claramente una dimensión de reflexión sobre cómo son pensados los espacios de provincia, qué notas adquieren para eso que podríamos llamar “cierta imaginación territorial argentina”. La imaginación territorial argentina -esto es cómo trazamos imaginariamente el espacio de la nación- ha sido en gran medida dicotómica: una imaginación de centro y periferia, de capital y provincias, de Buenos Aires e interior. A cada elemento de esos pares opositivos le corresponden, en la imaginación territorial, una serie de notas o de características. Mientras que el centro, Buenos Aires, queda vinculado -incluso hoy- a lo cosmopolita, a lo abierto y a lo dinámico, los espacios de provincia quedan asociados al atraso, a lo telúrico y a lo quieto. Podríamos pensar entonces que, en el universo dicotómico argentino, “el centro” adquiere su forma sobre el fondo de “lo provinciano”. No estoy afirmando que esa lente de dicotomías con la que solemos mirar el espacio y construir territorios aparezca siempre. Digo, sí, que es un mecanismo ideológico-geográfico que operó (y opera) en gran medida, por ejemplo, en la mirada que la crítica literaria prevaleciente asumió (y asume) hacia las producciones literarias de las provincias y hacia los textos que postulan espacios de representación de provincia.
María Lobo, en dos artículos muy lúcidos, “Berlín, Lüdbeck, Tucumán y la literatura periférica” y “Literatura regional de centro. Del eufemismo a la frontera, la civilización y la barbarie”, sostiene que los escritores trabajan fundamentalmente con construcciones del espacio que son imaginarias. Es decir, pueden tomar elementos de eso que llamamos las regiones culturales, pero la materia de la literatura es la imaginación territorial. Y por supuesto, el poder de lo imaginario es muy potente. La imaginación tiene que ver con las imágenes, con imágenes que muchas veces se fijan, que insisten, tiene que ver también con las relaciones especulares que vuelven una y otra vez (cómo la relación especular Bs. As. /provincias, podríamos pensar, ¿no?). Voy a recurrir a un ejemplo muy concreto, hay cierta imaginación territorial sobre el norte del país que supone que siempre en el norte hace mucho calor. No importa que la realidad demuestre otra cosa, no importa que haya zonas altas de montaña y puna en las que el frío es intenso. La imaginación territorial reafirma, fija. No es casual que María Lobo en una de sus novelas, San Miguel, desarrolle la historia en un Chaco cubierto por la nieve (el efecto descoloca y, al mismo tiempo, deja patente las construcciones imaginarias sobre las regiones). Con esas construcciones imaginarias trabaja la literatura. Los textos las crean, las reafirman, las reproducen, las desandan o las niegan. Con esas construcciones trabaja el novelista, con ellas discute y o a ellas obedece. El escritor hace algo con el repertorio de motivos y estereotipos que se les asignan a ciertos lugares, a ciertos espacios, a ciertas zonas, a ciertos territorios. María Lobo dice que lo que hay son literaturas regionales, incluida la que ella llama “literatura regional de centro”. Esta se trata de una literatura que no sólo no discute ese mandato ya presente en Echeverría de centro/periferia, sino que expande ese imaginario. La denominación “Literatura argentina”, dice Lobo, no sería entonces otra cosa que un eufemismo para designar la literatura regional de centro legitimada y sostenida por una minoría culta que establece ese salto de lo regional a lo nacional: “La centralidad y el margen no tienen relación con la espacialidad física, sino con la tendencia a suscribir a ciertos imaginarios del orden a partir de un uso ideológico del lenguaje”.
