Por Mónica Cazón |
Y así, paso a paso, nos acercamos a destino. Seguimos las huellas, las miguitas, dejamos el morral a un costado para escuchar a los estudiosos, los intuitivos, los apasionados por la palabra, y las letras.
Lo cierto es que, de la mano de caballeros notables primero, luego de fuertes e inteligentes mujeres que tomaron el protagonismo, se comenzó a vislumbrar el cielo entre tanto ramaje.
Educación, literatura infantil juvenil, mujeres
La docencia se consideraba una extensión de la maternidad biológica. En el magisterio la mujer podía desempeñar las cualidades femeninas «naturales» ¿? Las aptitudes para ser pacientes y cariñosas las consideraba mejor capacitadas que los varones para educar a los niños. De manera evidente, esta visión se sustentaba en una subvaloración de un trabajo ciertamente calificado, ya que lo concebía como una prolongación del trabajo doméstico invisible (por su carácter no remunerado) asentado en la «vocación maternal» propia de las mujeres.
Dentro de las instituciones educativas las mujeres podían desempeñarse como ayudantes de maestros, maestras, vicedirectoras y directoras. De acuerdo con los datos de la Oficina de Estadísticas de la Provincia de Tucumán, en el periodo de 1895–1903 las mujeres fueron incrementando su participación como personal docente.
La educación de las niñas. Escuela Rivadavia. Colegio San Miguel
El 15 de mayo de 1896 se dio un paso importante en la construcción del sistema educativo, ese día se creó, con el nombre de “Juana Manso”, por decreto del ministro Dr. Alberto Soldati la primera escuela provincial, para la educación de las niñas. El local comenzó a funcionar en calle 24 de Setiembre, entre calles Rivadavia y Monteagudo.
Pocos años después la escuela se trasladó a su actual sede de 24 de Setiembre 891. A fines de 1914 se cambió el nombre original por el de Bernardino Rivadavia, disposición del Dr. Taboada, presidente del Consejo General de Educación.
En 1854, el Gobierno de Tucumán resolvió crear el Colegio «San Miguel». En 1858, el sabio francés Amadeo Jacques fue autorizado a hacerse cargo del San Miguel y de la escuela primaria anexa. Las clases se desarrollaron normalmente hasta que las turbulencias de 1861 -derivadas de la lucha entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires- convirtieron en cuartel militar el colegio. En setiembre de 1862, Jacques renunció para marcharse a Buenos Aires.
Colegio Nacional
Por decreto del 9 de diciembre de 1864, el presidente Bartolomé Mitre creó el Colegio Nacional de Tucumán. Este abrió sus puertas el 1 de marzo del año siguiente, en el local del antiguo San Miguel. Recién en 1914 podría estrenar su edificio nuevo, frente a plaza Urquiza.
Escuela Sarmiento
Mientras tanto, desde 1912 las instalaciones de calle Rivadavia estaban ocupadas por la Escuela Provincial Sarmiento, fundada en 1904 como Escuela de Ayudantes. Pasaría luego a la jurisdicción de la Universidad, con la denominación final de Escuela y Liceo Vocacional Sarmiento. Fundada la Universidad de Tucumán por ley de 1912, cuando se la nacionalizó en 1921, pasaron a la órbita federal todos sus inmuebles, Escuela Sarmiento incluida.
Quién fue Juana Manso
Juana Paula Manso fue una escritora, traductora, periodista, maestra y precursora del feminismo en Argentina, tanto que es considerada por muchos como la primera feminista de este país. Creía en la educación popular, gratuita, metódica, científica y abierta a todas las clases sociales y entendía que la escuela debía ser de hombres y mujeres. Cualquiera fuera su lugar de residencia, Manso forjó la idea de que la educación era clave en la emancipación, se ocupó de promover la escolarización en general y de manera particular la escolarización de la mujer. Su preocupación era la educación y la lectura en las niñas. En 1859, Juana Manso conoce a Domingo Sarmiento. En 1869 se convirtió en la primera mujer en integrar, como vocal, el Departamento de Escuelas, y dos años después, la Comisión Nacional de Escuelas. Tal vez por todo esto, trataron de borrarla.
Las primeras décadas del siglo XX, la docencia tuvo un rol preponderante en la literatura para niños. Pero literatura y escuela tenían una relación conflictiva. No existía una literatura infantil argentina, sino traducciones de textos de la literatura universal que circulaban en colecciones, y cuentos populares de tradición oral que ya habían sido edulcorados con afán pedagógico. Además, existían posiciones encontradas respecto del ingreso de esta literatura como lectura escolar. Funcionarios e inspectores del Consejo Nacional de Educación, maestros y profesores polemizaban acerca de cuál debía ser la literatura para niños que se lea en la escuela. Se enfrentaban dos posiciones antagónicas, una de ellas planteaba que la literatura para los destinatarios infantiles tenía que estar ligada a la formación moral y en relación a las pautas de urbanidad legitimadas socialmente; de allí que la literatura que ingresara a la escuela, como lo expresa la maestra Herminia Brumana, es una “clase de moral (…), porque en ella se aprenden muchas cosas útiles en la vida: voluntad, esfuerzo, altruísmo” Otra maestra, Ángela Sánchez, en un artículo publicado en 1909 en la revista El Monitor de la Educación Común explicita las tres funciones que debía tener la literatura en la escuela: facilitar el acceso a nuevos saberes, ser el medio para expresar impresiones y formar el carácter nacional (Sardi, Valeria, Literatura para niños y escuela). Además, la literatura para niños era vista como expresión de la nacionalidad.
