Por Priscilla Hill |
“El cejijunto vuelve a la tarea de afilar cuchillos, frota los filos sobre una lonja de cuero mientras conversa con alguien que nosotras no vemos. Luego los ordena debajo de la cama en hilera de mayor a menor […] Tiene
Verónica Barbero
un registro exacto de la posición en la que los deja”.
«Tengo que irme de aquí
aunque quizás
siempre a donde yo vaya
las casas se rompan.»
Natalia Mamaní
Cuando somos niñxs nos enseñan que las casas son sitios seguros donde podemos resguardarnos del asedio del mundo exterior, siempre acechante y peligroso. Nos dicen también que los espacios son nuestros, aunque a menudo esto signifique mucho más de lo que se cree y se incurra, por ende, en un error doloroso. Esta ilusión del adentro tranquilo se ve desmoronada en la narrativa de Barbero, quien construye una atmósfera de terror social de la cual es difícil salir ilesx. En Aquí se restauran niños y vírgenes la casa, como espacio físico, y la familia, con sus mandatos y rituales de crueldad transmitidos generacionalmente trazan configuraciones identitarias siniestras, frágiles, fragmentadas, envueltas en una semiosis de imposible comprensión. El libro presenta nueve relatos que se conectan a partir de algunos elementos pero que siempre ocultan más de lo que muestran, encriptando eso que sospechamos porque es quizás lo indeseable de nuestras propias genealogías familiares, tan brutales, a veces. Una familia de mujeres, acosadas por la figura material y simbólica del “cejijunto” se desplaza en aras de respuestas que parecen permanecer siempre del otro lado. La voz narrativa se corresponde con la de una niña que habita un escenario insólito y perturbador y, mediante recursos como el escamoteo u ocultamiento, dispara sentidos múltiples y aterradores, donde lxs lectorxs tucumanxs podemos hallarnos. Si bien las cartografías que el texto aborda pueden situarse en cualquier lugar y no remite específicamente a la provincia, existe un elemento transversal que nos traslada a las culturas azucareras: algún pueblo del Noroeste Argentino o de El Caribe, que no resigna su relación con la magia, tan bastardeada por la occidentalización de América Latina: el tupulo. Palabra extraña, propia de la jerga del azúcar, emerge, sin embargo, en prácticamente todos los relatos: al igual que el “cejijunto”, el tupulo es una presencia permanente en torno de los cuerpos. Considerada por agricultores y productores como una plaga que obstaculiza el desarrollo de la caña de azúcar, en los relatos esta planta parece tener vida y alimentarse, cual fuerza extraña, de los personajes y sus intentos por desterrarlo.
¿Qué significa restaurar? ¿Puede acaso un cuerpo ser restaurado? ¿Qué lugar ocupa un cuerpo en los mapas culturales que habitamos y nos habitan? ¿Qué significa tener miedo y qué estar a salvo? En esta experiencia estética que representa mundos terribles a la vez que cercanos, las preguntas por el cuerpo y su lugar social son claves. “El amor jamás debió estar permitido para las mujeres de esta casa – dice el cejijunto” y aunque restaurarnos es imposible porque no somos objetos, quizás la otra fuerza extraña pero irrefrenable sea simplemente esta: el amor y la práctica ontologizante de hacernos preguntas, aun si la oscuridad nos acecha y pretende quebrarnos.
Libro disponible para su compra en la Tiendita:
Priscilla Hill nació en Tucumán en 1991. Es Profesora en Letras por la UNT y editora en La Cimarrona Ediciones, editorial independiente y autogestiva que vio la luz en junio de 2017. Es becaria doctoral de CONICET e investiga los cruces entre las literaturas emergentes de Tucumán y las matrices de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) en espacios educativos de la provincia. Es docente en la Escuela Agricultura y Sacarotecnia de la UNT.
Escribió algunos cuentos cortos y muchos poemas en antologías, ideadas por editores y gestores culturales de Tucumán. Su único libro publicado hasta ahora es ‘Mamá, ¿qué es el miedo?’ (Gato Gordo, 2018) y consiste en tres cuentos breves. Este año saldrá ‘Dárselas con la noche’, un libro de poesía que la hizo padecer y dilatar varios años su publicación. La edición estuvo a cargo de Damián López, de El Andamio Ediciones, editorial sanjuanina que la contactó porque alguien compartió un poema suyo en Facebook.
Usa las redes de manera compulsiva y reniega, en vano, de su condición de millenial. Le gusta el terror en todas sus variantes, como si no bastara con la vida.
Tiene un superpoder muy molesto: pierde colectivos, siempre.