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Foguet, con Pretérito perfecto -aunque en su novela Frente al mar de Timor (1976) eso está ya presente- imagina un territorio ficcional que discute con la imaginación territorial que sólo concibe territorios de provincia quietos, atávicos y desligados de la historia o de la época. La Tucumán novelada de Foguet es una urbe y civitas caótica donde confluyen, durante las jornadas del Tucumanazo, las protestas sociales, las consignas del Mayo Francés, las discusiones sobre Jung y el hinduismo en el bar La Cosechera y la represión brutal, y luego la ciudad arrasada de la postdictadura que aparece como un presente casi onírico desde el cual narra el pasado reciente uno de los personajes, Maximiliano. Pretérito perfecto erige una geografía urbana en la que todo puede suceder y, en efecto, sucede. La de Pretérito es una ciudad en la que conviven lo indígena, la oligarquía afrancesada, las luchas sindicales en los ingenios azucareros y los debates intelectuales, una geografía ficcional abierta que entra y sale de la modernidad: porosa, fronteriza, en la que se mezcla la historia del azúcar, los inmigrantes de la India que llegaron alguna vez a los ingenios tucumanos, las lecturas de Freud, de Nietzsche y de Gilles Deleuze. Y, al contrario de un espacio en el que no sucede nada, en el que la ausencia de acontecimientos supone una detención temporal, en la geografía ficcional de provincia de Pretérito Perfecto ocurre todo. La operación de Foguet consiste en trazar de nuevo la geografía de una Tucumán imaginada. Si la imaginación territorial argentina propone espacios de provincia en los que no sucede nada, Foguet desobedece ese “mandato” y escribe sobre una ciudad tan cosmopolita como las capitales del centro.
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Hugo Foguet produce en Pretérito un descentramiento: corre el centro, lo desplaza, o lo anula, porque lo que hay en el territorio ficcional de la novelason múltiples centros: el centro no es ya Buenos Aires, sino San Miguel, una ciudad de provincia. Y dentro de esa ciudad-centro puede haber, a su vez, otros centros: el espacio se pliega para dejar entrar lo múltiple y lo diverso. Está la casa antigua de Clara Matilde, una anciana que pertenece a la elite del azúcar, está la Quinta Agronómica y el centro de la ciudad donde explotan las bombas molotov y los estudiantes levantan barricadas, pero está también la ciudad de las afueras, la de las clases populares, la villa junto al río Salí, donde vive Imelda Lazarte, una prostituta, famosa por haber visto cuando era niña a la Virgen María. La ciudad de Pretérito es heteróclita y viva, envuelta en el calor de una época, fines de los años 60 y principios de los años 70, cuando el cambio social parecía inminente. Y aparece luego la dictadura militar que vino después. “Los personajes de Foguet se sumergen en la geografía tucumana, sus calles y rincones, su historia y sus poetas. Hecha (la novela y la ciudad) de una mezcla de lo rural y lo urbano, lo tradicional y lo moderno, lo mítico y lo secular, de la sociedad tradicional y la sociedad de consumo. Un San Miguel de Tucumán un poco afrancesado también. Imagen/es de la periferia que oscila/n entre la euforia y la disforia, y la ciudad signada por esta última, indefensa y derrotada en la historia”, dice Isabel Aráoz, profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Tucumán, quien estudió la obra de Foguet.
El autor de Pretérito muestra, en 1983, que se puede escribir novelas experimentales en las provincias, que se puede imaginar territorios de provincia que no estén desligados de la época y que aparezcan no bajo el signo de lo quieto y atrasado, sino marcados por el dinamismo y lo múltiple. Foguet está discutiendo las fronteras de la literatura argentina y las ideas reinantes sobre las producciones literarias de las provincias. Como sus personajes, puede hablar sobre Freud y Deleuze, y no únicamente sobre los tarcos en flor.
En la novela, no sólo se produce una apertura y un corrimiento respecto del imaginario territorial dicotómico de centro y periferia, de capital e interior, sino que ese corrimiento conduce también a un corrimiento en la lengua literaria utilizada, a una torsión. Foguet niega para sí la posibilidad de la lengua del regionalismo literario o de la literatura anterior, lo que busca es otra cosa, necesita de otra lengua para fundar la ciudad de su novela. Se está preguntando, en definitiva, “¿Qué lengua?”.