Durante los años ’30, ’40 y ’50 se mantiene esta polémica y los textos que ingresan a la escuela o bien son los del canon literario nacional o se trata de aquellos textos producidos ad hoc para el público infantil como El teatro de mi escuelita, Recitaciones infantiles y Teatro histórico infantil de Germán Berdiales, donde el autor adapta o versiona textos literarios consagrados de autores como Víctor Hugo, Oscar Wilde o De Amicis, entre otros. También durante estos años ingresan en la escuela las fábulas de Samaniego, Iriarte, Lafontaine y Esopo, Pinocho o Corazón. La producción literaria argentina para el público infantil empieza a surgir y aparecen escritores como Constancio C.Vigil durante la década del ’40 y Horacio Quiroga con sus Cuentos de la selva durante los años ’50 y, lentamente, esta literatura empieza a ingresar en el aula y permanece en el canon escolar.
Más cerca
Los tiempos por fuera del espacio escolar se disfrutaban con las lecturas de revistas como Patoruzú, Billiken, Anteojito y los cómics de Disney, Batman, La pequeña Lulú, entre otros. La escritura va desgranando la memoria y aquellos antiguos libros de la infancia se trasladan al presente. Gracias a María Elena Walsh, muchos aman la literatura, también a Nicolás Guillén. Desfilan: Mujercitas, El corsario negro, La isla del tesoro, Tom Sawyer y Corazón, Las doradas manzanas del sol. Las historias de tradición oral alrededor de un fogón, la colección Pajarito remendado y los textos de Javier Villafañe y Ricardo Mariño. Asterix, las novelas de Salgari y el descubrimiento de Drácula de Bram Stoker. Charly y la fábrica de chocolate, toda la serie de Sissy, Socorro y El niño envuelto. Las historias de Silvia Schujer, Ema Wolf, Adela Basch, Gustavo Roldán. Las fábulas de Esopo, las enciclopedias para niños como Lo sé todo. Una pregunta surge de este recorrido ¿qué literatura se leía en la escuela durante los años 60, 70, 80 y 90? La entrada de la literatura para niños en la escuela tucumana y argentina tuvo que superar varias etapas.
Si bien durante la década del ’60 irrumpe en el campo literario destinado al público infantil la figura de María Elena Walsh y Javier Villafañe, autores muy leídos y aceptados por los lectores infantiles, son poco leídos en las escuelas. Sin embargo, María Elena Walsh marca un antes y un después dentro de la historia de la literatura infantil juvenil. Otras autoras que comienzan su carrera literaria para la segunda mitad de esta década y que traen aires nuevos al campo de la literatura infantil son Laura Devetach y Elsa Borneman. A pesar de esta ampliación notable del campo, los textos literarios que circulan como material escolar son predominantemente coplas, leyendas, fábulas, adaptaciones de la literatura universal y textos de corte histórico. Durante la última dictadura militar, la cuestión de qué leían los niños en la escuela pasa a ser fundamental en la política represiva, y la censura será, a partir de ese momento, una práctica habitual. Esto se puede apreciar en el documento oficial Subversión en el ámbito educativo (conozcamos a nuestro enemigo) -publicado por el Ministerio de Educación y Cultura en 1977.Hablar de lo que ocurrió con la literatura infantil juvenil en el Tucumán de la dictadura militar, amerita un artículo aparte, y se lo vamos a dedicar.
Como dice Mateo Niro en el prólogo de Entrelíneas, “uno de los campos de la cultura que mayor crecimiento y profesionalización experimentó en estas últimas décadas fue el de la literatura infantil y juvenil”.
Será que las miguitas de pan fueron marcando el camino. Será que el camino estuvo cubierto de alimañas, pero finalmente aclaró.
Mónica Cazón (Tucumán). Escritora, Lic. en Ciencias de la Educación y Especialista en Literatura Infantil/Juvenil. Se desempeña en la UNT en Educación No Formal. Docente en PLAT. Coordina la Asociación Literaria Lagmanovich. Fundó el CIDELIJ Tuc (Centro de Investigación, Estudio y Lectura de la Literatura infantil/juvenil -Ente Cultural-UNT- y el Laboratorio de lectura crítica e investigación “MicroLee”. Gestora cultural. Colabora en La Gaceta Literaria y otros. Lleva editos 12 libros de diferentes géneros.