Maximiliano, uno de los personajes, dice: “y Valderrama se nos murió hace rato”, refiriéndose al mítico boliche salteño que durante las décadas del 50 y del 60 fue el lugar elegido de los poetas y de la bohemia local del NOA, de la salteña particularmente. No hay posibilidad ya, entonces, del lenguaje con el que esos poetas construyeron sus universos textuales.
La reflexión en Pretérito sobre el lenguaje es constante. La saturación del espacio termina colándose al interior del lenguaje, volviéndolo barroco, y en las voces de la novela se mezclan, con una naturalidad sorprendente, el español, un “francés sin acento”, “Le jour n’ est pas plus pur que le fond de mon coeur”, y voces americanas utilizadas en el habla coloquial del Noroeste Argentino. El lenguaje se vuelve plástico, rizomático, extraño, alejado de cualquier uso regionalista de la lengua.
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Pretérito es una novela que nunca deja de leerse, en el sentido de que todo confluye en ella, pero sobre todo en el sentido de que es posible seguir encontrando en el texto puertas, pasajes, citas, voces, nombres, objetos no advertidos antes. La novela no se agota, como no se agota tampoco el resto de la obra de Hugo Foguet. Señal de esto son, quizás, las numerosas reediciones que se vienen haciendo, desde hace algunos años, de sus textos: la reedición de Pretérito perfecto que hizo, en 2015, Eduvim, con un prólogo de Fabián Soberón, y la reedición de la novela, en 2023, realizada por La Papa / Libros Tucumán. En 1998 Perfil Libros había reeditado Frente al mar de Timor. A esa edición de Frente al mar… se suma la reedición que hizo este año Edunt. Hay que agregar la reedición del libro de cuentos Convergencias (1986), bajo el título Playas, por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Ediciones del Dock, con prólogo de Guillermo Siles,editó en 2010 la poesía de Foguet en un libro que reúne los poemas de Naufragios (1985) y un conjunto de poemas que habían permanecido inéditos.
Los estudios críticos recientes, que se suman a los estudios más clásicos sobre Foguet, algunos de ellos aparecidos ya en la década de 1980, vienen a confirmar la productividad de la poética del escritor tucumano. Nombro aquí los dos excelentes libros de Isabel Aráoz sobre la obra de Foguet: Naufragios de mar y tarco en flor. La escritura de Foguet (1923-1985). Su obra literaria entre las décadas del sesenta y del ochenta, del 2008, y Pequeño fuego. La escritura de Hugo Foguet, de 2014.
Hay un universo Foguet que no está agotado. Pienso, por ejemplo, en esa biblioteca foguetiana que puede rastrearse en las citas, en los nombres, en las lecturas de los personajes y que puede seguir abriendo líneas de sentido. Pienso también en los diálogos fructíferos que pueden entablarse entre este autor y todos aquellos -críticos, escritores y editores- que en la actualidad están formulando nuevas maneras de imaginar el territorio/los territorios de nuestra literatura.
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Dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari, en Mil mesetas, que el arte crea, ante todo, territorio: “El territorio sería el efecto del arte. El artista, el primer hombre que levanta un mojón o hace una marca […] La propiedad es en primer lugar artística, puesto que el arte es en primer lugar cartel, pancarta”. Pretérito perfecto es una pancarta. Foguet la levanta para marcar de otra manera el mapa literario argentino.

Nació en Salta, en 1982. Es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Salta y Doctora en Humanidades por la Universidad Nacional de Tucumán. Ejerce la docencia y participa de proyectos de investigación sobre la literatura del NOA en la Facultad de Humanidades de la UNSa y en la Facultad Regional Multidisciplinar Tartagal.
Excelente trabajo. Abre muchas líneas de pensamiento. Me gustó mucho leerlo.